domingo, 26 de julio de 2020

En memoria de Abraham Guillén

La memoria es bastante puñetera. Por eso, a estas alturas, no puedo asegurarlo al cien por cien pero aún así me atrevo a afirmarlo. Creo que la primera vez que alguien me hablo de Abraham Guillén  fue cuando estudiaba en Alicante. Entre el otoño de 1995 y el verano de 1998. Fue una simple pincelada.

Estabamos en una reunión bien de una plataforma unitaria a la que yo acudía como delegado del CAU (Centro autónomo autogestionado) o quizá en una del fallido intento que hubo de montar una radio popular. Mientras esperábamos a que llegaran los rezagados para poder empezar a pelearnos no siempre de manera respetuosa un militante del PCE algo mayor que yo me enseño el libro de “Economía Autogestionaria” mientras me decía que lo estaba leyendo porque aunque era anarquista era un autentico cerebro.

Yo, que debía tener veinte años en aquél momento no le hice mucho caso. No me interesaba la economía, aún no me había sacudido la soberbia juvenil que te impide abrir las orejas cuando el prejuicio es demasiado fuerte (qué me iba a explicar a mi un pecero del anarquismo hispano) y estaba en esa fase que muchos hemos pasado en ciertos ambientes de tener solo ojos para la mal llamada “Revolución española”. Devoraba los Durrutis, los Garcías y los Meras sin espacio para ninguna otra cosa y sin entender aún que una dieta verdaderamente sana, sobre todo para el cerebro, debe ser variada y rica. No solo abundante.

Los siguientes encontronazos con el personaje en cuestión fueron ya a mi regreso a Madrid. Comentarios de compañeros anarquistas. Portadas muy feas de libros en mercadillos, distribuidoras o librerías y el volumen de “Economía Libertaria” danzando por mi casa. Mi padre, economista y libre pensador, lo había mordisqueado un poco. Su juicio sobre ese título sin ser demoledor no fue demasiado positivo. Como no podía ser de otro modo mi primer escarceo con Abraham fue “El error militar de las izquierdas”, una de sus obras de análisis sobre las causas de la derrota del bando republicano durante la contienda civil española.

Fue un gran descubrimiento.

Hace un par de semanas, por fin, ha visto la luz un libro de José Luis Carretero Miramar  cuyo objeto de estudio es  ese señor del que os vengo hablando.

“Abraham Guillén. Guerrilla y Autogestión” es el título de esta obra en la que Carretero nos lleva de la mano de este singular personaje. Desde su infancia en un remoto lugar de Guadalajara hasta el final de sus días en el popular y hoy gentrificado barrio de Lavapies.

Perfectamente ambientada en su momento histórico y con una acertada combinación de fuentes escritas y entrevistas a protagonistas del momento, esta obra, es capaz de trasladarnos a ese instante crucial en que pareció que toda América latina podía sacudirse el yugo del imperialismo yankee con las armas en la mano.

De manera sencilla pero completa y asequible, el autor de esta biografía, nos va desgranando, etapa a etapa, no solo las vivencias del economista y periodista caracense si no también perlas escogidas del pensamiento de éste.

Es un trabajo didáctico que logra la nada sencilla tarea de hacer divulgativa  la trayectoria de su protagonista y la obra de este que, para ser sincero, muchas veces era algo caótica y enrevesada. Un hombre poco preocupado por el estilo y apremiado por la necesidad de transmitir.


Las escasas carencias de este libro son, para mi gusto, la poca información de la infancia de Abraham, por otro lado difícil de obtener; de quienes le abrieron las puertas al mundo de la cultura y el ansia de saber. Quizá también le cambiaría alguna leve cuestión de estilo más patente en el capitulo final. Por lo demás estamos ante una obra que rompe un candado y paga una deuda.


El candado es, a mi parecer, la densidad y profundidad propias de la forma en que Abraham tenía de escribir, sobre todo de economía. Accesible para pocos.  La selección hecha por Carretero de los fragmentos más amables y su contextualización  son una invitación a leer más. Una suerte de menú degustación para que nos animemos a probar en un futuro próximo cada uno de los platos que nos tiene reservado el legado de “el viejo”.

La deuda es la de un movimiento olvidadizo con todo aquello que no encaje en la leyenda que se ha forjado tanto sobre la composición de sus filas como en lo referente figuras magnificadas, marginales o no, como Maroto, Pellicer, Baliús, Durruti o Federica, por corrientes empeñadas en confundir lo que fue con lo que a ellos les hubiese gustado que fuera. Un mundillo que prefiere la comodidad de las certezas aunque sean inventadas, la paz del sillón y la verdad revelada, a las inseguridades que generan los personajes  imperfectos, con aristas, reales. Personajes como Abraham.

Como no me gustan los spoilers solo os diré una cosa. Tenéis que leerlo.