lunes, 24 de agosto de 2020

Seré un negacionista


La unión soviética de Stalin inauguró, entre otras muchas formas de represión, el uso por parte del “socialismo real” de la psiquiatría como herramienta de represión. Una practica que continuó tras la muerte del georgiano y muy probablemente hasta el fin de los días del paraíso proletario.

En su película “El intercambio” el cineasta Clint Eastwood nos cuenta la historia real de una mujer cuyo hijo ha desaparecido y a la que la policía entrega un niño distinto en su lugar como si fuera el suyo. Cuando trata de denunciar la negligencia y la corrupción del departamento de policía de Los Ángeles es encerrada en un manicomio para mujeres donde descubre que la mayoría de ellas están ahí por ser molestas a la sociedad, bueno, más concretamente por ser molestas para hombres con poder en la sociedad. Se las trata como locas pero es ahí, en su encierro, donde de verdad han perdido la salud mental.

A finales de los años noventa, en el área metropolitana de Barcelona, fue detenido un individuo acusado de quemar varias empresas de trabajo temporal. Actuaba solo. El caso fue juzgado en primera instancia y el propio fiscal del caso, en su petición final, desestimaba la prisión por considerar que ese individuo era como Alonso Quijano que a base de leer demasiado había perdido la razón. A fin de cuentas eso de la lucha de clases ya había sido superado y por ello recomendaba tratamiento psiquiátrico en lugar de prisión.

Tratar a los disidentes como locos, como enfermos mentales,es una idea de una perversidad tan grande como su genialidad. Mientras que el disidente político es un enemigo a batir que, llegado el caso, puede tener parte de razón y cuya persecución puede despertar simpatías, el loco es un ser carente de credibilidad y potencialmente peligroso. Se le aísla por su bien, pero también por el nuestro. Son irracionales, pasionales, violentos. Y, por supuesto, nada de lo que digan debe ser tenido en cuenta. Lastima es lo más que se nos permite sentir por ellos.

El loco no es disidente ni opositor. El loco no es torturado en una celda, sino tratado por su bien. El loco no sabe lo que dice ni lo que vive. El loco, a diferencia del represaliado, sencillamente no es.

El lunes pasado empecé a pensar en estas cosas. El domingo anterior, dieciséis de agosto, había convocada una manifestación en la Plaza de Colón de Madrid, no se se muy bien por quien, para exigir verdad y denunciar una serie de mentiras que a su juicio estaban teniendo lugar. Al menos eso rezaban los carteles fotocopiados que había pegados por los edificios de mi barrio.

Los programas matinales de la televisión, los periódicos, los informativos, las redes sociales y supongo que la radio, así como todos los ciudadanos de bien que me iba encontrando mientras sacaba a Jack o trabajaba en el estanco, jaleados por tan filantrópicas instituciones, clamaban iracundos contra la estupidez de los cientos o par de miles, que más da, que se reunieron en la capital del reino.

En un principio, claro, ver a tanta gente apretujada; muchos, que no todos, sin mascarilla, aparentemente poco organizados y con una mezcla de consignas poco definidas y muy variadas me generó el rechazo esperado. Mi leve hipocondría, mi condición cívica propia de todo buen anarquista, y mi exposición a la realidad de los últimos cinco meses hizo que me cayeran mal.

Sin lugar a dudas gente que dice que el virus no existe, que afirma que lo que quieren es meternos un chip en el cerebro para controlarnos, que ha sido un plan orquestado para acabar con nuestros abuelos y otras teorías por el estilo solo pueden ser una panda de locos. Ya está.

Pero el día y la semana siguieron. Por un lado con el ataque a los enajenados negacionistas -también a los insolidarios que se van de fiesta o no se ponen  mascarilla- y por otro con la ofensiva contra los Okupas que atemorizan a España.

Y empece a recordar. No digo pensar porque, por desgracia, rara vez dejo de pensar. Soy como ese personaje de Los Invisibles a los que su pareja acusa de estar pensando hasta cuando folla. Y me recordé a mi mismo la primera quincena de marzo.

Por aquel entonces, en el primer episodio de esta serie cutre y repetitiva en que han convertido nuestras vidas, discutí mucho. Con mucha gente.

Defendía entonces que estaba seguro, sin tener datos más allá de los públicos, que ésta pandemia no iba a ser tan mortal como parecía y que nos encontrábamos ante un experimento de control social a escala mundial. 

Más adelante, durante el confinamiento, y a veces en discusiones difíciles con amigos queridos por teléfono, seguí planteando que había partes del discurso oficial que no me encajaban con las cifras de contagios y de muertos.

En estos meses de soledad y miedo, mucho miedo, y mientras conversaba con amigos y familiares médicos y enfermeros, me venían machaconamente a la cabeza algunas películas y libros. En lo que a cine se refiere hubo dos títulos que se me aparecían una y otra vez. El primero, por motivos menos obvios de los que podáis llegar a pensar, era “Estado de sitio”, de Costa Gavras. El otro, “Cortina de humo”, de Barry Levinson. En cuanto a las lecturas destacaría también dos. “Principios elementales de propaganda de guerra” de Anne Morelli y “La doctrina del shock”, el mayor éxito de Naomi Klein. Quizá esto debería haberlo escrito antes del verano para daros tiempo a revisar las referencias que os apunto, pero igualmente os invito a que las echéis un vistazo.

A la salida del confinamiento, con mi gente más cercana aunque estuviesen lejos, el tema de conversación siguió, como nos pasa a la mayoría, girando en torno a la pandemia y sus consecuencias. Al menos al principio.

Hoy, meses después de aquellas acaloradas conversaciones en el parque con los perrunos, en vísperas del que quizá haya sido el acontecimiento social más traumático para los europeos blancos de las últimas décadas sigo pensando parecido.

Tened en cuenta el hecho de que soy un firme defensor de la teoría de la navaja de Ockham. Aplicado a nuestro problema es que asumo que el virus mutó, como estudié en B.U.P que mutan tantos virus, primero porque convivimos en exceso con especies animales cuyo hábitat hemos invadido de manera masiva y, segundo, porque podía hacerlo.

Asumo sin dudas que nadie lo fabricó en un laboratorio y descarto que nadie quiera meternos, de momento, un chip en el cerebro para controlarnos. Volviendo a la anterior teoría ¿para qué van a gastarse ese dineral en semejante invento cuando ya les funcionan fenomenal Internet y la tele y encima les pagamos por usarlas?

En mi entorno cercano, como para cerrar cualquier grieta por la que filtrar dudas, han fallecido cuatro personas; han enfermado unas dos docenas, algunas de ellas de bastante gravedad y cuatro de mis personas más queridas son sanitarias que han estado trabajando al pié del cañón. Atendiendo pacientes, firmando certificados de defunción y viendo morir pacientes en las UVIs.

Ahora bien, que el virus exista, que sea todo lo natural que pueda ser un virus mutado por nuestra depredadora expansión territorial y capitalista y que se haya llevado por delante a miles de personas que de no ser por esta irrupción hubiesen muerto de otra cosa en otro momento no significa que no haya motivos para pensar en las mal llamadas conspiraciones. Vamos allá.

En lo global el año 2019 fue un continuo de señales de alarma económica. Todos los indicadores hablaban de un nuevo ciclo de recesión y crisis. Por los mismos motivos de la de hace doce años pero con la gente más enfadada y mucho menos de donde rebañar.

Un ciclo de recortes y penurias que, estando tan reciente la crisis anterior, era presumible podría provocar más protestas, más virulentas y más organizadas que las de hace una década. Sobre todo ante el hecho de que lejos de reformar para mejor el capitalismo (cosa que por otro lado a mi me parece imposible), los poderosos, se han dedicado a acelerar su modelo criminal, a aumentar la explotación y su tasa de ganancia. Y los distintos gobiernos, todos, a gestionarles los tramites legales para ello.

El capitalismo global, haciendo como siempre de la necesidad virtud, ha logrado algo inaudito. Aprovechando un nuevo virus, peligroso, si, pero que a día de hoy en España tiene una mortalidad que ya no llega al uno por ciento, ha logrado, decía, algo nunca visto. No solo ha hecho parar de manera controlada la economía donde y como han querido, además han alcanzado un objetivo aún más importante. Sacudirse la responsabilidad de la situación de miles de millones de personas sumidas en la pobreza por su avaricia desmedida para endosársela a un bichito invisible al ojo humano. Así, la situación que se veía venir desde hace un año, ya no es una crisis fruto de su acción sino consecuencia de un accidente de la naturaleza.

En segundo lugar a escala global, con su proyección en cada país, esto les ha servido como un ensayo general. Como un estudio. Un experimento de ver cuanto tiempo, y que medios, son necesarios para aleccionar a la población y meterla en su casa; porcentajes de desafección y de afección extremas ante las medidas tomadas; las reacciones en redes y comunicaciones de millones de personas. Así como, a medio plazo, observar los efectos secundarios de todas estas medidas (depresiones, suicidios, medicalización, criminalidad, conflictividad social y laboral...). Esta gente si trabaja a largo plazo.

En lo concreto, esta pandemia, en muchos países ha servido para aplicar medidas más duras, en ocasiones dictatoriales, contra poblaciones en rebeldía mientras los focos miran para otro lado. En Chile, por ejemplo, el pueblo estaba por tumbar a su segundo gobierno consecutivo y peleaba por forzar la redacción de una nueva constitución. Ahora le represión continua contra los trabajadores, a los que se les saca literalmente de casa  para llevarles a trabajar y se les encierra de nuevo al terminar la jornada, y contra los Mapuches, a los que se les sigue asesinando impunemente para quitarles sus tierras mientras que las medidas ya no son oficialmente represivas sino sanitarias. Pero están también  Hong Kong, Ecuador, Palestina, Argentina...

En el reino de España hemos tenido el privilegio de ser el país que ha tomado las medidas más restrictivas de Europa occidental. No se puede esperar menos de un país que goza de un aparato estatal postfranquista y donde para los partidos políticos la democracia y la participación empiezan cuando se abren las urnas y termina cuando,ese mismo día, estas se cierran.

Una vez más no dejo de ver una manos oscura detrás de éstas medidas. Si bien acepto que en marzo, no queda otra, una coincidencia entre la gripe estacional con el nuevo virus haría colapsar los servicios sanitarios no dejo de pensar en la necesidad que tienen  quienes gobiernan, todos, ya sea el gobierno central y los autonómicos de magnificar la enfermedad, hablar de guerra y militarizar la sociedad, se da por una serie de motivos de los que comentaré un par.

El primero es que cuanto más grande es el reto más aceptables son los resultados, por magros que sean. Cuanto más enorme es el monstruo menos podría haber hecho el estado para prevenirlo. Como ocurre con la cuestión económica la “catástrofe natural” es un intento de apartar el punto de mira del hecho de que TODAS las comunidades autónomas están gobernadas, ya sea con mayoría o en coalición, por los partidos que aprobaron la infame ley que ha permitido descuartizar la sanidad pública durante los últimos veinte años, la 15/97.

Por otro lado el lenguaje bélico, el manejar una situación de pandemia y tratar un virus como a un enemigo permite a los poderes establecidos que una sociedad cierre filas como un ejercito y que los posicionamientos mayoritarios sean uniformes, en bloque. Es una forma sucia pero efectiva de laminar las críticas, sobre todo entre los propios colectivos sanitarios, al menos en un principio. A fin de cuentas, en tiempos de guerra, quien desde la base duda y cuestiona es un traidor y debe ser tratado como tal.

El ataque desde los medios a las posturas negacionistas, la ridiculizacón de sus posturas, el tratarles como tarados es en realidad un aviso para navegantes y una estrategia a medio plazo.

No se les discute, se les insulta. No se les debate, se les humilla. No se les da espacio, se les caricaturiza.

Al final el día solo nos queda estar con los sanos, los responsables, los obedientes o pasarnos a las filas de los desquiciados, los egoístas y los ignorantes. Sin medias tintas. Sin espacio para preguntarnos como puede ser que una enfermedad que una vez conocida y con medios adecuados mata menos que la gripe haya colapsado nuestro sistema sanitario -y parece que puede volver a hacerlo- o porqué los belgas no superaron el cuarenta por ciento de ocupación en UCIs al tiempo que el gobierno animaba a salir de casa, hacer ejercicio y vida sana desde la responsabilidad y el respeto a las distancias.

El problema que esto nos genera es que cuando la crítica social y el ejercicio de la libertad de expresión, por absurdos que nos parezcan sus planteamientos, son tratados como delirios sin sentido o síntomas de vesianismo lo que nos estamos jugando es el mismo concepto de democracia. Y esto no es casualidad. En política la casualidad casi nunca existe.

Como dije no dudo que las explicaciones más aceptadas sobre el virus son ciertas. Que lo están usando para atemorizarnos, vapulearnos, dividirnos, desposeernos y aleccionarnos tampoco. Aunque claro, supongo que eso es porque soy un negacionista.

1 comentario:

Anisakis de orion dijo...

Salud skinhead desde las montañas del nordeste bizkaino. Me alegra comprobar que sigues tan loco como siempre. Un gran articulo que invita a la reflexion. Y reflexion hoy significa rebelion. A tan triste situacion hemos llegado que reflexionar al margen es irresponsable. Ya se veia venir no? En esencia lo que esta ocurriendo es la destruccion de las relaciones horizontales y el triunfo ultimo del estado, de la verticalidad.
Pero almas libres somos y aunque los cielos amenacen tormenta con la ayuda y el amor del projimo, de cualquiera de ellos, viviremos lo que queda con compasion y alegria.
Un abrazo a todo aquel que lo acepte. Salud, ora et labora.