martes, 24 de septiembre de 2019

This machine kills fascists

El otro día, en su muro de facebook mi querido compañero José Luis Carretero escribió una entrada haciendo un análisis a vuela pluma del tema de la repetición de las elecciones y los posibles eslóganes de campaña ahora que se había desperdiciado la baza "antifascista", asesinada de manera inmisericorde por sus propios promotores, así como del riesgo real de amenaza totalitaria. Terminaba su intervención haciendo mención a lo fútil del voto a la hora de parar de facto el avance del fascismo y comparando lo con otras actividades que, a su juicio, tampoco eran útiles en esta heroica tarea. Entre ellas mencionaba pasear al perro y jugar al rol a las que equiparaba con rezar a la Virgen de los Desamparados y llamar por teléfono a echadoras de cartas.

En lineas generales estaba bastante de acuerdo con el texto, como otras muchas ocasiones, salvo en lo referente a lo de pasear al perro y jugar al rol. No solo no me gustó, además me lo tome como algo personal. A fin de cuentas Jose Luis, que cuando se despita lee cosas de las que escribo, sabe que me gusta pasear al perro y me apasiona jugar al rol.

Superado el arranque de egocentrismo le contesté educadamente en su muro pero me quedé dando vueltas al tema, hasta el punto de escribir estas lineas para mi afamado, a la par que discreto, blog.

Soy de la opinión, aún a riesgo de ser llamado una vez más alarmista, de que ya estamos andando los primeros pasos de un fascismo de nuevo cuño. No digo que vayamos a entrar en él o que sea un riesgo inminente. Afirmo que esta mierda está en marcha y a escala global.

Tengo amigos muy sesudos y sensatos que, cuando les decía esto ya hace años, me lo negaban rotundamente con datos jurídicos y políticos y sin duda, una gran mayoría de la población incluida la militante, estarán de acuerdo con ellos.

El problema es que cuando pensamos en totalitarismo, la mayoría, pensamos en escuadras sin fin de hombres de uniforme marchando armados por las calles, en parlamentos clausurados y en movimientos homogéneos bajo el mando de un único líder indiscutido.

Eso fue el fascismo del siglo XX. O, mejor dicho, esa fue la estética del fascismo del siglo pasado. Y aunque puede que llegue el día que esa estética vuelva a imponerse a día de hoy se trata de parafernalia para nostálgicos.

El nuevo orden que ya ha empezado camufla su uniformidad a través del consumo. Basta un paseo por cualquier centro comercial grande para comprobar que la ropa de todas las franquicias es tremendamente parecida, por colorida que sea. Tallajes, cortes y combinación de colores vienen dados desde arriba, así como los modelos de belleza sospechosamente parecidos a los estándares inmortalizados por Leni Riefenstahl en Olympia, y ay de aquél que trate de buscar algo diferente. Solo le queda rezar de cara a la próxima temporada.

Este sistema emergente no tiene la necesidad de recurrir, salvo en cuestiones marginales, a hordas de paramilitares de calle que se dediquen a imponer el terror a base de cuchillo y palo por la sencilla razón de que no hay, ni se espera, un movimiento revolucionario que deba ser dispersado. El horror tecnológico en que vivimos suple de manera eficaz y más resolutiva las tareas desmovilizadoras que cualquier freikorps, manteniéndonos tranquilos, deprimidos y solitos en nuestras casas. Conformándonos con reírnos de memes y retuiteando a algún anónimo y, casi siempre, desconocido chistoso. La nota se la lleva al hacerlo con la apariencia de comunicación y libertad de expresión en el periodo de la historia con mayor soledad y depresión.


Otra de las características del totalitarismo es la ausencia de derechos y la falta de garantías judiciales, al menos para una mayoría, y es uno de los argumentos que suelen esgrimirse para asegurar que aún no estamos bajo un régimen de este corte.  Bueno, puede que los blancos de clase media depauperada aún podamos pagarnos un abogado y sobrevivir a los plazos judiciales de éste norte Profiden pero los migrantes, los hombres y mujeres que logran sortear la yincana letal que les separa de Europa, Estados Unidos o Australia lo hacen para descubrir que su premio es una existencia a mitad de camino entre el siervo y el esclavo y, dependiendo del país,  puede que de por vida. Sin derechos y bajo la amenaza permanente de ser cazados, literalmente, en una redada aleatoria o por una denuncia siendo enviados a su país o cualquier otro si tienen mala suerte. Aunque hayan formado una familia. Aunque allí ya no esté su vida. Son millones.

Estamos en el mundo más capitalista de todos los tiempos, en el que hay gente que alquila amigos por horas tal y como hacía Juan Luis Galiardo con una familia, por su cumpleaños, en aquella fantástica película de Fernando León. El capitalismo más salvaje y enloquecido que, como un animal infectado de rabia, está dispuesto a a destruirlo todo antes de su más que inevitable y próxima desaparición. El fascismo más sutil y más brutal capaz de instalarse en silencio y con nuestra complicidad pasiva. Quien sabe si, incluso, está por ver, apoyándose en el discurso de la sostenibilidad y la defensa del medio ambiente. Del excedente de población. Del que no hay recursos para todos. No por interés sincero sino por justificar su barbarie.

En este contexto de aislamiento social y de deriva de desarme colectivo pienso que cualquier actividad que nos una corporalmente, sin dispositivos de por medio, para charlar mirándonos a los ojos y gastando poco o nada es una trinchera que hay que mantener. Ya sea paseando al perro , fomentando el deporte de base, aprendiendo bailes de salón, tejiendo ganchillo para colocarlo por las calles o en el club colombófilo del barrio, si es con otras, es un acto de disidencia.

En cuanto a lo que los juegos de rol se refiere, en un mundo donde cada día desaparecen lenguas y culturas, formas diferentes de entender el mundo y se avanza hacía una existencia gris como la de los hombres de Momo o las planicies de Gorgoroth en Mordor, una herramienta que nos lleva a imaginar nuevos mundos permanentemente; a  recorrer universos desde el interior de la piel de otras razas, otros géneros y  otras culturas sin dejar de ser un poco nosotras mismas y que además puede usarse desde la infancia con fines pedagógicos y terapéuticos no puede por menos que ser considerada revolucionaria.

Es más, termino estas lineas de contestación indignada  con el convencimiento de que, si no fuera por su reducido tamaño, debería emular a Woody Gothrie y grabar en todos mis dados la frase “This machine kills fascists”.

1 comentario:

rompescobas dijo...

Aunque no tengo perro, no practico juegos de rol y no estoy totalmente en tu línea política, estoy de acuerdo con muchas de las cosas que mencionas en tu artículo, sobre todo con la necesidad, por el bien de la humanidad, de mantener esa"trinchera" desde dónde podamos (y debemos) combatir el aislamiento social.

Gracias por ayudarme a entender mejor los juegos de rol