martes, 30 de julio de 2019

Shaft en África

    Desde que decidí revitalizar mi blog hace un par de meses me he venido planteando que quiero que tenga una sección dedicada al cine. Una de mis grandes pasiones.
   
Igual que me pasa con los libros esta sección puedo explotarla tanto desde el punto de vista de las novedades, como teniendo un hueco para obras poco o nada novedosas pero no por ello menos importantes, la sección esa que bautice como “Gran Reserva”.

Claro, como no podía ser de otro modo dada mi personalidad, a que película dedicarle mi primera entrada cinefila me ha tenido dudando estos dos últimos meses.

El otro día, en el pueblo, entregado a una vida aislada y cultureta; devorando libros y cine sin prejuicios de ningún tipo me vi, de casualidad, Black Panther, la adaptación para la gran pantalla del clásico de Marvel.

He de decir que, reconozco no haber leído los cómics, me gustó bastante y la vote muy positivamente en mi cuenta de filmaffinity. Sus puntos débiles son, sin duda, un guión demasiado lineal y, para mi gusto, un punto ingenuo. Por lo demás agradecí que por fin el epicentro de la historia y sus protagonistas no estuviese ni en los Estados Unidos ni en ninguno de los países del centro económico del capital. Y que sus protagonistas fuesen mayoritariamente africanos y africanas perfectamente capaces de salvarse a sí mismos y, de paso, al mundo. Toda una novedad.

La película me gustó mucho pero no me dio para una reseña. Sin embargo sirvió para que en mi inconsciente los mecanismos empezasen a operar y de uno de los baúles de la memoria saliese del recuerdo de otra posible candidata.


Dos días más tarde, algo reticente después de haber leído el libro y haberme quedado frío con el, me atreví con la de  Infiltrado en el KKK. Me sorprendió gratamente como Spike Lee supera el informe policial, elevado al rango de insulso libro por el policía afroamericano Ron Stallworth, y logra no solo hacer una trama algo más compleja que la realmente describe el "infiltrado". Además le suma un argumento paralelo que sirve para dar fondo y voz a una realidad, la de aquellos años, mucho más compleja que lo que nos muestra el funcionario policial en su libro.

Si bien esta cinta me dio más de lo que esperaba, como sucedió con la anterior, no me animaba tampoco a escribir sobre ella pero removió del todo el archivo y me dio la pista definitiva de por donde quería ir. Ayudado de manera incuestionable por una de las conversaciones que tienen los dos protagonistas del filme de Lee.

 En los tiempos de los videoclub, durante los ochenta, mi padre recién divorciado tenía como plan estrella (en realidad casi era su único plan), para las tardes de los martes y de los jueves que era cuando me tocaba estar con el, alquilar dos o tres películas y empezar la sesión una vez que acabásemos los deberes. En aquella época de mi infancia vi cientos de películas de las que solo recuerdo breves fragmentos y que no soy capaz de reconocer ni poner nombre hasta que vuelvo a verlas y encajo esa pieza que yo tenía en mi desván de imágenes.

 Hará unos diez años, paseando por la sección de cine de una gran superficie, actividad que me encantaba porque, entre otras cosas, busco películas en las que puedan encajar esas piezas perdidas en mi disco duro, y odio descargar cine por Internet, me encontré con copias de las tres películas de Shaft. A saber. Las noches rojas de Harlem, Shaft vuelve a Harlem y Shaft en África. La única cuyo titulo en España no fue mancillado, como suele ser habitual,  por quienes los traducen.

Puede que algún día averigüemos si esta macabra costumbre se debe a unos deseos poéticos de juventud frustrados y sublimados aprovechando un oficio poco reconocido. Al exceso de drogas durante el desempeño de un trabajo anónimo y alienante; a que se hagan apuestas entre currantes para ver quien inventa la interpretación más hilarante sin ser despedido o incluso que estemos ante una forma de comunicación secreta entre el jefe de una organización subversiva y sus desconocidos subordinados organizados en células sin nexo entre si . El caso es que yo, pese a estar atormentado por todas esas posibilidades, y sus funestas consecuencias, personales y colectivas, en caso de que se desvelase la causa, ahogué mi curiosidad en una orgía consumista y me compre una copia de cada uno de los títulos antes mencionados. 

La primera Shaft, rodada en 1971, la debí de ver casi recién comprada. Mis conexiones neuronales recordaron esos fogonazos visuales y llegué a la conclusión de que la había visto. No debí de tardar mucho en ver la segunda entrega, que me resultó más de lo mismo y un poco pobre y ya, un poco asustado, me anime con la tercera.

 Mis temores ante la tercera entrega, estrenada el mismo año en que Luis Carrero Blanco asistió a misa por última vez, se disiparon en seguida y me sorprendió muy gratamente. No obstante a tenerlo claro desde hace dos semanas, no ha sido hasta que he regresado del pueblo y que le he dado un segundo visionado, esta misma mañana, que me he decidido por escribir acerca de ella.

 Salvando las distancias del tiempo, que han hecho que los thrillers de aquella época ahora, envejecidos, puedan parecernos lentos y un poquito pueriles, es un trabajo que no tiene nada que envidiar a películas de su género protagonizados por grandes artistas. Me atrevo a afirmar que esta tercera entrega de las peripecias del personaje encarnado por Richard Roundtree ha sufrido menos desgaste que contemporáneas suyas como El hombre de Mackintosh, dirigida por John Huston y protagonizada por Paul Newman y que está a la altura de la saga de Harry el sucio.

Contratado en ésta ocasión de una manera un tanto particular Shaft viajará a África para investigar una red que, ahí radica la longevidad de la historia, se dedica a traficar con personas enviadas a Europa, clandestinas y sin derechos, para que trabajen en los más duros oficios en condiciones casi de esclavitud.

A lo largo de la película Shaft recorrerá un largo camino que le llevará de Addis Abeba hasta París recorriendo caminos, ciudades y pueblos y esquivando a los esbirros de la red que quiere quitarle de en medio.

Es cierto que, en cuestión de género, la película suspende y mucho. Y me quedo con la duda de cual hubiese sido el resultado si el rodaje hubiese estado a cargo de un director africano o, como mínimo afroamericano, ya que esta es la única de la saga que no dirigió Gordon Parks. Corrió a cargo del director ingles John Guillermin realizador de la famosa El coloso en llamas. Revisando su filmografía esta puede que sea su mejor trabajo.

Como no me gusta hacer spoilers no seguiré contando más y os dejo con una recomendación para una tarde o noche de verano en la que queráis ver un problema actual con los ojos de hace cuarenta y cuatro años, desde una perspectiva de cine comercial, y de una duración  bastante asequible. No llega a las dos horas y tiene una banda sonora que, si bien no fue merecedora de un oscar como pasó con la primera de la dinastia, a cargo de Isaac Hayes, no está tampoco nada mal, obra del artista Johnny Pate ( https://www.youtube.com/watch?v=ofuKY8Twen8 ).

    Darle una oportunidad que, a las malas, nos dará una excusa para charlar un poco. Inclusopodemos tomar unas cañas.

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