miércoles, 5 de junio de 2019

Perros, paseos y juegos de rol

El otro día se cumplieron tres años de la adopción de mi perro Jack y me salió esta tontuna....



          Perros, paseos y juegos de rol






Mientras escribo estas lineas hace tres años y un día que adopté a Jack. Es un chucho macho, de veintisiete kilos, con sangre de un sinfín de razas aunque todo el mundo coincide en que hubiese sido un fantástico cazador.

Si bien en mi familia, desde que tengo cuatro años, siempre hemos tenido perros puedo decir sin temor a equivocarme que este es el primero que es genuinamente “mio”.

Tener a Jack en mi vida me la ha cambiado bastante. Me ha dado salud mental y física y es innegable que, como me dijo una colega del barrio cuando le vio por primera vez, nunca sabré hasta que punto es el quién me ha adoptado y salvado a mi.

Aprendiendo a cuidarle he aprendido, también, ha cuidarme a mi. Saliendo a que conozca a otros canes he conocido mejor a mis vecinos y mi barrio y gestionando el miedo y la rabia que me generan sus pifias he dado un paso más en eso de gestionar de una forma calmada y respetuosa la frustración y los temores por los seres queridos.

Además, gracias a mi compinche perruno, he re descubierto uno de los placeres de mi infancia y juventud que había ido dejando perdido en el baúl de los trastos olvidados de esta sociedad telemática e informatizada en la que muchos nos hemos enredado.

Desde que Jack, nombre que no me gusta, pero que no quise cambiar para no enloquecer a un perro que llevaba a cuestas dos años de vida de soledad y abandonos, entró en mi vida y pasado el periodo inicial pude por fin soltarle he recuperado el placer de los paseos.

Cuando era niño, por la ubicación privilegiada de la casa de mi abuela, daba grandes paseos por la Casa de Campo de Madrid acompañado de mis tías, mis amigos de allí y los perros familiares. Eran paseos largos, de horas, subiendo una y otra vez el Garabitas desde distintos ángulos, saltando por las colmatadas trincheras de quienes asediaron la que fue capital de la gloria durante tres años y refrescándonos el gaznate en la fuente de Casa de Vacas.

Casi siempre en compañía vivimos encuentros extraños como cuando nos cruzamos con un preso fugado de la cárcel de Carbanchel que saltó ante nosotros desde lo alto de un árbol para seguir corriendo o el día que nos vimos en medio de un fiestón, a medio día, que tenía como protagonista al entonces flamante campeón de Europa de peso ligero Poli Diaz.
De la Casa de Campo salieron también Dalda, la primera perra que hubo en casa de mi abuela, y que fue encontrada sola en las cercanías de lo que hoy descubro, gracias a Google Maps, que se llama el Estanque del Repartidor. El mismo lugar donde un par de años antes encontramos, una de mis tías y yo, a una gallina rampante que solo estuvo en la familia un par de horas.

Los paseos con Jack no son por espacios tan bucólicos como los de mi infancia y, generalmente, nos tenemos que conformar con un tramo de descampado arbolado con forma de media luna que transcurre aprisionado entre el carril bici y la M-11 de Madrid y compartir semejante vergel con decenas de perros más, transeúntes despistados, cicloestresados y el dulce trinar de los motores al ralentí en los atascos matutinos. Pero no importa.

Los días que logro dejar de lado mi vagancia y abstraerme de la manía de bulímico ex callejero de Jack de comerse casi cualquier cosa mi cerebro comienza a volar.
Mientras mis pies avanzan repecho arriba, repecho abajo, cual preso en el patio de la cárcel, o pateo por el secarral circular de Valdebebas los días que nos acercamos hasta allí, los pensamientos se suceden de manera constante. Proyecto los menús de la semana, recuerdo momentos especiales de mi vida o repaso la actualidad política en mi cabeza manteniendo imaginarios debates o dando grandilocuentes discursos silenciosos a la par que trato de diseñar estrategias y propuestas para que las ideas y las prácticas libertarias vuelvan a ganar terreno en un mundo en crisis.

Jack, oteando las liebres más allá de la M-11

Verle suelto, si la temperatura y el humor le acompañan, es un espectáculo. Salta, corre, juega con los aspersores como un adolescente, olisquea y cuando los de Parques y Jardines se han olvidado de nosotros el tiempo suficiente y los cardos y matojos me llegan por la rodilla disfruta como si estuviera en el verdadero campo persiguiendo liebres. A sus cinco años y medio alcanza el paroxismo y se le pone cara de cachorro si encuentra o roba una pelota, momento en el cual comienza a correr en circulo pegando unos saltos muy extraños con una expresión de felicidad solo comparable a la mía.
En los momentos en que se dan las circunstancias arriba descritas de paz y felicidad mutua mi cabeza, lejos de enzarzarse en soliloquios de suma cero, salta a otro lugar. Viendo al Jack más despreocupado me sumerjo en mi yo más adolescente y mi atención pasa a los mundos de fantasía que he vivido y viviré gracias a ese balón de oxigeno que han sido para mi los juegos de rol.

Fue Jonathan quien, a los catorce años, en las escaleras del patio del colegio Ramón y Cajal nos dirigió a otro comapañero y a mi nuestra primera partida de rol a la primera edición, con unas manoseadas fotocopias de la mítica caja roja , del Dungeons & Dragons. Ha llovido un poco desde entonces.

Veintiocho años después, y pese a mis gustos conservadores en la materia, he jugado en muchas ambientaciones y con muchas personas diferentes. He recorrido las extensiones de Cardolán perseguido por hordas de orcos luchando por llegar vivo a Rivendel, he perdido la cordura tratando de desbaratar los planes de los sectarios al servicio de Azazoth, me he ganado el respeto de mi clan cantando las gestas de mi manada en el boun de un túmulo y me he enganchado al insano coleccionismo de objetos mágicos y puntos de experiencia de las distintas ediciones de Dragones y Mazmorras.

Pero de todos los juegos y todas las ambientaciones, sin lugar a dudas, la que más me ha gustado y de la que más he disfrutado es la de Rune Quest. También es, sin duda, la que más me viene a la cabeza cuando paseo con Jack.

El Rune Quest es un juego, de los que se conocían como simulación realista, de los más veteranos del mercado. Mucho menos famoso en España que el archiconocido D&D es casi tan antiguo como éste.

Mientras que el mundo de Arneson y Gygax rezumaba glamour y recordaba, siempre a su manera, a la fantasía maniquea de nuestra infancia, con buenos muy buenos, malos muy malos y un halo de cuento heroico, trufado de un consumismo mórbido y adictivo en forma de tesoros y subidas de nivel, el escenario propuesto por Greg Strafford era bastante diferente.

Gloranta, así se llama el universo diseñado por este señor, es un mundo más sufrido y oscuro que la mayoría de los universos del D&D. La progresión de los personajes es más lenta y menos perceptible, la magia menos espectacular y las posibilidades de supervivencia menos optimistas.

Existen, como es de imaginar, muchas diferencias en como son, y como se perciben, las diferencias entre razas y su trato entre ellas, que casi nada o nada tienen que ver con otros juegos de la época como el ya citado D&D, o el Señor de los Anillos y Role Master.

Portada, diseñada por Das Pastoras, para el monográfico sobre trolls editado por Joc internacional. En ellas se puede ver a un troll persiguiendo a un elfo verde.
La más destacable, sin duda, es la de los trolls. Mientras en las mayoría de las ambientaciones estas depredadoras, en esta ambientación no son necesariamente así. Si bien una parte de la nación troll, debido a distintos motivos, está contaminada por el Caos (que suele asociarse al mal en las ambientaciones de este tipo), la mayoría de su sociedad, de facto un matriarcado, lucha denodadamente contra éste. Además aunque voraces y enormes disfrutan de una inteligencia que va desde la de un humano medio, hasta una mucho mayor, en función de a que raza pertenezcan dentro de su especie.
criaturas son estúpidas, malvadas y
Los enanos son una raza obsesionada por la tecnología y con restaurar el orden en el universo, al que consideran una enorme maquina y, al parecer, no nacen sino que son ellos mismos creados por otros enanos. Viven bajo tierra y odian a los elfos y a los trolls, que intentan incluirles en su menú siempre que pueden. Se dividen por castas vinculadas a los gremios en los que trabajan y solo unos pocos, considerados traidores y heréjes, dejan sus comunidades para explorar el mundo exterior.

Los humanos, como en tantos otros juegos representan la versatilidad, la diversidad y el crecimiento y las culturas que nos presentas están muy inspiradas en una visión de la historia, sobre todo europea, desde el bronce hasta la alta edad media. Con un vario pinto repertorio de religiones enfrentadas entre si.

Existen, claro, decenas de especies inteligentes, o no, con las que aderezar las partidas, pero solo una más contaría entre las principales y minimamente jugables. Se trata de los elfos.

Enemistados con trolls y enanos, así como con algunos humanos, estos seres habitan los bosques y los hay de distintas variedades en función del tipo de bosque en el que viven. Algunos hibernan en invierno y otros viven en cuevas rodeados de hongos, adorando a una miriada de deidades relacionadas con los bosques, las plantas, la luz y la curación.

Cuando un elfo abraza el culto de la señora de los elfos debe plantar la semilla de un árbol. Durante dos años debe cuidar de éste árbol de manera constante y eficiente y una vez alcanzada esta edad, con el debido ritual, se desgaja del mismo la madera con la que fabricar el arco que el elfo usará a partir de entonces.

Este arco tiene su propia personalidad, se marchita si lo usa un no elfo, y acompaña como espíritu aliado al elfo que lo planto, reforzando su personalidad, y su pericia a cambio de su cuidado, hasta que, si todo va bien, ambos vuelven juntos a la naturaleza unos cientos de años después.

En este momento suelo mirar a Jack, joven y fuerte, y lamentar que a los humanos con nuestros perros no nos pase como a los elfos y sus arcos. Y que por mucho que los cuidemos y pese a los grandes momentos de felicidad y cuidado mutuo estemos condenados a enterrarlos, siempre, demasiado pronto en lugar de envejecer juntos.




No hay comentarios: