domingo, 16 de agosto de 2020

Lo que han oído es cierto

Un buen librero, uno que se precie de tal título y que ejerza esa profesión en peligro de extinción, es algo así como un híbrido de maitre, confesor y camello. Y a los que nos gusta leer necesitamos tener unos cuantos de estos extraños personajes en la agenda, para cuando se nos acaban las existencias o simplemente por si el consumismo fetichista arrecia.

El problema principal es que como, a pesar de todo, son humanos y necesitan vender libros, tanto para pagar las facturas del banco como para saciar el apetito de su auto estima profesional, saben estrujar esos fetichismos particulares de cada cliente lector y convertirle en víctima de si mismo de tal modo que acabe comprando más de lo que a veces puede, quiere, o necesite leer.

Fue en uno de esos gestos de vileza en los que, hace dos meses, en pleno pandemónium global recibí una llamada de la librería La Malatesta. Marcos me informaba, por mi propio interés  y adelantándose a sus rivales de la calle Duque de Alba, de que Capitán Swing había sacado un libro sobre uno de mis temas favoritos.

Evidentemente, cual yonki carente de voluntad, le pedí que me lo guardase y afirmé que iría en cuanto me fuese posible. Ni le dejé que se extendiese sobre los pormenores de la novedad. Hablaba de El Salvador y eso era suficiente para ganarse un sitio en mi pequeña colección de libros sobre ese país.

Así fue como “Lo que han oído es cierto” llegó a mi biblioteca. Los que tenemos temas recurrentes, y extensas colecciones de libros, sabemos que comprar un libro es una cosa y leerlo ya otra muy diferente. Muchas veces los libros tardan años desde que son compulsivamente adquiridos hasta que son cuidadosamente seleccionados para su degustación. Tratar de explicar los motivos es una perdida de tiempo. Un libro se lee cuando se tiene que leer.

En este caso su momento no tardo. Desde que en junio lo metí en la mochila junto a otro par de volúmenes hasta hoy que escribo sobre el nada más ha pasado un mes y medio y solo ha tenido que ver a otros tres o cuatro libros ser leídos antes que el.

Lo mejor de todo este proceso, y en este sentido de mi propia adicción a El Salvador , es que abordé el libro sin tan siquiera mirar las solapas. Cumplí con mis manías personales antes de empezarlo, busque el año de la primera edición original, miré cuantas páginas tenía, y me lancé a la aventura.

He de decir que no daba mucho por el en un principio. Principalmente porque mis dos lecturas anteriores,  el último libro que reseñé en este mismo blog (https://elskinheadqueleianovelasdeamor.blogspot.com/2020/07/en-memoria-de-abraham-guillen.html?zx=34392fdc881003d5) y Lectura Fácil, de Cristina Morales, ponían el listón muy alto.

Me equivoqué. Sin duda, a veces, acercarse a algo desde la falta de expectativas y/o el desconocimiento facilita la grata sorpresa.

El libro escrito por Carolyn Forché, una poetisa de nacionalidad estadounidense, es una aproximación a los orígenes de la guerra civil de El Salvador muy interesante. Tanto en fondo como en forma.

La autora, cosas que pasaban en aquellos tiempos, abandona su puesto de profesora universitaria y se planta en un lugar que desconoce por completo gracias a una surrealista invitación. Aterriza en un país pequeño, del que apenas habla el idioma, sumido en una lucha entre la violencia salvaje y la valentía sin medida; donde ante la miseria económica y sus creadores se alzan la dignidad y la terquedad de un pueblo dispuesto a todo con tal de lograr la justicia. Un territorio que se desliza inexorable hacia el abismo de la guerra abierta.

Forché construye su relato, y aquí está parte de lo que me ha encantado, no tomándose a sí misma como única protagonista de su memoria sino como un diálogo con su guía local. No es la historia,exclusivamente, de una  gringa que se va a vivir aventuras y su visión de los buenos salvajes. Su contra parte actúa como un mentor, sin duda muy masculino, que la acompaña escalón a escalón en su ascenso al darse cuenta de lo que de verdad está pasando en ese rincón del mundo en ese momento. Me parece un gesto, más allá de lo narrativo, honesto y necesario.

El hecho de que su estancia tuviese lugar antes del comienzo oficial de la guerra nos permite una visión distinta y muy necesaria a la de otros testigos extranjeros que o bien llegaron más tarde o bien prefirieron centrarse en los años y sucesos posteriores al asesinato de Monseñor Romero en 1980 y a la posterior ofensiva final (inicial reconocen con sorna sus protagonistas) de 1981.

Unos recuerdos, a retazos, en que se pueden intuir las lagunas de la memoria y de las circunstancias en que a pesar del tiempo la poeta a respetado los nombres clandestinos de aquellos quienes se lo pidieron o cayeron en la lucha.

La única pega seria que le pongo a la edición es que si bien marca muchos de los términos propios del habla salvadoreña no explica a pie de página el significado de los mismos. Dicho esto quedo muy agradecido a una editorial española que se ha animado a publicar un texto que a priori no tiene pinta de ser un éxito de ventas en nuestro país habida cuenta del tiempo pasado desde aquella epopeya de la historia.

Para terminar no diré que es un libro fácil o necesario pero si muy recomendable para quienes queremos a el Pulgarcito de América. No me cabe duda de que las estampas plasmadas negro sobre blanco en estas páginas son una invitación a la reflexión y a la crítica. Un buen recordatorio para entender los males del presente.

Para aquellos que se acerquen a esta lectura sin conocer el paisíto una sola advertencia. A veces las cosas que cuenta Carolyn pueden parecer exageradas o peliculeras. Faltas de realidad. Inventadas. No la culpen El Salvador muchas veces parece sacado de un relato de realismo mágico y muy probablemente lo que están leyendo si no es cierto sea porque se quede corto.

"No te dejes llevar por la retórica. Si los campesinos salvadoreños entran al combate, y creo que lo harán, tienen que ganar. De lo contrario, sufriran doscientos años más."

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