domingo, 25 de agosto de 2019

Primera despedida

Pienso que soy un tipo con suerte, la verdad. O al menos que lo he sido en lo que al punto de partida se refiere. En un mundo como el nuestro nacer blanco, hetero y de una familia con una base económica suficiente y cultural, diría, que por encima de la media es un lujo. Así, para empezar, salí bastante bien parado en lo que a la lotería de los privilegios se refiere. Muy bien surtido en lo material. Digamos que no me tocó el gordo de Navidad, pero casi.

        En temas de salud no tengo tampoco queja. Pequeños defectillos subsanables, y subsanados, y cosas que pudiendo haber sido problemas gordos no llegaron a más. Casi todas, de hecho, por lo mismo que comentaba antes. Donde, como, cuando y de quién nací.

        Como no se puede tener todo en esta vida a mi me tocó la parte más jodida en eso de los afectos. Otro día, quizá, me extienda en mis padres y su fundamental papel protagonista en este asunto, en lo torpes que fueron. Uno sin querer y la otra sin importarle un pimiento.
Hoy no toca ese agradable tema.

        Pero seguí siendo un tipo con suerte. La vida me dio un comodín en forma de abuela materna.

        Cuando yo nací, allá por el año 1977, ella acababa de ser operada a vida o muerte y había salido con éxito de su intervención. Yo venía al mundo y ella se reenganchaba a el. Eso generó el primer vínculo.

        Aquella casa suya era, en los años setenta, una casa de locos. Quizá a una viuda con cinco hijas, dos de ellas adolescentes, y cuatro aún en casa, que tiene que ir a trabajar como maestra todos los días hasta Fuenlabrada, en un Madrid sin la red de transporte público de hoy, y un padre nonagenario que, tozudo y cascarrabias, requería más cuidados de los que se dejaba profesar, lo que menos bien le venía era que le metiesen en plantilla a un mocoso recién nacido, pero me recibió como si hubiese sido un regalo. Nunca sabremos cuando eran, pero en los ratos que le dejábamos de  tranquilidad, aprovechó para sacar su segunda carrera. Geografía e Historia.
       
        En la tribu aquella, para cargarme, colaboraban todas. Mis tías, mi tío, mi bisabuelo y Eusebia,la mujer interna que mi abuela había contratado para hacerse cargo de la casa cuando ella, recién parida, enviudó y tuvo que salir a trabajar. Decidió ser autónoma y no volver a depender de ningún hombre. Era 1962.

         El tiempo del que iba disponiendo con la muerte de su padre y la madurez de sus hijas me lo dedicaba a mi o lo compartía conmigo. Me  llevaba con ella a Vitruvio, al banco y los sábados que no teníamos que realizar gestiones se sentaba conmigo en la cama y me iba explicando los pasajes de la Biblia, una edición plagada de bellas ilustraciones.  Tras la muerte de mi bisabuelo Manuel y el divorcio de mis padres comenzamos a pasar todos los veranos juntos. Nos íbamos a Ayamonte, con su hermana Natin y mi tío abuelo Tomás, y la otra gran tribu compuesta por sus diez sobrinos, novias y amigos. Yo era el pequeño y aquello era el paraíso.

        En algún momento compró, para mi, una historia de España en 10 tomos, totalmente ilustrada en formato cómic, que no solo hizo que dejara de lado las sagradas escrituras sino que asentó en mi uno de los pilares de mi pasión por la historia. Estuve años leyéndola una y otra vez. El otro pilar de mi vocación lo asentaron ella y su prole en las eternas discusiones familiares sobre ese tema. En nuestra familia la tradición oral es muy importante. Y ella un pozo de sabiduría y memoria.
     
        Pasaron aquellos años de mi infancia, mal criado hasta el infinito, en mi condición de hijo y nieto único, hasta que más cerca de los once que de los diez años nació mi prima Julia. Sentí celos, claro, pero una vez más fui afortunado. No solo porque mi abuela se mostraba capaz de ejercer el don de la ubicuidad. Es que además no llegó la competencia hasta el momento en que fue, casi, un relevo ante mi inminente adolescencia.

        Mi salida al mundo fue dejando a mi abuela entretenida con las que venían detrás que, ahora si, llegaron mucho más seguidas. Ya antes de jubilarse se recorría Madrid para, en la medida de sus fuerzas, darle a sus otras hijas y sus nuevas nietas el cariño y la atención que yo me había llevado en exclusiva y que ellas también se merecían. Después del retiro solo esa fue su dedicación a tiempo casi completo.

        La relación cambió. El vínculo se fortalecía. Me fui a estudiar a la Universidad de Alicante un curso que acabaron siendo tres y durante esos años nunca dejó de estar pendiente de mi. Me mandaba giros postales y me insistía una y otra vez, como cuando me perseguía por la playa con los libros de naturales y matemáticas, en que estudiase y acabara la carrera.

        En aquellos años en que la estética era tan importante en la militancia siempre tuvo la puerta abierta a mis amigos y amigas ya fuese para comer, merendar o incluso dormir. Por muy estrambóticas que le resultasen sus pintas y opiniones. Recuerdo dos casos en concreto.

        En el primero, era el año 1996, vinieron tres compañeros del SHARP de Alicante a la manifestación del 20N. Me los llevé a ver a mi abuela. Iñaki, Senín y “el Cuca”. Uno de ellos cuya identidad respetaré defendió tenazmente los puntos de vista del MLNV, además de beberse casi entera una botella de anís que había perdida en un armario. Mi abuela, que se definía como católica y de derechas, debatió con nosotros toda la tarde, desde el respeto y sin tratar de imponer nada. Mucho decir en este país y, para quién recuerde, en esos años.  No era ni miedo, el amigo podía resultar agresivo en las formas, ni hipocresía. Cuando hablamos del tema, en mi siguiente visita, solo me dijo que le preocupaba ese muchacho. Que era inteligente y de buen corazón pero que le parecía que llevaba mucho dolor y odio a cuestas.

        En el segundo, también por esas fechas, en una de mis escapadas a Madrid desde Alicante, me encontré con Iñaki, el mismo Iñaki de antes, en La Guindalera durante un concierto de Inadaptats. No habíamos quedado ni nada. Yo ni sabía que el también había venido a Madrid ese fin de semana. Estaba solo y perdido porque no sabía regresar a la casa de los familiares donde se alojaba y red skin como era, en territorio desconocido, prefería no jugársela. Eran las once de la noche. Llame a mi abuela desde una cabina y accedió a darnos posada sin dudarlo.

       
        Cada vez que incrédula me preguntaba de donde me venían a mi las ideas anarquistas yo le contestaba que fue ella quien me enseñó que donde comen siete comen nueve, que nadie debería dormir en la calle contra su voluntad y que el respeto al prójimo vale más que el dinero. Que somos lo que hacemos y no lo que decimos. Que mientras no nos ponga en riesgo evidente, ayudar es un deber.
   
        Este verano nos hemos visto bastante. He pasado a verla una tarde si y otra no durante la primeros veinte días de agosto. En mi última visita me pidió, sin decirlo, que comenzase a leerle la “Historia del Anarcosindicalismo español”, de Juan Gómez Casas. Lo había leído hace años, cuando lo reedito La Malatesta, pero no lo recordaba. Le preocupaba la perdida de memoria.

        Le leí, en parte por vanidad, el prólogo de Concha Serrano. Discutimos un rato después. Nunca ha terminado de entender como, criados por ella, tan católica, tan de orden, tan de buena familia, han podido salir tres (quizá seamos dos, quizá seamos seis o quizá ninguno) anarquistas en la familia.

        Desde que cumplió los noventa pegó un bajón. Muchas veces me he ido de su casa triste y con la sensación de que se nos acababa el tiempo juntos. Viendo como la artrosis y la artritis le deformaban las manos y las rodillas. Como se le hinchaban las piernas hasta que parecían reventar. Intuyendo unos dolores no reclamados. Hace unos días necesitó cinco minutos de reloj para levantarse del sillón y no pidió que la ayudase. Después me dijo “No puedo permitirme que me ayudéis, el día que os lo pida me quedaré en la silla de ruedas para siempre”. 

        Un amigo la entrevistó un par de veces para su tesis y yo la he grabado a escondidas un par más, pero me parecía feo hacerlo. Y cuando la grababa desde la legalidad cambiaba el tono y no parecía ella. Tuve que esperar a la entrevista de Fernando para que reconociese que aquel miliciano con pañuelo rojinegro que visitaba la casa de la familia en el barrio de Salamanca, que resultaron ser dos, iban aseados y disfrutaban de la lectura. Que eran educados y respetuosos. Y que fueron fusilados por los franquistas, pese haber salvado la vida a varios miembros de nuestra familia y que todo el mundo testificó a su favor.

        El viernes, una hora y media después de que colgase en mi muro de fb una canción de Joan Baez, me llamó mi tía Lilí para decirme que acababas de morir. En tu cama. De manera rápida y con mi tía Mamen y ella a tu lado. A los noventa y tres años. En la misma casa en que falleció tu amado marido.

        Te has ido como viviste. Antes de dejar de ser independiente. Antes de perder la cabeza. Te daba terror tener que usar pañales y ser una carga, a mi que tuvieses un accidente en tu escacharrada cocina estando sola. A los dos nos ha sonreído el destino.

        Te marchaste sin darme tiempo a que te llevara, para hacerte rabiar, la noticia del cura toledano de la CNT  durante la guerra civil. Y contigo se van nuestras charlas sobre esa guerra. Sobre el hambre y la esperanza. Sobre la huida, arruinados, de Marruecos con tres hijos pequeños y en plena descolonización. Tu visión de la transición, en la que te aburriste de hacer huelgas que no apoyabas porque te parecía fatal beneficiarte de las conquistas de las luchas ajenas y tu odio a Tierno Galván por incitar a una juventud desorientada al uso de las drogas.

        No coincidiremos más, en una discusión, sobre lo trágico que es que nadie en este país apueste por una educación pública, tu pasión, como base de futuro. Ni me contarás cosas que aún no sabía de ti, como el otro día, cuando me explicabas como te negaste en el Ciudad de Jaén a que se dejase fuera de las actividades a tus alumnos solo por que eran repetidores y bullangueros y los demás profesores no los querían ver ni en pintura del miedo que les tenían.

        O la historia del ruso. O la del atraco. O la del Istiqlal. O tantas otras que casi parecen sacadas de un guión estilo Big Fish y que hicieron que a veces te trataran de exagerada o no te tomasen en serio. 

        Podría estar hablado de ella horas, y volveré a hacerlo, pero de momento lo dejo en que desde este viernes pasado el 23 de agosto ya no será para mi el aniversario del asesinato de Sacco y Vanzetti, sino el de la muerte apacible mi abuela Lydia.

        En este momento desearía que tu tuvieses razón y yo esté equivocado y podamos algún día abrazarnos de nuevo en el otro lado.

        Solo lamento no haber sido un poco menos respetuoso y no haberte grabado más, por supuesto, a escondidas.

6 comentarios:

Maider dijo...

Un besazo, Paco!

Maider

Karry dijo...

Un beso guapo, ánimo

Anónimo dijo...

Pues, ¡qué gran señora! Y qué suerte has tenido. Un abrazo y mucho ánimo.

Vito dijo...

Hola Paco, soy Vito. Me han conmocionado tus palabras porque me han recordado a la relación con mi abuela y lo valientes que han sido en épocas tan difíciles. Justo el otro día mi padre me contaba cosas de su historia y su fuerza para tirar adelante con tres hijos y divorciada en los años 40. Te mando un abrazo enorme. Mucho ánimo para estos momentos tan difíciles ��������

rompescobas dijo...

Te he vuelto a leer una vez más, más sosegada y pudiendo leer mejor entrelineas.....que maravilla!! Gracias por hacernos participes de tus recuerdos y al mismo tiempo revivir los míos.

Creo que el mejor homenaje que se la puede hacer, es intentar poner en practica algunas de sus enseñanzas......y tu ya has empezado con este agradecimiento publico.

Lydia

mamen dijo...

Gracias Curro por devolverme a una madre joven y a un tiempo que inpregna mi existencia en unos momentos donde el dolor y la ausencia me mantienen en un limbo vital. Tuvo mucha suerte de tenerte como nieto porque no permitiste que el olvido borrase lo que había sido como si no hubiera existido.Lo que has escrito después de que se fuera honrando su memoria es el reflejo del amor tan grande que le profesaste hasta el final y del que te estoy profundamente agradecida.


Mamen