martes, 22 de octubre de 2019

No entiendo nada


No entiendo nada. Como lo digo. Empecé a militar poco antes de cumplir los dieciséis años, a interesarme por la política a los trece, y por primera vez en muchos años, mirando lo que está pasando, no entiendo nada.

Es cierto que hace años que mi activismo es de segunda linea, en cosas de esas que al militante morcillo de la izquierda le parecen nimiedades, y que no leo tanto la actualidad política, por pura salud mental, como lo hacía antes. Y no entiendo nada.

Cuando veo la situación en Cataluña y sus irradiaciones al resto de España, las actitudes de los partidos políticos, de los presidentes y de los diputados, todo me resulta muy raro.

La primera conclusión a la que he llegado es que como ciudadano de a pie que soy me falta información. Mucha información. Y es muy difícil entender un proceso, ya sea químico, matemático o social, cuando nos falta información. El mismo Clausewitz hablaba de como en una guerra la falta de información es como grandes masas de niebla que impiden la visión del campo de batalla y que pueden ocultar sorpresas desagradables y muy peligrosas.

Lo preocupante en realidad no es que a mi, un don nadie entre millones de epsilones más, me falte información. Lo alarmante es que, en lineas generales, debido a las características propias de la izquierda escuálida que tenemos esa falta de información veraz, de primera mano, robada al enemigo desde dentro por trabajadores afines que nos la hacen llegar, esa ignorancia, parece ser un  mal común. Quizá el único común que nos permiten.

No se a vosotras, pero a mi, ésta falta de información y esta situación de descontrol, tan de la doctrina del shock me da miedo. Temo, siguiendo el principio de la navaja de Ockham,  que estemos en manos de unos señores que solo son capaces de medirse sus aparatos urinarios y, en su afán de llevarse el gato al agua y no dejar los sillones de cuero público aún,  estiren la cuerda hasta que esta quede teñida de la sangre del pueblo. En lo mortal, para los quisquillosos, porque es cierto que la sangre ya está manchándolo todo.


El problema con el miedo, además, es que cuando nos domina nos lleva con demasiada rapidez a conclusiones tan fáciles como erróneas. A posicionamientos en los que los débiles de la contienda acaban siendo considerados los autores de sus desdichas. Inmigrantes, desahuciados, manifestantes. El mismo miedo que nos inmoviliza, quien sabe si también la culpa, nos hacen señalar con el dedo.

Ya dije que soy uno más. No estoy entre los elegidos a cambiar la historia de España y me se un no mejor preparado de la historia de este país. Por eso, cuando tengo miedo, como todos los mortales,  busco lo que me da seguridad. Lo que me ayuda a respirar mejor y repensar las cosas. Para unos es la fe religiosa, para otras lo son los trapos de colores, hay quien se va al fútbol. Yo tengo formación de historiador y memoria. Una memoria tramposa, como todas, pero es la mía y me ayuda mucho.

Así que he empezado a ampliar el foco. A mirar hacia atrás, a ver si consigo entender algo. Y de paso, por hacer caso a Clausewitz, despejar alguno de los bancos de niebla que tenemos por delante.

He elegido una fecha, hace once años. El fin de la orgía financiera. Cuando los dueños del garito nos pasaron la factura de la fiesta. A los del norte me refiero. No hay que olvidar nunca que mientras nos creíamos invitados a su sarao las camareras, los aparcacoches, las limpiadoras, y todos los que hacían posible nuestro desmadre eran los pobres de otros mundos en este mal herido planeta.

En esos días de pánico nos informaron de lo que tenían decidido. Puede que desde hace décadas. Básicamente que se había acabado la fiesta y que iban a terminar de rebañar el hueso del jamón. La sanidad, la educación y esas tontunas a las que nos habíamos acostumbrado.  Aquí, claro,  en la mayor parte del mundo, incluidos los EEUU, esos derechos eran tan reales como los unicornios y las primarias transparentes.

Dicen los que dicen saber que de los ecos de las revueltas de nuestros primos, al otro lado del mediterráneo, de esa inspiración no reconocida, o fruto de una mente colmena surgió el 15M. Esa revuelta del hambre post contemporánea, pacífica, e ingenua. No me extenderé. La vi de lejos. Ese mismo verano, el 23 de agosto, como el que se va al cine, reformaron la constitución.

Luego, poco después de la pleamar, cuando la marea comienza a retirarse, se dieron sucesos que ya entonces valoré (tendréis que creerme porque no dejé nada escrito) como relacionados y con sentido a medio plazo.

Uno, el nacimiento de Podemos, destinado a encauzar de manera presentable y ordenada las rabias populares. A estimular la delegación. A que sea ilusión y sueño lo que podría haber sido auto organización de base. Lucha, conquistas, derrotas y aprendizajes.

 El otro, el cambio de monarca. En un momento tranquilo, sin grandes vaivenes. En esa calma chicha que hay después de la tormenta y antes de una peor. Tenía sentido entonces y lo va teniendo más ahora. Un cambio con tiempo para foguearse antes del siguiente arreón. Para que el trono pillase la forma de su regio culo y se hiciesen menos incomodas las inevitables turbulencias.

Al mismo tiempo, mientras ETA acepta su derrota y comienza una lenta marcha de seis años hacia su disolución, dejando al estado español sin enemigo interno y con un país vasco exhausto de luchas sociales, llegamos al primer momento en décadas en que en nuestro país no hay nada que enmascare la realidad. No hay, por fin,explosiones que silencien el resto de verdades. Pobreza energética, pobreza cultural, pobreza sanitaria, pobreza habitacional, pobreza medio ambiental, violencia machista.... y riqueza. Mucha riqueza. Cada vez más concentrada. Cada vez más distanciada de quien la genera. Riqueza atesorada a golpe de muertos. En el estrecho, más allá del mar, y en los puestos de trabajo. 

Pero una sombra se estaba despertando en el este. Cataluña, la comunidad donde más recortes se habían hecho. Cataluña, cuya burguesía había sido puntal fundamental de gobiernos durante todo el periodo desde la muerte de Franco hasta nuestros días. Cataluña, donde más potente y atrevidas  fueron las movilizaciones nacidas en las plazas, vivió el comienzo de una mutación extraña.

Artur Más, heredero político de Jordi Pujol, maestro de ceremonias de una derecha católica, pacata y extremadamente conservadora, se salta la tradición un once de septiembre para convertirse, de la noche a la mañana, en el campeón del independentismo y empuja el guijarro que comienza el alud que estamos viviendo.

El resto es la escalada absurda e incomprensible. Desde las élites, no desde el pueblo.

Hombres que se conocen y trapichean pactos desde hace años de repente se retiran la palabra como niños chicos. El resto son espirales. Unas son públicas, recortes de libertades, aumento del sentimiento independentista, represión. Y otras silenciadas, más pobreza, más muertes y menos derechos laborales.

Tiempos interesantes en que vivimos la primera moción de censura con éxito en cuarenta años. Cambio de gobierno, pero no de presupuestos,  los del PP  y, como si fuesen de la mano, todas sus políticas. La ley mordaza, las leyes destinadas a beneficiar al sector de la construcción, la nula responsabilidad ecológica, la ínfima mejora en investigación, el mantenimiento de las reformas laborales del PP, el desinterés por parar el feminicidio.... y en forma de propina, porque parte del stablishment lo permite, una subida del salario mínimo interprofesional que sabe a poco después de años de perdida de poder adquisitivo.

Y llega la locura. Ésta no fue, que va, el que dejásemos de ser ese simpático país Mediterráneo donde la “extrema derecha” no tenía cabida en el parlamento estrenándonos en  ello con más de dos millones y medio de votos para la escisión medieval del Partido Popular.

La locura ha sido que, después de una campaña inspirada en el concepto de Frente Popular, los partidos presuntamente anti fascistas han optado por no formar gobierno. De la manera más absurda. Rechazando cada uno lo que, a priori, más le convenía. Los unos apoyar sin entrar en un gobierno, jugar a ser la oposición de izquierdas en tiempos de crisis. Los otros dar tres ministerios vacíos, explotar los éxitos, endosar los fracasos.

Y todo esto en vísperas de la sentencia más esperada de la década y de una nueva ola de reajuste del capital, llamadas crisis de cara al pueblo, que puede que haga que la anterior parezca un tinto de verano. Yo podía permitirme olvidar ese detalle, ellos no. Lo dicho, no entiendo nada.


Si me quedo en lo electoral  e inmediato solo me cabe pensar que la que están liando con Cataluña, los hombres de estado no el pueblo cuyos procesos van por otro lado, es para justificar un gobierno de “unidad nacional” PP-PSOE o regalarle el gobierno si salen las cuentas a los herederos orgullosos de Franco.

Si lo miro en retrospectiva, desde hace once años, y lo comparo con la transición de 1978 es aún más sórdido.

En esta segunda transición alguien ha decidido que los catalanes sean los nuevos vascos. Que sean el enemigo interior. Los acaparadores de portadas. La excusa para llenar informativos de bilis y rabia en lugar de seguir hablando de muerte, pobreza y riqueza acumulada por los de siempre. En esta segunda transición parece que casi todos han decidido aceptar sus papeles en el remake del dejarlo todo como está. Solo quedá saber que golpe de efecto preparan para legitimar a un rey, como todo y como todos, envejeciendo a pasos agigantados. Aunque supongo que esto ya lo habrá dicho mucha más gente antes que yo.

No entiendo nada. Y además no se como va a acabar esto y, como os confesé antes, tengo miedo.

Tengo miedo porque nos falta mucha información. Y tengo miedo porque nos faltan también formación y organización.  Hace tiempo, demasiado, que estamos a la defensiva y sin programa. Y ellos, los poderosos, trabajan a décadas vista.

Una vez más nos llevan a esa situación donde la urgencia nos impide ver lo importante.
Lo urgente es que cese la represión. En Cataluña, si, contra los centenares de miles de ciudadanos que solo piden poder reformar el modelo político. Pero también en el resto del país donde piquetes, migrantes, ecologistas,  feministas y cualquiera que levante la voz  es encarcelada a la sombra de los focos del “trendigntopic” o, como mínimo, sepultada bajo toneladas de paralizadoras demandas.

Lo importante, por su parte, consiste en saber que alternativas vamos a dar a lo que hay. Que podemos ofrecer que no sea una España de gomina, montería, y progres de procesión o una Cataluña independiente que se convierta, como tantos otros pequeños estados, en una herramienta tremendamente eficaz de represión al pueblo y absolutamente inoperante en lo económico e internacional. Incluso con “gobiernos populares”.

Recuperar el federalismo ibérico como idea. Tratar de actualizarla y comenzar a pensarnos como una unión de pueblos desde abajo antes que como un conjunto de instituciones inhumanas desde arriba. Si, esa el la estrategia. La hoja de ruta. Pero todo gran viaje comienza con un pequeño paso y ese debe ser el siguiente objetivo.

Una hermandad de clase y de culturas que pasa sin excusa por la unión entre individuos, entre personas.
Necesitamos crear vínculos que nos quiten el miedo. Desde la confianza. En la pareja, en el trabajo, en el barrio. Lugares de resistencia que perduren a los momentos de represión. Necesitamos más abrazos, más mirarnos a los ojos y más ternura. Necesitamos construir, en palabras de Bauman, más solidez.

Lo importante, hoy, no es si España, Cataluña o la Federación Ibérica.Hoy se trata de tener más empatía y mucha calma. Ante todo mucha calma porque el camino es largo y peligroso.

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