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lunes, 7 de septiembre de 2020

Privilegios y primigenios

Como muchos sabéis soy un fanático jugador de rol. El sábado pasado teníamos nuestra irregular partida mensual pero debido al exceso de horas de trabajo de la mayoría y a que yo, milagrosamente, había dirigido una partida la tarde anterior nos tocó improvisar. Es decir, que acabé improvisando yo. Narrando una partida de una sola sesión a "La llamada de cthulhu". Un juego de terror ambientado en las obras de Lovecraft. Si, ese que ahora inspira una serie en la HBO.

        Como soy muy tradicional decidí que ambientaría la partida en los años 20 del siglo ídem, que para quienes no lo sepáis es la ambientación en la que se pensó y diseño el juego original. Dado que los amigos con los que jugué esa tarde son veteranos les dí libertad absoluta para diseñar sus personajes. Solo les comenté que la partida estaría ambientada en Nueva Inglaterra y que transcurriría cerca de los bajos fondos de la ciudad de Arkham.
       

        En seguida surgieron las ideas. Un ex boxeador de origen irlandés, un barbero de oscuro pasado descendiente de alemanes, un patrullero corrupto también hijo de nacidos en la isla esmeralda y un músico vagabundo afroamericano.

        Yo no quise interferir pero si teníamos que interpretar bien los personajes, y yo tengo que ambientar decentemente la partida, ese jugador estaba a punto de vivir un pequeño infierno. No tanto por la calidad de la interpretación de cada jugador, algo a fin de cuentas secundario, sino por las dificultades que se va a encontrar el personaje de marras en un ambiente como el de los años veinte en los EEUU, siendo negro, en una zona como la que se desarrollaba la trama. Me vino a la cabeza la película Ragtime  de Milos Forman, muy recomendable, y la use como fuente de inspiración ambiental. No pude quitarmela de la cabeza.
        
        La partida fue bastante caótica y surrealista, algo no muy improbable en Cthulhu. Y terminó, dentro del juego, con un cadáver robado y profanado, una viuda asesinada por unos duendes grises de alcantarilla, un barbero inocente condenado a muerte y tres prófugos de la justicia. Lo más sorprendente, sin duda, fue el hecho de que sacaron todas las tiradas de cordura menos una y nadie enloqueció por los espectáculos bizarros en los que se vieron envueltos, que no fueron pocos. Aclaro, para los profanos, que en éste juego se tiene en cuenta que los espectaculos raros, violentos y desagradables afectan a la salud mental y es recurrente hacer tiraads para ver si la estabilidad emocional de los personajes aguanta o sucumbe.

         Fuera la cosa se saldó con un amigo que lo pasó bastante mal y cuyas intervenciones estuvieron muy limitadas. Su personaje no podía entrar en la mitad de los sitios a los que iban a investigar,le ignoraban o le insultaban y le faltaban al respeto de manera continua. Y eso que si intervine para que cambiase el nombre que había elegido, tirando de ese invento del diablo llamado Internet, fundiendo el nombre de tres conocidos músicos de la época y que había resultado ser ni más ni menos que el de Robert Edward Lee.


        Para los desconocedores de este personaje real, se trata del más reconocido general de las tropas confederadas durante la Guerra Civil de los Estados Unidos. Entre otras cosas se opuso al derecho al voto de los esclavos libertos tras la guerra y, a día de hoy, un héroe para gran parte de los supremacistas blancos en ese país.

         Me pilla veinte años antes, no le aviso, y le arruino la tarde hasta el punto de que me deja de hablar durante un mes.

        Después, cuando terminamos y nos fuimos a cenar, se dio una situación de reflexión en todos nosotros. Si en el salón de casa de un amigo, interpretando un papel en un juego por espacio de cuatro horas (fue corta la partida), sabiendo que cuando quieras lo dejas, meterse en la piel de un afroamericano, de una persona racializada, es una experiencia desagradable en la que te quedas fuera casi todo el tiempo ¿como es cuando no es un juego que puedes parar en cualquier momento y volver a tu piel blanca? ¿qué clase de vida llevas cuando en todo momento eres un ciudadano negro, o mujer, o trans, o sin papeles o varias de estas juntas y te sabes prescindible y machacable?
        
        No se como acabó el debate. Ellos fueron a un bar a cenar y yo me fui a sacar a Jack para no caer en la tentación de alimentos poco recomendables. Ahora bien, una vez más me quedó claro que incluso los que vamos por la vida de militantes y "aliados" tenemos la enorme suerte, cuando estamos cansados, de poder darle al botón de off para olvidar las miserias de la vida. Y los que podemos hacer eso nunca deberíamos olvidar que eso, sin duda, es un gran privilegio.

martes, 24 de septiembre de 2019

This machine kills fascists

El otro día, en su muro de facebook mi querido compañero José Luis Carretero escribió una entrada haciendo un análisis a vuela pluma del tema de la repetición de las elecciones y los posibles eslóganes de campaña ahora que se había desperdiciado la baza "antifascista", asesinada de manera inmisericorde por sus propios promotores, así como del riesgo real de amenaza totalitaria. Terminaba su intervención haciendo mención a lo fútil del voto a la hora de parar de facto el avance del fascismo y comparando lo con otras actividades que, a su juicio, tampoco eran útiles en esta heroica tarea. Entre ellas mencionaba pasear al perro y jugar al rol a las que equiparaba con rezar a la Virgen de los Desamparados y llamar por teléfono a echadoras de cartas.

En lineas generales estaba bastante de acuerdo con el texto, como otras muchas ocasiones, salvo en lo referente a lo de pasear al perro y jugar al rol. No solo no me gustó, además me lo tome como algo personal. A fin de cuentas Jose Luis, que cuando se despita lee cosas de las que escribo, sabe que me gusta pasear al perro y me apasiona jugar al rol.

Superado el arranque de egocentrismo le contesté educadamente en su muro pero me quedé dando vueltas al tema, hasta el punto de escribir estas lineas para mi afamado, a la par que discreto, blog.

Soy de la opinión, aún a riesgo de ser llamado una vez más alarmista, de que ya estamos andando los primeros pasos de un fascismo de nuevo cuño. No digo que vayamos a entrar en él o que sea un riesgo inminente. Afirmo que esta mierda está en marcha y a escala global.

Tengo amigos muy sesudos y sensatos que, cuando les decía esto ya hace años, me lo negaban rotundamente con datos jurídicos y políticos y sin duda, una gran mayoría de la población incluida la militante, estarán de acuerdo con ellos.

El problema es que cuando pensamos en totalitarismo, la mayoría, pensamos en escuadras sin fin de hombres de uniforme marchando armados por las calles, en parlamentos clausurados y en movimientos homogéneos bajo el mando de un único líder indiscutido.

Eso fue el fascismo del siglo XX. O, mejor dicho, esa fue la estética del fascismo del siglo pasado. Y aunque puede que llegue el día que esa estética vuelva a imponerse a día de hoy se trata de parafernalia para nostálgicos.

El nuevo orden que ya ha empezado camufla su uniformidad a través del consumo. Basta un paseo por cualquier centro comercial grande para comprobar que la ropa de todas las franquicias es tremendamente parecida, por colorida que sea. Tallajes, cortes y combinación de colores vienen dados desde arriba, así como los modelos de belleza sospechosamente parecidos a los estándares inmortalizados por Leni Riefenstahl en Olympia, y ay de aquél que trate de buscar algo diferente. Solo le queda rezar de cara a la próxima temporada.

Este sistema emergente no tiene la necesidad de recurrir, salvo en cuestiones marginales, a hordas de paramilitares de calle que se dediquen a imponer el terror a base de cuchillo y palo por la sencilla razón de que no hay, ni se espera, un movimiento revolucionario que deba ser dispersado. El horror tecnológico en que vivimos suple de manera eficaz y más resolutiva las tareas desmovilizadoras que cualquier freikorps, manteniéndonos tranquilos, deprimidos y solitos en nuestras casas. Conformándonos con reírnos de memes y retuiteando a algún anónimo y, casi siempre, desconocido chistoso. La nota se la lleva al hacerlo con la apariencia de comunicación y libertad de expresión en el periodo de la historia con mayor soledad y depresión.


Otra de las características del totalitarismo es la ausencia de derechos y la falta de garantías judiciales, al menos para una mayoría, y es uno de los argumentos que suelen esgrimirse para asegurar que aún no estamos bajo un régimen de este corte.  Bueno, puede que los blancos de clase media depauperada aún podamos pagarnos un abogado y sobrevivir a los plazos judiciales de éste norte Profiden pero los migrantes, los hombres y mujeres que logran sortear la yincana letal que les separa de Europa, Estados Unidos o Australia lo hacen para descubrir que su premio es una existencia a mitad de camino entre el siervo y el esclavo y, dependiendo del país,  puede que de por vida. Sin derechos y bajo la amenaza permanente de ser cazados, literalmente, en una redada aleatoria o por una denuncia siendo enviados a su país o cualquier otro si tienen mala suerte. Aunque hayan formado una familia. Aunque allí ya no esté su vida. Son millones.

Estamos en el mundo más capitalista de todos los tiempos, en el que hay gente que alquila amigos por horas tal y como hacía Juan Luis Galiardo con una familia, por su cumpleaños, en aquella fantástica película de Fernando León. El capitalismo más salvaje y enloquecido que, como un animal infectado de rabia, está dispuesto a a destruirlo todo antes de su más que inevitable y próxima desaparición. El fascismo más sutil y más brutal capaz de instalarse en silencio y con nuestra complicidad pasiva. Quien sabe si, incluso, está por ver, apoyándose en el discurso de la sostenibilidad y la defensa del medio ambiente. Del excedente de población. Del que no hay recursos para todos. No por interés sincero sino por justificar su barbarie.

En este contexto de aislamiento social y de deriva de desarme colectivo pienso que cualquier actividad que nos una corporalmente, sin dispositivos de por medio, para charlar mirándonos a los ojos y gastando poco o nada es una trinchera que hay que mantener. Ya sea paseando al perro , fomentando el deporte de base, aprendiendo bailes de salón, tejiendo ganchillo para colocarlo por las calles o en el club colombófilo del barrio, si es con otras, es un acto de disidencia.

En cuanto a lo que los juegos de rol se refiere, en un mundo donde cada día desaparecen lenguas y culturas, formas diferentes de entender el mundo y se avanza hacía una existencia gris como la de los hombres de Momo o las planicies de Gorgoroth en Mordor, una herramienta que nos lleva a imaginar nuevos mundos permanentemente; a  recorrer universos desde el interior de la piel de otras razas, otros géneros y  otras culturas sin dejar de ser un poco nosotras mismas y que además puede usarse desde la infancia con fines pedagógicos y terapéuticos no puede por menos que ser considerada revolucionaria.

Es más, termino estas lineas de contestación indignada  con el convencimiento de que, si no fuera por su reducido tamaño, debería emular a Woody Gothrie y grabar en todos mis dados la frase “This machine kills fascists”.

miércoles, 5 de junio de 2019

Perros, paseos y juegos de rol

El otro día se cumplieron tres años de la adopción de mi perro Jack y me salió esta tontuna....



          Perros, paseos y juegos de rol






Mientras escribo estas lineas hace tres años y un día que adopté a Jack. Es un chucho macho, de veintisiete kilos, con sangre de un sinfín de razas aunque todo el mundo coincide en que hubiese sido un fantástico cazador.

Si bien en mi familia, desde que tengo cuatro años, siempre hemos tenido perros puedo decir sin temor a equivocarme que este es el primero que es genuinamente “mio”.

Tener a Jack en mi vida me la ha cambiado bastante. Me ha dado salud mental y física y es innegable que, como me dijo una colega del barrio cuando le vio por primera vez, nunca sabré hasta que punto es el quién me ha adoptado y salvado a mi.

Aprendiendo a cuidarle he aprendido, también, ha cuidarme a mi. Saliendo a que conozca a otros canes he conocido mejor a mis vecinos y mi barrio y gestionando el miedo y la rabia que me generan sus pifias he dado un paso más en eso de gestionar de una forma calmada y respetuosa la frustración y los temores por los seres queridos.

Además, gracias a mi compinche perruno, he re descubierto uno de los placeres de mi infancia y juventud que había ido dejando perdido en el baúl de los trastos olvidados de esta sociedad telemática e informatizada en la que muchos nos hemos enredado.

Desde que Jack, nombre que no me gusta, pero que no quise cambiar para no enloquecer a un perro que llevaba a cuestas dos años de vida de soledad y abandonos, entró en mi vida y pasado el periodo inicial pude por fin soltarle he recuperado el placer de los paseos.

Cuando era niño, por la ubicación privilegiada de la casa de mi abuela, daba grandes paseos por la Casa de Campo de Madrid acompañado de mis tías, mis amigos de allí y los perros familiares. Eran paseos largos, de horas, subiendo una y otra vez el Garabitas desde distintos ángulos, saltando por las colmatadas trincheras de quienes asediaron la que fue capital de la gloria durante tres años y refrescándonos el gaznate en la fuente de Casa de Vacas.

Casi siempre en compañía vivimos encuentros extraños como cuando nos cruzamos con un preso fugado de la cárcel de Carbanchel que saltó ante nosotros desde lo alto de un árbol para seguir corriendo o el día que nos vimos en medio de un fiestón, a medio día, que tenía como protagonista al entonces flamante campeón de Europa de peso ligero Poli Diaz.
De la Casa de Campo salieron también Dalda, la primera perra que hubo en casa de mi abuela, y que fue encontrada sola en las cercanías de lo que hoy descubro, gracias a Google Maps, que se llama el Estanque del Repartidor. El mismo lugar donde un par de años antes encontramos, una de mis tías y yo, a una gallina rampante que solo estuvo en la familia un par de horas.

Los paseos con Jack no son por espacios tan bucólicos como los de mi infancia y, generalmente, nos tenemos que conformar con un tramo de descampado arbolado con forma de media luna que transcurre aprisionado entre el carril bici y la M-11 de Madrid y compartir semejante vergel con decenas de perros más, transeúntes despistados, cicloestresados y el dulce trinar de los motores al ralentí en los atascos matutinos. Pero no importa.

Los días que logro dejar de lado mi vagancia y abstraerme de la manía de bulímico ex callejero de Jack de comerse casi cualquier cosa mi cerebro comienza a volar.
Mientras mis pies avanzan repecho arriba, repecho abajo, cual preso en el patio de la cárcel, o pateo por el secarral circular de Valdebebas los días que nos acercamos hasta allí, los pensamientos se suceden de manera constante. Proyecto los menús de la semana, recuerdo momentos especiales de mi vida o repaso la actualidad política en mi cabeza manteniendo imaginarios debates o dando grandilocuentes discursos silenciosos a la par que trato de diseñar estrategias y propuestas para que las ideas y las prácticas libertarias vuelvan a ganar terreno en un mundo en crisis.

Jack, oteando las liebres más allá de la M-11

Verle suelto, si la temperatura y el humor le acompañan, es un espectáculo. Salta, corre, juega con los aspersores como un adolescente, olisquea y cuando los de Parques y Jardines se han olvidado de nosotros el tiempo suficiente y los cardos y matojos me llegan por la rodilla disfruta como si estuviera en el verdadero campo persiguiendo liebres. A sus cinco años y medio alcanza el paroxismo y se le pone cara de cachorro si encuentra o roba una pelota, momento en el cual comienza a correr en circulo pegando unos saltos muy extraños con una expresión de felicidad solo comparable a la mía.
En los momentos en que se dan las circunstancias arriba descritas de paz y felicidad mutua mi cabeza, lejos de enzarzarse en soliloquios de suma cero, salta a otro lugar. Viendo al Jack más despreocupado me sumerjo en mi yo más adolescente y mi atención pasa a los mundos de fantasía que he vivido y viviré gracias a ese balón de oxigeno que han sido para mi los juegos de rol.

Fue Jonathan quien, a los catorce años, en las escaleras del patio del colegio Ramón y Cajal nos dirigió a otro comapañero y a mi nuestra primera partida de rol a la primera edición, con unas manoseadas fotocopias de la mítica caja roja , del Dungeons & Dragons. Ha llovido un poco desde entonces.

Veintiocho años después, y pese a mis gustos conservadores en la materia, he jugado en muchas ambientaciones y con muchas personas diferentes. He recorrido las extensiones de Cardolán perseguido por hordas de orcos luchando por llegar vivo a Rivendel, he perdido la cordura tratando de desbaratar los planes de los sectarios al servicio de Azazoth, me he ganado el respeto de mi clan cantando las gestas de mi manada en el boun de un túmulo y me he enganchado al insano coleccionismo de objetos mágicos y puntos de experiencia de las distintas ediciones de Dragones y Mazmorras.

Pero de todos los juegos y todas las ambientaciones, sin lugar a dudas, la que más me ha gustado y de la que más he disfrutado es la de Rune Quest. También es, sin duda, la que más me viene a la cabeza cuando paseo con Jack.

El Rune Quest es un juego, de los que se conocían como simulación realista, de los más veteranos del mercado. Mucho menos famoso en España que el archiconocido D&D es casi tan antiguo como éste.

Mientras que el mundo de Arneson y Gygax rezumaba glamour y recordaba, siempre a su manera, a la fantasía maniquea de nuestra infancia, con buenos muy buenos, malos muy malos y un halo de cuento heroico, trufado de un consumismo mórbido y adictivo en forma de tesoros y subidas de nivel, el escenario propuesto por Greg Strafford era bastante diferente.

Gloranta, así se llama el universo diseñado por este señor, es un mundo más sufrido y oscuro que la mayoría de los universos del D&D. La progresión de los personajes es más lenta y menos perceptible, la magia menos espectacular y las posibilidades de supervivencia menos optimistas.

Existen, como es de imaginar, muchas diferencias en como son, y como se perciben, las diferencias entre razas y su trato entre ellas, que casi nada o nada tienen que ver con otros juegos de la época como el ya citado D&D, o el Señor de los Anillos y Role Master.

Portada, diseñada por Das Pastoras, para el monográfico sobre trolls editado por Joc internacional. En ellas se puede ver a un troll persiguiendo a un elfo verde.
La más destacable, sin duda, es la de los trolls. Mientras en las mayoría de las ambientaciones estas depredadoras, en esta ambientación no son necesariamente así. Si bien una parte de la nación troll, debido a distintos motivos, está contaminada por el Caos (que suele asociarse al mal en las ambientaciones de este tipo), la mayoría de su sociedad, de facto un matriarcado, lucha denodadamente contra éste. Además aunque voraces y enormes disfrutan de una inteligencia que va desde la de un humano medio, hasta una mucho mayor, en función de a que raza pertenezcan dentro de su especie.
criaturas son estúpidas, malvadas y
Los enanos son una raza obsesionada por la tecnología y con restaurar el orden en el universo, al que consideran una enorme maquina y, al parecer, no nacen sino que son ellos mismos creados por otros enanos. Viven bajo tierra y odian a los elfos y a los trolls, que intentan incluirles en su menú siempre que pueden. Se dividen por castas vinculadas a los gremios en los que trabajan y solo unos pocos, considerados traidores y heréjes, dejan sus comunidades para explorar el mundo exterior.

Los humanos, como en tantos otros juegos representan la versatilidad, la diversidad y el crecimiento y las culturas que nos presentas están muy inspiradas en una visión de la historia, sobre todo europea, desde el bronce hasta la alta edad media. Con un vario pinto repertorio de religiones enfrentadas entre si.

Existen, claro, decenas de especies inteligentes, o no, con las que aderezar las partidas, pero solo una más contaría entre las principales y minimamente jugables. Se trata de los elfos.

Enemistados con trolls y enanos, así como con algunos humanos, estos seres habitan los bosques y los hay de distintas variedades en función del tipo de bosque en el que viven. Algunos hibernan en invierno y otros viven en cuevas rodeados de hongos, adorando a una miriada de deidades relacionadas con los bosques, las plantas, la luz y la curación.

Cuando un elfo abraza el culto de la señora de los elfos debe plantar la semilla de un árbol. Durante dos años debe cuidar de éste árbol de manera constante y eficiente y una vez alcanzada esta edad, con el debido ritual, se desgaja del mismo la madera con la que fabricar el arco que el elfo usará a partir de entonces.

Este arco tiene su propia personalidad, se marchita si lo usa un no elfo, y acompaña como espíritu aliado al elfo que lo planto, reforzando su personalidad, y su pericia a cambio de su cuidado, hasta que, si todo va bien, ambos vuelven juntos a la naturaleza unos cientos de años después.

En este momento suelo mirar a Jack, joven y fuerte, y lamentar que a los humanos con nuestros perros no nos pase como a los elfos y sus arcos. Y que por mucho que los cuidemos y pese a los grandes momentos de felicidad y cuidado mutuo estemos condenados a enterrarlos, siempre, demasiado pronto en lugar de envejecer juntos.