martes, 9 de julio de 2019

Memorias de un revolucionario









Con este título tan sugerente, y que a muchos nos hubiera encantado poder utilizar tan honestamente como este autor algún día, el escritor ruso belga Víctor Serge pone nombre a su autobiografía.

Acaba de ser reeditado, revisado y corregido frente a ediciones anteriores de otras empresas, en la Colección Historia de Traficantes de Sueños. Algo que agradecemos enormemente por ser un libro que debería estar siempre disponible.

Narra gran parte de su vida. Empieza con una somera explicación de su infancia. Continúa más profusamente con su juventud como militante anarquista en la Europa Occidental previa a la Revolución Rusa, en la que llega a conocer y militar con personas de la talla de Salvador Seguí en Barcelona, para llegar a su regreso a Rusia durante la revolución. Su incorporación a los bolcheviques y su activa participación en el proceso revolucionario.Tanto desde el soviet de Petrogrado como desde su papel en la Komintern.

Serge no solo estuvo presente como protagonista  en uno de los episodios más emocionantes y trascendentales del siglo XX. Además lo hizo desde una posición excepcional y nos lo transmitió con la habilidad de una gran pluma y los análisis de una gran cabeza. Organizador y testigo en un segundo plano de popularidad, pero en primera línea de acción. En los espacios y con las personas que llenaron después, a veces de manera intermitente, los libros de historia. Aprovechó para dejarnos, desde la integridad, uno de los documentos más interesantes hasta la fecha de la revolución soviética y  de su posterior marchitamiento. 

Victor jamás dejó de tener un pensamiento independiente y crítico. Siempre mantuvo un ligero toque libertario en su manera de ver lo que estaba sucediendo. Esto hizo que estuviese siempre solo dentro de un partido infectado del mal de las facciones y las tendencias y que fuese considerado injustamente de trotskista sin serlo. Líder al que respetaba pero con el que se había enfrentado en diversas ocasiones por diferencias de criterio. 

Una prueba de su reconocida decencia es el hecho de que fue el único miembro de la dirigencia bolchevique al que se le permitió ir en el cortejo funerario de Kropotkin, rodeado de antiguos compañeros, excarcelados para la ocasión, muchos de los cuales ya nunca volverían a pisar las calles. 

Impresiona el relato que hace de ese entierro, en primera persona. Desde el interior de  una manifestación acosada por la Checa,a la sazón dirigida por su camarada Dzerzhinsky. Y cómo lo enlaza con otro entierro, muy parecido, al que acudirá siete años después desde el mismo sitio en las exequias, pero ya sin la protección de su amigo polaco. 

Como esta,  páginas y páginas de mirada reflexiva puesta sobre el lento proceso que convirtió un crisol de tendencias y sensibilidades socialistas en un mausoleo de sometimiento y horror, en el que hasta la creatividad artística fue perseguida cuando no encajaba en los moldes de las necesidades del líder.

Un proceso de esclerotización que no casualmente se repitió después, en mayor o menor medida, en todas las revoluciones posteriores. Y, también, en todas las revoluciones que no llegaron a ser. 

Este libro nos permite reconocer, en sucesos con un siglo de antigüedad, las mismas dinámicas y las mismas formas de hacer política que tenemos hoy en día, por desgracia, en casi todas las familias que dicen luchar por una sociedad sin clases. Sin opresores ni oprimidos. 

Una forma de hacer política que confunde la lealtad con la obediencia. El discurso con la consigna. Lo importante con lo urgente. Y que a base de aceptar el mal menor y de hacer de la necesidad virtud ha perdido el alma y se consuela a sí misma con el mantra de que los otros son peores.  Una forma de hacer política que ha renunciado a eso, llamado ética, que no es más que la adecuación coherente entre los medios y los fines. Que ha hecho suya la máxima de que el fín justifica los medios.

Todo esto nos lo describe Serge en escenarios que van desde el miedo helado en la San Petersburgo asediada por los blancos, hasta las hambrunas bajo el insoportable sol kazajo.

Un libro, para terminar, que va de menos a más. Sencillo y cercano que, en el peor de los casos, dotará de humanidad ante nosotros a decenas de nombres aupados a la leyenda. Seguro que hará que entendamos más profundamente dónde y cómo nacieron nuestros lastres de hoy. Y en el mejor de los casos nos ayudará a no repetir errores y probar nuevos caminos en el presente.

Eso último solo está en nuestras manos.


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