Mostrando entradas con la etiqueta Personal. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Personal. Mostrar todas las entradas

martes, 8 de julio de 2025

Adiós y, sobre todo, gracias

 

Llega el verano y, con el verano, llegan las canciones horteras, las noches sin dormir, los amores tórridos entre la gente joven y los duelos. Si, los duelos. Porque, en nuestro país al menos, la llegada del verano viene acompañada de finales de ciclo vital. Finales de curso y finales de temporada, que suponen muchas veces la ruptura con una etapa y con mucha gente a la que, en esta sociedad urbana, la mayoría de las veces, dejaremos de ver para siempre o casi. Es cómo un rito de paso.


En mi caso, además, los duelos más difíciles ya sea por ruptura amorosa, fallecimientos de seres queridos y cambios de etapa se han producido, por caprichos del destino, casi siempre en verano o a sus puertas. Este año se ha vuelto a repetir.


El doce de junio, después de once o doce años, no lo se muy bien, he cerrado mi andadura en Alacrán. Quienes me conocéis bien sabéis de sobra lo importante que era para mi ese proyecto que, de hecho, ha sido en el que más tiempo he estado y al que más energía he dedicado en toda mi vida militante.

No voy a entrar demasiado en los motivos porque no nos aportaría demasiado. La historia la resumiría fenomenal cierta canción de Mercedes Sosa.


Una parte importante de la gente que gestiona el proyecto ha decidido un camino para Alacrán que yo no comparto y, dado que son mayoría, y no quiero militar en un espacio en cuyo día a día no estoy de acuerdo, por mi salud mental y por la del resto, he decidido que me voy. No voy a quedarme para generar frustración, dolor y enfado mutuo que acabe en rupturas insanas y que puedan dañar a un proyecto al que he dado tanto y que, al dejarlo, he llorado tanto también.


Sólo el tiempo dirá que camino era el mejor para Alacrán pero, desde luego, mi decisión es la correcta.

He pasado toda mi vida adulta intentando, con más o menos habilidad, construir un mundo mejor. Peleando junto a cuatro gatos contra molinos que resultaron ser gigantes, en batallas dónde la razón y la justicia casi siempre estaban de nuestro lado y la fuerza para ganarlas no.


Mi primer acto militante fue a los catorce y, de manera constante, empecé estar organizado un año después, a los quince. Menos en partidos políticos, grupos ecologistas, organizaciones armadas y, por motivos obvios, colectivos feministas creo que he tocado todos los palos posibles. Siempre con una visión anarquista de la vida y de la lucha que, una vez más, como cantaba la cantautora argentina, nunca ha sido la misma.


Son ya más de treinta años peleando a la contra en los que hemos vivido muchas derrotas, algunas, pocas, maravillosas victorias y en las que gran parte de la que la gente con la que empecé, puede que la mayoría, decidieron que su vida valía más que una lucha romántica con más penas que glorias y evolucionaron hacía una vida, si no más feliz, al menos espero que más tranquila.


Con este bagaje, carente del glamour de quienes asaltaron el palacio de invierno en 1917, colectivizaron el campo aragonés durante la mal llamada revolución española o entraron en Managua en el verano del 79, puedo decir que lo mejor que he hecho en mi vida ha sido mi trabajo con la chavalada de Alacrán. Un trabajo que yo sólo no hubiese podido hacer. Esta colaboración merece un reconocimiento a todas esas personas que hicimos este camino juntxs.


La primera persona a quien debo dar las gracias es a Rubén. Ahora ya no hay amistad y, sospecho, que quizá nunca se recupere pero me niego a permitir que un mal final eclipse todo lo bueno que hubo antes, durante treinta años en común. El hizo que me incorporase a Alacrán. Primero en apoyo escolar, luego como socio y entrenador y, finalmente, con una insistencia terrible, a la junta directiva. Sin todos esos anzuelos que yo piqué con gusto jamás estaríamos aquí ni habría conocido a una gente joven tan perdida como maravillosa. Así que, sin dudarlo, gracias.


Después de Rubén, como no, está Cambro. Me pregunto, cómo cantaba Silvio, “Si alguien roba comida y después da la vida¿qué hacer?”. Y me respondo, una vez más, que una cosa es la dureza merecida de la pena dictada y otra, inaceptable, negar todo lo bueno que hizo hasta entonces. Sin el y sin Silvia quizá nunca hubiesemos tenido una categoría femenina más allá del senior. Esa puerta que abrieron nunca sabremos a ciencia cierta cuantas adolescencias ha ayudado a mejorar. Además, pese a todo, fuiste un gran coordinador de entrenadores en el aspecto humano y se te echa en falta.


A Silvia debo darle las gracias por recoger el guante. Por volver cuando lo propuse y por el casi año en la junta. Un año bastante difícil, la verdad. No comparto el camino elegido pero sigo pensando que tiene un gran corazón. Que menos que desear suerte a quien tiene en sus manos el fruto de tanto trabajo colectivo.

Cómo no a Charly, amigo de la adolescencia, compañero de mesa de juego e ideales de vida, pareja de baile en los banquillos masculinos durante un tiempo sin cuya mirada, a ratos, hubiera creído estar volviéndome loco en los últimos tiempos. Gracias por las conversaciones, las devoluciones y tus puntos de vista.

La última “adulta” alacranera a quien quiero agradecer aquí y ahora es a Begoña, la cara de la entidad en la cabalgata. Siempre he sospechado que mi primer año de apoyo tuvo que desplegar tanta paciencia, o más, conmigo que con lxs crixs y, tiempo después, siempre fue un báculo cuando la necesitamos en los tiempos duros que nos tocó bandear en la junta.


Una vez cerrado el capítulo de lxs adultxs, y estando seguro de que me dejo gente digna de ser mencionada, pasaré a dar las gracias a quienes dan sentido a todo esto, la chavaleria.


No olvidaré nunca a Roberto, mi primer segundo, el único que no llegó nunca tarde a ningún partido o entrenamiento, salvo el día que nos dieron el titulo de sub campeonas de liga. Eres un grande.


Ni a Juan Peta que más que un equipo de fútbol sala parecía, por lo que sea, que entrenaba opositoras a policía. Gracias, como no, por la mudanza del año pasado. Y por el cariño que me has devuelto, exactamente igual que Clavijo, Raúl, Joni, Eva, Aimen, Isa, Óscar Molina, Óscar llorón, Vero, y Maxi, allá por dónde andes.


Gracias a ti también Lore que, desde el desconocimiento mutuo y las dudas iniciales, confiaste en mi y montamos uno de los mejores equipos técnicos que ha visto Alacrán. Sólo se nos escapó Gloria, que nos dejó, para irse a trabajar, sin su risa y su perreo en los corners, justo antes de que ganasemos la liga invictas.


A mi pitbull, que en seis años hemos pasado de no querer estudiar ni hablar las cosas porque NO VALE PARA NADA, a tener la EVAU hecha y ser una cotorrilla cabreada que hasta me llama por teléfono para cotillear por los parques de Hortaleza.


Qué decirte Irina que no sepas tu ya y todo Alacrán. Seis años de broncas, gruñidos, confrontaciones, lagrimas y gritos para acabar entrenando juntos a las gremlins del infantil llevando tu la batuta, con Hugo cómo escudero. Verte de entrenadora, cuidando a las niñas, gestionando tu competitividad de manera magistral, escuchando sus necesidades, controlando las frustraciones propias y ajenas y, sobre todo, aplicando tu todas las cosas que como jugadora me decías que no valían para nada ha sido la leche.


Y a Aida. Nunca te he entrenado y, sin embargo, con dos gestos me dejaste claro que he hecho algunas cosas bien con la adolescencia de este club. Gracias por confiar en mi, por escucharme, por los kebabs y por mantenerme al tanto de los por menores de tu tracto intestinal, eso une mucho.


Por último, claro está, gracias infinitas a las jugadoras que han entrenado en el Conde de Orgáz esta temporada 24/25.


A las infantiles que venían con cartel de complicadas y sólo necesitabais un poco de energía positiva, a las cadetes a las que no entrenaba yo pero que siempre me lo pusisteis fácil, menos en los partidos oficiales contra vosotras. Os voy a echar de menos, sobre todo a Lydia, Daniela (os pongo juntas, si) Dijana y Pybon (Paula e Ybonne, ellas saben el porqué). Y, evidentemente, al juvenil y las tres mayores acopladas.


No era fácil. Muchas jugadoras nuevas, muchas expectativas por el año anterior y muchas mochilas llenas de problemas. Os lo dije en persona el día que nos eliminaron de copa y lo diré siempre. Era un equipo llamado a no existir en enero pero seguisteis. Lo disteis todo en el campo pero, sobre todo, y eso es lo importante, fuera, en el día a día y entre vosotrxs.


Así que Bombera (Alba), Patatitas (Dulce), Daniela, Patas Cortas (Eli), Esperanza (gracias por esas pedazo de cartas), Minera (Ilune), Purpurino (Hugo), La hetero (Luisa), Ainara, Idaira, Carolyne, Lucía, Iris, Zaira, Noa e Irina, sencillamente, gracias por todos estos años y por las preciosas palabras que me dedicasteis.


Palabras que ahora, con vuestro permiso ya confirmado, voy a reproducir aquí para todas aquellas personas que me quieren, me leen y no pudieron estar cuando lloré escuchándoos.


Lo que escribisteis de fiesta, a la seis de la mañana, en las fiestas de Hortaleza, lo copio aquí, con mi nombre cambiado. La otra despedida, más descansadas y un poquito menos eufóricas, que os vinisteis muy arriba,la que me leísteis en el local la pongo en la foto que acompaña la entrada.


Vamos al lio:


El juvenil femenino, campeonxs de liga
Skinhead chocolatero, qué vamos a decir que ya no sepas. Grupalmente agradecemos toda la ayuda que nos has dado. En los momentos buenos pero, sobretodo, en los momentos malos ya que no todo el mundo se queda en esos momentos difíciles. Por alegrarnos el día, con una simple broma tuya, con motes como Purpurino, Patatitas o el mítico Seventwice.

Tu eres realmente la viva imagen de Alacrán. Debido a tu empatía has generado que todo el mundo te quiera. por tu disponibilidad hacia nosotras incluso un sábado a las tres de la madrugada (nada turbio) y también por la forma en que transmites lo que piensas sin gritarnos ni condicionar nuestra opinión.

Al final de esta temporada nos has transmitido lo orgulloso que estás de nosotras por seguir unidas a pesar de todos los problemas que tuvimos pero la verdadera razón por la que seguimos adelante es porque tenemos el mejor puto entrenador que puede haber, el verdadero pilar de este equipo y esta asociación.

Contigo hemos empezado y cerrado la etapa de adolescencia, siendo tanto nuestro entrenador como psicólogo, ayudándonos a madurar y expresar nuestros sentimientos de una forma sana. Te queremos skineto, nunca se nos olvidaran estos años.

Y skineto, aunque eres un poco tontito, te queremos con nuestro corazoncito.”


Para terminar decir que se que me dejo a mucha gente sin mencionar. A mucha chavalada que quizá se siente reflejada y a otra chavalada a la que no supe llegar, o la cagué y les hice daño. Porque a fin de cuentas somos mortales y metemos la pata, aunque sea con la mejor intención. Pero no puedo, ni quiero, citar a todo el mundo.


A quienes fallé, pediros disculpas por no haber sabido hacerlo mejor.


Y a quienes si llegué, aunque fuese un poco, daros las gracias también. Habéis sido más de doscientxs chicxs en este periodo entre aulas y campos. Compartiendo derrotas deportivas, males de amores, problemas en casa, resultados académicos (muchas veces catastróficos), dudas y miedo al futuro en tiempos de mierda, con una pandemia, campas urbanos, peleas, llantos y risas. También muchas risas. Os debo un montón.


Gracias por todo. Por aguantar mis liosos entrenamientos, mis despistes en los partidos, mis cagadas en los cambios, mis chapas en los entrenamientos y después de los partidos, mis enfados y mi humor sarcástico, políticamente incorrecto. Gracias por aceptarme como soy y abrirme vuestro corazón. Gracias por demostrar de nuevo, sin saberlo ni habéroslo propuesto, que lxs anarquistas tenemos razón y que la educación y el ejemplo son el único camino.


No hay mayor alegría, ni mayor honor, para un adulto con dos dedos de frente que el que un grupo de adolescentes crucen la calle para saludarle, darle un abrazo y ponerle al día de sus cosas. Aunque nunca los haya entrenado. Me lo habéis concedido durante los últimos doce años. Incluso gente que nunca estuvo en la entidad y me conocieron por vosotrxs.


Termina mi etapa en Alacrán. Mi primer fin de ciclo vital en años dónde me voy con la conciencia satisfecha y la certeza, os la debo, de que he hecho razonablemente bien las cosas. Pero no termina mi compromiso con vosotrxs. Sabéis donde encontrarme.


Nos veremos por las calles y por los campos.


Un abrazo.

Segunda carta de despedida




miércoles, 21 de mayo de 2025

Un loro antifascita

    Corría el año 1995 y yo había terminado con un éxito moderado, pero aparentemente suficiente, mi curso de COU y las pruebas de selectividad que daban acceso a la universidad. Por delante tenía el que debía ser el mejor verano de mi vida lleno de aventuras y amoríos, plagado de expectativas adolescentes.

    Lo que inicialmente iba a ser un viaje de interrail por  Reino Unido, Francia y solo Dios sabe que más lugares “exóticos” con mi amigo Cándido, mi mejor compinche de aquél periodo, que, cómo yo, era medio punki y vivía a ratos en mi barrio. Por falta de planificación y, sobre todo, por falta de fondos, acabo siendo un viaje en tren hasta Posada de Llanes, un pueblo de Asturias dónde el veraneaba y creía que podíamos conseguir un alojamiento asequible.

    Para llegar a aquél resort de ensueño punk, que acabó resultando en una estancia de quince días en la planta alta de una antigua casa cuartel semi abandonada, sin baño, una cocina infecta y con una rata ladrona de queso de Cabrales, hicimos noche en Oviedo.

    No es que hiciese falta, porque viajamos a Asturias en un tren nocturno, y perfectamente podríamos haber ido del tirón a ese paraíso en la tierra pero, por petición de mi compañero, decidimos pasar un día en la capital asturiana.

    Durante su viaje de fin de curso, apenas dos meses antes, su ruta por Italia había coincidido en itinerario con el de un colegio de monjas de Oviedo y de etapa en etapa, de hotel en hotel, se había rozado brevemente con una moza. Habían quedado en volver a verse.

    Así pues nos bajamos del tren mi amigo, su guitarra, su mochila, mi  loro, mis dos mochilas y yo.

    Para lxs mxs jóvenes de mis lectorxs aclararé que mi loro no era un ave tropical verde y parlanchina que me acompañaba a todas partes. Loro era una de las formas que teníamos de llamar a los radiocasetes, cuanto más grandes mejor, con los que en aquella época nos llevábamos la música a todas partes. Ya estaba un poco mayor, consumía muchas pilas enormes, y cómo se había roto el botón para abrir la pletina, tenía que hacerlo con un bardeo, pero eran los 90 y aún practicábamos el ensañamiento sanitario con todo tipo de chismes. Sólo se tiraban las cosas si de verdad, de verdad, de verdad, no había arreglo posible.

    Cómo era de esperar el mío iba decorado con un montón de pegatinas anarquistas, comunistas modificadas para que no se vieran sus siglas y una más, gigante, que era una esvástica tachada, dentro de una señal de prohibido, con el ingenioso lema “Nazis No”.

     Tras un breve paseo estábamos ante el portal de la casa de la moza, cerca de la plaza de toros. Eran las ocho de la mañana.

    La muchacha, cuyo nombre no recuerdo, nos llevó a un parque cercano y nos trajo de vuelta al mundo real. Le gustaba mucho Cándido pero, al parecer, había ciertos detalles que o bien mi colega desconocía o no había ponderado en su justa medida.

    La chica, a la que a partir de ahora llamaremos Gáudi, estaba de novia con un chavalote de por allí. Pero de novia, muy novia. La madre le conocía, todas las amigas le conocían, las monjas le conocían...

    Para colmo de males el mozu, al que a partir de ahora llamaremos Pelayo, porque tampoco recuerdo su nombre, también tenía sus preocupaciones por cuestiones sociales, era bastante celoso, y le gustaba un pelín el fútbol. O, al menos, ir al estadio del Oviedo dónde se juntaba con el resto de la hinchada nazi de la que formaba parte. Debía de ser de nuestra edad porque al parecer andaba liado a esas horas sacándose el carné de conducir. Y, por lo que nos contaba Gaudi, era el cabecilla de su panda de jóvenes demócratas.

    La situación mejoraba por momentos.

    No se muy bien porque pero decidimos que manteníamos el plan inicial. La decisión, sabia como pocas, debió tomarla la entre pierna de mi amigo. Yo, romántico cómo siempre, debí decidir ponerme del lado del amor. Aunque, una vez más, fuese el de otrxs.

    Gáudi, que debía vivir en un mundo paralelo en el que los fascistas y los anarquistas se comportan como en una opereta victoriana, se fue a comentárselo a la madre.

    La buena señora se negó a darnos cobijo pero consiguió que nos dieran habitación en una pensión situada en la calle Fuertes Acevedo, un poco más arriba de la plaza de toros. Una pensión que vivía de alquilar cuartos a los juveniles del Oviedo y que fuera de temporada tenía las habitaciones muertas de risa.

    No se que hicimos durante el día pero se que por la noche nos fuimos de farra con Gáudi y sus amigas que estaban todas bastante preocupadas. Al parecer los colegas de Pelayo nos seguían de cerca para ver que hacíamos los de Madrid con su novia.

    Cándido y yo nos comportamos como perfectos paga fantas punkis y, salvo alguna gamberrada menor (parece ser que aquella noche alguien se llevó la placa de la Avenida del Coronel Aranda de recuerdo) y alguna pegatina para que supiesen que los del KAHL habíamos estado por allí, no pasó gran cosa.

    Al llegar a la pensión nos despedimos de las amigas de la Mata Hari ovetense y mi amigo, ella y yo nos subimos al cuarto. Yo me dormí al instante y no sé que pasó entre ellxs.  Sólo se que, al despertar, ella no estaba. Mi colega me dijo que estaba abajo, esperando a para acompañarnos a la estación del FEVE, el ferrocarril de vía estrecha que necesitábamos para llegar a nuestro destino.

    Al salir del portal Gaudi nos esperaba con una cara a mitad de camino entre la sorpresa y el terror. Junto a ella estaba el mismísimo Pelayo, con una bomber verde oscuro, el pelo negro rapado, unos vaqueros recortados, y unas Doc Marteens negras impolutas atadas con unos cordones blancos. Creo, la memoria me falla, que llevaba una hebilla de bulldog con la bandera de España. Un hermoso caudillo visigodo.

     En un segundo plano, expectantes, como tantas otras veces habíamos visto, una jauría de asesinos en potencia saboreando el momento.

    No vi otra salida y actué con rapidez.

    Cogiendo mi loro fuertemente por el asa me acerqué directo a el y le dije:

-Ostias tronco, que detallazo, te has saltado la auto escuela para venir a echarnos un cable con el equipaje!

    Acto seguido le di la mano derecha y, con la izquierda, le di mi loro lleno de pegatinas. Antes de que pudiese decir nada le encasquete, también, una de mis mochilas y la guitarra de Cándido.

    Desconcertado balbuceó un si, claro, y emparejandome con el le pedí que me guiara hasta la estación dejando que mi amigo y su novia hiciesen todo el trayecto juntxs. Yo le dí conversación todo el camino, siempre en tono sarcástico y sin dejar que mirase atrás o interactuase con los artífices de sus celos.

    La estupefacta piara de aprendices de nazis nos seguía en la distancia, supongo, que sin saber muy bien que hacer ni que demonios estaba pasando. Ese no era su guion. ¿Porque no había hostias? ¿Porque Pelayo cargaba con mis cosas y asentía a mi monólogo incesante?

    En la estación del FEVE le di la puntilla. Cogí mis cosas, le dí las gracias, y, delante de ese grupo del que había sido líder hasta ese momento, le di un enorme abrazo y, con una sonrisa de oreja a oreja, le dije que si bajaba a Madrid mis amigxs y yo le trataríamos de maravilla.

    Nunca más supe de el. Me subí al tren entre divertido y aliviado y me fui de allí sabiendo que no nos habíamos salvado por las pelos si no más bien por las plumas. Las de mi loro anti fascista.

   

lunes, 30 de septiembre de 2024

Un vagón lleno de skinheads

 

Supongo, quizás arriesgo demasiado al hacerlo, que la mayoría de la gente que, cómo yo, se acerca al medio siglo puede recordar alguna ocasión de esas en las que ha visto la sombra de la guadaña cerca. Si, además, ha militado en movimientos sociales de esos que nos consideramos revolucionarios es casi seguro que puede contar, con más o menos humor, una de esas historias personales que bien pueden acabar con un “pa habernos matao”.

Hoy os traigo, si, lo habéis adivinado, una historia de esas pa haberse matao que desde hace un tiempo me está volviendo una y otra vez a la cabeza y a las tripas, cómo el reflujo gástrico y las pesadillas cuando uno ha cenado demasiado. No será corta, pero espero que os llegue. De hecho, creo sinceramente que será la más personal de las cosas que os he compartido después de dos entradas del verano de 2019, “Primera despedida” (vomitada tras la muerte de mi abuela materna) y “Mis tribulaciones con Cifra” (fruto de mi último batacazo sentimental serio). Ambos en el lapso de dos meses, así se las gasta la vida.

Hace un par de años largos mi amigo Such, al que por motivos de la vida tengo abandonado, como a casi toda la buena gente de Móstoles, me pidió un favor. El típico favor marrón que consiste en que participes en un acto público, político, militante. Concretamente quería que formase parte de la mesa de presentación del libro “Antifascistas” de Miquél Ramos.

Casi siempre que me piden que haga un bolo militante -lo cierto es que dado que no soy cantante, ni escritor, ni artista de circo, mis únicos bolos son los militantes- mi ego enfermizo gana a mi yo derrotado y me veo preparando una charla durante una o dos semanas al más puro estilo Smeagol. Es decir, maldiciéndome a mi mismo por decir que si cuando siento que debería haber dicho que no. Este caso fue peor de lo normal.

Para poder presentar un libro, lo decente, es leerlo antes. Y yo intenté leer el libro de Miquél.

Digo que lo intenté porque, como expliqué en la propia presentación, se me hizo bola. Se me atragantó desde casi el principio un libro que narraba, entre otras, historias que yo había vivido. No como personaje principal sino más bien como miembro de esa inmensa obra coral que fue la lucha antifa en el Madrid de los noventa desde los movimientos autónomo y anarquista. El libro es bueno, necesario, pero no se trataba esta vez de opinar sobre las hazañas de Cipriano Mera o de la operación militar que acabó con la vida de Domingo Monterrosso sino de recordar cosas que, como pude sentir, no tenía del todo asimiladas.

Un par de meses después, en La Animosa, con diferencia el mejor centro social okupado de Madrid, participé de nuevo en una charla sobre la historia de los colectivos antifas de nuestro barrio/distrito a finales del siglo pasado. En apenas dos meses me tocó revivir años de juventud y lucha. De carreras nocturnas por calles casi sin video vigilancia, de cazar y evitar ser cazados, de mal trato mediático y policial. Tiempos de sudor frío y de miedo. Porque, quien diga que no teníamos miedo o miente, o estaba loco o, sencillamente, habla de lo que le han contado y no andaba por allí.

Desde esas dos charlas hasta ahora, y con más insistencia desde este verano, me ha venido a la cabeza bastante a menudo una de las historias que me tocó vivir, que tenía bastante archivada, y que sin duda, marcó mi vida.


Corría el año 1994. Yo tenía diecisiete años y estudiaba COU (el equivalente a segundo de bachillerato). Había ido al cine en la Gran Vía de Madrid a ver “Forrest Gump” con mi amigo y compañero de colegio Pablo Chozas. Era sábado 19 de noviembre, víspera del aniversario de la muerte del anarquista Durruti, el fascista José Antonio Primo de Rivera y el dictador Francisco Franco. Una fecha muy caliente en aquellos años convulsos.

Debían de ser cómo las doce de la noche y cogimos la linea uno de metro en dirección a Plaza de Castilla. Antes de ir a casa queríamos pasar por la acampada del 0,7% y despedirnos de la gente de allí ya que, debido a hechos que no atañen a esta entrada, la acampada tocaba a su fin.

Aquella protesta, puesta en marcha por una ONG, tenía cómo objetivo reclamar que el gobierno de España cumpliese su palabra de destinar el 0,7% del PIB para ayuda al desarrollo.

Pese a lo reformista de la propuesta mucha gente joven, punkis, hippies y sharperos incluidos, había acabado allí por diversos motivos que podría ir desde la buena fe y deseo sincero de que se cumpliera ese objetivo hasta el tener un sitio dónde tomarla y echar un casquete. En mi caso, que ya revoloteaba por el movimiento anarquista y consideraba el objetivo de la acampada bastante reformista e inaceptable, fue una apuesta con Pablo, a lo “sujetame el cubata”, la que dio con mi entonces adolescente cuerpo en aquél lugar. Se nos sumaron otros amigos del barrio.

En aquella acampada pillé dos faringitis, viví el primer momento en que un adulto interesado y miserable ajeno a mi familia quiso usarme para sus propios fines y que me comiese un marrón por la cara, y conocí a otro montón de gente de mi edad y otros barrios que, saben las diosas porqué, andaban por allí.

A algunos como “Celia” o “ el Gañan” les he perdido la vista hace tiempo. A otros, en cambio, como el Kortatu o la Heidi (estoy convencido de que yo le puse ese mote a la colega) siguen presentes y cercanos en mi vida aunque les vea poco.

Pero volvamos al metro. Estábamos enfrascados en una animada conversación cuando llegó el metro al anden. El llevaba una camiseta de los Doors y, creo, una cazadora marrón claro. Yo vestía una camiseta azul que ponía Tartessos y, sobre ella, una chupa vaquera con dos únicas chapas. Una de madera, artesanal, muy bonita, con una A circulada y otra del 0'7 que llevaba porque alguien de la campada me la había regalado. No iba más pintoso porque, antes del cine, había ido a un cumpleaños familiar y para esas cosas rebajaba el tono estético.

Pablo no se fijo pero yo si. El vagón en el que nos correspondía entrar iba lleno de skinheads. Por un momento pensé en no entrar o ir a otro vagón, cualquier gesto brusco estaba descartado. Finalmente me dije que estaba demasiado paranoico y que probablemente eran bakalas o, más improbable en aquellos años, sharperos.

No habíamos terminado de entrar cuando me di cuenta del error que había cometido. Dos terceras partes del jodido vagón estaban repletas de skinheads nazis y, la mayoría, se habían quedado callados al vernos entrar. Era una jauría de depredadores hambrientos a la que les acababan de caer un par de tiernas crías de gacela dentro de su madriguera. Pablo pudo oír como alguien comentaba, “Mira que chapas más feas lleva ese”.

Intenté hacer como si no pasase nada pero, evidentemente, no funciono.

Uno de ellos, más bajo que yo, con perilla, pelo negro, aspecto fortachón, rudo y con bomber se me acerco y, sin más, me arrancó la chapa roja del 0'7. Apenas un instante después, un segundo pelado, muy alto y espigado, peor uniformado, pero más agresivo me arranco la circulada al grito de “esta para mi”. Pablo parecía haberse vuelto invisible mientras que la mayoría de los pelados se reían y observaban, a la espera, de como se desarrollaría la segunda embestida de sus camaradas. No tenían prisa.

De nuevo empezó el bajito recio. Se me encaró, haciendo referencia a esa chapa que nunca volví a ver, me dijo iracundo:


    • ¿El 0´7 para quien es? ¿Para los putos negros?

No se que respuesta esperaba. Quizá quería que pidiese clemencia, me desdijese, les diera la razón o intentase salir corriendo en la siguiente parada pero mirándole fijamente a la cara le contesté algo así como,


    • Si, para los putos negros.

Y, a partir de ahí, comenzó la bronca. Pero contra todo pronóstico fue una bronca verbal. Lejos de caerme una mano de palos lo que me cayó fue todo el argumentario del “A por ellos”, la revista de Bases Autónomas.

El moreno fue el único que habló o, centrados todos mis sentido en él, mi cerebro no dio para captar el resto del escenario. Su tío estaba en paro, su prima de siete años dependía de el, vivían con ellos y los negros les quitaban el trabajo (en 1994!) mientras los rojos queríamos mandarles el dinero de los españoles a sus países en lugar de invertirlo en nosotros.

Una vez más respondí. Le pregunté que si pensaba que los migrantes venían por gusto y para joder. Que si viviesen bien en sus países de origen para que leches iban a venir aquí a pasarlo mal. Y que, además, el culpable no era el desgraciado que le quitaba el trabajo a su tío sino el empresario que le contrataba por menos. Mira, en eso – dijo - tienes razón.

Vinieron un par de intercambios similares con la misma coletilla final. En eso, también, tienes razón.

La discusión se acabó cuando un tercer pelado que debía pensar que se le enfriaba la cena se levantó de su asiento, me levantó la camiseta a ver si llevaba otra debajo y, frustrado al ver mi lacia y paliducha tripa donde esperaba ver alguna camiseta de Potencial Hardcore dijo,


    • Este tío es un SHARP y yo lo rajo, mientras empezaba a sacar un pincho del bolsillo.

En ese momento, el rapado con el que había hablado, le paró en seco haciendo un gesto con el brazo y, después de impedir que terminase de sacar nada, le dijo que me dejase en paz. Que al menos había tenido los huevos de defender mis puntos de vista. Luego zanjó el asunto conmigo.


    • Tu no me vas a convencer a mi, ni yo a ti tampoco, pero que sepas que esta noche has vuelto a nacer.

A partir de ahí fingieron ignorarnos pero su actuación seguía cargada de un sadismo miserable. Comenzaron a hablar de cine y de la que, evidentemente, era su película favorita. “La naranja mecánica”. Yo aún no la había visto pero la conocía. Se regodearon en ella, en las escenas de ultra violencia y de la paliza al mendigo, hasta que se bajaron, en dos tandas, en las estaciones de Alvarado y de Tetuan. Una de ellas, una chavala rubia, delgada y con el pelo largo, se quedó sola con nosotros hasta Valdeacederas.

Fue entonces cuando me di cuenta de que toda la situación, el ataque inicial, la discusión, la amenaza de muerte y el indulto antes de que nos dejasen de lado, había transcurrido en apenas tres estaciones de metro. Alrededor de seis minutos en ese tramo de linea. Uno más que la eternidad de la que hablaba Víctor Jara pero mucho más amarga.

Con las piernas temblando y más miedo que vergüenza llegamos a la ya fantasmagórica acampada dónde encontramos al grupo de seguridad de la misma, del que yo había formado parte, y les contamos lo sucedido.

Entre ellos el Kortatu, con su camiseta eterna que le valió el mote, sus pantalones escoceses rojos y una bomber negra nos pidió que se los describiésemos.

Según un consenso generalizado entre los miembros del retén de guardia aquella noche, el fulano alto que me había arrancado la chapa de madera podría ser Isra El loco. El tipo que había querido ensartarme tenía muchas papeletas, pese a estar lejos de casa, de ser Cristóbal El Mallorquín, de Moratalaz. En cuanto al nazi con el que había discutido, y que había decidido que me había ganado el derecho a no ser pinchado esa noche, no había casi dudas. Se trataba del nazi más conocido de Tetuan, El churrero.

Eran otros tiempos. La tecnología no nos permitía adquirir fotos del enemigo tan facilmente cómo ahora y era fácil confundir a algunas personas. La posibilidad de que Kortatu y su gente se equivocaran, en un mundo dónde las leyendas urbanas eran múltiples y los mismos nazis eran vistos el mismo día y a la misma hora en diferentes puntos de la ciudad, estaba ahí y yo tenía mis dudas.

Pero la verdad es que los nazis activos, chungos, dispuestos a pasar de las palizas a matar a sangre fría, si bien eran bastantes no eran miles. Y, unos meses después, vino la primera confirmación. La noche del 21 de mayo de 1995 Cristóbal Castejón, conocido cómo El Mallorquín, asesinaba a Ricardo Rodríguez en Alcorcón. Cuando por fin se publicó su foto en el periódico se me heló la sangre. Hoy, repasando fotos y material sobre aquél asesinato, viendo la foto en blanco y negro de ese tipo rapado y con perilla creo poder seguir confirmando que debía ser el.

Al churrero lo volví a a ver un par de años después. Otro día lo cuento. Pero una vez más escapé por los pelos de una desventaja numérica en la misma jodida linea de metro. Aunque ya había confirmado su identidad gracias a su aparición en el video de un desalojo en su barrio.

En cuanto al espigado rubio y un poco desarrapado nunca supe si era el tal Isra o cualquier otro cerdo del montón. Tampoco me quita el sueño.

Tres décadas después de aquello sigo sin saber porque reaccioné así. Ni de dónde saqué el valor. Dudo mucho que jamás en la vida pueda actuar igual y, al mismo tiempo, tengo la certeza de que cualquier otra opción hubiese sido peor y me hubiera mandado al hospital o al cementerio.

Lo que si se son las consecuencias que tuvo aquel episodio. Desde entonces hasta hoy ha habido dos constantes en mi vida.

Una es que no he dejado de militar con una perspectiva anarquista y un pie puesto, de un modo u otro, en el tema del antifascismo. Ahora en el aspecto educativo.

La otra es que, desde aquella noche, el miedo siempre me ha acompañado. En las manis, en los encontronazos con nazis, en los juzgados, en las caídas de compas durante los montajes policiales... pero, de momento, nunca me ha dominado.

Porque mientras seamos capaces de crear espacios colectivos horizontales, de no claudicar ante los valores individualistas y destructivos de un capitalismo enfermo, y poner un sólo grano de ternura, humor y solidaridad cuando nos lancen su miedo, no habrán ganado del todo.

Así que el próximo 19 de noviembre, cuando llegue la hora bruja y esté por empezar el día 20, dedicadme un pensamiento y, si podéis, tomaros un ron a mi salud que es mi 30 aniversario. Yo, por mi parte, estaré dándole las gracias al Churrero. No sólo por haberme perdonado la vida, también porque entre su gesto y mi terquedad me obligaron a seguir en la lucha y, con ello, me abrió la puerta para conoceros a la mayoría de vosotrxs.


miércoles, 18 de septiembre de 2019

Cuando no eramos soldados


En el año 2001 el gobierno de José María Aznar finiquitaba definitivamente el Servicio Militar Obligatorio. Se trató de una victoria de la izquierda militante y más en concreto del antimilitarismo que había logrado forzar el fin de una imposición, de un rito de paso si se quiere, que obligaba a que todos los hombres nacidos como tales pagásemos un tributo de tiempo en los cuarteles o, más delante, como esclavos de las ONG en una cosa que se llamó Prestación Social Sustitutoria.

Tras años de luchas, de juicios, de condenas, de penas de prisión para unos pocos, de cientos de ordenes de busca y captura y de hasta algunas muertes de compañeros insumisos, un movimiento difuso y desestructurado que desde un pequeño núcleo había contaminado al resto de la izquierda logrando que se llegase a la cifra de 10000 insumisos declarados,  logramos que el estado español diese su brazo a torcer.  Hasta tal punto había aceptado el ejercito su derrota en ese frente que las últimas tandas de insumisos, si no la liaban con manifiestos, presentaciones públicas y demás, tenían muchas posibilidades de no ser acusados de nada. Por una vez en la historia el ministerio de defensa español parecía estar dispuesto a vivir y dejar vivir.


Fieles a nuestra tradición, compartida con Aníbal de quien los historiadores romanos decían que sabía como lograr la victoria pero no como explotarla, no hicimos una reflexión de conjunto, seria y en profundidad, de como habíamos logrado ese éxito. Y nos lanzamos a las siguientes batallas con un voluntarismo carente de cabeza, sin meditar nada.

Al poco de anunciarse que se acababa "la mili" miles de españoles varones recibimos una carta en la que se nos informaba que el ejercito nos había pasado a la Reserva Activa. Es decir, que aunque no había SMO, durante dos años, seguía disponiendo de nuestras vidas. Esa carta se la enviaron, a su estilo, incluso a los insumisos. A todos. A los que habían sido juzgados, a los que habían ido a la cárcel, y hasta los que habían sido insumisos cuarteleros. En plena borrachera  triunfalista no se le dio casi importancia al hecho y solo los grupos específicamente antimilitaristas hicieron algo al respecto.

Yo, por mi parte, emocionado e impelido por el interés que tan magna institución había demostrado en mi persona después de que yo dejase de pedirles prorrogas, si no recuerdo mal, tres años antes con la esperanza de poder decir que intenté ser insumiso pero que el curso de la historia me lo había impedido (lo que viene siendo un nadar y guardar la ropa, haciendo las cuentas de la vieja, para subirme al caballo ganador con todo el bacalao ya vendido) decidí contestarles con mi propia carta. Era lo mínimo que podía hacer.

 En aquel momento algunas compañeras y compañeros del Molotov, nuestro periódico de la época,  me pidieron publicarla. Lo hubiese hecho de no ser por que en el original hacía referencia a un hecho sucedido en el seno de mi familia y que a mi padre, cuando leyó la carta, le resultó muy doloroso. El verlo ahí, en tono de mofa.

Hoy, dieciocho años después de haberla escrito, he decidido publicarla aquí,  para que lo leáis los y las colegas, modificando simplemente el párrafo de la discordia. Yo, en su día, me divertí escribiéndola. Está viejita y aún así espero que os arranque una sonrisa.



    A la atención del oficial responsable de la oficina:

Habiendo recibido hace apenas una semana la notificación de que he sido “pasado” a la reserva y que por ello debo notificar, si ocurriere, “cualquier cambio de residencia o domicilio” a la par que la magnánima noticia de que a pesar de todo sigo adscrito a las leyes civiles les informo de lo siguiente:
1º-Me niego a ser pasado a ninguna reserva sin que se me consulte antes aunque este “pase” vaya acompañado de  la promesa de que en la reserva tenga la posibilidad de catar los mejores caldos de la tierra.
2º-Considero que no tengo porque informar a nadie con quien no tengo relación de amistad alguna si me cambio o no de domicilio. Máxime cuando no lo hice siquiera en los tiempos en que la amenaza del servicio militar obligatorio pendía sobre mi cabeza como la espada de Damocles (no se ofendan, esta ultima expresión no es ningún insulto). Es mas, les reto a que me encuentren y les doy unas pistas, estoy pensando en huir a Laos como hiciera el insigne exdirector de la benemérita  Luis Roldan o bien mudarme a la Tierra de fuego y abrir una granja de Chamacos para comerciar con su carne y su piel. Si finalmente me encuentran me habrán demostrado al menos un mínimo de interés por mi y a quien  me capture le regalaré un bonometro y un kebab.
3º-Residencia y domicilio son prácticamente la misma cosa así que nombrarlas de seguido en el contexto de la epístola que me han enviado es cometer una redundancia por lo que les recomiendo un libro de estilo.
4º-Desde mi mas tierna infancia he sido considerado por familiares, vecinos y amigos como un cobarde irredento incapaz siquiera de hacer frente a problemas tales como dormir con la luz apagada, ir solo por las noches al cuarto de baño o asumir que tras el ridículo espantoso del día del centenario pueda ser que  el Madrid tampoco gane la liga y la Copa de Europa.
5º-Los hermanos Marx eran cinco  aunque uno de ellos nunca salió en las películas( por cierto, estos hermanos ni son comunistas ni tienen nada que ver con ese pesado de las barbas que se estudia en COU)
6º-Dentro de mi familia existe una larga tradición de errores a la hora de apuntar que terminaron con la muerte de oficiales del “mismo bando” siendo un hecho conocido que un primo segundo de un tío de mi abuela confundió a un general de división con una codorniz y solo se dio cuenta de su error cuando lo sirvió en la mesa, pero supongo que no importa porque fue a finales del siglo XVIII. Así pues seria una pena que mi mala puntería pudiera tener como resultado un desagradable accidente que nadie desea.
    7º-Teniendo en cuenta que soy un hombre irresistible y que además soy un poco Gay(maricón, pa entendernos) corremos el riesgo de que en poco  tiempo contamine a toda la susodicha reserva y supongo que a los varoniles jefes de su estado mayor esto no les guste, por lo que estoy dispuesto a hacer este enorme sacrificio a favor de la defensa de este país, ¿o se llamaba España!!!?. No lo se, al grano.
    Teniendo en cuenta todas estas cuestiones y otras que me reservo para mi considero finiquitada nuestra breve pero intensa relación en este mismo instante.
    Atentamente mío, XXXXXXXXX

        Fdo:


    Recomendaciones finales:
Si realmente desean hacer agradable el ejercito deberían  dejar de dar esas horribles galletas Maria que suelen estar revenidas y cambiarlas como mínimo por las del Príncipe de Bequelar, cambiarle el nombre al generalísimo Franco( el hospital, no al muerto)por Mónica Naranjo o algo así modernillo y con gancho.
    Se me ocurren cientos de ideas para recuperar la imagen de su glorioso ejercito(ese que desde Rocroi solo gano batallas a moros y obreros) pero dudo que sus democráticos mandos estén por acciones de disculpa tales como retirarles las Laureadas de San Fernando a los generales Yagúe, Quipo, Moscardó...

    Con muchas mas cosas que decirle, pero sin tiempo ni ganas de hacerlo se despide un siempre civil y civilizado ciudadano. Un saludo.










domingo, 25 de agosto de 2019

Primera despedida

Pienso que soy un tipo con suerte, la verdad. O al menos que lo he sido en lo que al punto de partida se refiere. En un mundo como el nuestro nacer blanco, hetero y de una familia con una base económica suficiente y cultural, diría, que por encima de la media es un lujo. Así, para empezar, salí bastante bien parado en lo que a la lotería de los privilegios se refiere. Muy bien surtido en lo material. Digamos que no me tocó el gordo de Navidad, pero casi.

        En temas de salud no tengo tampoco queja. Pequeños defectillos subsanables, y subsanados, y cosas que pudiendo haber sido problemas gordos no llegaron a más. Casi todas, de hecho, por lo mismo que comentaba antes. Donde, como, cuando y de quién nací.

        Como no se puede tener todo en esta vida a mi me tocó la parte más jodida en eso de los afectos. Otro día, quizá, me extienda en mis padres y su fundamental papel protagonista en este asunto, en lo torpes que fueron. Uno sin querer y la otra sin importarle un pimiento.
Hoy no toca ese agradable tema.

        Pero seguí siendo un tipo con suerte. La vida me dio un comodín en forma de abuela materna.

        Cuando yo nací, allá por el año 1977, ella acababa de ser operada a vida o muerte y había salido con éxito de su intervención. Yo venía al mundo y ella se reenganchaba a el. Eso generó el primer vínculo.

        Aquella casa suya era, en los años setenta, una casa de locos. Quizá a una viuda con cinco hijas, dos de ellas adolescentes, y cuatro aún en casa, que tiene que ir a trabajar como maestra todos los días hasta Fuenlabrada, en un Madrid sin la red de transporte público de hoy, y un padre nonagenario que, tozudo y cascarrabias, requería más cuidados de los que se dejaba profesar, lo que menos bien le venía era que le metiesen en plantilla a un mocoso recién nacido, pero me recibió como si hubiese sido un regalo. Nunca sabremos cuando eran, pero en los ratos que le dejábamos de  tranquilidad, aprovechó para sacar su segunda carrera. Geografía e Historia.
       
        En la tribu aquella, para cargarme, colaboraban todas. Mis tías, mi tío, mi bisabuelo y Eusebia,la mujer interna que mi abuela había contratado para hacerse cargo de la casa cuando ella, recién parida, enviudó y tuvo que salir a trabajar. Decidió ser autónoma y no volver a depender de ningún hombre. Era 1962.

         El tiempo del que iba disponiendo con la muerte de su padre y la madurez de sus hijas me lo dedicaba a mi o lo compartía conmigo. Me  llevaba con ella a Vitruvio, al banco y los sábados que no teníamos que realizar gestiones se sentaba conmigo en la cama y me iba explicando los pasajes de la Biblia, una edición plagada de bellas ilustraciones.  Tras la muerte de mi bisabuelo Manuel y el divorcio de mis padres comenzamos a pasar todos los veranos juntos. Nos íbamos a Ayamonte, con su hermana Natin y mi tío abuelo Tomás, y la otra gran tribu compuesta por sus diez sobrinos, novias y amigos. Yo era el pequeño y aquello era el paraíso.

        En algún momento compró, para mi, una historia de España en 10 tomos, totalmente ilustrada en formato cómic, que no solo hizo que dejara de lado las sagradas escrituras sino que asentó en mi uno de los pilares de mi pasión por la historia. Estuve años leyéndola una y otra vez. El otro pilar de mi vocación lo asentaron ella y su prole en las eternas discusiones familiares sobre ese tema. En nuestra familia la tradición oral es muy importante. Y ella un pozo de sabiduría y memoria.
     
        Pasaron aquellos años de mi infancia, mal criado hasta el infinito, en mi condición de hijo y nieto único, hasta que más cerca de los once que de los diez años nació mi prima Julia. Sentí celos, claro, pero una vez más fui afortunado. No solo porque mi abuela se mostraba capaz de ejercer el don de la ubicuidad. Es que además no llegó la competencia hasta el momento en que fue, casi, un relevo ante mi inminente adolescencia.

        Mi salida al mundo fue dejando a mi abuela entretenida con las que venían detrás que, ahora si, llegaron mucho más seguidas. Ya antes de jubilarse se recorría Madrid para, en la medida de sus fuerzas, darle a sus otras hijas y sus nuevas nietas el cariño y la atención que yo me había llevado en exclusiva y que ellas también se merecían. Después del retiro solo esa fue su dedicación a tiempo casi completo.

        La relación cambió. El vínculo se fortalecía. Me fui a estudiar a la Universidad de Alicante un curso que acabaron siendo tres y durante esos años nunca dejó de estar pendiente de mi. Me mandaba giros postales y me insistía una y otra vez, como cuando me perseguía por la playa con los libros de naturales y matemáticas, en que estudiase y acabara la carrera.

        En aquellos años en que la estética era tan importante en la militancia siempre tuvo la puerta abierta a mis amigos y amigas ya fuese para comer, merendar o incluso dormir. Por muy estrambóticas que le resultasen sus pintas y opiniones. Recuerdo dos casos en concreto.

        En el primero, era el año 1996, vinieron tres compañeros del SHARP de Alicante a la manifestación del 20N. Me los llevé a ver a mi abuela. Iñaki, Senín y “el Cuca”. Uno de ellos cuya identidad respetaré defendió tenazmente los puntos de vista del MLNV, además de beberse casi entera una botella de anís que había perdida en un armario. Mi abuela, que se definía como católica y de derechas, debatió con nosotros toda la tarde, desde el respeto y sin tratar de imponer nada. Mucho decir en este país y, para quién recuerde, en esos años.  No era ni miedo, el amigo podía resultar agresivo en las formas, ni hipocresía. Cuando hablamos del tema, en mi siguiente visita, solo me dijo que le preocupaba ese muchacho. Que era inteligente y de buen corazón pero que le parecía que llevaba mucho dolor y odio a cuestas.

        En el segundo, también por esas fechas, en una de mis escapadas a Madrid desde Alicante, me encontré con Iñaki, el mismo Iñaki de antes, en La Guindalera durante un concierto de Inadaptats. No habíamos quedado ni nada. Yo ni sabía que el también había venido a Madrid ese fin de semana. Estaba solo y perdido porque no sabía regresar a la casa de los familiares donde se alojaba y red skin como era, en territorio desconocido, prefería no jugársela. Eran las once de la noche. Llame a mi abuela desde una cabina y accedió a darnos posada sin dudarlo.

       
        Cada vez que incrédula me preguntaba de donde me venían a mi las ideas anarquistas yo le contestaba que fue ella quien me enseñó que donde comen siete comen nueve, que nadie debería dormir en la calle contra su voluntad y que el respeto al prójimo vale más que el dinero. Que somos lo que hacemos y no lo que decimos. Que mientras no nos ponga en riesgo evidente, ayudar es un deber.
   
        Este verano nos hemos visto bastante. He pasado a verla una tarde si y otra no durante la primeros veinte días de agosto. En mi última visita me pidió, sin decirlo, que comenzase a leerle la “Historia del Anarcosindicalismo español”, de Juan Gómez Casas. Lo había leído hace años, cuando lo reedito La Malatesta, pero no lo recordaba. Le preocupaba la perdida de memoria.

        Le leí, en parte por vanidad, el prólogo de Concha Serrano. Discutimos un rato después. Nunca ha terminado de entender como, criados por ella, tan católica, tan de orden, tan de buena familia, han podido salir tres (quizá seamos dos, quizá seamos seis o quizá ninguno) anarquistas en la familia.

        Desde que cumplió los noventa pegó un bajón. Muchas veces me he ido de su casa triste y con la sensación de que se nos acababa el tiempo juntos. Viendo como la artrosis y la artritis le deformaban las manos y las rodillas. Como se le hinchaban las piernas hasta que parecían reventar. Intuyendo unos dolores no reclamados. Hace unos días necesitó cinco minutos de reloj para levantarse del sillón y no pidió que la ayudase. Después me dijo “No puedo permitirme que me ayudéis, el día que os lo pida me quedaré en la silla de ruedas para siempre”. 

        Un amigo la entrevistó un par de veces para su tesis y yo la he grabado a escondidas un par más, pero me parecía feo hacerlo. Y cuando la grababa desde la legalidad cambiaba el tono y no parecía ella. Tuve que esperar a la entrevista de Fernando para que reconociese que aquel miliciano con pañuelo rojinegro que visitaba la casa de la familia en el barrio de Salamanca, que resultaron ser dos, iban aseados y disfrutaban de la lectura. Que eran educados y respetuosos. Y que fueron fusilados por los franquistas, pese haber salvado la vida a varios miembros de nuestra familia y que todo el mundo testificó a su favor.

        El viernes, una hora y media después de que colgase en mi muro de fb una canción de Joan Baez, me llamó mi tía Lilí para decirme que acababas de morir. En tu cama. De manera rápida y con mi tía Mamen y ella a tu lado. A los noventa y tres años. En la misma casa en que falleció tu amado marido.

        Te has ido como viviste. Antes de dejar de ser independiente. Antes de perder la cabeza. Te daba terror tener que usar pañales y ser una carga, a mi que tuvieses un accidente en tu escacharrada cocina estando sola. A los dos nos ha sonreído el destino.

        Te marchaste sin darme tiempo a que te llevara, para hacerte rabiar, la noticia del cura toledano de la CNT  durante la guerra civil. Y contigo se van nuestras charlas sobre esa guerra. Sobre el hambre y la esperanza. Sobre la huida, arruinados, de Marruecos con tres hijos pequeños y en plena descolonización. Tu visión de la transición, en la que te aburriste de hacer huelgas que no apoyabas porque te parecía fatal beneficiarte de las conquistas de las luchas ajenas y tu odio a Tierno Galván por incitar a una juventud desorientada al uso de las drogas.

        No coincidiremos más, en una discusión, sobre lo trágico que es que nadie en este país apueste por una educación pública, tu pasión, como base de futuro. Ni me contarás cosas que aún no sabía de ti, como el otro día, cuando me explicabas como te negaste en el Ciudad de Jaén a que se dejase fuera de las actividades a tus alumnos solo por que eran repetidores y bullangueros y los demás profesores no los querían ver ni en pintura del miedo que les tenían.

        O la historia del ruso. O la del atraco. O la del Istiqlal. O tantas otras que casi parecen sacadas de un guión estilo Big Fish y que hicieron que a veces te trataran de exagerada o no te tomasen en serio. 

        Podría estar hablado de ella horas, y volveré a hacerlo, pero de momento lo dejo en que desde este viernes pasado el 23 de agosto ya no será para mi el aniversario del asesinato de Sacco y Vanzetti, sino el de la muerte apacible mi abuela Lydia.

        En este momento desearía que tu tuvieses razón y yo esté equivocado y podamos algún día abrazarnos de nuevo en el otro lado.

        Solo lamento no haber sido un poco menos respetuoso y no haberte grabado más, por supuesto, a escondidas.