domingo, 3 de noviembre de 2019

Resacón en Gotham IV


       
    Ayer por la tarde fui a ver, a mi pesar en versión original, la película de Jocker. Os aviso desde ya que aquí puede haber información que os destripe partes de la película.

    Reconozco que, como me pasa últimamente con el cine comercial, fui con bastante precaución pese a la fantástica crítica y la buena nota que que le ponían ya algunas de mis amistades y almas gemelas en el filmaffinity.

La película, ambientada en la imaginaria ciudad de Gotham, se centra en el que quizá sea el más emblemático de los antagonistas de Batman, el payaso psicópata conocido por su torva sonrisa, y nos da una versión de como podría haber sido la vida de éste antes de convertirse en carismático súper villano.


 Técnicamente es una película muy resultona. Transmite perfectamente ese asfixiante ambiente de una ciudad en plena decadencia. La forma de vida de los humildes, los barrios sucios y los edificios destartalados. Una ciudad gigante en la que sobrevivir es una  profesión en si misma y sin un resquicio para la empatía. Un paraíso de competitividad, soledad y pobreza.

El lugar en que los hombres y mujeres débiles son solo carne para una picadora, que diría La Polla, que nunca se sacia de triturar sentimientos y existencias.  Una olla a presión que solo nos plantea la duda de cuando explotará.

La banda sonora original,  en parte obra de la chelista islandesa Hildur Guðnadóttir y en parte fruto de una selección de música que va de Sinatra a Pink Floyd  con algunos temas de RAP, le queda como un guante a la obra  protagonizada por Joaquín Phoenix.

En cuanto a este señor es cierto que hace un gran papel. Hasta el punto de que en muchos momentos la película se sostiene por su interpretación combinada con los factores antes mencionados. Aún así no creo que supere su trabajo en Her, que me pareció muy difícil y bien llevado. Eso si, no me extrañaría que se le nominara por interpretar al mismo personaje con el que el difunto Heath Ledger se llevó su Oscar. De hecho su actuación está despertando tantas expectativas que he leído por ahí que se ha disparado la venta de entradas en VOS (para otro día dejo lo que pienso de quienes van al cine a leer como si el séptimo arte fuese solo dicción y ejercicios de voz).

Merece mucho la pena visual y auditivamente, para quien se lo pueda permitir, verla en pantalla grande ya que sus fuertes son principalmente los aspectos audiovisuales y en casa perderá bastante. Tengo que reconocer que no me esperaba un trabajo artesanal tan bien logrado de un tipo que hasta ahora lo más reseñable que tenía en su haber era la “trilogía del Resacón”, lo que nos demuestra que, a diferencia de lo que nos cuenta la película, cualquiera a quien se le den las oportunidades de aprender un oficio y le ponga ganas podrá acabar llevando a cabo el mismo con un grado aceptable de satisfacción (La excepción a la regla es Colin Farrel).

A nadie que le guste el cine, y con un mínimo de cultura y sentido común, se le escapa que este medio como cualquier otra expresión artística está impregnada de valores y es una forma de transmitir mensajes e ideología. Antes incluso de la apasionada defensa del segregacionismo y unos idealizados estados confederados del sur hecha en 1915 por D.W. Griffith, en el cine se caracterizaban estereotipos con fines claros y en ese sentido esta obra no es una excepción.

Como ya hiciera, por desgracia, de manera zafia Christopher Nolan en su tercera entrega de Batman, que bien podría haberse subtitulado “Contra los movimientos sociales”, el director de esta cinta no tiene empacho en hacer un cóctel compuesto de dos factores que a nuestra sociedad le dan mucho miedo y que por eso, mediaticamente, le funcionan. Revuelta y locura.

El personaje de Arthur Fleck, que así se llama el Joker para el registro civil, es un pagafantas pusilánime. Un perdedor desapegado de la realidad que incapaz de aceptar que tiene menos gracia que una almorrana purulenta se empeña en ganarse la vida como cómico. Ni siquiera es un parásito social. No tiene carácter ni habilidades para ello. Está en las antípodas de ser un genio del mal.

Los ratos que le dejan sus tropiezos laborales y sus visitas a la psiquiatra de servicios sociales para abastecerse de neurolépticos los dedica a cuidar de su madre que a todas luces está también como un cencerro. De fondo la radio y la televisión hablan de huelgas, impagos y colapsos varios. Mientras tanto ella se marchita esperando una respuesta que nunca llega de un millonario filántropo para el que trabajó en el pasado y al que sigue por televisión. Me recordó mucho a la madre del personaje de Jared Leto en Réquiem por un sueño.

Al final, cuando debido a la bancarrota municipal, deja de tomar la medicación  y sufre un último ataque a su persona explota convirtiéndose en un asesino. De manera rápida su crímen casual queda atrás y se desliza por la pendiente de la brutalidad y el sin sentido. Paralelamente a su metamorfosis, y espoleada por lo mediático de sus crímenes,  el descontento social avanza hacia un punto de ebullición sin remedio por un populacho que identifica en la máscara de payaso su rabia y su desesperación. Los mensajes son claros.

El primero, descarado,la locura es peligrosa. El trastorno mental sigue aquí encajado en el cliché creado desde el miedo. Un loco solo puede ser un perdedor o un criminal.  Una víctima que debe ser medicada, deshumanizada y controlada por su propio bien o una fuerza de la naturaleza incontrolada. Un peligro para si mismo y para los demás.

El segundo, taimado bajo una pretendida crítica a la descomposición y los recortes, la violencia social no es buena. El pueblo llano, en su brutalidad e ignorante impaciencia, está dispuesto a seguir a un loco capaz de cualquier cosa y de las más brutales barbaridades. A autodestruirse en un nihilismo sin sentido que no beneficia a nadie.

En definitiva los locos y los pobres son peligrosos. No reconocen la realidad ni saben como afrontarla. Carecen de crédito en el sentido amplio de la palabra. Más vale un déspota ilustrado que el caos,  la única alternativa aparente para Hollywood cuando el pueblo explota harto de lustros de abusos, robo y represión.

Si a V le quitas el análisis social y el potencial revolucionario, si despojas a Rorschach de su primitivo espíritu de venganza y su proyectiva necesidad de defender a los débiles, si te pasas por el forro la profundidad discursiva de películas como M y Metrópolis y la poética explosiva e insurreccionalista de los diálogos de El club de la lucha lo que te queda es este engendro que nunca pasará de ejercicio para el deleite de los estetas en la sociedad de los doscientos ochenta caracteres.

Mi amigo Toño Tejerina dijo una vez  refiriendose a otra película, “ la dinamita está bien pero si explota todo nadie ve lo que había dentro de la piñata”. En este caso, lo ornamental está bien, pero si no tiene nada dentro no deja de ser algo más que un jarrón chino.

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