viernes, 15 de mayo de 2020

Cine, chavalas y subvenciones

Despertar el interés de una parte de la chavalería adolescente por cuestiones que estén fuera de lo que está de moda en el momento es francamente difícil. Si además es por algo relacionado con los estudios es casi imposible. Si hablamos ya del sector de la adolescencia como el que temenos mayoritariamente en Alacrán la tarea empieza a estar al nivel de una epopeya clásica.

Una de nuestras actividades son clases de apoyo, tanto dentro como fuera de colegios e institutos públicos de nuestro distrito. Durante cinco años forme parte de los grupos de la asociación que impartía estas clases.

El tema de las clases de apoyo, la verdad, daría para horas de charla y decenas de entradas en blogs, así que voy a tratar de no dispersarme demasiado, que ya me ha dicho gente que sabe de esto más que yo que hago entradas muy largas.

        El primer gran desafío que yo me encontré, una vez asumido que las clases de apoyo que dábamos como asociación a chavales de mi barrio no me iban a permitir emular  a Robín Williams en El club de los poetas muertos, fue el de llamar la atención y lograr despertar interés en grupos de chavales y chavalas que no solo están haciendo horas extras no remuneradas, sino que la mayoría de ell@s sienten con mayor o menor grado de  realismo que su futuro es bastante oscuro y van a esas clases con la misma ilusión con la que cualquiera va a pagar una multa de tráfico.

Con esta coyuntura, hace ya cuatro cursos, se me dio una oportunidad fruto de la casualidad. Una de las chicas de mi grupo asignado, muy maja, de buen corazón pero muy perdida y desatendida en casa, resulto apellidarse como un histórico poco conocido del anarquismo español. En la clase de al lado, una de sus mejores amigas en aquél momento, que se pasaba el día escaqueándose para acoplarse a mi grupo y poder estar juntas se apellidaba como otro sujeto del mismo movimiento y del mismo periodo. Ambos también unos piezas de cuidado. Descartado el parentesco directo se me ocurrió un juego.

Un día que no estaban haciendo ni el huevo más allá de hablar de chicos, programas basura de TV y actividades poco recomendables para mujeres de su edad, es decir un día como cualquier otro en nuestra vida de absurdos prolongadores de jornada, les lancé un desafío.

Era miércoles. Si para la siguiente clase, el lunes, eran capaces de averiguar y explicarnos en el aula, que dos personajes de la historia de España poco conocidos pero a mi juicio importantes, se apellidaban como ellas dos las invitaba al cine y a merendar. Se podían sumar al reto quienes quisieran en clase. No era fácil y reconozco que no daba un duro por que lo buscaran.


El lunes llegaron excitadísimas. Eran cuatro en total las que se habían puesto a la faena. Era evidente que alguien las había ayudado y lo llevaban todo mal apuntado en un papel. Atropelladamente explicaron  de manera correcta quien era el albañil madrileño que llegó a coronel durante la guerra civil. Ese era el fácil. Del segundo apellido solo supieron darme el título de un libro que hablaba sobre el sujeto en cuestión. Me pareció suficiente.
El no abuelo de una de ellas

Un par de semanas después cumplí la promesa y nos fuimos las cinco a un centro comercial del barrio. Eligieron Alicia a través del espejo y no me aceptaron la merienda. He de decir que nunca más he logrado que ninguno de los chavales ni chavales me ganen en un reto de estos, y lo he intentado varias veces.

De aquella sesión de cine salí con varias lecciones aprendidas. No conseguí que apagasen los móviles, solo que los silenciaran. A una de ellas hubo que dejarle al entrada en la taquilla a su nombre porque llegó tarde quince minutos. No pararon de hablar en casi ningún momento y a ratos miraban el aparato de Satanás porque les entraban mensajes y mierdas.  El siguiente día en clase me contaban que ven las series en el móvil y, con suerte, en una tablet. Dos no recordaban haber ido nunca al cine. Carecían por completo de cultura cinematográfica.

Reflexioné mucho en su momento y estas ultimas semanas me he acordado de esta vivencia. Sobre todo a raíz de las peticiones de ayuda legítimas de colectivos de trabajadores del espectáculo.

El problema de la “cultura” en éste país es un problema de raíces profundas, muchas de las cuales desconozco, aunque le veo paralelismos con otros ámbitos de la vida y la política cotidiana. 
El problema enorme que tenemos en España con la caída libre de las artes, de todas, no se va a solucionar con un plan de subvenciones para el cine y la música que para colmo, como bien señalan algunos interesados, se quedará corto y solo llegará a los grandes nombres dejando a la mayoría en el paro por tiempo indefinido.

El problema en nuestra sociedad no es que los museos, los cines y los conciertos sean caros, que lo son.

El verdadero problema con mayúsculas en este país es que la cultura no interesa a las élites que la perciben, en el mejor de los casos, desde un snobismo interesado y patrimonialista o, en el peor, como una perdida de tiempo de rojos y bohemios. Y lo que no interesa cuidar a las élites, en una sociedad alienada, apenas le interesa a nadie más.

Pienso que no se puede cuidar lo que no se ama. Y no se puede amar lo que no se conoce. No se conocen el teatro, la pintura, el cine, la música, la escultura, la arquitectura, la poesía, la gastronomía, la literatura, el deporte, la costura, ni nada en la vida con visitas formales y rutinarias, anuales, a estos espacios.

Son excepciones los muchachos y muchachas,como decía una amiga con la que compartí esta reflexión, que se puedan de verdad interesar en la opera porque una vez en su vida el instituto les lleve al Teatro Real a ver Turandot o Carmen.  Servirá, no lo dudo, para llenar las sesiones, pagar nominas y justificar algunos proyectos, pero no deja de ser pan para hoy hambre para mañana.


Cuando yo estudié imagen (sin sonido) nos hicieron pasar por todas las ramas de la profesión. Cámara (en grúa, hombro, fija...), realización, dirección, guión, luz, montaje en mesa y montaje digital. Así descubrí lo fascinante, para mi, de ésta última disciplina. A ningún médico se le pide que elija especialización sin haber rotado antes por todas.  Con la cultura pasa lo mismo.


Si queremos salvar, quienes apostamos por un mundo mejor, por una sociedad socialista de base, las artes y a quienes las hacen posible tenemos que salvar la educación.  Quitar horas lectivas de inglés, matemáticas y otras asignaturas “útiles”. Dejar de concebir los centros educativos públicos como fabricas que forman trabajadores sumisos para el futuro y pelear que la salud y el arte formen parte permanente de la curricula.

Solo cuando escriban, pinten, esculpan, realicen, compongan, graben.... sentirán y valoraran todo eso como suyo. Hace tiempo que llegó el momento de dejar a mirar a los de arriba, instalados y satisfechos pidiendo migajas y ayudas para volver a mirar a los lados y hacía atrás para transmitir enseñanzas.

Entiendo y respeto las demandas de los colectivos afectados en el mundo de la cultura en su lucha por la supervivencia inmediata, solo planteo que o ampliamos la profundidad de nuestras exigencias, de nuestras luchas, y las engarzamos con las demás luchas y los objetivos de una nueva sociedad o estamos perdidos.

Puede que no hoy, ni mañana, pero si un día próximo y para siempre.


1 comentario:

Maider dijo...

Hola,
Sobre este tema hemos estado hablando hoy, sobre las subvenciones y la cultura.
Me ha gustado el texto.

Un abrazo

Maider