miércoles, 26 de abril de 2023

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                                                                                                      Dedicado, especialmente, a Luis y Noe


La última publicación del blog, la anterior a esta, tuvo bastante aceptación. Incluso varios me llamasteis para comentar aspectos del texto que no os habían gustado o, mejor dicho, que hubieseis mejorado como la profundidad, la extensión o el abrupto salto del cine a la política sin que mediara transición alguna.

Más allá de que cómo libertario las transiciones no me gustan demasiado, por malas experiencias previas a lo largo de la historia en este y otros países, he de reconocer que el texto me parece que se quedaba cojo. No en los aspectos antes citados, no deja de ser una pequeña columna fruto del cabreo, que escribo para mi gente, en mi humilde blog de skin en excedencia y pagafantas en activo. No es eso.

A mi me quedó un regusto amargo porque en el abrupto final no dejaba hueco para lo positivo. Me rechinaba antes de publicarlo y, por el número de personas que me contactaron para decirme que les entristecía lo cierto de mis palabras, lo oscuro mis previsiones, y la falta de alternativa, se me confirmó con el paso de los días. Es un texto muy duro y con el que puede parecer que he caído en el derrotismo. Quizás sea así.

El caso es que durante los días de la Semana Santa que dieron a luz ese texto, fruto de un encuentro intrascendente, me vino otra reflexión a la cabeza.

Yo tengo, al menos, una cosa en común con el Fari. A mi también me gusta apatrullar. No toda la ciudad, sería muy pretencioso a mi edad y en mi calamitoso estado físico. Me conformo con hacerlo por mi barrio. Ya sea en compañía de  mi perro, de amigos, o en solitario, salgo a caminar. Recorro zonas por donde se que para la chavalada, paso por la puerta del centro social okupado,hago la ruta de las asociaciones de vecinos y reflexiono acerca de las parroquias del distrito mientras me pregunto porqué elegirían esos nombres aunque, al llegar a casa, nunca busco el origen de los mismos.

Paseando el Miércoles Santo, como decía, me cruce en la puerta de una tienda de alimentación, cercana a unas canchas de fútbol sala, con uno de los chavales de la asociación. De quince o dieciséis años. Me sorprendió no verle con su pandilla habitual y rodeado de chavales que no superaban los doce años. Nos saludamos y me aclaró que había decidido acompañarles para que no fuesen y volviesen solos, para que no les pasase nada.

Me despedí de los muchachos mientras pensaba en lo que acababa de ver. Un chico adolescente, cis hetero, de esa generación de cristal y egoísta, que no se separan del móvil y no miran más que su ombligo, se había tomado el tiempo de acompañar y cuidar a unos niños más pequeños que él de la forma más natural del mundo. Natural, no espontanea.

No es espontanea porque este chaval lleva años en una asociación barrial que trabaja la construcción de comunidad desde la base y en que a partir de los catorce años, si quieren, toman las responsabilidad de entrenar y educar a niñas, niños y niñes menores de doce. Un espacio donde, además, tienen un consejo de infancia trimestral desde el que organizan sus salidas y actividades de ocio. Un equipo dónde pueden apuntarse a cualquier edad y sin pruebas de acceso. En el juegan todos los que se esfuerzan, al margen de calidad técnica, aunque el precio sea perder casi siempre
Este chaval lleva aprendiendo qué es una comunidad y como se cuida desde niño y es algo que ya difícilmente olvidará.

Pero además, éste muchacho y ésta asociación no están solos flotando en el éter del universo. Solo en el kilómetro que hay al rededor del edificio en que vivo existen nueve locales (uno cedido por el ayuntamiento, un proyecto de auto empleo, un centro social okupado, cuatro asociaciones de vecinos,...)  destinados a actividades sociales que reúnen a no menos de veinte colectivos centrados en diferentes campos de lucha por una sociedad diferente. Mejor. Justa.

Unas asociaciones humildes, y sin el glamour de los que salen en la  televisión y ocupan escaño en el parlamento, que en los últimos años han logrado parar tres proyectos urbanísticos inaceptables e innecesarios para el barrio. Que cada año sacan una cabalgata vecinal adelante, que han montado una red de compostaje por medio distrito, con una biblioteca y un gimnasio popular, que cada día rompen el aislamiento social y el individualismo sistémico y con un tejido social en el que trabajan como hormigas, compuesto por gente que va de los doce a los noventa años.

Y esto solo en un par de barrios del distrito de Hortaleza. Sin contar Canillas, Manoteras, San Miguel... Sin tener en cuenta los demás distritos de Madrid ni a las ciudades del cinturón que la rodea. Ni, tampoco, los colectivos y organizaciones que trabajan en temas específicos no sujetos a lo local como son los sindicatos, las asociaciones de migrantes, los colectivos de contra información, los colectivos ecologistas, los espacios culturales, los colectivos en defensa de la diversidad de género y por la libertad sexual y otros muchos que me dejo en el tintero.


Un maremágnum de realidades y de luchas que son el verdadero motor de la historia. Los cientos de miles de personas que con sus luchas cotidianas y su negarse a rendirse y retroceder, que fuerzan cada día un poco el corsé del sistema capitalista y patriarcal y que construyen comunidad de forma anónima y constante hacen posible que los partidos políticos de izquierda pueden legislar, a rebufo de la calle, para ponerse medallas. Y siempre dando menos de lo que desde abajo estaríamos dispuestos a defender.

No nos engañemos. José Luis Rodríguez Zapatero nunca hubiese sacado las tropas de Irak (aunque fuese para llevarlas a Afganistán) si no lo hubiésemos exigido antes millones de personas en las calles, ni habría aprobado la ley del matrimonio entre personas del mismo sexo si cientos de miles de gays y lesbianas en España no se hubiesen jugado literalmente la vida durante décadas para romper el cerco de la marginalidad.

Alberto Ruiz Gallardón nunca hubiese dimitido como ministro y hubiese recortado alegremente el derecho al aborto si millones de mujeres no hubiesen salido a la calle para impedírselo.

La ley del “Solo si es si”, sus aciertos y errores los hablamos otro día, es otro ejemplo  de lo mismo. Nunca un ministerio hubiese planteado un tema tan duro, erosionante y a la vez tan necesario si no fuese por las olas de mujeres que inundaron las calles pidiendo una solución al tema de las agresiones sexuales y al tema del consentimiento tras el escarnio judicial del caso de la manada de Pamplona y otros igual de sangrantes.

A fin de cuentas los derechos, se pongan como se pongan muchos juristas y los tribunos de la plebe, son como la energía. Ni se crean ni se destruyen, solo se transforman. Concretamente en privilegios para los poderosos y en miseria para los oprimidos, si nos dormimos en los laureles y no los defendemos.

Termino diciendo a todas aquellas personas que os entristecéis porque los partidos políticos progresistas están divididos que dejéis de poner la alegría de vivir en las manos de aquellos a quienes no les importáis gran cosa. que os piden que os sentéis a esperar y que se ofenden cuando se les señalan sus cagadas.

Pese a siglos de capitalismo salvaje, de guerras fraticídas, de los miles de millones gastados en propaganda, de la destrucción del pensamiento y de la educación, de la gestión de la pandemia desde el miedo y la obediencia, del machaque continuo por todos los medios a su alcance desde los libros de texto a los videos de Tic-Tok continuamos existiendo. Conservando vida y manteniendo vínculos que escapan a su control.

Somos la semilla, nada oculta, de la vida que surgirá ya sea de las ruinas de su apocalípsis o a tiempo para evitarlo. En nuestras manos está. Aquí seguimos.

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