viernes, 9 de junio de 2023

Cerrando el círculo (II) Un buen gobierno

Una de las máximas del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros era que una acción guerrillera que requiriese explicación era una acción mal planeada y/o mal ejecutada. Es más, durante mucho tiempo tuvieron una directriz en sus operativos que era la siguiente. Si, en cualquier momento previo a  la acción, se valoraba que esta podía no salir exactamente como se había planeado, y si esto podía poner en riesgo el mensaje político que se quería transmitir con la acción planeada, era preferible cancelarla, por mucho que hubiese costado su preparación, antes que mandar mensajes confusos que pudiesen confundir al pueblo. No se podía permitir que ningún aspecto del desarrollo de la acción dependiese de la voluntad del enemigo. Menos aún el impacto de la misma.

Además, para ser una organización clandestina y vertical que operaba en una dictadura militar, tenía unas bases muy amplias a las que consultaba lo más a menudo posible, y mantenía contacto con otras organizaciones como sindicatos y partidos a los que escuchaban para entender mejor el movimiento social del que, verdad o no, se sentían parte y vanguardia.



De un tiempo a esta parte se ha puesto de moda entre un sector de los profesionales del parlamentarismo, sobre todo entre quienes buscan el voto de izquierda, entonar un mea culpa muy curioso cuando se tuercen los resultados electorales. Es muy habitual escuchar, como auto crítica supina, que probablemente el problema esté en que no se han sabido explicar correctamente los grandes logros sociales y legislativos que se han acometido desde puestos de gobierno y despachos.

Durante la última campaña, además, cuando se veía venir a todas luces lo que pasó el 28 de mayo, se fue creando el relato de que la derecha pepera, el equipo de Ayuso y sus tentáculos en otras autonomías, manejan enormemente bien los medios digitales  y de que tienen una mayoría absoluta en las televisiones y las radios. Lejos quedan los tiempos de la soberbia y la exaltación en que fuimos los más ingeniosos, los mejor preparados de la historia de España e incluso algunos pensaban en hacer la revolución a golpe de meme.

En última instancia se llega a un clásico básico de los lunes con victoria electoral de los partidos abiertamente conservadores que es lanzar, desde el dolor de la derrota, mensajes rencorosos hacia un pueblo alienado, idiota, fascista y merecedor de todos los males que le sucedan. Afirmar, como Ramón Yarritu, que todo el mundo se ha vuelto tonto o moderno.

    Pero no siempre fue todo así. Antes de llegar a este punto se pasó por dos etapas previas en que a los que anunciábamos el escenario actual como probable se nos ignoraba o se nos vilipendiaba. La fase de los gobiernos municipales y la fase del deseado gobierno central.

    La primera fase, en la que Podemos no llega a lograr ni el famoso sorpasso ni tan siquiera formar gobierno, pero en la que algunas formaciones afines, compuestas por gentes que van desde avezados militantes de partido de toda la vida hasta ex libertarios y ex autónomos que, tras retorcer en demasía el concepto de municipalismo libertario, ganaron alcaldías de ciudades como Barcelona, A Coruña, Cádiz o Madrid. Esta primera etapa pudo haber servido para aprender de los errores cometidos a escala local desde el interior de la bestia. Pero es que hay algo más terco que la realidad, los egos de quienes se creen más listos y necesarios que el común de los mortales.

    En enero de 2020, recuperada la alcaldía de Madrid por el PP, y después de dos procesos electorales y seis meses en los que, pese a las campañas basadas en el discurso de de la unidad anti fascista, PSOE y Podemos no se habían llegado a un pacto para gobernar debido a un desacuerdo, ojo, no en las cuestiones de programa y política social sino en cuantos ministerios le correspondían a la formación morada, se formó el auto denominado gobierno más progresista en la historia de España. Una vez más parecía no haberse aprendido nada ni de las experiencias municipales ni de anteriores gobiernos de coalición autonómicos en los que el resabiado PSOE se la había dado con queso a sus socios de gobierno cambiando programa por sillones.

    A partir de su formación la tónica del ejecutivo no fue la de un gobierno que trabaja en equipo y que plantea debates a la ciudadanía sino la de dos bandas coaligadas que compiten por ver quien saca más leyes y puede aprovecharlas mejor mediaticamente. Una goza de la experiencia de los años y un aparato encastrado en los resortes del poder y se dedica a poner zancadillas a la más pequeña  que, incapaz de respetarse a si misma, menos aún puede hacerse respetar y se conforma con esquivar los dardos y contarle a quienes, cada vez menos, quieran escucharle decir que eso no era lo que se había pactado.

    Es probable que este gobierno pase a la historia por el que más leyes con título progresista ha redactado en menos tiempo pero una cosa es legislar y otra muy diferente gobernar y hacer valer esas leyes. El papel lo soporta todo pero es en el día a día, en la aplicación a pie de calle por parte de los y las interesadas, o en su defecto por el propio estado, donde el pueblo va a ver y sentir si esas leyes le son o no de utilidad real.

    Un ejemplo podría ser la modificación legislativa para que las trabajadoras domésticas puedan cobrar la prestación de desempleo. Sin duda es un avance y es de justicia, si obviamos el hecho de que la gran mayoría de éstas mujeres se encuentran en situación irregular en este país, por tanto no cotizan, y mucho menos van a ir a reclamar un subsidio de desempleo. Y la ley de extranjería amiguitas, atención spoiler, no va a ser derogada nunca.

    Otro ejemplo, más sangrante aún después de una pandemia que puso de manifiesto el precario estado de nuestro sistema sanitario, fue la anunciada derogación en el año 2022, de la nefasta ley 15/97. Sustituida por una ley prácticamente igual a la anterior. Una vez más el gobierno se comportaba como una banda, en esta caso concreto la de Stringer Bell en The Wire, que cuando ya no le queda  droga de calidad se dedicaba a ponerle nombres cada vez más rimbombantes a su mierda de mala calidad con el anhelo de no perder así a sus clientes.

    El último ejemplo que pongo, aunque queden decenas, el más sangrante para mi, es el de la ley del “solo si, es si”. Una ley sin duda necesaria en un país donde aumentan las denuncias por agresiones sexuales, individuales y en grupo. Una ley redactada por un partido que ha denunciado ya, públicamente, sufrir un menos precio por parte de la judicatura, cuando no directamente un ninguneo. Una ley que deja en manos de los enemigos de quienes la redactaron el cumplimiento de la misma. No se veía semejante astucia política en este país desde que ETA organizó una brutal masacre en el Hipercor de Barcelona y todo lo que argumentaron después fue que ellos habían avisado con tiempo suficiente para desalojar el edificio.

    Pero bueno no solo de leges interruptus vive el desanimo de la izquierda.


    El gobierno más progresista de la historia de España, y de esto las dos bandas que lo conforman son responsables, ha aumentado el gasto militar de manera desorbitada mientras la brecha entre ricos y pobres sigue aumentando. No solo continúa con la eficiente política fronteriza de la Unión Europea sino que además ha justificado sin fisuras la matanza de la valla de Melilla el verano pasado. Ha abandonado definitivamente a su suerte al pueblo saharahui. Y, como colofón, en una decisión que de haberla tomado un gobierno del PP hubiésemos salido a la calle sin dudarlo, nos ha metido en una guerra. Sin debate. Sin pasar por el parlamento. Sin dejarnos decidir al pueblo español si queremos participar de una guerra entre dos potencias imperialistas que utilizan Ucrania como campo de batalla y tienen a su pueblo como víctima colateral. Y, por supuesto, acusándonos a los que nos oponemos a todas las guerras de ser esbirros al servicio de Moscú. Suma y sigue...

    

    Un partido político, nacido en teoría de los rescoldos de la calle, que forma parte del gobierno central y que, en esas condiciones, pasa de más de tres millones de votos a casi desaparecer en menos de cuatro años ha hecho las cosas mal. Muy mal. Por mucho que los medios de comunicación le critiquen y Ana Rosa Quintana ya no quiera desayunar con Pablo Iglesias. Por muy bien que el PP maneje WhatsApp inventando bulos. Por muy conservador que sea este país y aunque hubiesen puesto a un tartamudo de portavoz del gobierno, Podemos lo ha hecho francamente mal. Y nos ha salpicado al resto.
    
    Si en cuatro años de gobierno, incluso con una pandemia, todos tus logros pueden ser olvidados por el pueblo a golpe de bulo y de twit. Si una mayoría de la población no ha visto su vida lo suficientemente mejorada como para decir, "que demonios, voy a votar a esta gente que me cae tan mal pero que me viene tan bien". Si tienes que pasarte el día llorando por las esquinas redactando las cuentas del Gran Capitán de las ayudas sociales y las geniales sutilezas de tus aportaciones legislativas, la has cagado. Porque, digan lo que digan los progres despechados, el pueblo no es idiota.
    
    Podemos, la CUP, las apuestas municipalistas, y el resto de marcas electorales que vinieron a cambiar el mundo desde las entrañas del estado no solo hicieron lo contrario del FMLN, como dije en la primera parte de este escrito, convirtiéndose en lo que el sistema les ofrecía y anhelaba sino que, además, en el proceso, obviaron por completo las máximas de los Tupamaros uruguayos.

    Priorizaron la cantidad de las acciones antes que la calidad de las mismas (muchas leyes vacías para dar titulares en lugar de apostar por una o dos bien redactadas y aplicadas con rigor y claridad). Liquidaron a sus bases en lugar de reforzarlas, cortando así su cordón umbilical con el pueblo,  renunciando a su capacidad de informarse de primera mano sobre el impacto real de sus medidas. Permitieron que la ejecución final de sus medidas dependiese de cuerpos profesionales que les son hostiles confiando en su capacidad mediática y en su pico de oro para revertir la situación o, quien sabe, mostrarse cómo mártires ante su público.

 Eso si, hay algo que si han hecho a la manera de la más espectacular de las acciones del grupo guerrillero uruguayo. Dejarnos claro a todos y todas que ell@s no son las personas adecuadas para dirigir nada. Que, pese a sus promesas y fanfarrias, han elegido, de manera terca y consciente, apostar por la derrota,
   

2 comentarios:

Corocoto dijo...

Están muy bien, aunque creo que en esta segunda entrega te equivocas cuando dices que han simulado cambiar la Ley 15/97. Eso no ha pasado. Quizás lo hayas soñado. Pero en la vida real no han hecho absolutamente nada con esa Ley de privatización de la sanidad. Es más recientemente, antes del 28M, Podemos por boca de su portavoz en silla de ruedas pidió su derogación en varias ocasiones, cosa que nos causo perplegidad...

Dexter Coughton dijo...

Muy buenos días!
En primer lugar gracias por comentarlo.
Yo pensaba lo mimo y estuve buceando en prensa antes de escribir ese párrafo hasta que encontré lo que he afirmado. Aunque evidentemente puedo haberme equivocado.
No obstante el fondo de la cuestión está ahí.sea el camino de mirar al tendido o el de aplicar maquillaje, el caso es que la sanidad en España sigue siendo un negocio y no un servicio garantizado por igual a todes.