domingo, 22 de noviembre de 2020

Breve historia del 20N

Rescato este artículo del 2007 porque como trata de temas pasados sigune teniendo validez. No lo aumento principalmente que desde entonces mi colaboración con esa mani ha sido casi nula y no voy a hablar de lo que no se. A las malas nos sirve para la nostalgia dominguera y recordar batallas pasadas.

 

 

Cuando me solicitaron que escribiese un artículo sobre un tema como este sobre el que voy a hablar hoy, pasados ya años de la militancia estricta en el campo del antifascismo y con otras cosas en la cabeza, la primera sensación es la de desorientación. ¿Tiene sentido? ¿Le interesará a alguien?
Más tarde, reflexionando, y tras haber participado en una entrevista de radio con idéntica temática, en la que el locutor de radio, militante antifascista, no tenía muy clara la fecha de origen de la convocatoria antifascista, ni su causa, la petición comienza a cobrar cierto sentido. Independientemente del interés que a mi particularmente me pueda despertar hoy la militancia antifascista estricta, es evidente que toda ayuda para que no se olvide el por que hacemos las cosas es poca, ya que no se puede construir un futuro edificio si hoy no recordamos donde, como ni por que construimos los cimientos.
El veinte de Noviembre es, históricamente, una efeméride tanto para los fascistas reconocidos, como para un sector importante del antifascismo. Para los primeros, por ser este el día en que, en 1936, durante la guerra civil, fue fusilado José Antonio Primo de Rivera en la cárcel provincial de Alicante (la misma cárcel donde moriría seis años después el poeta Miguel Hernández). Para los segundos, por que exactamente el mismo día moría en Madrid, donde había acudido con parte de su columna para colaborar con la defensa de la ciudad, Buenaventura Durruti, carismático anarquista y líder de la columna miliciana más importante del frente de Aragón.
Con la derrota republicana, en España, solo se recordará la muerte del primero, y el régimen utilizará la fecha como conmemoración del sacrificio de un mártir del movimiento nacional sindicalismo en que todas las viejas glorias del régimen, famosas y anónimas, sacaban sus apolillados y olvidados uniformes del armario para festejar y alentar a los cachorros que deberían ser el recambió generacional. Se solían hacer actos en casi todas partes, siendo los más numerosos los que tenían lugar o fin en el valle de los caídos, lugar donde había sido enterrado José Antonio, y los que presidía el propio Franco desde el balcón del palacio real, en la plaza de Oriente de Madrid.
En el año 1975 el caudillo victorioso abandona el mundo mortal el mismo día de Noviembre que José Antonio y Buenaventura Durruti, no sabemos si por voluntad divina o como última escenificación terrible de un régimen condenado a desaparecer con su protagonista, y es enterrado junto al fundador de la falange.
A partir de este momento, el 20 N será la fecha para que, los franquistas primero, y otras familias del fascismo más tarde, conmemoren un régimen que oficiosamente había llegado a su fin.
Durante la transición fue bastante común que grupos de ultraderecha como los guerrilleros de Cristo Rey, entre otros, llevaran a cabo ataques contra militantes de izquierda, librerías, cines de arte y ensayo, teatros y demás agentes de la confabulación judeomasónica internacional, en una estrategia sistemática de desestabilización y terror. Las máximas expresiones de esta barbarie escuadrista serían el asesinato de los abogados de Atocha o la ensalada de tiros que tuvo lugar en Montejurra.  
Así pues, pasaron los años. José Antonio vio desaparecer, desde el cielo, su nombre de las avenidas de las grandes ciudades. La gente corriente se olvido de que había algo que recordar y decidió pasar ese día trabajando o comprobando los resultados de la quiniela según cayese ese año, en laborable o fin de semana, y solo los nostálgicos, los franquistas convencidos y las nuevas generaciones de militantes nazis o fascistas apuntaban esta fecha en su calendario religioso particular.
Pocas fueron las concentraciones que resistieron a los nuevos tiempos, y entre ellas, una vez más, sería la de Madrid la más importante.
Blas Piñar, notario toledano, máximo dirigente de fuerza nueva, y diputado por la unión nacional (conocida por el bunker) hasta el año 1982, será orador principal de la concentración del 20-N en la Plaza de Oriente de Madrid durante los años siguientes, en el acto convocado por organizaciones como la misma Fuerza Nueva, pero también Acción Católica, Nación Joven, la Asociación de excombatientes….
Así llegamos al año 1988. Ese año se había fundado la organización juvenil Bases Autónomas, liderada por ex miembros de las juventudes de grupos de ultraderecha (entre los que destacan los hermanos Rodríguez de Castro y Fernando Perdices)  más clásicos que quieren romper con la imagen y trayectoria de los grupos ya existentes y absorber a toda la juventud pandillera de Madrid. Skins, punkies, rockers…(principalmente en el mundo de las hinchadas futboleras, en el caso de Madrid, tanto entre los miembros del Frente Atlético como entre los de Ultra Sur, que hasta la fecha o bien eran gente de barrio despolitizada pero generalmente con sensibilidades de izquierdas).
 Ese mismo año, el 20 de Noviembre, tras la manifestación en la plaza de Oriente un grupo de medio más de medio centenar de rapados nazis ataca la plaza de Tirso de Molina, lugar de reunión de los militantes y simpatizantes de la izquierda radical madrileña, donde todos los domingos se ponen puestos de propaganda de organizaciones políticas y sindicales (CNT, AFAPP, grupos autónomos….) y también distribuidoras de material alternativo.
Dado el ambiente en los meses previos en que los ultraderechistas habían hecho incursiones en barrios como Malasaña y Moncloa, así como en las cercanías del metro en varios domingos, muchos militantes antifas habían acudido preparados para una posible agresión.
Se produce una muy dura refriega en la que algunos de los puestos políticos acaban por los suelos, hay varios heridos entre los antifas, ocho entre los nazis e, incluso, varios policías municipales se llevan lo suyo. El altercado se salda con dos detenidos, uno por bando, y queda plantada la semilla de la futura movilización antifascista más importante de Madrid en los siguientes años.
Son años muy duros. La organización Bases Autónomas ocultándose tras una confusionista e imposible ideología anarco fascista capta gran número de militantes y simpatizantes. Se organizan de forma paramilitar, muy verticalmente, y durante unos años se convierten en una fuerza que, a su manera, continua la política de agresiones y ataques contra la izquierda. No solo organizada, si no contra todo lo que huela a “guarro”, como ellos llaman a ocupas, punkis, feministas y todo lo que huela a rojo.
Por su parte, la izquierda radical más joven comienza las labores de autodefensa.
Una de ellas, la más vistosa con los años, será la organización de  la defensa de los puestos políticos, sobretodo esa fecha del 20 N y los días cercanos. Así surge la coordinadora antifascista de Madrid, órgano de funcionalidad intermitente que siempre, después del verano, se juntaba para preparar los actos del 20 N.
La historia de la coordinadora será desde sus inicios una historia de supervivencia. Tanto frente a las tensiones externas como a las internas.
La presión de los fascistas se ve reforzada por la acción policial contra los militantes antifascistas y por el papel de los medios de comunicación, que o bien trata de abordar el problema como una cuestión entre pandillas juveniles despolitizadas totalmente y marginales (rollito Quadrophenia o Latin Kings versus Ñetas) o bien lo planteaba como una cuestión de dos bandos extremistas igualmente indeseables.
En este ambiente de presión mediática, una de las organizaciones de la coordinadora, las Juventudes Comunistas de Madrid (organización ligada al PCE), convoca una rueda de prensa unilateralmente para desmarcarse  de las actitudes violentas y desconvoca la concentración. La causa fue las espectaculares imágenes de televisión del año anterior en que la policía mostró lo que supuestamente habían incautado a los manifestantes, bates de béisbol, hachas y otras armas blancas. Lo que si es cierto es que la concentración del año anterior (1989) acabó como el rosario de la aurora, es decir en una batalla campal.
Por esto el PCE presionó a los dirigentes de la juventud comunista para que hiciesen lo que acabaron haciendo.
Los años venideros siguieron marcados por la violencia. En Madrid y otros puntos del estado los nazis siguieron golpeando, llegando a asesinar a varias personas (Lucrecia Pérez en Madrid, Guillem Agulló en Valencia) y quedando varios crímenes sin resolver (la desaparición y muerte de una joven en el barrio de San Blas nunca fue aclarada, así como la muerte de un travestido en Barcelona, aunque en ambos casos se sospecho de ellos). Socialmente parece que empieza a percibirse esta nueva ola fascista como una amenaza real y la convocatoria tras el asesinato de Lucrecia reúne a más de 5000 personas, parece que salimos del guetto.
Con los noventa se deja la formula concentración defensiva y se pasa a la manifestación reivindicativa. Cada año coincidiendo con la manifestación de los fascistas, se hará una manifestación que comenzará en la glorieta de Carlos V de Madrid, para terminar en la Plaza de Tirso de Molina (inicialmente se intentó el recorrido a la inversa, pero las autoridades no lo permitieron). Mientras tanto, a la manifestación fascista, merced a los contactos internacionales tanto de los dirigentes de Bases Autónomas, como del matón Ricardo Sáenz de Ynestrillas comienzan a venir dirigentes nazis de toda Europa. Estos años la presencia de amplios dispositivos policiales impide los desordenes de años anteriores.
La manifestación antifascista va ganando popularidad año a año y la coordinadora, en estas fechas pasa a ser sostenida principalmente por los colectivos del área de la autonomía madrileña, si bien en vísperas de la fecha clave lo habitual era que muchas otras organizaciones se acercasen para formar parte de la coordinadora. Algunas de buena fe y otras con clara vocación partidista y con la intención de hacer proselitismo. Esto nos permitirá hacernos una idea de la importancia que había alcanzado esta manifestación.
El año 1995 será otro de esos años que los que hacíamos antifascismo no podremos olvidar. Después de otro año de terrible actividad fascista. Después de la muerte de un joven punk junto a la puerta de un garito nazi en Alcorcon. Y después de que tras su muerte, la manifestación oficial convocada por los mismos políticos que dejaban hacer a los fachas y legislaban en contra de la izquierda juvenil acabase en motín y batalla durante horas entre policías y manifestantes (el garito de rapados fue arrasado), todos esperábamos que aquel 20N fuese de órdago, pero jamás sospechamos lo que finalmente paso.
Ese año la manifestación la había legalizado Solidaridad Obrera, una central anarcosindicalista muy cercana al mundo de las ocupaciones, el antimilitarismo y el ámbito de la autonomía. Pero dos días antes de la manifestación, una explosión en un piso de Vallecas en el que vivían tres destacados militantes madrileños disparó todas las alarmas.
La prensa habló de artefacto explosivo. Tres compañeros fueron detenidos y un cuarto, en coma,  se debatía entre la vida y la muerte en el hospital, bajo custodia policial. El miedo y la preocupación aparecieron entre militantes y simpatizantes que no sabían muy bien lo que ocurría. La prensa empezó a enmierdar, y  a los compañeros se les aplicó la ley antiterrorista. Para colmo alguien había desconvocado la manifestación, o eso se decía.
Finalmente, y a costa de una escisión en Solidaridad Obrera, los compañeros tiraron del carro y se hicieron de nuevo cargo de la legalización del acto, pero eso muchísima gente no lo sabia y temíamos, al menos los más jóvenes, estar dirigiéndonos a una carnicería y que mucha gente se asustase y no acudiese al acto.
También se temía que este año dejasen hacer a los nazis y que la manifestación acabase siendo atacada por ellos. Muchos acudimos a la mani con bastante miedo y el teléfono de los abogados grabado con fuego en la memoria.
Pero nada de eso ocurrió. Ese año la manifestación fue un autentico éxito y una vez más los asistentes superamos la cifra de 5000 personas. Muchísima gente joven venida de todos los barrios de Madrid y de los pueblos de la periferia se juntó para reivindicar la lucha antifascista por encima de la criminalización mediática y de la actitud siempre chulesca, provocativa y desafiante de los antidisturbios.
A partir de ese año los fascistas, a nivel de calle, fueron decayendo. Mientras tanto, la actividad a la que estaba ligado inevitablemente el antifascismo madrileño creció. Surgieron muchos colectivos de barrio y centros sociales ocupados.
El siguiente año, 1996, volvió a cargar la policía, pero después de la finalización oficial del acto. Hubo varios detenidos y algunos de ellos interpusieron denuncias por torturas sufridas en comisaría.
Después de ese año se puede hablar de una constante en algunas de las características de la manifestación y lo que la rodea. Pequeñas escaramuzas tras el fin oficial de la mani. Noticias que vinculan a los antifascistas con organizaciones armadas (en 1998 la prensa hablaba de la relación entre los organizadores del acto y el PCEr-GRAPO), etc.
Es también la época en que la coordinadora trata de cambiar los iconos y los lemas clásicos de la convocatoria con la idea de hacer patente que el peligro actual del fascismo va más allá de las reyertas callejeras y los grupos de escuadristas. Es la época en que los militantes antifascistas procuramos hacer ver a la gente, a través de esta convocatoria y más de estas características, que la paulatina pérdida de libertades y derechos de determinados sectores de la población es el camino del autoritarismo del sistema. Sabemos que los nuevos fascismos ya no se servirán de la agresiva estética  del fascismo de los años treinta y que por tanto serán más peligrosos si cabe.
Nuestro afán por movilizar a colectivos sociales de distinto tipo al nuestro (inmigrantes, mujeres, etc.) fracasa y este es el golpe final para que una parte importante de la militancia antifascista más experimentada, acusando el cansancio de tantos años, decida volcar sus afanes revolucionarios y transformadores en otros frentes de lucha.
Los años siguientes, la convocatoria languidece. Un año incluso la chavalada que se manifiesta llega a Tirso de Molina sin pancarta de cabecera y vuelve acabar todo como en los viejos tiempos, solo que esta vez reina gran confusión por que la falta de organización hace que los numerosos detenidos no tengan, en un principio, ni abogados disponibles.
Tras ese traspié, el año exacto no lo recuerdo, una nueva hornada de militantes trata de organizar de nuevo el acto.
Visto desde fuera parece que empiecen de cero. Mismas presionas externas (prensa, policía,…). Mismos iconos propagandísticos (se llegó a repetir de forma casi idéntica hace dos años un cartel de hace unos doce). Misma media de edad.
En los dos últimos años el banderín de enganche  de la convocatoria oficial ha sido la memoria histórica, haciendo referencias principalmente a la represión durante la dictadura franquista.
La principal diferencia hoy por hoy, ha sido la ruptura que se ha producido este año. La convocatoria oficial provocó el abandono de la mani de todo el sector libertario, lo que supuso que en realidad este año en lugar de una manifestación hubiese dos. Una de la coordinadora oficial y otra de una suerte de coordinadora libertaria, claramente igualadas en número. Patético.
Esto se debió, principalmente, a una convocatoria oficial de corte partidista (por la republica, el socialismo y la autodeterminación) imposible de asumir por una parte importantísima de los militantes y simpatizantes de la convocatoria (yo mismo estoy abiertamente en contra de esa consigna), de hecho muchas personas que seguíamos acudiendo a la cita año tras año, pese a no ser ya dinamizadores activos del mismo, decidimos no ir por no protagonizar una escena propia de la “Vida de Brian”.
Lo que si puedo afirmar es que en los tiempos en los que yo era activo militante antifa jamás se nos hubiese pasado por la cabeza hacer un lema excluyente. Hubo un grupo que fue expulsado (la juventud comunista de Madrid) y otros que no fueron admitidos, pero el lema siempre fue amplio y unitario. A pesar de que el sector autónomo-libertario fue prácticamente unánime durante varios años.   
Personalmente pienso que si se quiere que el antifascismo siga siendo valido como herramienta de lucha de las organizaciones revolucionarias madrileñas deberíamos abrir un debate sobre los errores del pasado y las perspectivas de futuro, pero eso ya debería ser materia a tratar en otro articulo y, puede incluso, que en otros foros. En cualquier caso espero que como introducción os sea beneficioso y que pueda aclarar ciertas incógnitas, así como provocar la curiosidad por el tema.
Sin más me despido de todos los lectores del “tupa”. Un fuerte abrazo para todos y todas.
Vicente Martínez

lunes, 9 de noviembre de 2020

Una ventana abierta (Capítulo 3, parte 1)

 Ésta entrada va especialmente dedicada a Carolina y Alejandro que, sin conocerse, y en dos rincones del mundo muy alejados no han parado de insistir núnca en que siguiese con la historia de Magdalena, Fernando y la comandante Ruth, aún cuando yo ya no daba un duro por ella.

Espero que os guste

 

 

Ya lo decía Ramona. Más bien bajita, morena y siempre con el pelo  recogido en un moño, no puedo decir que fuese guapa, ni tampoco fea. Una de esas personas que, a simple vista, pasarían desapercibidas en ese Madrid que se resistía a dejar el blanco y negro.

Apenas hablaba. Pero nunca dejaba nada sin decir. A sus miradas, sus tonos y sus múltiples variedades de respiración debo una intuición social que, no exagero,  me ha salvado la vida en un par de ocasiones. Era capaz de decirlo todo con la única frase “Si señora”. Incluso el no más rotundo.

De niño me fascinaba acompañarla, las pocas veces que podía ya fuese por una convalecencia o algún festivo escolar, al mercado de La Paz. Yo no entendía porque caminábamos tanto si teníamos mucho más cerca el de la calle Ibiza pero en el fondo, pese al cansancio, era para mi una gran aventura. Los puestos de pescado con los lenguados de mirada triste, las diestras manos de los carniceros despiezando los animales con golpes secos y precisos y las verdulerías con esas mujeres gritándose entre ellas y anunciando su género. Era un viaje a otro mundo.

La sabiduría de Ramona, para mi, no tenía fin. A diferencia de otras empleadas que tuvo mi madre no iba siempre a tiro hecho para no perder tiempo. Para ella la compra era sagrada. Observaba los puestos y el material. Sin pausa, si, pero sin prisa. Y aunque sabía cuales eran los puestos de mejor tradición y calidad reconocía una ganga a distancia aunque no fuese uno de sus lugares habituales. Nunca la vi discutir un precio pero tampoco recuerdo que la dieran gato por liebre. Si algo no le convencía simplemente hacía un leve gesto con la cabeza y se marchaba. No se casaba con nadie. La única sirvienta de la que jamás, después de ir al mercado, se quejo mi puntillosa madre.

Ante mis aflicciones de niño, ya fuesen por las notas, los castigos o las peleas con mis hermanos mayores, ella siempre me confortaba con una de sus máximas favoritas,  recordándome que cuando Dios cierra una puerta abre una ventana. No se porque, pero siempre que evoco esas tranquilizadoras conversaciones estamos haciendo el camino ya de regreso a casa.



Estaba en ese momento en que creía haber tocado fondo cuando el destino, confirmando la fé de Ramona, quiso que la ventana se abriese en forma de unas Magdalena y Katya que, desorientadas, habían confundido la caseta en la que nos encontrábamos, de un minúsculo grupo maoísta, con la de la Liga Comunista Revolucionaria en la que habían quedado.

Aquella noche del jueves quince de mayo, puente de San Isidro, salí hecho un guiñapo de casa con dos muermos invitándome al suicidio sin saberlo y regresé, entrada la mañana del viernes, con esa energía que solo te dan las anfetas, las barricadas incendiadas o el amor correspondido.

Si bien no había consumido drogas y nadie había iluminado la oscuridad con las llamas de la resistencia urbana había sentido, a lo largo de la noche, poco a poco, una sensación que creía que no volvería a sentir tan pronto.

Desde casi el principio de la conversación la cosa entre Magdalena y yo había fluido. Una de esas veces que te presentan a alguien y la conexión es inmediata,como si os conocieseis de antes y solo llevaseis un tiempo sin veros.

Me  comentó que eran de Nicaragua. Tanto ella como Katya. Apremiadas por mi curiosidad concretaron  más. De un lugar llamado Estelí. Al norte del país, cerca de Matagalpa.

Se sorprendió mucho de que yo hubiese oído hablar del lugar en cuestión. Y de los combates que allí habían tenido lugar durante la revolución. Ese fue el comienzo.

Le hable de mi trabajo como periodista, de mis ideas políticas y de como mucha gente en España, así como en el periódico para el que trabajaba entonces, seguía con interés los acontecimientos. Unos con preocupación por lo contagioso de las revoluciones, otros con la ilusión y la esperanza de que se diese otro paso hacia la revolución mundial. Cada familia y cada secta de la izquierda queríamos ver vetas y ramalazos de nuestras tendencias respectivas en aquellos que entraron vencedores en la Managua del 79.Ya fuese en sus discursos, sus manifiestos o en los colores de sus banderas.

Entre las muchas cosas que aprendí aquella noche fue el gentilicio “Nica”. Me contó que cada uno de esos pequeños países centroamericanos tiene su propia forma de ser llamadas por los vecinos. La suya es la más sencilla y obvia. A los costarricenses les llaman “Ticos”, a los guatemaltecos “Chapines”, a los hondureños “Catrachos” y a los salvadoreños “Guanacos”.

Al parecer estaban en Madrid para matricularse en la universidad. El gobierno revolucionario necesitaba técnicos y les había mandado aquí como vanguardia y, casi, casi, como experimento.

A mi me sorprendió bastante lo que me decía porque pensaba que mandarían a su gente a estudiar a Cuba y a los países del este pero me contestó que si bien era cierto que eso pasaba la barrera idiomática, salvo con los cubanos, era muy fuerte y que además, algunas ramas del Frente Sandinista tenían aquí contactos que permitían que, además de estudios, pudiesen generarse otra serie de vínculos culturales. Además la necesidad de técnicos que tenía el país era mucho mayor que las ofertas de formación que recibían por lo que había acelerar la formación de cuadros. Por último, el gobierno de Managua, esperaba que pronto en España habría un gobierno de izquierdas y amigo.

Aunque me moría de ganas de preguntarle por la guerra en Estelí y por la ofensiva final de 1979 me pareció ver que no estaban interesadas en hablar de eso. Era evidente que lo que para mi podían ser anecdotas y chascarrillos a una segura y prudencial distancia a ellas le traían recuerdos duros y personales. No insistí.

Ella, por su parte, también tenía mucho interés en preguntar y pronto me vi contando anécdotas y batallitas del anarquismo madrileño de los últimos años de la dictadura y tras la muerte de Franco. Antes de los malos rollos que nos estaban envenenando en los dos últimos años en que parecía como si nos hubiésemos vuelto locos más preocupados por la compañera que se quería presentar a los comités de empresa que los Guerrilleros de Cristo Rey que seguían pegando palizas y asesinando a cualquiera a quien considerasen un peligro para la tradición hispana.

Evidentemente, y pese al aumento paulatino de mi euforia, elegí solo las historias que podían contarse, no solo a viva voz, sino también para causar la risa o el asombro. Cumplí el objetivo con creces y durante un buen rato ámbas se rieron bastante.

La que más le gustó fue la de cuatro compañeros ácratas que estudiaban en el ICAI, un centro de estudios técnicos de distintas materias, hermano gemelo del ICADE, una universidad privada donde se impartían derecho y economía, ambos pertenecientes a los jesuitas.

A diferencia de la universidad, donde comenzaban a verse con cierta tolerancia algunas actitudes, y de los barrios obreros donde el paisaje ayudaba un poco, los cuatro del ICAI estaban en un ambiente hostil. La ubicación de la escuela, en el barrio de Arguelles, un lugar de clase media y fuerte lealtad al régimen, así como la actitud de gran parte de sus compañeros les hacía estar en una doble clandestinidad. La que tenían todos los que militaban contra una dictadura que a duras penas se sacudía su tufo fascista y la de aquellos que, además, militaban en territorio enemigo.

Hijos de obreros, becados tres de ellos, solo uno sabía que no sufriría demasiado de caer en manos de la Brigada Político Social. El resto podían darse por jodidos.

Su día a día consistía, principalmente en tragar bilis, disimular y soñar con planes imposibles para vengarse, aunque solo fuese una vez, de todos esos orgullosos hijos del franquismo. Se dedicaban a repartir prensa y propaganda junto a otro par de grupos de Madrid y, de vez en cuando, reunirse al aire libre. Poco más.

Aunque pudiera parecerlo ni siquiera el colegio era un lugar seguro para esconder nada. A la iglesia de la Inmaculada y San Pedro, situada dentro del recinto de la escuela, acudía puntualmente para oír misa, cada sábado por la mañana, un magistrado del Tribunal de Orden Público y coronel de artillería. Por este motivo, desde el atentado mortal contra el presidente del gobierno Luis Carrero Blanco, la policía hacía registros regulares en el edificio.

Por ese motivo también, los cuatro compañeros, se sentían más vigilados y más jodidos. Con más ganas de actuar y, al mismo tiempo, más miedo a ser capturados. Por eso precisamente su golpe fue el más audaz y el más doloroso posible para un sistema que solo entendía la violencia; que temía la ternura tanto o más que la alegría y la justicia. Que no podía olvidar sus terribles deudas pendientes tras años de atrocidades.

Sin duda alguna el coronel Estévez, sus escoltas, y muchos de los feligreses hubiesen preferido cien veces un atentado o una algarada callejera, algo que justificase una vez más su odio y su rencor, antes que ver los miles de claveles blancos y rojos que, atados a los muros, a las ventanas y a las verjas, decoraban el edificio aquella mañana al acudir a misa. Ese sábado 27 de abril de 1974 el sol salía por el oeste.


Terminaba de contarle ésta historia cuando llegábamos a la Puerta del Sol donde  tenía que coger el autobús para su barrio. Todos mis amigos y Katya se habían ido marchando, sin que nos dieramos mucha cuenta, a lo largo de la noche y de la madrugada.

Aún nos dimos tiempo para un chocolate con churros antes de una despedida que ninguno de los dos parecía tener prisa por acometer.

Sus últimas palabras, antes de subirse al autobús,y después de que me girase la mejilla al intentar yo besarle en los labios, fueron, “Cuando me lleves a ver esa iglesia”.

domingo, 1 de noviembre de 2020

Juventud sin presente

Tengo la sensación de que me hago viejo. Es un hecho que cada uno se hace viejo a su manera. Si ciertos amigos de Alicante lo han notado en una necesidad de revisar su pasado militante para escribir un libro y Arwen Undomiel lo sentía en el agua, lo sentía en la tierra y lo olía en el aire, yo me lo noto en que siento que me repito más que el ajo, como los viejos.

Es cierto que también puede ser, éste comportamiento, un acto de heroica resistencia frente a lo que Bauman llamó sociedad líquida. Una sociedad donde nada perdura, siempre hay que estar renovando las cosas y el consumismo se ha trasladado también, y sobre todo, a las relaciones humanas. Pero como Bauman era un viejo es perfectamente posible que ambas opciones sean complementarias.

El caso es que una de esas cosas que repito muy a menudo es la máxima de que el pueblo es ignorante pero no idiota. No puede no ser ignorante porque desde que perdió la guerra civil el pueblo, me repito, la gran victoria de las clases dominantes y sus capataces de finca, llamados eufemisticamente gobiernos, ha sido la de lograr que las trabajadoras y trabajadores de éste país no sientan ningún interés por la cultura. Que carezcan de inquietudes y, por tanto, de rebeldía.

En esto todos los gobiernos han coincidido y es lógico. A fin de cuentas los pueblos son como el mar. Cuando uno lo mira de lejos es maravilloso ver su fuerza, escuchar su furia y admirar sus grandes olas sacudiendo y erosionando las rocas. Pero cuando uno está sobre su superficie lo que quiere es que sea manso y transparente como los océanos de postal.

Una parte importante del pueblo siempre poco valorada es la juventud. A la juventud se apela para vender productos a pitopausicos, escribir programas electorales y, llegado el caso, para morir en las guerras. Pero no se la escucha. Nunca. Ni si quiera en las organizaciones supuestamente revolucionarias se deja espacio para que los jóvenes se expresen, experimenten, se equivoquen y aprendan. Los que obedecen promocionan, los que molestan tienen la puerta abierta y el futuro cerrado.

Durante los últimos meses, desde que el Covid vino a amenizar nuestras vidas, la juventud española que ya estaba bastante machacada ha sido uno de los sectores sociales más castigados. Encerrados, silenciados y ahora culpabilizados por un sistema que apenas si comprenden y que ha generado el solito los males de los que acusa a quienes no pueden,aún, defenderse.


Pero no son idiotas.

El otro día hablaba con Ramón. Ramón es un muchacho, cumplió los dieciocho el jueves pasado, que conocí en mi primer año como entrenador en Alacrán y que ésta temporada se ha animado a ayudarme a entrenar a las chicas de doce a quince. Le he visto holgazanear y crecer. Ambas de manera impresionante.

No solo sabe mucho de fútbol. Además tiene la cabeza bastante bien organizada. Poco amueblada, si, porque se ha criado en esta sociedad de trabajado analfabetismo funcional, pero con mucho sentido común.

El otro día, charlando de todo un poco después de despachar a las alacranas a su casa, compartía una de sus reflexiones conmigo. “¿Porqué no podemos estar siete amigos en el parque, a las once de la noche, con las mascarillas puestas y luego veo a la gente en los debates de la tele hablándose a gritos y sin mascarilla?” Ese día aún tenía diecisiete años. No le parecía bien, ni justo, aunque les hiciesen PCR antes a los tertulianos. Me repito  No son idiotas.

La conversación con Ramón, con quien siempre aprendo alguna cosa, me sirvió para confirmar lo mal que lo están pasando. Lo que sospechaba de comentarios, miradas, silencios y desapariciones. La espiral de los últimos años años se está agudizando. Puede que estos chavales nunca sepan quienes son Zizek o Naomi Klein, ni hablen como ellos. Pero saben de lo que hablan porque lo sienten en sus carnes cada día.

Nuestros jóvenes, los nacidos en los últimos veinticinco años, quizá más o quizá menos, son dos generaciones criadas sin más expectativas que la esclavitud salarial. Si los hijos de la transición y del fin del bloque soviético alcanzamos a ser engañados con la mentira de que con esfuerzo y una gota de suerte viviríamos mejor que nuestros padres los nacidos en las últimas décadas no han tenido ni ese espejismo.

Se les exige un trabajo constante, con una jornada laboral de unas treinta y cinco horas semanales en el instituto y el colegio y una incalculable cantidad de horas extra a la salida del mismo (deberes, refuerzos, academias de idiomas...), a cambio de que quizá, aquellos que no se queden por el camino, tendrán un trabajo de mierda. Sin caretas. Sin sonrisa Profiden. Sin mentiras. Y sin presente. Por que esta juventud no solo ya no tiene futuro, además les estamos robando el presente.
 

 Los niños y las jóvenes aprenden lo que viven, no los sermones que se les sueltan. Si se desconfía de ellos, desconfiaran. Si se les ignora, nos ignoraran. Si les castigamos, en cuanto puedan, ya sabéis lo que nos pasará.

No voy a apelar a ningún gobierno, ni a ningún partido, porque en el ADN de los mismos no está el escuchar al pueblo como no está en el ADN de un tiburón blanco el comer coles de Bruselas. Voy a apelar a quienes aún quieren, de verdad, un mundo mejor. A quienes leyendo mi blog estéis de acuerdo, lo compartáis o no (por si no queda claro era un comentario publicitario).

Tenemos que dejar de exigirles como adultos y castigarles como a niños. Los que tenemos conciencia social, lo que quiera que sea eso en cada caso, no podemos permitir que la generación que no defendió sus derechos ahora castigue y machaque a la generación de sus propios hijos por ello.

La chavalada hoy en día necesita dejar de ser invisible. Dejar de ser sospechosa. 

Necesita respeto,confianza y cariño . Para empezar, ser escuchada. No oída e ignorada como hacen muchos trabajadores sociales que dan soluciones imposibles para realidades ignoradas. Escuchada en profundidad y conciencia. Dejar que experimenten, que opinen, que rían y que nos tengan a su lado como apoyo cuando se equivoquen.

Cualquier otra cosa es abonar el nuevo totalitarismo. Entrenar a nuestros verdugos, geriatras o carceleros. Pardos o con coleta.