"Apenas ésto dura lo que dura el
cuerpo". Eso me dijeron cuando acepté el encargo. Viajar a la
tierra a encontrar el alma huida. Un trabajo rapido que acabaría
antes de que su huesped humano colapsara. Eso dijo mi superior.
De eso hacía ya tres generaciones
terrestres. Xalón, el fugitivo al que debía capturar demostró ser
más sabio y escurridizo de lo previsto, pero esa noche sería mio.
Anochecía en la puerta de la luna y yo
ya sabía que el venía aquí todos los tres de Marzo. Los últimos
turistas abandonaban el lugar y yo repasaba las palabras de poder
para capturarle. En casa lo sabían y ya estaban en camino.
Casi con el último rayo de sol
apareció su aura oscura, por el camino del Inca. Salté frente a el,
firme, decidido a recitar el mantra para su captura y con ello mi
viaje de regreso. No dijo nada.
Al mirarnos fijamente vi, reflejados en
el, los frios pasillos de mi residencia, los cráteres sin vida y la
falta de pasión de nuestros dirigentes y nuestro pueblo. Más allá
de su alma translucida, en cambio, la lluvia bañaba el valle y una
llama miraba hacía nosotros, rumiando impasible el verde pasto que
nos rodeaba, quién sabe si viendonos o no.
Comprendí entonces el enorme regalo
que me hizo el fugitivo, antaño, provocando para mi este destino en
un mundo con mil vidas, mil paisajes y mil culturas, del que yo ya
estaba enamorado.
Cerré los labios. El comprendió.
Huimos.
Ahora nos vemos cada ciclo solar
completo, en la isla Crozet, para hablar con los pingüinos.
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