miércoles, 8 de enero de 2020

A falta de tele transporte

Caminaba con paso firme. Con las manos dentro de los bolsillos de la bomber, no porque hiciese frio. Era una costumbre que había adquirido en tiempos no muy lejanos cuando los nazis aún estaban a machete contra ellos. En el izquierdo llevaba el gas y, cuando preveía bronca, colocaba el puño americano en el derecho.  Habían sido años muy duros. De enfrentamientos constantes, ataques, contra ataques y de varios asesinatos a manos de fascistas. Solo un enorme esfuerzo de movilización y de respuesta había mandado a los fascistas de vuelta a sus guaridas, temporalmente.

La chaqueta se la había regalado su madre que al verla en la “planta joven”  del Corte Ingles había pensado, inocente, que se trataría de una prenda inocua, pija y hasta presentable. Empezó a sospechar cuando el, lejos de refunfuñar o ignorar el regalo como hacía siempre con sus adquisiciones textiles en tiendas de moda, se lo agradeció efusivamente, le dio un beso y se la probó. Ahí mismo, en el restaurante chino en el que estaban comiendo. 

No era tonta así que cuando, comprobado que la talla era la suya, Manu se guardo la chupa vaquera llena de parches anti fascistas dentro de la mochila y dejó la  cazadora negra nueva en la silla para estrenarla  ese mismo día cuando se marchase con los amigos, supo que algo en su plan no había salido como ella esperaba. No dijo nada y apenas si se ofreció a guardar ella la chaqueta vieja para que su hijo no tuviera que cargarla toda la tarde y la noche.

De eso habían pasado ya más de dos años, recordó el, bajando los escalones del anden de la linea cuatro en dirección norte. Se había cortado el pelo y le había quitado los parches a la bomber, aunque para entonces su madre ya se había fijado en que muchos de sus amigos y amigas llevaban esas guerreras y apenas si se lo agradeció.

Volvía a casa ese jueves desde el Mesón Gallego. Al día siguiente empezaba un puente y a el le tocaba trabajarlo entero por lo que había decidido dejar de parranda a sus colegas más fiesteros y, aún era pronto, había optado por pillar el último metro. Quedarse aunque fuese solo diez minutos más, para un chico de arrabal como el, significaba asumir una de tres posibles opciones nada atractivas.

La primera era bajar, llegado el momento, hasta la plaza de Cibeles y esperar el autobús nocturno. Los fines de semana pasaban cada poco pero de domingo a jueves, a la que te descuidabas, te pasabas una hora sentado. Si bien tenía su punto de adrenalina bajar por Alcalá mirando si estaba, llegaba o te dejaba tirado con cara de imbécil, la experiencia de pasarte una hora sentado con el edificio de correros detrás, sobre todo cuando ibas solo y hacía frío, no era tan divertida desùés de varios años padeciendolo. Otra opción era dejarse talego y medio en un taxi, algo que solo se justificaba en situaciones extremas. Por último se podía regresar andando. En ocasiones lo había hecho, claro, pero las dos horas y media que separaban el centro de Madrid de su barrio en Hortaleza hacían que lo dejara para ocasiones especiales. Como las pocas veces que ciego como una cebolla necesitaba sintetizar el alcohol en el estomago para dormir un poco mejor o las ocasiones, algunas más, en las que padeciendo mal de amores y ansiedad esos paseos le ayudaban a dormir de puro cansancio. Esas caminatas nocturnas, además, le habían hecho descubrir los límites de su lealtad al anarquismo ya que había sido en esos largos pateos calzando botas militares con puntera de acero cuando se confesó a si mismo que estaría dispuesto a votar para presidente a cualquiera que inventase el tele transporte.

Andaba en esos pensamientos u otros igual de absurdos cuando enfiló el andén y descubrió que al final del mismo estaba Jorge sentado en un banco. Le acompañaban otros dos chavales. Dos pelados. Uno enorme, tan grande como el mismo Manu o puede que más, y el otro no muy alto. Iban totalmente maqueados.

Jorge, un compañero del barrio de Prosperidad, iba con su una sudadera gris y llevaba el “Molotov” debajo del brazo. Manu, ensimismado, empezó a pensar en la situación. Recordaba que Jorge se había marchado un rato antes que el del bar pero no recordaba que fuese acompañado. De todas formas, pensó, desde que se había enamorado perdidamente, sin ser correspondido, de una muchacha comunista a la que había conocido en la coordinadora anti fascista andaba muy despistado. Y si no se había vuelto andando a casa, como en otras ocasiones parecidas, no fue por haber metro, había sido por las cochinas botas militares compradas en el rastro que le iban acabar haciendo votar no ya a quien inventase el tele transporte sino a cualquiera que prometiese taxis gratis pasadas las tres de la mañana.

Según avanzaba recordó por fin que había oído, antes de irse del Mesón, hablar de un auto bus que había venido lleno de compañeros y compañeras de Manresa para un concierto y que se los habían repartido, en una de esas muestras tan madrileñas de hospitalidad, por casas de compas de distintos barrios. Jorge, que era un animal social, artista, viajero y algo golfo, sin duda había adoptado a dos sharperos catalanes.

Avanzando con las manos en los bolsillos por pura deformación profesional, y lamentando que no hubiese adoptado a dos feminas en lugar de a dos rapados tan feos como el,decidió gastarles una broma  haciéndose pasar por un macarra con ganas de bronca.

Llegó junto a ellos tres y, muy serio, con cara de mala leche, las manos en los bolsillos como si ocultaran algún arma, las piernas plantadas firmes en el suelo, luciendo su bomber negra, pantalones y botas militares negros y el pelo muy corto, le preguntó a Jorge en un tono seco y con mirada dura mientras les señalaba con ligero movimiento lateral de cabeza:

- Estos dos, qué, ¿vienen contigo?

-No
La forma de responder de su amigo, más que su monosílaba negación, dejaron fuera de juego a Manu. Sentado, con cierta palidez en la piel, y el lento mover de su cabeza a izquierda y derecha hicieron comprender al recién llegado que los acompañantes de su colega debían de vivir algo más cerca que los catalanes venidos para el puente. Se había colado del todo.

La situación estaba clara. Los cuatro hombres allí presentes, tres de ellos skinheads, estaban sorprendidos ante una serie de acontecimientos inesperados. Se paró el tiempo.

Aprovechando la inercia de su teatral entrada Manu se la jugó a doble o nada. Mirando con calma, de arriba a abajo, a ambos rivales, como midiéndoles y tratando de que no se le notasen ni el susto ni el miedo de lo que se les venía encima, sacó las manos de los bolsillos  cerrando el puño derecho y envolviendo lo con la mano izquierda frente a su pecho mientras con una mueca torcida, como de media sonrisa torva, dijo.

- Pues muy bien.

Los dos fachas, desconcertados por el giro de última hora, se alejaron de su presa y dando la espalda a su victima y al nuevo actor en escena empezaron a debatir que hacer.

El bajito, con más mala leche, se giraba mirando a su potencial rival y animaba a su colega. Este, en cambio, un mostrenco de casi metro noventa y bastante ancho miraba para atrás a su pareja para el baile, el que les había jodido la presa fácil y que con cara de psicópata interpretaba el mejor papel de su vida, y negaba con la cabeza al aprendiz de Joe Dalton que no se resignaba a aceptar una derrota.

Se oyó el metro llegar y Manu, consciente de la situación y venido arriba, empezó a burlarse de ellos y preguntarles hasta cuando iban a esperar para pasar a la acción.

Subieron entre carcajadas al vagón Jorge y Manu y nunca supieron si los apabullados defensores de la raza que se quedaron viendo partir el último metro regresaron a casa en búho, taxi o en el coche de San Fernando, reflexionando acerca de los beneficios del tele transporte, y de si votarían a Julio Anguita si este era capaz de ponerlo en práctica en una próxima legislatura.

4 comentarios:

Irene dijo...

Gran post, gran blog. He llegado a él a través de una app de cuyo nombre no quiero acordarme ( yo solo entraba a cotillear) y me gustaría debatir con el autor, pero too late, me temo...

Dexter Coughton dijo...

No necesariamente, alguna forma habrá de intercambiar opiniones.... Voy a investigarlo

Irene dijo...

Complicado, atrapados en los comentarios de blogger para siempre...

Dexter Coughton dijo...

Solucionado. Y además te doy las gracias por ayudarme a mejorar el blog. No se me había ocurrido poner una dirección de contacto y ahora la he añadido al final del blog. Con más calma puede que la cambie a un sitio más visible.
elskinheadqueleianovelasdemaor@gmail.com