jueves, 3 de octubre de 2019

La culpa es de los viejos




        El pasado día veinticinco de septiembre, a la sazón miércoles, me dispuse a apuntarme a clases de pilates en el centro cultural del barrio. Como, pese a mi ignorancia en asuntos burocráticos y plazos de inscripción, soy un hombre previsor me pegué un pequeño madrugón para sacar a Jack y llegar media hora antes de que abrieran el centro y así poder estar de los primeros.

        Cuando salía de mi casa, en el portal, fui interceptado por una vetusta señora que tiene por costumbre contarme sus desgracias mientras yo la escucho, le doy ánimos así como  consejos sin fundamento.

        En esta ocasión, y con la prisa que tenía, apenas me entretuve con su conversación y me fui, con un prurito de culpa, más rápido de lo habitual. Fue en vano.

        Cuando llegué a las inmediaciones del mismo, el centro cultural está a ciento ochenta metros justos de mi casa según Google Maps, me di cuenta de hasta que punto mi soberbia y auto suficiencia me habían jugado una mala pasada. Exactamente igual que al pobre Cayo Terencio Varrón aquella soleada mañana de agosto del año doscientos dieciséis antes de cristo.

        Una nutrida turba de caminantes de pelo blanco se agolpaba a las puertas del centro cultural como si fuese la mismísima Imsersnalia y dentro se agolparan elixires mágicos que pudiesen devolverles la juventud, el buen humor o incluso la vida. Esa que perdieron haciendo horas extras y viendo el “Un, dos, tres” cuando la Talbot aún parecía tener futuro en el mercado del automóvil.

        Comprendí al instante que ni habiendo llegado a las seis de la mañana hubiese sido el primero. A fin de cuentas el jubilado es una criatura de la aurora. Todos lo sabemos. Les hemos visto cuando volvemos de fiesta o vamos a trabajar, a primera hora de la mañana, en lugares inverosímiles esperando a ser los primeros.

        Panaderías, cajas de ahorros y paradas de autobús son sus lugares de caza favoritos.  Espacios donde acechan a sus presas, disimulando, como si la cosa no fuese con ellos hasta que alguien más joven, con prisa, despistado por el  estrés de sus quehaceres cotidianos y camino del trabajo o del colegio de los niños no repara en su presencia. Ya es demasiado tarde. Con su voz como de sirena nos atrapan y comienzan una retahíla de historias sin sentido que tienen como objetivo mantenernos a su lado todo el tiempo posible para absorbernos la esencia vital. Es su existencia la que ha inspirado figuras clásicas de la literatura como Drácula o más recientes, como los dementores de Harry Potter. Ellos son los verdaderos no muertos de nuestro mundo.

        Por un instante sopese la posibilidad de quedarme e intentarlo. Esperar mi turno y ver si la diosa fortuna recompensaba mi heroica actitud con una plaza aunque fuese en Tai-Chi o Corte y confección pero acepté que no luchaba contra una cola sino contra la eternidad. Además, iluso de mi, había cometido la torpeza de tener un compromiso a las once de la mañana, solo dos horas después de la apertura del centro.

        Abandoné el lugar compadeciendo a los pobres humanos menores de sesenta y cinco que había en esa burla geométrica que nadie se atrevería a llamar cola, rodeados y sin esperanza. Me pareció que uno me miraba, con unos ojos dominados por el pánico e implorando ayuda. Por desgracia no llevaba un rifle con el que cortar de cuajo su sufrimiento. Así que salí corriendo del lugar sin mirar atrás y pidiéndoles disculpas desde lo más profundo de mi corazón por abandonarles en su sufrimiento.

        Mientras huía del lugar y le daba gracias a la vida por esta segunda oportunidad no pude dejar de pensar en la horda gris.  En su enorme poder. En el terror que genera y en como nos tiene controlados.

        Es evidente que se trata del más poderoso y mejor organizado de los lobbys a escala mundial. A la vista de todos y, a la vez, discreto. Un poder en la sombra que ha hecho suya esa afirmación de San Agustín de que el mayor éxito del diablo fue hacer creer al mundo que no existía.

        No solo están por todas partes, donde quiera que mires, además están perfectamente organizados, como muestra el hecho de que me hiciesen perder tiempo ya desde mi portal con un encuentro sospechosamente casual. Es evidente que existe la posibilidad de que nos encontremos ante un enjambre global con mente colmena.

        Se que los defensores de la llamada tercera edad lo hacen de buena fe. Nos comentan que no entendemos a los ancianos, que no tenemos en cuenta que sus valores culturales son diferentes y que mañana cualquiera podríamos ser uno de ellos.

        Son argumentos que suenan humanos y razonables. Pero la lógica y la ciencia nos demuestran otra cosa.

        El anciano no hace nada por desinterés. Lo hace a cambio de un asiento en el metro, un descuento o por inocular en nuestra conciencia sentimientos de culpa futura. Esa es, sin duda alguna, la razón por la que cuidan de sus nietos y les colman de regalos. Para manipularlos y ponerles en contra de sus padres. Así como para que les compadezcamos y acabemos aceptando sus caprichos por perniciosos que sean. Un claro ejemplo reciente sería la actitud de Iñigo Errejón que, coaccionado por su bondadosa pero errónea actitud hacía los nosferatus, se puso del lado de Manuela. Rompiendo con el hombre que le amaba como a un hermano. Si pueden quebrar a un hombre de estado forjado para salvar este país, que no podrán con el resto.

        Además, estos fósiles humanos, han ido infiltrándose en los centros de poder. Catedráticos eméritos, banqueros y hasta la jerarquía de la iglesia está en sus manos. Lejos quedan esos tiempos gloriosos en que los inuit abrían la puerta de su iglú cuando a un carcamal se le caía el último diente para que la naturaleza siguiese su curso.

        Infectados por el buenismo cristiano hemos permitido que estas gentes proliferen en nuestro mundo y colapsen nuestros limitados recursos. Centros de salud, culturales, farmacias, museos, hoteles, cruceros, estadios, bibliotecas, playas, transportes, universidades... Y se siguen expandiendo. Hasta el retraso en la edad de jubilación es una muestra clara de como estos pre finados quieren seguir parasitando nuestra sociedad. Y robarnos nuestras formas de vida. Insaciables ante todas las concesiones que ya les hemos hecho.
       
        La izquierda, la gente concienciada, más que nadie,  debemos alertar del drama que ya estamos viviendo. Sin olvidar que los viejos de hoy son los que permitieron que en este país triunfaran el régimen del 78, las hombreras y Mocedades. Los que envenenaron nuestros cuerpos con el Tang y el Redoxón de naranja y nuestras almas con Verano Azul. Serie en la que dos generaciones de españoles bailaban al son de los deseos de un abuelo sin familia llamado Chanquete. Nos lo venden como una época dorada por que su estrategia es colapsar el presente a base de atormentarnos hablando del pasado para que nunca construyamos nuestro futuro.

        No podemos cerrar los ojos por más tiempo ante esta realidad que nos lleva al abismo. No es una cuestión de redistribución de riqueza. Nuestro mundo no puede soportar tanta decrepitud O nos sacudimos el yugo de los viejos ya o no lo haremos nunca. Ha llegado el momento de que les devolvamos a las criptas de las que provienen para que la historia les juzgue.

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