sábado, 8 de abril de 2023

Partidos Franquicia

 La mayoría de la gente que me conoce sabe que soy un amante del cine. Raro es el día que no veo una película y, cuando pasaba tiempo en el pueblo, podían ser hasta tres diarias. A pesar de eso me he resignado a verlo en casa ya que las salas, amén de prohibitivas, se me han vuelto hostiles. El exceso de publicidad, la falta de puntualidad del público, los móviles encendiéndose cada rato... me han alejado de aquél momento mágico en que se apagaban las luces, se abría el telón, y una mujer portando una antorcha o un león rugiente daban paso a la película.

No obstante a lo dicho anteriormente, para ser sinceros, lo que más ha hecho por que yo casi no pise las salas de proyección radica en el cine que se hace hoy en día. No tengo nada contra el cine de evasión y entretenimiento, que busca ser taquillero, aunque vaya cargado de mensajes capitalistas y patriarcales. No en vano mis géneros favoritos son el Western y el bélico. Cuando están bien hechos. Solo a base de Neorrealismo italiano y Nouvelle Vague jamás hubiese pasado de las cien películas votadas en Filmaffinitty.

Ahora bien. Una cosa es tragarse el mito fundacional de la construcción de los EEUU como nación en obras maestras del estilo de  “El hombre que mató a Liberty Valance” o alegatos pro vida con humor y ternura tipo “ Café Irlandés” y otra muy distinta es el infierno de películas que estamos viviendo, carentes de guion, con exceso de metraje, tres finales por cinta y con una misma fórmula para todo en un afán de que todas las películas sean siempre para todos los públicos. O para ninguno. Dentro de este castigo aparentemente sin fin que nos toca vivir la guinda se la lleva el cine de franquicia.

Sagas eternas que no solo han profanado mis iconos de la infancia (Star Wars, Indiana Jones, Alien...) y clásicos de la literatura, sino que además se dedican a estirar el chicle del producto hasta que no tiene ni sabor, ni forma, solo colorines y ruidos. Precuelas que dejan sin sentido las tramas de los títulos originales, personajes planos y sin carisma que lejos de ser héroes que recorren un camino épico de crecimiento y superación parecen veletas movidas por el viento. Historias que siempre están empezando de nuevo, contándonos lo mismo, como hemos tenido que padecer con personajes de cómic como Batman.

El resultado es evidente. Este modelo  hace que personas como yo, cargadas de prejuicios ideológicos, y con la maldición de una memoria aún activa, no estemos dispuesto no ya a pagar diez euros por tragarnos esa basura en una sala. Es que no llegamos al tercio de la cinta si es que nos atrevemos a empezarla en casa.

Hace siete años un grupo de pro hombres, muy hombres la mayoría de ellos, creó la saga Podemos. Una idea poco innovadora que en su trailer nos prometía una apasionante historia en la que unos pocos héroes, los mejor preparados de la historia de España, construían una maquina de guerra electoral con la que ganaban las elecciones, derrumbaban el régimen del 78 y cambiaban la historia de nuestro país. Como era de esperar en un país donde no se invierte en súper producciones al final resultó una especie de híbrido entre “Diez Negritos” (novela en la que el protagonista va asesinando uno a uno a su compañeros de viaje) y un culebrón venezolano, con una ruptura de pareja en rueda de prensa incluida.


Dado que el capitalismo es insaciable, y la rueda del espectáculo debe seguir en marcha, estos siete años han estado plagados de spinn offs  autonómicos y municipales y era cuestión de tiempo que alguien intentase crear su propia saga con guion y personajes parecidos. Y, ahora que se acercan las elecciones, parece que tenemos ganadora.

El dos de abril pasado, si no me equivoco, Yolanda Díaz estrenó su propio partido  franquicia y la primera decepción vino con el nombre. Lejos de bautizarse así mismo como “Los  vengativos”, nombre que además de un guiño a Marvel sería un reconocimiento a la verdadera argamasa de ese engendro construido a base de expulsados, despedidas, purgados, aburridos, vilipendiadas y decepcionados (algunos hasta con motivos) con aquel simpático partido nacido en un teatro de Lavapies eligieron el nombre de Sumar. Y de lema inicial, “ Empieza todo”.

Así. Como si ell@s fuesen el Big Bang de la política. Como si nadie hubiese existido antes y como si ell@s mism@s acabasen de llegar al planeta puros y libres de mácula. Obviando por completo que forman parte de esa nueva política que no rompe un gobierno por muchos migrantes que mueran asesinados (ya sea en las calles de la ciudad o en las fronteras del imperio), que acepta pactos que niegan la soberanía de los pueblos oprimidos, que nos mete en guerras que no queremos, y que se olvidan de cumplir promesas electorales de vital importancia como la derogación de la ley mordaza. Siempre prestos a intentar que creamos que ellos hacen la política con mayúsculas y nosotras, las que  ponemos el cuerpo día a día en la lucha cotidiana, solo podemos ser simples comparsas. Repitiendonos a quienes tienen delante esa frase de cómic de que “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”  y la apostillan con un lamento de incomprensión por nuestra egoísta e ignorante parte.
 

Una repetición tan patética como cada vez que estrenan una nueva versión de Spiderman y tenemos que volver a ver como Peter Parker es picado por una araña mutante y como su pobre tío muere asesinado.

Es sencillamente grotesco.

El guion de lo que viene ya nos lo sabemos. Exactamente igual que no puede sorprendernos que catorce años después de la crisis de 2009 y con el mismo modelo económico y social estemos al borde del mismo abismo, con los mismos vencedores y los mismas vencidas, no deberá sorprendernos cuando en unos meses o un par de años la nueva franquicia se limite a Sumar decepciones, soberbia y excusas. A fin de cuentas suscribo esa frase, erróneamente atribuida a Einstein, de que la locura es repetir una y otra vez el mismo proceso esperando un resultado diferente.

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