miércoles, 30 de octubre de 2019

martes, 22 de octubre de 2019

No entiendo nada


No entiendo nada. Como lo digo. Empecé a militar poco antes de cumplir los dieciséis años, a interesarme por la política a los trece, y por primera vez en muchos años, mirando lo que está pasando, no entiendo nada.

Es cierto que hace años que mi activismo es de segunda linea, en cosas de esas que al militante morcillo de la izquierda le parecen nimiedades, y que no leo tanto la actualidad política, por pura salud mental, como lo hacía antes. Y no entiendo nada.

Cuando veo la situación en Cataluña y sus irradiaciones al resto de España, las actitudes de los partidos políticos, de los presidentes y de los diputados, todo me resulta muy raro.

La primera conclusión a la que he llegado es que como ciudadano de a pie que soy me falta información. Mucha información. Y es muy difícil entender un proceso, ya sea químico, matemático o social, cuando nos falta información. El mismo Clausewitz hablaba de como en una guerra la falta de información es como grandes masas de niebla que impiden la visión del campo de batalla y que pueden ocultar sorpresas desagradables y muy peligrosas.

Lo preocupante en realidad no es que a mi, un don nadie entre millones de epsilones más, me falte información. Lo alarmante es que, en lineas generales, debido a las características propias de la izquierda escuálida que tenemos esa falta de información veraz, de primera mano, robada al enemigo desde dentro por trabajadores afines que nos la hacen llegar, esa ignorancia, parece ser un  mal común. Quizá el único común que nos permiten.

No se a vosotras, pero a mi, ésta falta de información y esta situación de descontrol, tan de la doctrina del shock me da miedo. Temo, siguiendo el principio de la navaja de Ockham,  que estemos en manos de unos señores que solo son capaces de medirse sus aparatos urinarios y, en su afán de llevarse el gato al agua y no dejar los sillones de cuero público aún,  estiren la cuerda hasta que esta quede teñida de la sangre del pueblo. En lo mortal, para los quisquillosos, porque es cierto que la sangre ya está manchándolo todo.


El problema con el miedo, además, es que cuando nos domina nos lleva con demasiada rapidez a conclusiones tan fáciles como erróneas. A posicionamientos en los que los débiles de la contienda acaban siendo considerados los autores de sus desdichas. Inmigrantes, desahuciados, manifestantes. El mismo miedo que nos inmoviliza, quien sabe si también la culpa, nos hacen señalar con el dedo.

Ya dije que soy uno más. No estoy entre los elegidos a cambiar la historia de España y me se un no mejor preparado de la historia de este país. Por eso, cuando tengo miedo, como todos los mortales,  busco lo que me da seguridad. Lo que me ayuda a respirar mejor y repensar las cosas. Para unos es la fe religiosa, para otras lo son los trapos de colores, hay quien se va al fútbol. Yo tengo formación de historiador y memoria. Una memoria tramposa, como todas, pero es la mía y me ayuda mucho.

Así que he empezado a ampliar el foco. A mirar hacia atrás, a ver si consigo entender algo. Y de paso, por hacer caso a Clausewitz, despejar alguno de los bancos de niebla que tenemos por delante.

He elegido una fecha, hace once años. El fin de la orgía financiera. Cuando los dueños del garito nos pasaron la factura de la fiesta. A los del norte me refiero. No hay que olvidar nunca que mientras nos creíamos invitados a su sarao las camareras, los aparcacoches, las limpiadoras, y todos los que hacían posible nuestro desmadre eran los pobres de otros mundos en este mal herido planeta.

En esos días de pánico nos informaron de lo que tenían decidido. Puede que desde hace décadas. Básicamente que se había acabado la fiesta y que iban a terminar de rebañar el hueso del jamón. La sanidad, la educación y esas tontunas a las que nos habíamos acostumbrado.  Aquí, claro,  en la mayor parte del mundo, incluidos los EEUU, esos derechos eran tan reales como los unicornios y las primarias transparentes.

Dicen los que dicen saber que de los ecos de las revueltas de nuestros primos, al otro lado del mediterráneo, de esa inspiración no reconocida, o fruto de una mente colmena surgió el 15M. Esa revuelta del hambre post contemporánea, pacífica, e ingenua. No me extenderé. La vi de lejos. Ese mismo verano, el 23 de agosto, como el que se va al cine, reformaron la constitución.

Luego, poco después de la pleamar, cuando la marea comienza a retirarse, se dieron sucesos que ya entonces valoré (tendréis que creerme porque no dejé nada escrito) como relacionados y con sentido a medio plazo.

Uno, el nacimiento de Podemos, destinado a encauzar de manera presentable y ordenada las rabias populares. A estimular la delegación. A que sea ilusión y sueño lo que podría haber sido auto organización de base. Lucha, conquistas, derrotas y aprendizajes.

 El otro, el cambio de monarca. En un momento tranquilo, sin grandes vaivenes. En esa calma chicha que hay después de la tormenta y antes de una peor. Tenía sentido entonces y lo va teniendo más ahora. Un cambio con tiempo para foguearse antes del siguiente arreón. Para que el trono pillase la forma de su regio culo y se hiciesen menos incomodas las inevitables turbulencias.

Al mismo tiempo, mientras ETA acepta su derrota y comienza una lenta marcha de seis años hacia su disolución, dejando al estado español sin enemigo interno y con un país vasco exhausto de luchas sociales, llegamos al primer momento en décadas en que en nuestro país no hay nada que enmascare la realidad. No hay, por fin,explosiones que silencien el resto de verdades. Pobreza energética, pobreza cultural, pobreza sanitaria, pobreza habitacional, pobreza medio ambiental, violencia machista.... y riqueza. Mucha riqueza. Cada vez más concentrada. Cada vez más distanciada de quien la genera. Riqueza atesorada a golpe de muertos. En el estrecho, más allá del mar, y en los puestos de trabajo. 

Pero una sombra se estaba despertando en el este. Cataluña, la comunidad donde más recortes se habían hecho. Cataluña, cuya burguesía había sido puntal fundamental de gobiernos durante todo el periodo desde la muerte de Franco hasta nuestros días. Cataluña, donde más potente y atrevidas  fueron las movilizaciones nacidas en las plazas, vivió el comienzo de una mutación extraña.

Artur Más, heredero político de Jordi Pujol, maestro de ceremonias de una derecha católica, pacata y extremadamente conservadora, se salta la tradición un once de septiembre para convertirse, de la noche a la mañana, en el campeón del independentismo y empuja el guijarro que comienza el alud que estamos viviendo.

El resto es la escalada absurda e incomprensible. Desde las élites, no desde el pueblo.

Hombres que se conocen y trapichean pactos desde hace años de repente se retiran la palabra como niños chicos. El resto son espirales. Unas son públicas, recortes de libertades, aumento del sentimiento independentista, represión. Y otras silenciadas, más pobreza, más muertes y menos derechos laborales.

Tiempos interesantes en que vivimos la primera moción de censura con éxito en cuarenta años. Cambio de gobierno, pero no de presupuestos,  los del PP  y, como si fuesen de la mano, todas sus políticas. La ley mordaza, las leyes destinadas a beneficiar al sector de la construcción, la nula responsabilidad ecológica, la ínfima mejora en investigación, el mantenimiento de las reformas laborales del PP, el desinterés por parar el feminicidio.... y en forma de propina, porque parte del stablishment lo permite, una subida del salario mínimo interprofesional que sabe a poco después de años de perdida de poder adquisitivo.

Y llega la locura. Ésta no fue, que va, el que dejásemos de ser ese simpático país Mediterráneo donde la “extrema derecha” no tenía cabida en el parlamento estrenándonos en  ello con más de dos millones y medio de votos para la escisión medieval del Partido Popular.

La locura ha sido que, después de una campaña inspirada en el concepto de Frente Popular, los partidos presuntamente anti fascistas han optado por no formar gobierno. De la manera más absurda. Rechazando cada uno lo que, a priori, más le convenía. Los unos apoyar sin entrar en un gobierno, jugar a ser la oposición de izquierdas en tiempos de crisis. Los otros dar tres ministerios vacíos, explotar los éxitos, endosar los fracasos.

Y todo esto en vísperas de la sentencia más esperada de la década y de una nueva ola de reajuste del capital, llamadas crisis de cara al pueblo, que puede que haga que la anterior parezca un tinto de verano. Yo podía permitirme olvidar ese detalle, ellos no. Lo dicho, no entiendo nada.


Si me quedo en lo electoral  e inmediato solo me cabe pensar que la que están liando con Cataluña, los hombres de estado no el pueblo cuyos procesos van por otro lado, es para justificar un gobierno de “unidad nacional” PP-PSOE o regalarle el gobierno si salen las cuentas a los herederos orgullosos de Franco.

Si lo miro en retrospectiva, desde hace once años, y lo comparo con la transición de 1978 es aún más sórdido.

En esta segunda transición alguien ha decidido que los catalanes sean los nuevos vascos. Que sean el enemigo interior. Los acaparadores de portadas. La excusa para llenar informativos de bilis y rabia en lugar de seguir hablando de muerte, pobreza y riqueza acumulada por los de siempre. En esta segunda transición parece que casi todos han decidido aceptar sus papeles en el remake del dejarlo todo como está. Solo quedá saber que golpe de efecto preparan para legitimar a un rey, como todo y como todos, envejeciendo a pasos agigantados. Aunque supongo que esto ya lo habrá dicho mucha más gente antes que yo.

No entiendo nada. Y además no se como va a acabar esto y, como os confesé antes, tengo miedo.

Tengo miedo porque nos falta mucha información. Y tengo miedo porque nos faltan también formación y organización.  Hace tiempo, demasiado, que estamos a la defensiva y sin programa. Y ellos, los poderosos, trabajan a décadas vista.

Una vez más nos llevan a esa situación donde la urgencia nos impide ver lo importante.
Lo urgente es que cese la represión. En Cataluña, si, contra los centenares de miles de ciudadanos que solo piden poder reformar el modelo político. Pero también en el resto del país donde piquetes, migrantes, ecologistas,  feministas y cualquiera que levante la voz  es encarcelada a la sombra de los focos del “trendigntopic” o, como mínimo, sepultada bajo toneladas de paralizadoras demandas.

Lo importante, por su parte, consiste en saber que alternativas vamos a dar a lo que hay. Que podemos ofrecer que no sea una España de gomina, montería, y progres de procesión o una Cataluña independiente que se convierta, como tantos otros pequeños estados, en una herramienta tremendamente eficaz de represión al pueblo y absolutamente inoperante en lo económico e internacional. Incluso con “gobiernos populares”.

Recuperar el federalismo ibérico como idea. Tratar de actualizarla y comenzar a pensarnos como una unión de pueblos desde abajo antes que como un conjunto de instituciones inhumanas desde arriba. Si, esa el la estrategia. La hoja de ruta. Pero todo gran viaje comienza con un pequeño paso y ese debe ser el siguiente objetivo.

Una hermandad de clase y de culturas que pasa sin excusa por la unión entre individuos, entre personas.
Necesitamos crear vínculos que nos quiten el miedo. Desde la confianza. En la pareja, en el trabajo, en el barrio. Lugares de resistencia que perduren a los momentos de represión. Necesitamos más abrazos, más mirarnos a los ojos y más ternura. Necesitamos construir, en palabras de Bauman, más solidez.

Lo importante, hoy, no es si España, Cataluña o la Federación Ibérica.Hoy se trata de tener más empatía y mucha calma. Ante todo mucha calma porque el camino es largo y peligroso.

lunes, 14 de octubre de 2019

Una noche más en la Guindalera



En este texto intento cambiar mi estilo habitual, por uno un poco más dinámico. No he quedado convencido, así que si habéis leído ya otras cosas mías os gradeceré comentarios. Ya sea aquí o, quienes me conoceis en persona, por otros medios.

El relato está basado en un par de sucesos que viví personalmente y que he condensado. He inventado alguna cosa, la perra memoria, depués de tantos años, ha inventado alguna más. El único nombre es ficticio y la historia de Davide, por desgracia, fue verdad. Aunque pueda estar algo distorsionada por los años. Si es así pido disculpas, nunca quise ofender.

Para este escrito recomiendo, sin dudarlo, hilo musical del disco "Humillación, tortura y muerte" de los Código Neurótico; El "Crítica Social", de los Inadaptats; o el "Rompe la norma" de los Tarzán que son grupos que se que vi allí  en directo. Y, por supuesto, cualquier cosa de los 37 Hostias....



La alarma había saltado un rato antes. Estábamos detrás de la barra principal, junto a la rampa de entrada, en un lugar que por la acústica del sótano y la distancia con el escenario hacía imposible disfrutar de la música o entender las letras. Eso último era algo que no me importaba demasiado en los conciertos de grindcore y mierdas de esas, pero hoy tocaban grupos que no escondían sus limitaciones detrás de estilos incompatibles con la vida y era una pena perdérselos.

El caso es que estábamos sirviendo minis de calimotxo y cerveza cuando una compañera del turno de puerta vino a avisarnos bastante nerviosa.

Dos personas del kolectivo se quedaron atendiendo la venta de bebidas y el resto, armados con los palos que había escondidos detrás del enorme cubo negro de basura fuimos a ayudar a los de la puerta. La misma compañera que nos había avisado,  que llevaba más tiempo en la coordinadora y conocía a más gente, se metió en la marabunta humana para localizar a grupos de compañeras que no estuviesen de turno para que nos ayudasen.

Mientras tanto nosotros llegamos al punto de control que teníamos en la puerta. La imagen daba un poco de miedo y yo reconozco que me cagué bastante. Detrás de la precaria puerta improvisada, poco más que una barricada móvil, con dos huecos a los lados para permitir la entrada y la salida sin estorbarse, había un par de compañeros de enseñanzas media, lívidos, ante lo que se les había venido encima.

Al otro lado del parapeto, como a unos dos metros del mismo, una pequeña horda de unos treinta pies negros, la mayoría tíos, colapsaban la cuesta de cemento que separaba la salida a la calle del edificio okupado, del espacio, supuestamente un parking, que usábamos como sala de conciertos.

A muchos no nos gustaba demasiado la dinámica de ocio barato en la que estábamos cayendo últimamente que hacía que espacios como este pareciesen discotecas alternativas, más baratas, y sin criterios estéticos de acceso, aunque no por ello menos alienantes, pero la realidad mandaba. Y esta realidad era una falta de recursos económicos tremenda en un movimiento juvenil al que la imaginación que nos sobraba para diseñar camisetas y pegatinas no nos llegaba para inventar una financiación que no pasase por llamar a tres grupos de música para montar un concierto con el que pagar los carteles y los abogados. Uno de los cuales, por misterios de esos que en el futuro podría estudiar Iker Jiménez, solían ser los madrileños 37 hostias.

Entre la barrera de cartón piedra, que servía para poco más que apoyar la caja de la recaudación y la bebida de los que hacían turno, y la veintena de kostras que querían entrar sin pagar por la puta cara había un espacio casi vacío. En el se había plantado, sola, desarmada, una compañera de Enseñanzas Medias.  Inspiraba un tremendo respeto, con tono alto y firme pero sin gritar, explicando a esa panda de orcos con aspecto humano porque no iban a entrar sin pagar.

Dos años atrás, en noviembre, un acto en la Universidad Complutense sobre la guerra civil, de los que se preparaban para ir calentando el ambiente de cara a la mani del 20-N, algo así como la fiesta grande del antifascismo madrileño, había sido asaltada por un grupo de fascistas. La panda de matones pijos matriculados en derecho entraróen la sala al grito de Matías Montero presente y la cosa acabó a palo limpio. En seis meses saldría el juicio y si bien era cierto que nuestros abogados se enrollaban bastante con los precios también les gustaba comer de vez en cuando. Y había costas de las que no nos podíamos librar. Multas y fianzas.

El hechizo que mantenía a raya a los incursores se rompió cuando nos vieron llegar a media docena de nosotros armados con mástiles de hacha y algún bate de béisbol. La compi, a la que tan solo había visto una vez, se vino de un salto con nosotros  y tratamos de formar en una delgada línea a la espera de que nos llegasen refuerzos.

Cualquiera que nos viese desde fuera o por un agujero no entendería nada. Ambos bandos vestíamos igual, o casi. Pañuelos palestinos, botas militares, cadenas, crestas y pelos teñidos frente a frente. Para un profano era como pillar la peli a la mitad. La única concesión a la diferencia era la de Jimmy, un SHARP del colectivo de la sierra al que el marrón le había pillado cuando volvía de acompañar a su compañera al metro y se había escurrido en el barullo para ponerse en nuestro lado. Su bomber negra, sus botas relucientes y la plateada hebilla del cinturón con forma de pitbull contrastaban con el estudiado desaliño de los punkis de uno y otro lado.

El dramatismo alcanzó su grado máximo unos instantes después. Despabilados de su inacción y al ver que se iban reforzando los efectivos defensivos la chusma esa que parecía salida de El guerrero de la carretera empezó a empujarnos poco a poco y cuerpo a cuerpo. Midiéndonos. Sin hacer, aún, mucho aspavientos. Como corzos en celo. Empezaron los empujones y la barricada voló por los aires como lo que realmente era. Una humilde mesa de camping tapada con carteles de convocatorias futuras. Aquí y en las calles.

Fue entonces cuando me vino súbitamente a la memoria la historia de Davide. Miembro del Kasal de Valencia, un enorme caserón con un hermoso patio, sito frente a una casa de socorro de la Cruz Roja, en la calle Flora de Valencia. Durante un concierto, que clausuraba unas jornadas realizadas en la ciudad, y estando él haciendo el turno de puerta se acercaron varios punkis pies negros centro europeos bastante drogados. Ni tiempo le dieron a tratar de explicarles las normas del lugar, uno de ellos le apuñaló en el pecho. Los rumores dicen que llegó cadáver a las instalaciones sanitarias.

Eso fue lo que recordé cuando uno de nuestros visitantes sacó de repente una navaja automática del bolsillo de su chupa vaquera adornada con estrellas de mercedes.

Era la continuación de la escena anterior. Casi como una de esas actuaciones de Pimpinela en las que se iban sustituyendo para ocupar el centro del escenario, por turnos. Ahora la pista central era propiedad casi exclusiva de ese hijo bastardo nacido de Alex y Houmongous.

 Llevaba el pelo corto y rubio, desteñido. El cabrón, que se había maquillado la cara de blanco y el ojo de negro, para darle contraste como los personajes de cierta película de Kubrick, se había quedado solo amenazando con el bardeo a los que tenía delante y entre los que por suerte no estaba yo, un poco más alejado.

De nuevo, como en un embrujo, todos nos paralizamos a la espera de los acontecimientos. El más cercano a el era, según quien cuente lo sucedido, un colega de Tetuan o uno de Vallekas, que armado con un enorme garrote que no tengo ni idea de donde ha sacado, mantenía a raya al campeón de los mierdas estos, sujetando su arma frente a si. En un angulo de unos cuarenta y cinco grados.

El empate técnico se mantuvo por unos segundos hasta que por el lado de nuestro improvisado luchador de Kendo, desarmado, apareció un tipo al que yo no conocía.

No muy alto, con el pelo cortado normal, calzado deportivo del montón y con un palestino asomando por el cuello de su chupa de cuero como única concesión a las referencias estéticas de nuestro particular y elegido gueto, apartó suavemente a los nuestros como si la cosa no fuese con el y se plantó delante del paladín del Caos.

Cuando esté amenazó con apuñalarle el compañero, impasible, se limitó a sonreír y decirle algo mientras le hacía con la mano ese gesto de Bruce Lee invitando a acercarse.  Por mi posición no pude oírle pero después de un par de segundos más, y viendo que su ariete flaqueaba, los ánimos se fueron calmando entre los asaltantes y acabamos negociando que en lugar de las quinientas pelas de la entrada pagarían lo que pudieran y que se les devolvería la chatarra cuando se fuesen.

Cada uno pagó lo que quiso sacar del bolsillo y al resto nos  tocó improvisar turnos extra de seguridad para evitar que nos la líasen dentro del concierto. Dabuti vamos. Y todo para cruzarme con ellos cuando iba hacia el búho. Los hijos de puta estaban en un cajero. El del ojo pintado sacando pasta y otros tres metiéndose lonchas.

- ¿Y te perdiste  todo el concierto?

- Entre los turnos extras de seguridad y los que ya tenía de barra y puerta, pues si. Todo. Joder, con las ganas que tenía de escuchar a esos grupos.

- Bah, seguro que los 37 hostias tocaron la semana que siguiente, jajajajaja

- Pues ya no lo recuerdo, la verdad.

- Está bien, con ésta anecdota terminamos la entrevista. ¿quieres que ponga tu nombre en los agradecimientos cuando salga el libro? Lo digo porque...

- Si, ya. Tranqui. Ponlo si quieres. A fin de cuentas yo no me he presentado de candidato a nada....

jueves, 3 de octubre de 2019

La culpa es de los viejos




        El pasado día veinticinco de septiembre, a la sazón miércoles, me dispuse a apuntarme a clases de pilates en el centro cultural del barrio. Como, pese a mi ignorancia en asuntos burocráticos y plazos de inscripción, soy un hombre previsor me pegué un pequeño madrugón para sacar a Jack y llegar media hora antes de que abrieran el centro y así poder estar de los primeros.

        Cuando salía de mi casa, en el portal, fui interceptado por una vetusta señora que tiene por costumbre contarme sus desgracias mientras yo la escucho, le doy ánimos así como  consejos sin fundamento.

        En esta ocasión, y con la prisa que tenía, apenas me entretuve con su conversación y me fui, con un prurito de culpa, más rápido de lo habitual. Fue en vano.

        Cuando llegué a las inmediaciones del mismo, el centro cultural está a ciento ochenta metros justos de mi casa según Google Maps, me di cuenta de hasta que punto mi soberbia y auto suficiencia me habían jugado una mala pasada. Exactamente igual que al pobre Cayo Terencio Varrón aquella soleada mañana de agosto del año doscientos dieciséis antes de cristo.

        Una nutrida turba de caminantes de pelo blanco se agolpaba a las puertas del centro cultural como si fuese la mismísima Imsersnalia y dentro se agolparan elixires mágicos que pudiesen devolverles la juventud, el buen humor o incluso la vida. Esa que perdieron haciendo horas extras y viendo el “Un, dos, tres” cuando la Talbot aún parecía tener futuro en el mercado del automóvil.

        Comprendí al instante que ni habiendo llegado a las seis de la mañana hubiese sido el primero. A fin de cuentas el jubilado es una criatura de la aurora. Todos lo sabemos. Les hemos visto cuando volvemos de fiesta o vamos a trabajar, a primera hora de la mañana, en lugares inverosímiles esperando a ser los primeros.

        Panaderías, cajas de ahorros y paradas de autobús son sus lugares de caza favoritos.  Espacios donde acechan a sus presas, disimulando, como si la cosa no fuese con ellos hasta que alguien más joven, con prisa, despistado por el  estrés de sus quehaceres cotidianos y camino del trabajo o del colegio de los niños no repara en su presencia. Ya es demasiado tarde. Con su voz como de sirena nos atrapan y comienzan una retahíla de historias sin sentido que tienen como objetivo mantenernos a su lado todo el tiempo posible para absorbernos la esencia vital. Es su existencia la que ha inspirado figuras clásicas de la literatura como Drácula o más recientes, como los dementores de Harry Potter. Ellos son los verdaderos no muertos de nuestro mundo.

        Por un instante sopese la posibilidad de quedarme e intentarlo. Esperar mi turno y ver si la diosa fortuna recompensaba mi heroica actitud con una plaza aunque fuese en Tai-Chi o Corte y confección pero acepté que no luchaba contra una cola sino contra la eternidad. Además, iluso de mi, había cometido la torpeza de tener un compromiso a las once de la mañana, solo dos horas después de la apertura del centro.

        Abandoné el lugar compadeciendo a los pobres humanos menores de sesenta y cinco que había en esa burla geométrica que nadie se atrevería a llamar cola, rodeados y sin esperanza. Me pareció que uno me miraba, con unos ojos dominados por el pánico e implorando ayuda. Por desgracia no llevaba un rifle con el que cortar de cuajo su sufrimiento. Así que salí corriendo del lugar sin mirar atrás y pidiéndoles disculpas desde lo más profundo de mi corazón por abandonarles en su sufrimiento.

        Mientras huía del lugar y le daba gracias a la vida por esta segunda oportunidad no pude dejar de pensar en la horda gris.  En su enorme poder. En el terror que genera y en como nos tiene controlados.

        Es evidente que se trata del más poderoso y mejor organizado de los lobbys a escala mundial. A la vista de todos y, a la vez, discreto. Un poder en la sombra que ha hecho suya esa afirmación de San Agustín de que el mayor éxito del diablo fue hacer creer al mundo que no existía.

        No solo están por todas partes, donde quiera que mires, además están perfectamente organizados, como muestra el hecho de que me hiciesen perder tiempo ya desde mi portal con un encuentro sospechosamente casual. Es evidente que existe la posibilidad de que nos encontremos ante un enjambre global con mente colmena.

        Se que los defensores de la llamada tercera edad lo hacen de buena fe. Nos comentan que no entendemos a los ancianos, que no tenemos en cuenta que sus valores culturales son diferentes y que mañana cualquiera podríamos ser uno de ellos.

        Son argumentos que suenan humanos y razonables. Pero la lógica y la ciencia nos demuestran otra cosa.

        El anciano no hace nada por desinterés. Lo hace a cambio de un asiento en el metro, un descuento o por inocular en nuestra conciencia sentimientos de culpa futura. Esa es, sin duda alguna, la razón por la que cuidan de sus nietos y les colman de regalos. Para manipularlos y ponerles en contra de sus padres. Así como para que les compadezcamos y acabemos aceptando sus caprichos por perniciosos que sean. Un claro ejemplo reciente sería la actitud de Iñigo Errejón que, coaccionado por su bondadosa pero errónea actitud hacía los nosferatus, se puso del lado de Manuela. Rompiendo con el hombre que le amaba como a un hermano. Si pueden quebrar a un hombre de estado forjado para salvar este país, que no podrán con el resto.

        Además, estos fósiles humanos, han ido infiltrándose en los centros de poder. Catedráticos eméritos, banqueros y hasta la jerarquía de la iglesia está en sus manos. Lejos quedan esos tiempos gloriosos en que los inuit abrían la puerta de su iglú cuando a un carcamal se le caía el último diente para que la naturaleza siguiese su curso.

        Infectados por el buenismo cristiano hemos permitido que estas gentes proliferen en nuestro mundo y colapsen nuestros limitados recursos. Centros de salud, culturales, farmacias, museos, hoteles, cruceros, estadios, bibliotecas, playas, transportes, universidades... Y se siguen expandiendo. Hasta el retraso en la edad de jubilación es una muestra clara de como estos pre finados quieren seguir parasitando nuestra sociedad. Y robarnos nuestras formas de vida. Insaciables ante todas las concesiones que ya les hemos hecho.
       
        La izquierda, la gente concienciada, más que nadie,  debemos alertar del drama que ya estamos viviendo. Sin olvidar que los viejos de hoy son los que permitieron que en este país triunfaran el régimen del 78, las hombreras y Mocedades. Los que envenenaron nuestros cuerpos con el Tang y el Redoxón de naranja y nuestras almas con Verano Azul. Serie en la que dos generaciones de españoles bailaban al son de los deseos de un abuelo sin familia llamado Chanquete. Nos lo venden como una época dorada por que su estrategia es colapsar el presente a base de atormentarnos hablando del pasado para que nunca construyamos nuestro futuro.

        No podemos cerrar los ojos por más tiempo ante esta realidad que nos lleva al abismo. No es una cuestión de redistribución de riqueza. Nuestro mundo no puede soportar tanta decrepitud O nos sacudimos el yugo de los viejos ya o no lo haremos nunca. Ha llegado el momento de que les devolvamos a las criptas de las que provienen para que la historia les juzgue.