Con
este título tan sugerente, y que a muchos nos hubiera encantado
poder utilizar tan honestamente como este autor algún día, el
escritor ruso belga Víctor Serge pone nombre a su autobiografía.
Acaba
de ser reeditado, revisado y corregido frente a ediciones anteriores
de otras empresas, en la Colección Historia de Traficantes de
Sueños. Algo que agradecemos enormemente por ser un libro que
debería estar siempre disponible.
Narra
gran parte de su vida. Empieza con una somera explicación de su
infancia. Continúa más profusamente con su juventud como militante
anarquista en la Europa Occidental previa a la Revolución Rusa, en
la que llega a conocer y militar con personas de la talla de Salvador
Seguí en Barcelona, para llegar a su regreso a Rusia durante la
revolución. Su incorporación a los bolcheviques y su activa
participación en el proceso revolucionario.Tanto desde el soviet de
Petrogrado como desde su papel en la Komintern.
Serge
no solo estuvo presente como protagonista en uno de los
episodios más emocionantes y trascendentales del siglo XX. Además
lo hizo desde una posición excepcional y nos lo transmitió con la
habilidad de una gran pluma y los análisis de una gran cabeza.
Organizador y testigo en un segundo plano de popularidad, pero en
primera línea de acción. En los espacios y con las personas que
llenaron después, a veces de manera intermitente, los libros de
historia. Aprovechó para dejarnos, desde la integridad, uno de los
documentos más interesantes hasta la fecha de la revolución
soviética y de su posterior marchitamiento.
Victor
jamás dejó de tener un pensamiento independiente y crítico.
Siempre mantuvo un ligero toque libertario en su manera de ver lo que
estaba sucediendo. Esto hizo que estuviese siempre solo dentro de un
partido infectado del mal de las facciones y las tendencias y que
fuese considerado injustamente de trotskista sin serlo. Líder al que
respetaba pero con el que se había enfrentado en diversas ocasiones
por diferencias de criterio.
Una
prueba de su reconocida decencia es el hecho de que fue el único
miembro de la dirigencia bolchevique al que se le permitió ir en el
cortejo funerario de Kropotkin, rodeado de antiguos compañeros,
excarcelados para la ocasión, muchos de los cuales ya nunca
volverían a pisar las calles.
Impresiona
el relato que hace de ese entierro, en primera persona. Desde el
interior de una manifestación acosada por la Checa,a la sazón
dirigida por su camarada Dzerzhinsky.
Y cómo lo enlaza con otro entierro, muy parecido, al que acudirá
siete años después desde el mismo sitio en las exequias, pero ya
sin la protección de su amigo polaco.
Como
esta, páginas y páginas de mirada reflexiva puesta sobre el
lento proceso que convirtió un crisol de tendencias y sensibilidades
socialistas en un mausoleo de sometimiento y horror, en el que hasta
la creatividad artística fue perseguida cuando no encajaba en los
moldes de las necesidades del líder.
Un
proceso de esclerotización que no casualmente se repitió después,
en mayor o menor medida, en todas las revoluciones posteriores. Y,
también, en todas las revoluciones que no llegaron a ser.
Este
libro nos permite reconocer, en sucesos con un siglo de antigüedad,
las mismas dinámicas y las mismas formas de hacer política que
tenemos hoy en día, por desgracia, en casi todas las familias que
dicen luchar por una sociedad sin clases. Sin opresores ni
oprimidos.
Una
forma de hacer política que confunde la lealtad con la obediencia.
El discurso con la consigna. Lo importante con lo urgente. Y que a
base de aceptar el mal menor y de hacer de la necesidad virtud ha
perdido el alma y se consuela a sí misma con el mantra de que los
otros son peores. Una forma de hacer política que ha
renunciado a eso, llamado ética, que no es más que la adecuación
coherente entre los medios y los fines. Que ha hecho suya la máxima
de que el fín justifica los medios.
Todo
esto nos lo describe Serge en escenarios que van desde el miedo
helado en la San Petersburgo asediada por los blancos, hasta las
hambrunas bajo el insoportable sol kazajo.
Un
libro, para terminar, que va de menos a más. Sencillo y cercano que,
en el peor de los casos, dotará de humanidad ante nosotros a decenas
de nombres aupados a la leyenda. Seguro que hará que entendamos más
profundamente dónde y cómo nacieron nuestros lastres de hoy. Y en
el mejor de los casos nos ayudará a no repetir errores y probar
nuevos caminos en el presente.
Eso
último solo está en nuestras manos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario