sábado, 17 de junio de 2023

Cerrando el circulo (y III) Y ahora ¿Qué hacemos?

Ahí va la quizá excesiva tercera entrega. Me ha costado y creo que se va a notar. Quizás abarco demasiado y debería haber hecho caso a quién me recomendó partirla en dos pero no quería alargar esto más. Ya me contareis.

Quiero agradecer a todos y todas las que en el propio blog, por guasap, por teléfono y en persona me habéis hecho críticas tanto positivas como de mejora a los dos textos anteriores. No paréis. 


 

 

Si bien no estamos en abril, no me paga el interrail el gobierno alemán y espero, sinceramente, no morir de sífilis vamos a seguir, mi ego y yo, hablando de este ciclo que se cierra a ver si podemos ayudar en como afrontar el futuro, no solo inmediato, sino también a medio plazo. Nada nuevo, pero nada malo tampoco. Algo con lo que debatir o al menos teneros entretenidos.


Menos de diez años después de haber nacido para comerse el mundo las alternativas electoralistas han mordido el polvo y han dejado tras de si un paisaje de tierra quemada regado de cadáveres políticos. Una parte bastante importante de la militancia político social de nuestro país vive angustiada por el irrefrenable avance del fascismo, el cambio climático, la extinción masiva y, muy probablemente, por la perdida de subvenciones públicas que dejarán de abonar algunos jardines cercanos  para ir a prados más azules, así como por la desmovilización popular. Casi, casi dan ganas de citar a Maquiavelo y decir aquello del caos, las estrellas y demás pero no  es el momento.

Esta sombra tiene tres causas principales. La inmediata, no cabe duda, es el triunfo de los partidos de la derecha sin complejos. El segundo, muy importante, es fruto de un esfuerzo estratégico por parte del sistema que dedica miles de millones de propaganda a hacer ver que este sórdido mundo es el único posible. En el caso de España, en los últimos meses, se han encargado de silenciar, entre otras, las huelgas francesas, no fuese que se nos pegase algo. Y, siempre, han lanzado paladas de mierda o silencio sobre nuestras nada desdeñables luchas locales. Solo informan de nuestras cagadas y derrotas. Normal.

La tercera pata del banco viene de nuestras propias filas. Cuando comenzaron las campañas electorales de la llamada nueva política una parte importante del discurso era el componente milenarísta. Era ahora o nunca.

Este discurso, uno de los problemas que tiene, es que cuando no se gana lo que queda es el miedo y la sensación de la derrota. Como derrotado pareció ya Pablo Iglesias Turrión el día que, asumido que no habría sorpasso, dijo que se había pasado de la guerra relámpago, aunque el pedante lo dijo en alemán, a la guerra de posiciones. Eso, en la  terminología militar con los símiles que le gustaba usar era aceptar que ya no ganaría nunca. Y como derrotado se mostraba Pablo Carmona que, la semana siguiente a tomar su acta de concejal en el ayuntamiento más grande de España, firmaba un artículo de prensa junto a Emmanuel Rodríguez y Almudena Sánchez en el que pedían paciencia a sus bases y comprensión ante las limitaciones de trabajo dentro de las instituciones municipales y su techo de cristal. Las mismas limitaciones que negaban hasta solo diez días antes cuando afirmaban, recorriendo para ello todos los barrios de Madrid y otros muchos del país, que iban a reventar el mundo desde el palacio de telecomunicaciones o dimitir. Ya sabemos lo que pasó y es lógico que, quienes confiaron en ellos, estén de capa caída.

Igual que la romantización en nuestras relaciones afectivas nos lleva con facilidad a expectativas inalcanzables y a aguantar situaciones inaceptables, esperando que nuestras buenas acciones conviertan en lo que queremos a personas que no lo son, generando mucho sufrimiento y estancando aspectos de nuestra vida, una gran parte de la militancia tendemos a idealizar en exceso las luchas sociales y sus devenires. Tanto las pasadas como las presentes.

En lugar de esperar un príncipe, o princesa, azul esperamos a un líder o a una organización mágica e impoluta que nos lleve al paraíso socialista. Hijos de un sistema que promete la satisfacción inmediata de nuestros caprichos y deseos, nos frustramos si después de haber ido a tres manifestaciones no cambian las cosas. Esperamos que una huelga de un día haga temblar al patrón. Queremos que nos den siempre la razón en la asamblea.

Pero los procesos sociales son un eco sistema, como los bosques, e igual que un bosque quemado no crece de nuevo en dos años, un movimiento social en una sociedad anestesiada por décadas de pensamiento simple, consumismo y conformismo, nuestras ideas y prácticas no van a impregnar a toda la sociedad de una sola tacada. Sin ir más lejos, desde que Fanelli llegó a España hasta que se fundo la CNT pasaron más de cuarenta años y otros veinte más hasta que casi se pudo intentar una revolución. Quererlo todo y ya, por desgracia, es la definición perfecta del capitalismo financiero y no debe ser, por tanto, parte de nuestra mentalidad.

Esta idea romántica del cambio, este deseo de querer ver todo resuelto en nuestra corta vida, nos lleva además a dos puntos inaceptables. El primero ya lo hemos visto, la depresión y el derrotismo cuando esa máxima aspiración es evidente que no se va a cumplir. Cuando nos sentimos defraudados. El segundo es aún peor. En nuestra frustración renegamos de todos nuestros éxitos. Nos parecen estériles ante la revolución con mayúsculas que no llega. Pero compañeras, la historia del socialismo, de la lucha contra las injusticias, está plagada de grandes derrotas pero de innumerables pequeñas victorias cotidianas. Cada vez que un barrio se moviliza para ayudar a una familia con riesgo de desahucio, en lugar de quedarse en su casa viendo la tele y creyéndose lo de los okupas, se ha ganado. Cada vez que una plantilla de trabajadores se organiza y exije sus derechos en lugar de tragar con lo que diga el jefe se ha ganado. Cada ocasión en la que se rompe el mandato capitalista de ir cada uno a lo suyo y somos solidarios se ha ganado. Ni se entra en Managua, ni se asalta el palacio de invierno sin décadas de luchas previas acumulando derrotas y aprendizajes.  

Por eso tenemos que poner en valor nuestros medios y usar los del enemigo lo imprescindible, aunque les falte glamour y sean más cansados. Y no solo en lo institucional.

No sabemos usar las nuevas tecnologías. Nos ahogamos en un hilo de twitter. Acabamos confuendiéndo, también nosotres, el metaverso con la realidad. Claro que son medios de difusión imprescindibles a día de hoy pero entrar a la batalla ideológica en esos espacios es abonar la estrategia del enemigo. No se puede vencer al pensamiento simple a base de pensamiento simple. Nuestra fuerza no es cuantos seguidores tenemos en redes sino cuantos vecinos pagarían una cuota por tener un local propio en el barrio, o para pagar abogados, cuantos dan su tiempo para organizar actividades... Y si, lo se, sus seguidores en redes son importantes pero es que su lucha es para generar pasividad y la nuestra debe ser para organizar actividad.

Por no hablar de lo mal que gestionamos nuestras diferencias en unos medios que nos privan del uso de gran parte de nuestros sentidos provocando grandes broncas que, de haber debatido sobrios y en espacios físicos compartidos, las más de las veces no se si se hubiesen producido pero no habrían acabado tan mal.

Los espacios de lucha que nos son propios son el territorio y el mundo laboral principalmente. Es ahí, en el día a día, donde nuestros discursos dejan de ser palabras para ser acciones. Donde podemos intentar combatir el racismo, el machismo, la homofobia, el individualismo y los egos... En la propaganda por el acto.  

Entonces ¿Qué podemos hacer? Bueno, lo primero, asumir que lo estábamos haciendo bien. Dejar de flagelarnos, al menos fuera de los espacios lúdicos designados para ello. Pese a todo sobrevivimos como movimiento a la derrota de la transición y fuimos capaces de estar ahí cuando en el año dos mil ocho hicimos falta. No para derrotar al capitalismo, pensar que eso podía haber estado en la agenda sería pueril, sino para acompañar y formar al pueblo.

Valorar que pese a ser uno de los países con menor nivel de sindicación y con unos sindicatos mayoritarios bastante blandos, aún así, se han conseguido parar total o parcialmente reformas laborales criminales. Que sigue habiendo huelgas, piquetes, conflictos y represaliados.

Recordar que, en lo peor de la pandemia, en muchos barrios de nuestro país fueron las asociaciones vecinales, e incluso espacios okupados, los primeros en paliar la situación de los más desfavorecidos económicamente por el cierre empresarial, abriendo sus bancos de alimentos y proporcionando comida a quien los necesitase. Poniendo el cuerpo, superando el miedo y arriesgándose a la represión de una policía que había recibido carta blanca por parte del gobierno más progresista de la historia de España.

En los grandes incendios, cuando los servicios de extinción son insuficientes y el estado se ve desbordado, sí, aquí, en el primer mundo, son los vecinos los que se auto organizan para  informar sobre el terreno que conocen a los trabajadores anti incendios y desarrollar toda la logística para cubrir las necesidades materiales de las personas evacuadas. Mientras, los diputados violetas y nacionalistas, miraban para otro lado cuando el PSOE aumentaba el gasto militar. Aunque, como dice un amigo mío que trabaja de bombero forestal, los Eurofighters no extinguen incendios.

Los ejemplos, como ya puse en la optimista y aplaudida entrada del pasado 26 de abril, son muchos. Muchos más que los logros de las leyes aprobadas y vacías de contenido.
 
Tanto la gente dispuesta a cambiar como la clase trabajadora en general estamos cansados, dolidas, defraudados. Por eso, lo que necesitamos ahora, es recuperar la confianza en nosotras mismas y nuestras herramientas de solidaridad y supervivencia. Y eso no puede hacerse anunciando constantemente el apocalípsis. Ni desde un plató, ni desde un escaño, ni desde un centro social okupado. Aunque se tenga razón. La expectativa del fin sin remedio solo nos lleva a la rendición y al suicidio. Y lo que necesitamos es,  que sea lo que sea que nos depara el futuro, por muy malo que sea, nos pille organizadas, dispuestas, confiadas, con toda la alegría posible y sin demasiadas fisuras.

Insisto, para recuperar la tan necesaria confianza necesitamos, primero, pequeñas victorias que nos den fuerza a través del sindicato y en las luchas de barrio. La mayoría de nosotros sabemos que hemos experimentado mucha más satisfacción, hemos aprendido más de como luchar y le hemos encontrado más sentido a nuestra lucha formando parte de un piquete que cierra una empresa, parando un desahucio o ayudando a alguien a superar la tela de araña burocrática para conseguir los papeles de residencia o recibir atención sanitaria que viendo una votación de una ley aprobada en el congreso. Máxime cuando su aplicación no llega nunca.

Pero no solo. El ciclo electoralista ha supuesto años de puñaladas traperas, en lo personal y en lo político, promesas incumplidas, mentiras constantes y cambiantes, sacrificios vanos. Puede que los que seguimos fieles a los planteamientos anarquistas no nos soprendiesemos demasiado pero eso no nos libra, como a quienes si creyeron en esos procesos, de haber sufrido por ello.

Para empezar a reconstruir esa confianza será necesario debate y asunción de responsabilidades por parte de todos quienes quisieron domar a la bestia y ahora pretendan deshacer el camino andado. No hablo de una disculpa a lo Aznar, al vuelo, en tres segundos, y con una chulesca justificación posterior,  ni una pantomima borbónica, en plano fijo y con mirada de perro apaleado mientras se dice aquello de “lo siento, me he equivocado, no volverá a suceder”.

Lo que es necesario a estas alturas, y en muchas capas diferentes, es un reconocimiento con quienes queremos que sean nuestras compañeras en la lucha. Ante lo que ya tenemos aquí, si no queremos ver a gran parte de la población racializada de segunda generación votar a la extrema derecha, como pasa en otros lugares de Europa, ya podemos remangarnos y dejar de decir chorradas panfletarias como “nativa o extranjera la misma clase obrera”, porque si bien es evidente que nos explota el mismo capital solo alguien cegado a la complejidad de este sistema puede plantear que nos explota de la misma manera.

Aunque nos escueza lo que nos digan creo que vamos con retraso en eso de sentarnos a escuchar, no oír, escuchar a las compas migras y ponernos un poco en disposición de ayudar en lo que nos pidan. Lo mismo aplica para los tíos en lo referente a las luchas feministas. Muy bien, o no, eso de ir de mani el día 8M pero sinceramente pienso que estamos a millones de años luz de habérnoslo ganado. En ambos casos la verdad está ahí fuera y nos vamos a llevar más de una sorpresa si al final dejamos de mirarnos el ombligo.

Otra fractura necesitada de ser reparada es la que existe entre la militancia “consciente”y el común de los mortales no activistas.

La brecha entre gran parte de la clase trabajadora y los movimientos sociales es enorme, es verdad. Y es cierto que una parte de esa clase trabajadora, migrantes incluidos, aspira a ser clase media y a vivir como creen que viven los ricos. Pero la solución, una vez descubierto el Mediterráneo, no pasa por cagarse en sus muertos, escribir sobre ellos como si fuesen especímenes de laboratorio  y, en última instancia, convertirnos en populistas que se deslizan al rojo pardismo con tal de ser aclamados por la masa y arañar unos votos. A fin de cuentas obreros fachas ha habido siempre.

El primer paso para romper ese abismo, y el segundo, y el tercero, lo tendremos que dar la militancia concienciada. Y lo tenemos que dar desde la humildad. Hay demasiada gente viviendo de  escribir libros sobre como viven los currantes. Hay demasiada gente viviendo de partidos políticos, sindicatos y cooperativas subvencionadas y de otro montón de cosas que antes formaban parte de la militancia más elemental y la solidaridad cotidiana, que, por muy precarios que estén en lo contractual, no tienen nada que ver con la vida real de una trabajadora doméstica, un camarero, una fontanera o un tele operador. Y eso, cuando vamos a hablarles de unicornios, se huele. No se puede disimular. En serio. Tenemos un problema con toda esa nueva clase media cultural, porque es verdad que dinero no da las cosas que hacen pero suple su carencia económica con un pago emocional en ego y sensación de superioridad intelectual. Supuramos elitismo en como hablamos, en dónde vivimos, en como miramos, en que comemos...

Hace años que esta brecha existe no solo entre la clase trabajadora en general y la izquierda divina, sino también entre la clase trabajadora militante concienciada y la izquierda divina que desdeña el trabajo manual porque su reino es el del precariado y la mentada élite intelectual.

Una vez más no se trata, para romper ese cerco, de que los doctores y las doctoras entren a competir con la clase obrera por trabajos no cualificados pero dejar de explicarles como viven y de tratarles como si fueran idiotas cuando, a estas alturas sospecho que por error, coinciden en un espacio sería un buen comienzo.

Por último, antes de que esta entrada se convierta en un folleto, hay otro aspecto en que el reconocimiento y la reparación serán necesarias para volver a confiar unas y otros.

Toda la gente que nos metió los perros en danza a unos movimientos que, colectivamente, no veíamos la necesidad de concurrir a las elecciones. Que forzó tiempos y espacios, que escribió libros y recorrieron ciudades y pueblos como predicadores evangélicos prometiendo la salvación a través de la vía estatal deberían escuchar a quienes nos quedamos, reflexionar en profundidad y, solo después de esa secuencia en ese orden, poner en común las conclusiones.

Por nuestro lado, quienes nos vimos envueltos en unos debates que ni queríamos ni nos interesaban. Que no sentimos utilizados y ninguneados. Que tuvimos que escuchar de labios y rostros antes cercanos que nuestras luchas no valían para nada y eran pueriles, que solo decíamos tonterías y eramos acusados de no entender ni la realidad ni el momento. Los que nos quedamos más solos que la una y, pese a no estar en el ajo, tuvimos que tragarnos sus sapos temo que aún deberemos darles una oportunidad. Aunque desde la víscera, al menos en mi caso, nos apetezca tanto como acudir a un homenaje a Lars Von Trier, o sea, nada.

No espero, ciertamente, que aquellos que aún tienen expectativas de exprimir el limón parlamentario me lean ni me hagan caso. Tampoco creo que los muertos vivientes que se niegan a aceptar que su tiempo se acabó porque ellos solitos dinamitaron el reloj lo hagan. Ahora bien. La gente que proveniente de los movimientos sociales de carácter autónomo y libertario que salieron apaleados, y muchos sin dignidad ninguna tras años de tragar en gobiernos y corporaciones municipales, deberían plantearse seriamente lo que dije un par de párrafos más arriba, por el bien de nuestro propio futuro.

Estamos en un momento histórico. Tan crucial como el de hace casi diez años.

 En los ciclos de lucha son tan importantes el comienzo, como el proceso y el final, que es dónde nos encontramos ahora. Un final que a su vez supone el comienzo del próximo ciclo.

En nuestras manos está trabajar para crecer o actuar cómo si nada hubiese pasado. En las de quienes se fueron y en las de los que nos quedamos. No se trata de hacer autos de fe ni juicios sumarios pero si de exigir responsabilidades y un verdadero debate colectivo. Si no de la misma intensidad al menos si con la misma perseverancia y expansión territorial.  O eso o todo lo que venga a partir de ahora será más débil y más falso.

La pelota sigue, como siempre, en el tejado.

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