sábado, 17 de junio de 2023

Cerrando el circulo (y III) Y ahora ¿Qué hacemos?

Ahí va la quizá excesiva tercera entrega. Me ha costado y creo que se va a notar. Quizás abarco demasiado y debería haber hecho caso a quién me recomendó partirla en dos pero no quería alargar esto más. Ya me contareis.

Quiero agradecer a todos y todas las que en el propio blog, por guasap, por teléfono y en persona me habéis hecho críticas tanto positivas como de mejora a los dos textos anteriores. No paréis. 


 

 

Si bien no estamos en abril, no me paga el interrail el gobierno alemán y espero, sinceramente, no morir de sífilis vamos a seguir, mi ego y yo, hablando de este ciclo que se cierra a ver si podemos ayudar en como afrontar el futuro, no solo inmediato, sino también a medio plazo. Nada nuevo, pero nada malo tampoco. Algo con lo que debatir o al menos teneros entretenidos.


Menos de diez años después de haber nacido para comerse el mundo las alternativas electoralistas han mordido el polvo y han dejado tras de si un paisaje de tierra quemada regado de cadáveres políticos. Una parte bastante importante de la militancia político social de nuestro país vive angustiada por el irrefrenable avance del fascismo, el cambio climático, la extinción masiva y, muy probablemente, por la perdida de subvenciones públicas que dejarán de abonar algunos jardines cercanos  para ir a prados más azules, así como por la desmovilización popular. Casi, casi dan ganas de citar a Maquiavelo y decir aquello del caos, las estrellas y demás pero no  es el momento.

Esta sombra tiene tres causas principales. La inmediata, no cabe duda, es el triunfo de los partidos de la derecha sin complejos. El segundo, muy importante, es fruto de un esfuerzo estratégico por parte del sistema que dedica miles de millones de propaganda a hacer ver que este sórdido mundo es el único posible. En el caso de España, en los últimos meses, se han encargado de silenciar, entre otras, las huelgas francesas, no fuese que se nos pegase algo. Y, siempre, han lanzado paladas de mierda o silencio sobre nuestras nada desdeñables luchas locales. Solo informan de nuestras cagadas y derrotas. Normal.

La tercera pata del banco viene de nuestras propias filas. Cuando comenzaron las campañas electorales de la llamada nueva política una parte importante del discurso era el componente milenarísta. Era ahora o nunca.

Este discurso, uno de los problemas que tiene, es que cuando no se gana lo que queda es el miedo y la sensación de la derrota. Como derrotado pareció ya Pablo Iglesias Turrión el día que, asumido que no habría sorpasso, dijo que se había pasado de la guerra relámpago, aunque el pedante lo dijo en alemán, a la guerra de posiciones. Eso, en la  terminología militar con los símiles que le gustaba usar era aceptar que ya no ganaría nunca. Y como derrotado se mostraba Pablo Carmona que, la semana siguiente a tomar su acta de concejal en el ayuntamiento más grande de España, firmaba un artículo de prensa junto a Emmanuel Rodríguez y Almudena Sánchez en el que pedían paciencia a sus bases y comprensión ante las limitaciones de trabajo dentro de las instituciones municipales y su techo de cristal. Las mismas limitaciones que negaban hasta solo diez días antes cuando afirmaban, recorriendo para ello todos los barrios de Madrid y otros muchos del país, que iban a reventar el mundo desde el palacio de telecomunicaciones o dimitir. Ya sabemos lo que pasó y es lógico que, quienes confiaron en ellos, estén de capa caída.

Igual que la romantización en nuestras relaciones afectivas nos lleva con facilidad a expectativas inalcanzables y a aguantar situaciones inaceptables, esperando que nuestras buenas acciones conviertan en lo que queremos a personas que no lo son, generando mucho sufrimiento y estancando aspectos de nuestra vida, una gran parte de la militancia tendemos a idealizar en exceso las luchas sociales y sus devenires. Tanto las pasadas como las presentes.

En lugar de esperar un príncipe, o princesa, azul esperamos a un líder o a una organización mágica e impoluta que nos lleve al paraíso socialista. Hijos de un sistema que promete la satisfacción inmediata de nuestros caprichos y deseos, nos frustramos si después de haber ido a tres manifestaciones no cambian las cosas. Esperamos que una huelga de un día haga temblar al patrón. Queremos que nos den siempre la razón en la asamblea.

Pero los procesos sociales son un eco sistema, como los bosques, e igual que un bosque quemado no crece de nuevo en dos años, un movimiento social en una sociedad anestesiada por décadas de pensamiento simple, consumismo y conformismo, nuestras ideas y prácticas no van a impregnar a toda la sociedad de una sola tacada. Sin ir más lejos, desde que Fanelli llegó a España hasta que se fundo la CNT pasaron más de cuarenta años y otros veinte más hasta que casi se pudo intentar una revolución. Quererlo todo y ya, por desgracia, es la definición perfecta del capitalismo financiero y no debe ser, por tanto, parte de nuestra mentalidad.

Esta idea romántica del cambio, este deseo de querer ver todo resuelto en nuestra corta vida, nos lleva además a dos puntos inaceptables. El primero ya lo hemos visto, la depresión y el derrotismo cuando esa máxima aspiración es evidente que no se va a cumplir. Cuando nos sentimos defraudados. El segundo es aún peor. En nuestra frustración renegamos de todos nuestros éxitos. Nos parecen estériles ante la revolución con mayúsculas que no llega. Pero compañeras, la historia del socialismo, de la lucha contra las injusticias, está plagada de grandes derrotas pero de innumerables pequeñas victorias cotidianas. Cada vez que un barrio se moviliza para ayudar a una familia con riesgo de desahucio, en lugar de quedarse en su casa viendo la tele y creyéndose lo de los okupas, se ha ganado. Cada vez que una plantilla de trabajadores se organiza y exije sus derechos en lugar de tragar con lo que diga el jefe se ha ganado. Cada ocasión en la que se rompe el mandato capitalista de ir cada uno a lo suyo y somos solidarios se ha ganado. Ni se entra en Managua, ni se asalta el palacio de invierno sin décadas de luchas previas acumulando derrotas y aprendizajes.  

Por eso tenemos que poner en valor nuestros medios y usar los del enemigo lo imprescindible, aunque les falte glamour y sean más cansados. Y no solo en lo institucional.

No sabemos usar las nuevas tecnologías. Nos ahogamos en un hilo de twitter. Acabamos confuendiéndo, también nosotres, el metaverso con la realidad. Claro que son medios de difusión imprescindibles a día de hoy pero entrar a la batalla ideológica en esos espacios es abonar la estrategia del enemigo. No se puede vencer al pensamiento simple a base de pensamiento simple. Nuestra fuerza no es cuantos seguidores tenemos en redes sino cuantos vecinos pagarían una cuota por tener un local propio en el barrio, o para pagar abogados, cuantos dan su tiempo para organizar actividades... Y si, lo se, sus seguidores en redes son importantes pero es que su lucha es para generar pasividad y la nuestra debe ser para organizar actividad.

Por no hablar de lo mal que gestionamos nuestras diferencias en unos medios que nos privan del uso de gran parte de nuestros sentidos provocando grandes broncas que, de haber debatido sobrios y en espacios físicos compartidos, las más de las veces no se si se hubiesen producido pero no habrían acabado tan mal.

Los espacios de lucha que nos son propios son el territorio y el mundo laboral principalmente. Es ahí, en el día a día, donde nuestros discursos dejan de ser palabras para ser acciones. Donde podemos intentar combatir el racismo, el machismo, la homofobia, el individualismo y los egos... En la propaganda por el acto.  

Entonces ¿Qué podemos hacer? Bueno, lo primero, asumir que lo estábamos haciendo bien. Dejar de flagelarnos, al menos fuera de los espacios lúdicos designados para ello. Pese a todo sobrevivimos como movimiento a la derrota de la transición y fuimos capaces de estar ahí cuando en el año dos mil ocho hicimos falta. No para derrotar al capitalismo, pensar que eso podía haber estado en la agenda sería pueril, sino para acompañar y formar al pueblo.

Valorar que pese a ser uno de los países con menor nivel de sindicación y con unos sindicatos mayoritarios bastante blandos, aún así, se han conseguido parar total o parcialmente reformas laborales criminales. Que sigue habiendo huelgas, piquetes, conflictos y represaliados.

Recordar que, en lo peor de la pandemia, en muchos barrios de nuestro país fueron las asociaciones vecinales, e incluso espacios okupados, los primeros en paliar la situación de los más desfavorecidos económicamente por el cierre empresarial, abriendo sus bancos de alimentos y proporcionando comida a quien los necesitase. Poniendo el cuerpo, superando el miedo y arriesgándose a la represión de una policía que había recibido carta blanca por parte del gobierno más progresista de la historia de España.

En los grandes incendios, cuando los servicios de extinción son insuficientes y el estado se ve desbordado, sí, aquí, en el primer mundo, son los vecinos los que se auto organizan para  informar sobre el terreno que conocen a los trabajadores anti incendios y desarrollar toda la logística para cubrir las necesidades materiales de las personas evacuadas. Mientras, los diputados violetas y nacionalistas, miraban para otro lado cuando el PSOE aumentaba el gasto militar. Aunque, como dice un amigo mío que trabaja de bombero forestal, los Eurofighters no extinguen incendios.

Los ejemplos, como ya puse en la optimista y aplaudida entrada del pasado 26 de abril, son muchos. Muchos más que los logros de las leyes aprobadas y vacías de contenido.
 
Tanto la gente dispuesta a cambiar como la clase trabajadora en general estamos cansados, dolidas, defraudados. Por eso, lo que necesitamos ahora, es recuperar la confianza en nosotras mismas y nuestras herramientas de solidaridad y supervivencia. Y eso no puede hacerse anunciando constantemente el apocalípsis. Ni desde un plató, ni desde un escaño, ni desde un centro social okupado. Aunque se tenga razón. La expectativa del fin sin remedio solo nos lleva a la rendición y al suicidio. Y lo que necesitamos es,  que sea lo que sea que nos depara el futuro, por muy malo que sea, nos pille organizadas, dispuestas, confiadas, con toda la alegría posible y sin demasiadas fisuras.

Insisto, para recuperar la tan necesaria confianza necesitamos, primero, pequeñas victorias que nos den fuerza a través del sindicato y en las luchas de barrio. La mayoría de nosotros sabemos que hemos experimentado mucha más satisfacción, hemos aprendido más de como luchar y le hemos encontrado más sentido a nuestra lucha formando parte de un piquete que cierra una empresa, parando un desahucio o ayudando a alguien a superar la tela de araña burocrática para conseguir los papeles de residencia o recibir atención sanitaria que viendo una votación de una ley aprobada en el congreso. Máxime cuando su aplicación no llega nunca.

Pero no solo. El ciclo electoralista ha supuesto años de puñaladas traperas, en lo personal y en lo político, promesas incumplidas, mentiras constantes y cambiantes, sacrificios vanos. Puede que los que seguimos fieles a los planteamientos anarquistas no nos soprendiesemos demasiado pero eso no nos libra, como a quienes si creyeron en esos procesos, de haber sufrido por ello.

Para empezar a reconstruir esa confianza será necesario debate y asunción de responsabilidades por parte de todos quienes quisieron domar a la bestia y ahora pretendan deshacer el camino andado. No hablo de una disculpa a lo Aznar, al vuelo, en tres segundos, y con una chulesca justificación posterior,  ni una pantomima borbónica, en plano fijo y con mirada de perro apaleado mientras se dice aquello de “lo siento, me he equivocado, no volverá a suceder”.

Lo que es necesario a estas alturas, y en muchas capas diferentes, es un reconocimiento con quienes queremos que sean nuestras compañeras en la lucha. Ante lo que ya tenemos aquí, si no queremos ver a gran parte de la población racializada de segunda generación votar a la extrema derecha, como pasa en otros lugares de Europa, ya podemos remangarnos y dejar de decir chorradas panfletarias como “nativa o extranjera la misma clase obrera”, porque si bien es evidente que nos explota el mismo capital solo alguien cegado a la complejidad de este sistema puede plantear que nos explota de la misma manera.

Aunque nos escueza lo que nos digan creo que vamos con retraso en eso de sentarnos a escuchar, no oír, escuchar a las compas migras y ponernos un poco en disposición de ayudar en lo que nos pidan. Lo mismo aplica para los tíos en lo referente a las luchas feministas. Muy bien, o no, eso de ir de mani el día 8M pero sinceramente pienso que estamos a millones de años luz de habérnoslo ganado. En ambos casos la verdad está ahí fuera y nos vamos a llevar más de una sorpresa si al final dejamos de mirarnos el ombligo.

Otra fractura necesitada de ser reparada es la que existe entre la militancia “consciente”y el común de los mortales no activistas.

La brecha entre gran parte de la clase trabajadora y los movimientos sociales es enorme, es verdad. Y es cierto que una parte de esa clase trabajadora, migrantes incluidos, aspira a ser clase media y a vivir como creen que viven los ricos. Pero la solución, una vez descubierto el Mediterráneo, no pasa por cagarse en sus muertos, escribir sobre ellos como si fuesen especímenes de laboratorio  y, en última instancia, convertirnos en populistas que se deslizan al rojo pardismo con tal de ser aclamados por la masa y arañar unos votos. A fin de cuentas obreros fachas ha habido siempre.

El primer paso para romper ese abismo, y el segundo, y el tercero, lo tendremos que dar la militancia concienciada. Y lo tenemos que dar desde la humildad. Hay demasiada gente viviendo de  escribir libros sobre como viven los currantes. Hay demasiada gente viviendo de partidos políticos, sindicatos y cooperativas subvencionadas y de otro montón de cosas que antes formaban parte de la militancia más elemental y la solidaridad cotidiana, que, por muy precarios que estén en lo contractual, no tienen nada que ver con la vida real de una trabajadora doméstica, un camarero, una fontanera o un tele operador. Y eso, cuando vamos a hablarles de unicornios, se huele. No se puede disimular. En serio. Tenemos un problema con toda esa nueva clase media cultural, porque es verdad que dinero no da las cosas que hacen pero suple su carencia económica con un pago emocional en ego y sensación de superioridad intelectual. Supuramos elitismo en como hablamos, en dónde vivimos, en como miramos, en que comemos...

Hace años que esta brecha existe no solo entre la clase trabajadora en general y la izquierda divina, sino también entre la clase trabajadora militante concienciada y la izquierda divina que desdeña el trabajo manual porque su reino es el del precariado y la mentada élite intelectual.

Una vez más no se trata, para romper ese cerco, de que los doctores y las doctoras entren a competir con la clase obrera por trabajos no cualificados pero dejar de explicarles como viven y de tratarles como si fueran idiotas cuando, a estas alturas sospecho que por error, coinciden en un espacio sería un buen comienzo.

Por último, antes de que esta entrada se convierta en un folleto, hay otro aspecto en que el reconocimiento y la reparación serán necesarias para volver a confiar unas y otros.

Toda la gente que nos metió los perros en danza a unos movimientos que, colectivamente, no veíamos la necesidad de concurrir a las elecciones. Que forzó tiempos y espacios, que escribió libros y recorrieron ciudades y pueblos como predicadores evangélicos prometiendo la salvación a través de la vía estatal deberían escuchar a quienes nos quedamos, reflexionar en profundidad y, solo después de esa secuencia en ese orden, poner en común las conclusiones.

Por nuestro lado, quienes nos vimos envueltos en unos debates que ni queríamos ni nos interesaban. Que no sentimos utilizados y ninguneados. Que tuvimos que escuchar de labios y rostros antes cercanos que nuestras luchas no valían para nada y eran pueriles, que solo decíamos tonterías y eramos acusados de no entender ni la realidad ni el momento. Los que nos quedamos más solos que la una y, pese a no estar en el ajo, tuvimos que tragarnos sus sapos temo que aún deberemos darles una oportunidad. Aunque desde la víscera, al menos en mi caso, nos apetezca tanto como acudir a un homenaje a Lars Von Trier, o sea, nada.

No espero, ciertamente, que aquellos que aún tienen expectativas de exprimir el limón parlamentario me lean ni me hagan caso. Tampoco creo que los muertos vivientes que se niegan a aceptar que su tiempo se acabó porque ellos solitos dinamitaron el reloj lo hagan. Ahora bien. La gente que proveniente de los movimientos sociales de carácter autónomo y libertario que salieron apaleados, y muchos sin dignidad ninguna tras años de tragar en gobiernos y corporaciones municipales, deberían plantearse seriamente lo que dije un par de párrafos más arriba, por el bien de nuestro propio futuro.

Estamos en un momento histórico. Tan crucial como el de hace casi diez años.

 En los ciclos de lucha son tan importantes el comienzo, como el proceso y el final, que es dónde nos encontramos ahora. Un final que a su vez supone el comienzo del próximo ciclo.

En nuestras manos está trabajar para crecer o actuar cómo si nada hubiese pasado. En las de quienes se fueron y en las de los que nos quedamos. No se trata de hacer autos de fe ni juicios sumarios pero si de exigir responsabilidades y un verdadero debate colectivo. Si no de la misma intensidad al menos si con la misma perseverancia y expansión territorial.  O eso o todo lo que venga a partir de ahora será más débil y más falso.

La pelota sigue, como siempre, en el tejado.

viernes, 9 de junio de 2023

Cerrando el círculo (II) Un buen gobierno

Una de las máximas del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros era que una acción guerrillera que requiriese explicación era una acción mal planeada y/o mal ejecutada. Es más, durante mucho tiempo tuvieron una directriz en sus operativos que era la siguiente. Si, en cualquier momento previo a  la acción, se valoraba que esta podía no salir exactamente como se había planeado, y si esto podía poner en riesgo el mensaje político que se quería transmitir con la acción planeada, era preferible cancelarla, por mucho que hubiese costado su preparación, antes que mandar mensajes confusos que pudiesen confundir al pueblo. No se podía permitir que ningún aspecto del desarrollo de la acción dependiese de la voluntad del enemigo. Menos aún el impacto de la misma.

Además, para ser una organización clandestina y vertical que operaba en una dictadura militar, tenía unas bases muy amplias a las que consultaba lo más a menudo posible, y mantenía contacto con otras organizaciones como sindicatos y partidos a los que escuchaban para entender mejor el movimiento social del que, verdad o no, se sentían parte y vanguardia.



De un tiempo a esta parte se ha puesto de moda entre un sector de los profesionales del parlamentarismo, sobre todo entre quienes buscan el voto de izquierda, entonar un mea culpa muy curioso cuando se tuercen los resultados electorales. Es muy habitual escuchar, como auto crítica supina, que probablemente el problema esté en que no se han sabido explicar correctamente los grandes logros sociales y legislativos que se han acometido desde puestos de gobierno y despachos.

Durante la última campaña, además, cuando se veía venir a todas luces lo que pasó el 28 de mayo, se fue creando el relato de que la derecha pepera, el equipo de Ayuso y sus tentáculos en otras autonomías, manejan enormemente bien los medios digitales  y de que tienen una mayoría absoluta en las televisiones y las radios. Lejos quedan los tiempos de la soberbia y la exaltación en que fuimos los más ingeniosos, los mejor preparados de la historia de España e incluso algunos pensaban en hacer la revolución a golpe de meme.

En última instancia se llega a un clásico básico de los lunes con victoria electoral de los partidos abiertamente conservadores que es lanzar, desde el dolor de la derrota, mensajes rencorosos hacia un pueblo alienado, idiota, fascista y merecedor de todos los males que le sucedan. Afirmar, como Ramón Yarritu, que todo el mundo se ha vuelto tonto o moderno.

    Pero no siempre fue todo así. Antes de llegar a este punto se pasó por dos etapas previas en que a los que anunciábamos el escenario actual como probable se nos ignoraba o se nos vilipendiaba. La fase de los gobiernos municipales y la fase del deseado gobierno central.

    La primera fase, en la que Podemos no llega a lograr ni el famoso sorpasso ni tan siquiera formar gobierno, pero en la que algunas formaciones afines, compuestas por gentes que van desde avezados militantes de partido de toda la vida hasta ex libertarios y ex autónomos que, tras retorcer en demasía el concepto de municipalismo libertario, ganaron alcaldías de ciudades como Barcelona, A Coruña, Cádiz o Madrid. Esta primera etapa pudo haber servido para aprender de los errores cometidos a escala local desde el interior de la bestia. Pero es que hay algo más terco que la realidad, los egos de quienes se creen más listos y necesarios que el común de los mortales.

    En enero de 2020, recuperada la alcaldía de Madrid por el PP, y después de dos procesos electorales y seis meses en los que, pese a las campañas basadas en el discurso de de la unidad anti fascista, PSOE y Podemos no se habían llegado a un pacto para gobernar debido a un desacuerdo, ojo, no en las cuestiones de programa y política social sino en cuantos ministerios le correspondían a la formación morada, se formó el auto denominado gobierno más progresista en la historia de España. Una vez más parecía no haberse aprendido nada ni de las experiencias municipales ni de anteriores gobiernos de coalición autonómicos en los que el resabiado PSOE se la había dado con queso a sus socios de gobierno cambiando programa por sillones.

    A partir de su formación la tónica del ejecutivo no fue la de un gobierno que trabaja en equipo y que plantea debates a la ciudadanía sino la de dos bandas coaligadas que compiten por ver quien saca más leyes y puede aprovecharlas mejor mediaticamente. Una goza de la experiencia de los años y un aparato encastrado en los resortes del poder y se dedica a poner zancadillas a la más pequeña  que, incapaz de respetarse a si misma, menos aún puede hacerse respetar y se conforma con esquivar los dardos y contarle a quienes, cada vez menos, quieran escucharle decir que eso no era lo que se había pactado.

    Es probable que este gobierno pase a la historia por el que más leyes con título progresista ha redactado en menos tiempo pero una cosa es legislar y otra muy diferente gobernar y hacer valer esas leyes. El papel lo soporta todo pero es en el día a día, en la aplicación a pie de calle por parte de los y las interesadas, o en su defecto por el propio estado, donde el pueblo va a ver y sentir si esas leyes le son o no de utilidad real.

    Un ejemplo podría ser la modificación legislativa para que las trabajadoras domésticas puedan cobrar la prestación de desempleo. Sin duda es un avance y es de justicia, si obviamos el hecho de que la gran mayoría de éstas mujeres se encuentran en situación irregular en este país, por tanto no cotizan, y mucho menos van a ir a reclamar un subsidio de desempleo. Y la ley de extranjería amiguitas, atención spoiler, no va a ser derogada nunca.

    Otro ejemplo, más sangrante aún después de una pandemia que puso de manifiesto el precario estado de nuestro sistema sanitario, fue la anunciada derogación en el año 2022, de la nefasta ley 15/97. Sustituida por una ley prácticamente igual a la anterior. Una vez más el gobierno se comportaba como una banda, en esta caso concreto la de Stringer Bell en The Wire, que cuando ya no le queda  droga de calidad se dedicaba a ponerle nombres cada vez más rimbombantes a su mierda de mala calidad con el anhelo de no perder así a sus clientes.

    El último ejemplo que pongo, aunque queden decenas, el más sangrante para mi, es el de la ley del “solo si, es si”. Una ley sin duda necesaria en un país donde aumentan las denuncias por agresiones sexuales, individuales y en grupo. Una ley redactada por un partido que ha denunciado ya, públicamente, sufrir un menos precio por parte de la judicatura, cuando no directamente un ninguneo. Una ley que deja en manos de los enemigos de quienes la redactaron el cumplimiento de la misma. No se veía semejante astucia política en este país desde que ETA organizó una brutal masacre en el Hipercor de Barcelona y todo lo que argumentaron después fue que ellos habían avisado con tiempo suficiente para desalojar el edificio.

    Pero bueno no solo de leges interruptus vive el desanimo de la izquierda.


    El gobierno más progresista de la historia de España, y de esto las dos bandas que lo conforman son responsables, ha aumentado el gasto militar de manera desorbitada mientras la brecha entre ricos y pobres sigue aumentando. No solo continúa con la eficiente política fronteriza de la Unión Europea sino que además ha justificado sin fisuras la matanza de la valla de Melilla el verano pasado. Ha abandonado definitivamente a su suerte al pueblo saharahui. Y, como colofón, en una decisión que de haberla tomado un gobierno del PP hubiésemos salido a la calle sin dudarlo, nos ha metido en una guerra. Sin debate. Sin pasar por el parlamento. Sin dejarnos decidir al pueblo español si queremos participar de una guerra entre dos potencias imperialistas que utilizan Ucrania como campo de batalla y tienen a su pueblo como víctima colateral. Y, por supuesto, acusándonos a los que nos oponemos a todas las guerras de ser esbirros al servicio de Moscú. Suma y sigue...

    

    Un partido político, nacido en teoría de los rescoldos de la calle, que forma parte del gobierno central y que, en esas condiciones, pasa de más de tres millones de votos a casi desaparecer en menos de cuatro años ha hecho las cosas mal. Muy mal. Por mucho que los medios de comunicación le critiquen y Ana Rosa Quintana ya no quiera desayunar con Pablo Iglesias. Por muy bien que el PP maneje WhatsApp inventando bulos. Por muy conservador que sea este país y aunque hubiesen puesto a un tartamudo de portavoz del gobierno, Podemos lo ha hecho francamente mal. Y nos ha salpicado al resto.
    
    Si en cuatro años de gobierno, incluso con una pandemia, todos tus logros pueden ser olvidados por el pueblo a golpe de bulo y de twit. Si una mayoría de la población no ha visto su vida lo suficientemente mejorada como para decir, "que demonios, voy a votar a esta gente que me cae tan mal pero que me viene tan bien". Si tienes que pasarte el día llorando por las esquinas redactando las cuentas del Gran Capitán de las ayudas sociales y las geniales sutilezas de tus aportaciones legislativas, la has cagado. Porque, digan lo que digan los progres despechados, el pueblo no es idiota.
    
    Podemos, la CUP, las apuestas municipalistas, y el resto de marcas electorales que vinieron a cambiar el mundo desde las entrañas del estado no solo hicieron lo contrario del FMLN, como dije en la primera parte de este escrito, convirtiéndose en lo que el sistema les ofrecía y anhelaba sino que, además, en el proceso, obviaron por completo las máximas de los Tupamaros uruguayos.

    Priorizaron la cantidad de las acciones antes que la calidad de las mismas (muchas leyes vacías para dar titulares en lugar de apostar por una o dos bien redactadas y aplicadas con rigor y claridad). Liquidaron a sus bases en lugar de reforzarlas, cortando así su cordón umbilical con el pueblo,  renunciando a su capacidad de informarse de primera mano sobre el impacto real de sus medidas. Permitieron que la ejecución final de sus medidas dependiese de cuerpos profesionales que les son hostiles confiando en su capacidad mediática y en su pico de oro para revertir la situación o, quien sabe, mostrarse cómo mártires ante su público.

 Eso si, hay algo que si han hecho a la manera de la más espectacular de las acciones del grupo guerrillero uruguayo. Dejarnos claro a todos y todas que ell@s no son las personas adecuadas para dirigir nada. Que, pese a sus promesas y fanfarrias, han elegido, de manera terca y consciente, apostar por la derrota,
   

miércoles, 7 de junio de 2023

Cerrando el círculo (I) Vinieron para vencer

Estos textos que publico, no se si serán dos o tres entregas en los próximos días, no pretenden ser un análisis electoral al calor del 28M pasado si no más bien algo más amplio que trate de ver que ha pasado en los últimos catorce años desde que empezó la crisis económica en dos mil nueve hasta ahora. Intentaré no ser demasiado pesado y espero, sinceramente, contribuir a una reflexión más amplia y colectiva. Un abrazo.




El 10 de enero de 1981 el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional lanzaba su “Ofensiva Final” en El Salvador. La idea era combinar una serie de ataques guerrilleros junto a la sublevación de algunas unidades del ejercito y, que estos hechos, provocasen una insurrección popular que derrocase al gobierno criminal de Napoleón Duarte. Las cosas, como suele ocurrir, no salieron según lo planeado y, apenas dos semanas después de ese 10 de enero el Frente dio por terminada, y perdida, la renombrada como “Ofensiva General”. Así comenzó, oficialmente, la guerra civil de El Salvador.

En la siguiente fase del conflicto el FMLN se convirtió en una fuerza militar de primer orden y, casi, casi, en un ejercito regular. Ganaban terreno, capturaban prisioneros y hasta llegaron a tener, fruto de sus victorias, unidades de artillería. Todo esto en un país más pequeño que Galicia y con un apoyo militar y económico constante por parte de los EEUU.

En este escenario favorable la Comandancia General del Frente tomó una polémica decisión. Decidieron reinventar su forma de lucha. Disolvieron gran parte de sus unidades, renunciaron al control efectivo de gran parte del territorio ganado a costa de vidas y esfuerzo y hasta enterraron los cañones tomados al enemigo, quedándose tan solo algunos morteros. Una gran parte de los combatientes no lo entendieron. Muchos fueron licenciados y enviados al exilio, otros retornados a los movimientos de masas, dónde estaban más expuestos y tenían menos capacidad de defensa, y los más contrarios a esta decisión fueron ejecutados. Así son las cosas en tiempos de guerra.

La comandancia general, a la que se puede acusar de muchas cosas pero nunca de no entender y prever los derroteros bélicos del conflicto, entendió que de seguir el camino de la guerra convencional, pese al espejismo que suponían esos éxitos iniciales, equivalía a la derrota total en el medio plazo. La suya era una guerra civil, tremendamente política, en la que solo podían ganar si se olvidaban del mapa y se centraban en conquistar el corazón del pueblo. No podían ganar al ejercito gubernamental actuando cómo, ni convirtiéndose en, un ejercito gubernamental.


El 15 de mayo del año 2011 las calles y plazas españolas se inundaron de vida, indignación y rabia. Emulando, pese a no reconocerlo nunca en nuestra blanquitud, las protestas que el año anterior habían convulsionado al mundo árabe y al magreb.

El primer 15M fue pura potencia. Gentes de todas las edades, de todos los orígenes e identidades, en barrios y pueblos. También en el extranjero. Cómo en  todo magma de esas características no había un solo alma ni un solo objetivo. Es cierto que había temas, como los feminismos, que despertaron ampollas y roces pero, sin duda, era el sueño erótico y público de tod@s aquell@s que habíamos luchado de manera honesta y radical, extra parlamentariamente, contra el capital y, la mayoría también, contra el estado. Durante dos años, hasta que empezó el cansancio, el reflujo y se alcanzaron los límites propios de toda movilización el espacio público se convirtió en escuela de lucha.

Y entonces, cuando más necesaria era la sabiduría acumulada desde la derrota de la transición, cuando llegó el momento para el que nos habíamos preparado durante décadas en el ámbito libertario y los espacios autónomos, el de recoger, acuerpar y preparar todo el poso humano que había quedado después de la crecida de cara a la siguiente oleada de recortes y descontento, entonces digo, sucedió lo contrario a lo que sucedió en El Salvador de 1983.

Una parte de “nuestra comandancia general”, por miedo, por egos, por agotamiento, por necesidades vitales personales, o por otros motivos, decidió dar un giro de ciento ochenta grados a nuestra estrategia política de base y anti autoritaria. Basándose en un discurso del miedo a la derrota y a volver a lo de antes, y usando como apoyo el carisma personal de determinadas personas, nacieron varias iniciativas que planteaban el asalto a los parlamentos y las instituciones del estado así como, de manera más o menos clara, el abandono de las calles.

La diferencia entre el giro estratégico decidido por la dirigencia del FMLN y la cabriola del grupo informal, pequeño pero influyente, que desde dentro de los movimientos de carácter libertario dejaron de serlo y quisieron arrastrarnos con ell@s es fundamental. Los primeros, quizá por que se jugaban la vida literal y no simbólicamente en ello, comprendieron que el tablero de lucha en el que estaban era el elegido por el enemigo y, a la larga, sería su muerte. Que en la guerra social, como en todas las guerras, no gana necesariamente quien tiene más medios, sino quien despliega más ganas e inteligencia. Es decir, quien lleva la iniciativa, elige los escenarios y marca los tiempos.

Nuestr@s ex compañeras, por contra, olvidaron todo lo aprendido en los últimos doscientos años de movimientos socialistas y derrotas de clase. Decidieron abandonar nuestros espacios y actuar como si el el estado fuese neutral, un tablero de ajedrez en el que ambas partes cuentan con las mismas piezas y las mismas posibilidades salvo el movimiento de salida. Como si el estado no fuese una súper estructura, creada para la defensa de los privilegios y la acumulación  de poder cada vez mayor. Cómo si los funcionarios no fuesen seleccionados cuidadosamente, y aleccionados cada día, para que esa maquinaria de maquinarias funcione para lo que quiere la clase dirigente. Como si milenios de historia de la humanidad y de evolución política pudiesen ser cambiados en dos legislaturas por un grupo de amigos que se creen los más listos de la clase.

Nos vendieron que el estado es el gusano de especia y, ell@s, el Kwisatz Haderach. Que la revolución se puede hacer, como una serie, en un par de temporadas. Que los cambios se hacen porque tenemos razón y que las resistencias del sistema se derrumban con magdalenas y buenas intenciones.

Decidieron ir a luchar al terreno elegido por el enemigo, con los tiempos que marca el capital, usando las herramientas creadas por el poder. Para ello se sacrificaron los movimientos de base. En parte por la des capitalización humana de los mismos con la diáspora de militantes reconvertidos en candidatos y, en parte, por el trabajo consciente y denodado para erradicar asambleas y círculos. Se sustituyeron los argumentos por las consignas y se promovió la pasividad y la ilusión frente a la organización y el trabajo cotidiano.

Así nacieron y se desarrollaron Podemos y sus hijes autonómicos y municipales. Decían venir a vencer, dinamitar el sistema desde dentro o a marcharse al sitio desde el que habían venido y ser uno más de nuevo.



domingo, 14 de mayo de 2023

Espurgos de domingo III

 Muy buenos días queridas, o no, lectoras del blog en lengua castellana con más faltas de ortografía a esta lado del océano Atlántico.

    Vuelve la sección más deseada y esperada de éste blog y que tenía abandonada desde hace casi tres años.  “Espurgos de domingo”. La sección en la que os aviso de que libros voy a tirar al contenedor de papel y os doy la oportunidad de quedároslos y que tengamos una excusa para vernos. Puede que penséis que esto tiene un punto de tirar de chorbo agenda en plena crisis de los cuarenta, que podría ser, pero si al final el libro no os gusta os lo vais a quitar de encima con bastante más facilidad que esas cándidas que pillasteis en vuestra juventud y que regresan de manera regular pese a que ya no recordéis ni quien tocaba en aquél concierto, ni la cara y el nombre de quien os las obsequió.
    
    Así que si te importan un pimiento los libros de los que me voy a deshacer o, más creíble aún, pasas una mierda de verme el jepeto aunque te mueras por esa edición única de las obras completas Agapito O' Hara Quintanilla editadas en rústico y con grabados, puedes dejar de leer aquí. Gracias por haberlo intentado.

    Hoy os traigo una selección interesante de libros. Puede que no desde el punto de vista del lector medio pero si desde el punto de vista del estudiante de psiquiatría que hace la tesis sobre mi.

    - Homicidio, de David Simon. Si, uno de los guionistas de The Wire y otras joyas televisivas. Tiene una descripción impagable de una calurosa noche de verano en una sala de descanso entre el personal de guardia de un servicio de emergencias. Solo por eso lo he guardado durante años pero ha llegado el momento de dejarle ser libre. Por lo demás, pues como ve un periodista joven, durante un año haciendo de rémora, el funcionamiento del departamento de homicidios de la ciudad de Baltimore.

            - La vida exagerada de Martín Romaña. Éste libro me lo recomendaron en menos de un mes, por parecerles fascinante, un fundador de Traficantes de Sueños, un fundador de Klinamen y uno de la Casika de Móstoles. Si no os parece suficiente sois como Jon Nieve y no sabéis nada. A mi no me pareció para tanto, aunque me reí.

            - Malta, gozo y comino. Hubo un tiempo en que yo no manejaba Internet con fluidez y preparaba viajes que nunca realizaba porque siempre acababa comiendo pupusas y hamburguesas del Wendys en El Salvador. No obstante yo seguía soñando y comprando guías como ésta para viajes que, como me daba miedo viajar solo, nuca realicé.

      - El nacimiento de nuestra fuerza. Víctor Serge es, para mi, uno de los autores que más perplejo me dejan. Cuando habla de política y la revolución, incluida su vida, parece que te metes en una novela que te atrapa de principio a fin. Cuando escribe novelas sobre revolucionarios es como si lo contara el ex presidente de la Generalitat José Montilla, el hombre que de haberse presentado a un concurso de gracia contra una losa de mármol hubiese salido derrotado. Está ambientada en la Barcelona de 1917.      

     - Petros Markaris. Si, es un autor y no un libro, lo se. Pero es que regalo seis novelas y una guía de Atenas escrita por el. Son casi todas sus novelas negras del comisario Jaritos. Generalmente se trata de historias en las que especuladores, políticos corruptos, inversores sin escrúpulos, empresarios, etc, mueren a manos de gente que les odia por como se ganan la vida. Al final siempre pillan a los buenos pero es que supongo que si no nadie le editaría las novelas.
No hace falta quedárselas en lote, solo las que queráis.

    - Fin de ciclo, de Emmanuel Rodríguez e Isidro López. Perteneciente a la colección Insomnios, perdón, Útiles, de Traficantes de Sueños es un libro que sacaron para analizar la crisis económica del 2009 y tal. Ésta el la versión larga porque, si no me equivoco, magnánimos ellos, sacaron una versión para mortales mucho más resumida, con recortables y páginas para colorear. Yo, soberbio que soy, me compré la edición para listillos y creo que la entendí.
Ahora que la crisis vuelve de nuevo es un clásico digno de releerse. Garantizo que mi ejemplar va sin manchas ni restos de comida.

    - El libro rojo de Yomango. Titulo de principios de siglo que explicaba como robar en supermercados y grandes superficies y que animó a muchos jóvenes a usar triquiñuelas para vivir sin trabajar. No es de extrañar que muchos de los fans de este libro hayan terminado de diputados o asesores en partidos políticos.... Ahora que lo pienso creo que debería prenderle fuego.

    - De la guerra. Clásico básico de la filosofía militar desde su publicación en el siglo XIX. Probablemente esté, junto a El Capital de Marx y La riqueza de las naciones de Adam Smith entre los libros más citados y, a la vez, menos leídos por quienes los citan. Se trata de una edición cubana de 1975 en un solo volumen que me traje de La Habana cuando el libro aquí era imposible de encontrar. Desde que el ministerio de defensa lo reedito hace unos años, en dos tomos y con letra para viejunos, no lo necesito. Solo una advertencia, sirve de poco para ganar más a juegos de estrategia de ordenador o tablero.

    - Spirit of 69. No, no es una oda a la postura más sobre valorada del Kama Sutra. Se trata de un libro en inglés sobre la cultura Skin Head. Se lo dejó en mi casa la única skineta con la que me conseguí liar en mis años en activo. Y no, mal pensados, no he montado todo este post para llegar hasta ella con este libro. Dejo de ser rapada, que no amiga, y ya no lo quiso.


    Termino diciendo dos cosas. La primera,se que no estoy demasiado gracioso hoy, pero entre que tengo anginas y estoy en vísperas de un mal aniversario, no doy más de si. Y la segunda es que dentro de tres semanas hacemos mercadillo de libros en el barrio, para sacar pasta para mi asociación de niños sin papeles, invertidas y de  género confuso, así que lo que no hayáis pedido para esa fecha lo venderemos para seguir financiando la decadencia de la cultura occidental. Dicho queda.

 
 

miércoles, 26 de abril de 2023

Seguimos

                                                                                                      Dedicado, especialmente, a Luis y Noe


La última publicación del blog, la anterior a esta, tuvo bastante aceptación. Incluso varios me llamasteis para comentar aspectos del texto que no os habían gustado o, mejor dicho, que hubieseis mejorado como la profundidad, la extensión o el abrupto salto del cine a la política sin que mediara transición alguna.

Más allá de que cómo libertario las transiciones no me gustan demasiado, por malas experiencias previas a lo largo de la historia en este y otros países, he de reconocer que el texto me parece que se quedaba cojo. No en los aspectos antes citados, no deja de ser una pequeña columna fruto del cabreo, que escribo para mi gente, en mi humilde blog de skin en excedencia y pagafantas en activo. No es eso.

A mi me quedó un regusto amargo porque en el abrupto final no dejaba hueco para lo positivo. Me rechinaba antes de publicarlo y, por el número de personas que me contactaron para decirme que les entristecía lo cierto de mis palabras, lo oscuro mis previsiones, y la falta de alternativa, se me confirmó con el paso de los días. Es un texto muy duro y con el que puede parecer que he caído en el derrotismo. Quizás sea así.

El caso es que durante los días de la Semana Santa que dieron a luz ese texto, fruto de un encuentro intrascendente, me vino otra reflexión a la cabeza.

Yo tengo, al menos, una cosa en común con el Fari. A mi también me gusta apatrullar. No toda la ciudad, sería muy pretencioso a mi edad y en mi calamitoso estado físico. Me conformo con hacerlo por mi barrio. Ya sea en compañía de  mi perro, de amigos, o en solitario, salgo a caminar. Recorro zonas por donde se que para la chavalada, paso por la puerta del centro social okupado,hago la ruta de las asociaciones de vecinos y reflexiono acerca de las parroquias del distrito mientras me pregunto porqué elegirían esos nombres aunque, al llegar a casa, nunca busco el origen de los mismos.

Paseando el Miércoles Santo, como decía, me cruce en la puerta de una tienda de alimentación, cercana a unas canchas de fútbol sala, con uno de los chavales de la asociación. De quince o dieciséis años. Me sorprendió no verle con su pandilla habitual y rodeado de chavales que no superaban los doce años. Nos saludamos y me aclaró que había decidido acompañarles para que no fuesen y volviesen solos, para que no les pasase nada.

Me despedí de los muchachos mientras pensaba en lo que acababa de ver. Un chico adolescente, cis hetero, de esa generación de cristal y egoísta, que no se separan del móvil y no miran más que su ombligo, se había tomado el tiempo de acompañar y cuidar a unos niños más pequeños que él de la forma más natural del mundo. Natural, no espontanea.

No es espontanea porque este chaval lleva años en una asociación barrial que trabaja la construcción de comunidad desde la base y en que a partir de los catorce años, si quieren, toman las responsabilidad de entrenar y educar a niñas, niños y niñes menores de doce. Un espacio donde, además, tienen un consejo de infancia trimestral desde el que organizan sus salidas y actividades de ocio. Un equipo dónde pueden apuntarse a cualquier edad y sin pruebas de acceso. En el juegan todos los que se esfuerzan, al margen de calidad técnica, aunque el precio sea perder casi siempre
Este chaval lleva aprendiendo qué es una comunidad y como se cuida desde niño y es algo que ya difícilmente olvidará.

Pero además, éste muchacho y ésta asociación no están solos flotando en el éter del universo. Solo en el kilómetro que hay al rededor del edificio en que vivo existen nueve locales (uno cedido por el ayuntamiento, un proyecto de auto empleo, un centro social okupado, cuatro asociaciones de vecinos,...)  destinados a actividades sociales que reúnen a no menos de veinte colectivos centrados en diferentes campos de lucha por una sociedad diferente. Mejor. Justa.

Unas asociaciones humildes, y sin el glamour de los que salen en la  televisión y ocupan escaño en el parlamento, que en los últimos años han logrado parar tres proyectos urbanísticos inaceptables e innecesarios para el barrio. Que cada año sacan una cabalgata vecinal adelante, que han montado una red de compostaje por medio distrito, con una biblioteca y un gimnasio popular, que cada día rompen el aislamiento social y el individualismo sistémico y con un tejido social en el que trabajan como hormigas, compuesto por gente que va de los doce a los noventa años.

Y esto solo en un par de barrios del distrito de Hortaleza. Sin contar Canillas, Manoteras, San Miguel... Sin tener en cuenta los demás distritos de Madrid ni a las ciudades del cinturón que la rodea. Ni, tampoco, los colectivos y organizaciones que trabajan en temas específicos no sujetos a lo local como son los sindicatos, las asociaciones de migrantes, los colectivos de contra información, los colectivos ecologistas, los espacios culturales, los colectivos en defensa de la diversidad de género y por la libertad sexual y otros muchos que me dejo en el tintero.


Un maremágnum de realidades y de luchas que son el verdadero motor de la historia. Los cientos de miles de personas que con sus luchas cotidianas y su negarse a rendirse y retroceder, que fuerzan cada día un poco el corsé del sistema capitalista y patriarcal y que construyen comunidad de forma anónima y constante hacen posible que los partidos políticos de izquierda pueden legislar, a rebufo de la calle, para ponerse medallas. Y siempre dando menos de lo que desde abajo estaríamos dispuestos a defender.

No nos engañemos. José Luis Rodríguez Zapatero nunca hubiese sacado las tropas de Irak (aunque fuese para llevarlas a Afganistán) si no lo hubiésemos exigido antes millones de personas en las calles, ni habría aprobado la ley del matrimonio entre personas del mismo sexo si cientos de miles de gays y lesbianas en España no se hubiesen jugado literalmente la vida durante décadas para romper el cerco de la marginalidad.

Alberto Ruiz Gallardón nunca hubiese dimitido como ministro y hubiese recortado alegremente el derecho al aborto si millones de mujeres no hubiesen salido a la calle para impedírselo.

La ley del “Solo si es si”, sus aciertos y errores los hablamos otro día, es otro ejemplo  de lo mismo. Nunca un ministerio hubiese planteado un tema tan duro, erosionante y a la vez tan necesario si no fuese por las olas de mujeres que inundaron las calles pidiendo una solución al tema de las agresiones sexuales y al tema del consentimiento tras el escarnio judicial del caso de la manada de Pamplona y otros igual de sangrantes.

A fin de cuentas los derechos, se pongan como se pongan muchos juristas y los tribunos de la plebe, son como la energía. Ni se crean ni se destruyen, solo se transforman. Concretamente en privilegios para los poderosos y en miseria para los oprimidos, si nos dormimos en los laureles y no los defendemos.

Termino diciendo a todas aquellas personas que os entristecéis porque los partidos políticos progresistas están divididos que dejéis de poner la alegría de vivir en las manos de aquellos a quienes no les importáis gran cosa. que os piden que os sentéis a esperar y que se ofenden cuando se les señalan sus cagadas.

Pese a siglos de capitalismo salvaje, de guerras fraticídas, de los miles de millones gastados en propaganda, de la destrucción del pensamiento y de la educación, de la gestión de la pandemia desde el miedo y la obediencia, del machaque continuo por todos los medios a su alcance desde los libros de texto a los videos de Tic-Tok continuamos existiendo. Conservando vida y manteniendo vínculos que escapan a su control.

Somos la semilla, nada oculta, de la vida que surgirá ya sea de las ruinas de su apocalípsis o a tiempo para evitarlo. En nuestras manos está. Aquí seguimos.

sábado, 8 de abril de 2023

Partidos Franquicia

 La mayoría de la gente que me conoce sabe que soy un amante del cine. Raro es el día que no veo una película y, cuando pasaba tiempo en el pueblo, podían ser hasta tres diarias. A pesar de eso me he resignado a verlo en casa ya que las salas, amén de prohibitivas, se me han vuelto hostiles. El exceso de publicidad, la falta de puntualidad del público, los móviles encendiéndose cada rato... me han alejado de aquél momento mágico en que se apagaban las luces, se abría el telón, y una mujer portando una antorcha o un león rugiente daban paso a la película.

No obstante a lo dicho anteriormente, para ser sinceros, lo que más ha hecho por que yo casi no pise las salas de proyección radica en el cine que se hace hoy en día. No tengo nada contra el cine de evasión y entretenimiento, que busca ser taquillero, aunque vaya cargado de mensajes capitalistas y patriarcales. No en vano mis géneros favoritos son el Western y el bélico. Cuando están bien hechos. Solo a base de Neorrealismo italiano y Nouvelle Vague jamás hubiese pasado de las cien películas votadas en Filmaffinitty.

Ahora bien. Una cosa es tragarse el mito fundacional de la construcción de los EEUU como nación en obras maestras del estilo de  “El hombre que mató a Liberty Valance” o alegatos pro vida con humor y ternura tipo “ Café Irlandés” y otra muy distinta es el infierno de películas que estamos viviendo, carentes de guion, con exceso de metraje, tres finales por cinta y con una misma fórmula para todo en un afán de que todas las películas sean siempre para todos los públicos. O para ninguno. Dentro de este castigo aparentemente sin fin que nos toca vivir la guinda se la lleva el cine de franquicia.

Sagas eternas que no solo han profanado mis iconos de la infancia (Star Wars, Indiana Jones, Alien...) y clásicos de la literatura, sino que además se dedican a estirar el chicle del producto hasta que no tiene ni sabor, ni forma, solo colorines y ruidos. Precuelas que dejan sin sentido las tramas de los títulos originales, personajes planos y sin carisma que lejos de ser héroes que recorren un camino épico de crecimiento y superación parecen veletas movidas por el viento. Historias que siempre están empezando de nuevo, contándonos lo mismo, como hemos tenido que padecer con personajes de cómic como Batman.

El resultado es evidente. Este modelo  hace que personas como yo, cargadas de prejuicios ideológicos, y con la maldición de una memoria aún activa, no estemos dispuesto no ya a pagar diez euros por tragarnos esa basura en una sala. Es que no llegamos al tercio de la cinta si es que nos atrevemos a empezarla en casa.

Hace siete años un grupo de pro hombres, muy hombres la mayoría de ellos, creó la saga Podemos. Una idea poco innovadora que en su trailer nos prometía una apasionante historia en la que unos pocos héroes, los mejor preparados de la historia de España, construían una maquina de guerra electoral con la que ganaban las elecciones, derrumbaban el régimen del 78 y cambiaban la historia de nuestro país. Como era de esperar en un país donde no se invierte en súper producciones al final resultó una especie de híbrido entre “Diez Negritos” (novela en la que el protagonista va asesinando uno a uno a su compañeros de viaje) y un culebrón venezolano, con una ruptura de pareja en rueda de prensa incluida.


Dado que el capitalismo es insaciable, y la rueda del espectáculo debe seguir en marcha, estos siete años han estado plagados de spinn offs  autonómicos y municipales y era cuestión de tiempo que alguien intentase crear su propia saga con guion y personajes parecidos. Y, ahora que se acercan las elecciones, parece que tenemos ganadora.

El dos de abril pasado, si no me equivoco, Yolanda Díaz estrenó su propio partido  franquicia y la primera decepción vino con el nombre. Lejos de bautizarse así mismo como “Los  vengativos”, nombre que además de un guiño a Marvel sería un reconocimiento a la verdadera argamasa de ese engendro construido a base de expulsados, despedidas, purgados, aburridos, vilipendiadas y decepcionados (algunos hasta con motivos) con aquel simpático partido nacido en un teatro de Lavapies eligieron el nombre de Sumar. Y de lema inicial, “ Empieza todo”.

Así. Como si ell@s fuesen el Big Bang de la política. Como si nadie hubiese existido antes y como si ell@s mism@s acabasen de llegar al planeta puros y libres de mácula. Obviando por completo que forman parte de esa nueva política que no rompe un gobierno por muchos migrantes que mueran asesinados (ya sea en las calles de la ciudad o en las fronteras del imperio), que acepta pactos que niegan la soberanía de los pueblos oprimidos, que nos mete en guerras que no queremos, y que se olvidan de cumplir promesas electorales de vital importancia como la derogación de la ley mordaza. Siempre prestos a intentar que creamos que ellos hacen la política con mayúsculas y nosotras, las que  ponemos el cuerpo día a día en la lucha cotidiana, solo podemos ser simples comparsas. Repitiendonos a quienes tienen delante esa frase de cómic de que “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”  y la apostillan con un lamento de incomprensión por nuestra egoísta e ignorante parte.
 

Una repetición tan patética como cada vez que estrenan una nueva versión de Spiderman y tenemos que volver a ver como Peter Parker es picado por una araña mutante y como su pobre tío muere asesinado.

Es sencillamente grotesco.

El guion de lo que viene ya nos lo sabemos. Exactamente igual que no puede sorprendernos que catorce años después de la crisis de 2009 y con el mismo modelo económico y social estemos al borde del mismo abismo, con los mismos vencedores y los mismas vencidas, no deberá sorprendernos cuando en unos meses o un par de años la nueva franquicia se limite a Sumar decepciones, soberbia y excusas. A fin de cuentas suscribo esa frase, erróneamente atribuida a Einstein, de que la locura es repetir una y otra vez el mismo proceso esperando un resultado diferente.

lunes, 18 de julio de 2022

Rufián, la educación y la libertad de expresión

      

    El otro día, perdiendo el tiempo delante de la pantalla, me saltó un video con la intervención completa del diputado de ERC Gabriel Rufián durante el debate sobre el estado de la nación.

    He de reconocer que si bien este sujeto no me cae demasiado bien si le considero un buen orador y decidí tragarme la media hora de intervención a ver que se contaba el aficionado perico en esta ocasión.

    La primera parte de su discurso me gustó bastante. La dedicó a desenmascarar las soflamas del, auto denominado, gobierno más progresista de la historia de España aportando para ello un aluvión de datos de como están las cosas para las que no pisamos moqueta. Continuó con la matanza de Melilla y, reconozco, que en ese momento hasta me hubiera planteado tirármelo de tener la oportunidad. Pero ya. Poco después me sentí como esas veces que estás flirteando con alguien, todo va como un tiro, y, de repente, hace un comentario o un gesto que hace que se desinfle el soufflé. Cuando abordó el tema de la manipulación mediática, y su propuesta para atajar la intoxicación en redes, de derechosos y fascistas comparándola con una cuestión sanitaria se me pasaron todas las ganas. Cuando asumió como propio el discurso neocon hablando de anarquismo de extrema derecha en lugar de ultra liberalismo directamente le hubiese dado una colleja.

    Su propuesta, nada novedosa, consiste al parecer en legislar para perseguir las mentiras en la prensa y en los medios varios de difusión a nuestro alcance. Poder multar e incluso cerrar los medios que publiquen bulos y falacias.

    Siempre que alguien pide supervisar, revisar, fiscalizar, recortar en definitiva, la libertad de expresión me acuerdo del pequeño Hans. Al pequeño Hans, que ni era pequeño ni se llamaba Hans, le conocí a principios de siglo en la ciudad de Berlín. Como un servidor militaba en el anti fascismo y, de los pocos con los que coincidí, que se había criado en el lado oriental del muro. Lo que me contó,ignorante yo, me sorprendió bastante. La República Democrática Alemana educaba a sus ciudadanos en la verdad incuestionable de que los alemanes orientales, a diferencia de sus hermanos capitalistas, habían derrotado al nazismo. Los alemanes del este habían expiado sus penas pasadas con la construcción del socialismo y el único enemigo que les quedaba eran los parásitos internos que no aceptaban esta verdad y que conspiraban contra el estado.  Ese era el único temor de las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia.

    Algo así le dijeron al pequeño Hans cuando fue a denunciar a una comisaría de su ciudad, en plena adolescencia, que le habían pegado unos nazis de su barrio. Aún no había caído el muro.

    Un  par de años después de aquello el auto denominado estado socialista desapareció y la República Federal Alemana, más que unificarse, se comió el territorio y a la población que había quedado más allá del muro tras la segunda guerra mundial. Fruto de este hecho se produjo una crisis económica enorme y otra de identidad aún mayor. Una parte de la población se radicalizó y la extrema derecha y los neo nazis empezaron a crecer como la espuma. Lo sorprendente para algunos fue que el lugar donde estos grupos tuvieron más crecimiento fue en la zona de Alemania que había tocado el cielo con sus dedos. Especialmente en el mundo rural.

    Más de treinta años después de aquello, en la Alemania actual, determinados símbolos, determinadas imágenes y determinadas afirmaciones acerca del régimen nacional socialista que puedan interpretarse como una defensa del mismo o una negación de las barbaridades que este cometió siguen estando prohibidas, lo que no impide que exista una extrema derecha que se identifique con aquello y que esquive esa ley para decir y hacer lo que les da la gana.

    Como militante libertario, a día de hoy de baja intensidad, entrado en años, al que casi le ha costado el pellejo un par de veces la defensa de sus ideas, comprendo perfectamente lo tentador de las apuestas coercitivas. El sueño, más fruto del deseo que del análisis, de que una vez prohibidas o acotadas las expresiones de odio, y las burdas mentiras en determinados medios, las aguas se irán aclarando y los debates podrán ser más limpios y sanos. Y que, con ellos en condiciones, el pueblo verá, comprenderá y actuará en consecuencia. O, al menos, podremos desayunar tranquilos en el bar de la esquina y pasear al perro por nuestros parques favoritos sin que comentarios hirientes mancillen nuestros oídos y jodan nuestros escasos momentos de tranquilidad en la derrota cotidiana que vivimos.

    Lo que pasa  no es, como dicen algunos, que se permiten demasiado bulos e intoxicación. La mayoría de quienes leáis esto lleváis años escuchando comentarios racistas, fascistas, homófobos y no os ha dado por salir a matar negros o pedir cita en el obispado de Alcalá para que os curen la homosexualidad a vosotras o a algún amigo.

    El problema que tenemos como sociedad, ya sea en Madrid, en Kentucky o en Cojutepeque, es que se ha destruido la capacidad de pensamiento crítico del individuo. Se ha sustituido la educación por el aprendizaje mecánico de contenidos y se ha adormecido la curiosidad propia del ser humano hacía lo desconocido a base de obediencia y aislamiento.

    El antídoto a esta realidad pasa por revertir esos caminos asfaltados por el sistema. Despertar la curiosidad y el ansia de saber, entrenar los cerebros para discernir los hechos de la fantasía y romper el aislamiento que nos divide como clase, en una auténtica apuesta por la educación de base y popular. Pero no es sencillo.

    Porque el primer paso para des andar el camino hacia el infierno que nos han construido y romper ese aislamiento no puede ser a base de frases ocurrentes en twitter y lenguas afiladas en reuniones familiares, o congresos semi vacíos que cierren a la vez los debates y los puentes de comunicación. Solo lo romperemos a base de escucha. En el contacto diario y con prácticas solidarias cotidianas que terminen por despertar la curiosidad de nuestros hermanos alienados y les ayuden a abrir las orejas y los corazones.

    
    Llegados a este punto solo me queda decir que las revoluciones no se hacen, aunque sinceramente dudo que el representante  de los botiguers en el congreso quiera nada parecido a una, a base de sermones y grandes discursos de unos pocos líderes iluminados.

    Muy al contrario estoy convencido de que las revoluciones se hacen cuando logramos implicar al pueblo en la toma de las riendas de su vida. Y para eso tendremos que dejar nuestros cómodos guetos con aire acondicionado y mantras tranquilizadores para dedicarnos a ser y convivir con el pueblo. Aunque eso incluya, me temo, aguantar a culés, terraplanistas, progres y cuñados.