domingo, 1 de noviembre de 2020

Juventud sin presente

Tengo la sensación de que me hago viejo. Es un hecho que cada uno se hace viejo a su manera. Si ciertos amigos de Alicante lo han notado en una necesidad de revisar su pasado militante para escribir un libro y Arwen Undomiel lo sentía en el agua, lo sentía en la tierra y lo olía en el aire, yo me lo noto en que siento que me repito más que el ajo, como los viejos.

Es cierto que también puede ser, éste comportamiento, un acto de heroica resistencia frente a lo que Bauman llamó sociedad líquida. Una sociedad donde nada perdura, siempre hay que estar renovando las cosas y el consumismo se ha trasladado también, y sobre todo, a las relaciones humanas. Pero como Bauman era un viejo es perfectamente posible que ambas opciones sean complementarias.

El caso es que una de esas cosas que repito muy a menudo es la máxima de que el pueblo es ignorante pero no idiota. No puede no ser ignorante porque desde que perdió la guerra civil el pueblo, me repito, la gran victoria de las clases dominantes y sus capataces de finca, llamados eufemisticamente gobiernos, ha sido la de lograr que las trabajadoras y trabajadores de éste país no sientan ningún interés por la cultura. Que carezcan de inquietudes y, por tanto, de rebeldía.

En esto todos los gobiernos han coincidido y es lógico. A fin de cuentas los pueblos son como el mar. Cuando uno lo mira de lejos es maravilloso ver su fuerza, escuchar su furia y admirar sus grandes olas sacudiendo y erosionando las rocas. Pero cuando uno está sobre su superficie lo que quiere es que sea manso y transparente como los océanos de postal.

Una parte importante del pueblo siempre poco valorada es la juventud. A la juventud se apela para vender productos a pitopausicos, escribir programas electorales y, llegado el caso, para morir en las guerras. Pero no se la escucha. Nunca. Ni si quiera en las organizaciones supuestamente revolucionarias se deja espacio para que los jóvenes se expresen, experimenten, se equivoquen y aprendan. Los que obedecen promocionan, los que molestan tienen la puerta abierta y el futuro cerrado.

Durante los últimos meses, desde que el Covid vino a amenizar nuestras vidas, la juventud española que ya estaba bastante machacada ha sido uno de los sectores sociales más castigados. Encerrados, silenciados y ahora culpabilizados por un sistema que apenas si comprenden y que ha generado el solito los males de los que acusa a quienes no pueden,aún, defenderse.


Pero no son idiotas.

El otro día hablaba con Ramón. Ramón es un muchacho, cumplió los dieciocho el jueves pasado, que conocí en mi primer año como entrenador en Alacrán y que ésta temporada se ha animado a ayudarme a entrenar a las chicas de doce a quince. Le he visto holgazanear y crecer. Ambas de manera impresionante.

No solo sabe mucho de fútbol. Además tiene la cabeza bastante bien organizada. Poco amueblada, si, porque se ha criado en esta sociedad de trabajado analfabetismo funcional, pero con mucho sentido común.

El otro día, charlando de todo un poco después de despachar a las alacranas a su casa, compartía una de sus reflexiones conmigo. “¿Porqué no podemos estar siete amigos en el parque, a las once de la noche, con las mascarillas puestas y luego veo a la gente en los debates de la tele hablándose a gritos y sin mascarilla?” Ese día aún tenía diecisiete años. No le parecía bien, ni justo, aunque les hiciesen PCR antes a los tertulianos. Me repito  No son idiotas.

La conversación con Ramón, con quien siempre aprendo alguna cosa, me sirvió para confirmar lo mal que lo están pasando. Lo que sospechaba de comentarios, miradas, silencios y desapariciones. La espiral de los últimos años años se está agudizando. Puede que estos chavales nunca sepan quienes son Zizek o Naomi Klein, ni hablen como ellos. Pero saben de lo que hablan porque lo sienten en sus carnes cada día.

Nuestros jóvenes, los nacidos en los últimos veinticinco años, quizá más o quizá menos, son dos generaciones criadas sin más expectativas que la esclavitud salarial. Si los hijos de la transición y del fin del bloque soviético alcanzamos a ser engañados con la mentira de que con esfuerzo y una gota de suerte viviríamos mejor que nuestros padres los nacidos en las últimas décadas no han tenido ni ese espejismo.

Se les exige un trabajo constante, con una jornada laboral de unas treinta y cinco horas semanales en el instituto y el colegio y una incalculable cantidad de horas extra a la salida del mismo (deberes, refuerzos, academias de idiomas...), a cambio de que quizá, aquellos que no se queden por el camino, tendrán un trabajo de mierda. Sin caretas. Sin sonrisa Profiden. Sin mentiras. Y sin presente. Por que esta juventud no solo ya no tiene futuro, además les estamos robando el presente.
 

 Los niños y las jóvenes aprenden lo que viven, no los sermones que se les sueltan. Si se desconfía de ellos, desconfiaran. Si se les ignora, nos ignoraran. Si les castigamos, en cuanto puedan, ya sabéis lo que nos pasará.

No voy a apelar a ningún gobierno, ni a ningún partido, porque en el ADN de los mismos no está el escuchar al pueblo como no está en el ADN de un tiburón blanco el comer coles de Bruselas. Voy a apelar a quienes aún quieren, de verdad, un mundo mejor. A quienes leyendo mi blog estéis de acuerdo, lo compartáis o no (por si no queda claro era un comentario publicitario).

Tenemos que dejar de exigirles como adultos y castigarles como a niños. Los que tenemos conciencia social, lo que quiera que sea eso en cada caso, no podemos permitir que la generación que no defendió sus derechos ahora castigue y machaque a la generación de sus propios hijos por ello.

La chavalada hoy en día necesita dejar de ser invisible. Dejar de ser sospechosa. 

Necesita respeto,confianza y cariño . Para empezar, ser escuchada. No oída e ignorada como hacen muchos trabajadores sociales que dan soluciones imposibles para realidades ignoradas. Escuchada en profundidad y conciencia. Dejar que experimenten, que opinen, que rían y que nos tengan a su lado como apoyo cuando se equivoquen.

Cualquier otra cosa es abonar el nuevo totalitarismo. Entrenar a nuestros verdugos, geriatras o carceleros. Pardos o con coleta.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Joder que clarividente e inquietante a la vez... Aunque habría que pormenorizar... Completamente de acuerdo.

Unknown dijo...

No te estás haciendo tan viejo ...😉
Pero si ....hay que escucharles más y dejarles más espacio de acción. Y confiar en que nos traigan un presnte-futuro mejor.

Unknown dijo...

¡Qué reflexión tan certera! Y qué justa la combinación entre ser implacable con nuestra generación y generoso con las que vienen. Gracias

Ivan Delgado dijo...

La juventud... Ese saco donde echar culpas pero sin darles nada a cambio. Todo es culpa de ellxs pero sin ellxs. Con ver los modelos educativos empiezas a entender que importan poco a nada.