viernes, 21 de junio de 2019

Mis tribulaciones con Cifra


Mis tribulaciones con Cifra




Esta mañana, en la ducha, me ha venido a la cabeza una escena de la película de Matrix.

No se ha tratado de ninguna escena de combates espectaculares, ni la de las pastillas roja y azul, ni las favoritas entre los rojos en las que compara a los humanos con pilas; tampoco cuando interrogan a Morfeo y se habla de las diferentes formas de control social y la relación entre saber, conciencia y libertad. No.

La escena, corta, que he visualizado mientras me remojaba antes de empezar el día ha sido aquella en la que Cifra, bien vestido y comiéndose toscamente un gran pedazo de carne, en un elegante y elevado restaurante, pacta con el Sr Smith los términos de su traición a la causa humana y accede a volver a ser una batería más con una memoria reseteada. Tan solo a cambio de no recodar nada y ser una persona rica y famosa tras el formateo.

Luego, dando vueltas al asunto, creo saber por que me viene a la cabeza esta escena y no otras de esta, en mi opinión, obra maestra de las hermanas Wachowski. No se si ellas se lo plantearon así, como tantos otros dobles sentidos de la película, pero para mi esta escena de un Cifra convertido en un pos moderno Karel Curda pone sobre la mesa dos aspectos fundamentales en la vida humana y que a mi, a mi manera, me vienen rondando y con las que tengo fritas de manera redundante a las personas más cercanas a mi. Se trata de la Ética y de la Fe.

Cifra es un hombre que después de haber descubierto la verdad escondida tras el cartón piedra y haber luchado por una causa durante años pierde la Fe y decide entregar a su admirado y querido jefe a cambio de la salvación individual. Como pago solo pide el poder olvidar ya que, a fin de cuentas, él mismo sabe que la segunda parte del trato, la de renacer como estrella del cine, no está en su mano.

La historia de la humanidad está llena de personajes como Cifra. Algunos, pocos, los mejores de su género, han colaborado en felonías épicas como el asesinato de Viriato y menos aún, por no decir solo uno, han alcanzado la fama. Es el caso de Judas Iscariote quien, a fin de cuentas, podemos pensar que operaba por mandato divino.

El castigo para los traidores de leyenda es el mismo que el reservado para los pérfidos cotidianos y grises. El olvido. Supongo que es la forma en que la historia, herramienta suprema casi siempre al servicio del poder, tiene de garantizar cierta paz de espíritu en la eternidad a semejantes criminales (los peores según Dante) ya que, en vida, no hay forma cien por cien fiable de acallar los recuerdos y las conciencias de los traidores, a los que solo se les pueden dar chucherías materiales y, si lo desean, cierto anonimato. Al menos de momento.

Pero permitidme volver a centrar parcialmente el asunto. Cifra es un hombre sin Fe y por eso me viene a la mente.

Hace mucho tiempo que envidio a la gente con fe. No necesariamente con una fe religiosa, que va. A fin de cuentas el componente místico de los discursos socialistas europeos, generosamente esparcidos por el mundo, de los siglos XIX y XX es innegable y los sacrificios realizados por millones de hombres y mujeres en pos de una sociedad comunista, del tipo que sea, son inimaginables sin ese sustento irracional que da el saberse parte de un proyecto superior. La confianza ciega de quien conoce el misterio del final del camino. Ya sea este la salvación del alma o el fin de la sociedad de clases.

Quien tiene fe, autentica y verdadera, no una fe estética de procesión o mitin, acepta el sufrimiento como parte de un proceso, un peaje inevitable en el camino de la historia. Y no teme a la muerte porque tras la vida, plena de sentido, algo de si permanecerá en este mundo, en el siguiente, o en ambos.

Sin llegar a extremos tan definitivos quien de verdad cree en algo, terrenal o espiritual, lleva mejor el día a día.

Yo carezco de fe. Perdí la fe espiritual muy pronto, si es que alguna vez llegué a tenerla, y la fe colectiva, en la revolución socialista, en mi caso libertaria, hace mucho tiempo. Esta última no se esfumo de golpe, se erosiono tras años de decepciones.

Cuando digo que carezco de fe lo digo en profundidad. No tengo creencias religiosas pero no niego que podría estar equivocado. En lo espiritual no me creo las grandes religiones occidentales pero desconozco las otras sensibilidades místicas que pueblan la tierra, con lo que no me atrevo a negarlas. En lo social desconfío de las posibilidades de la humanidad para revertir los problemas actuales, pero acepto que mi carácter personal puede estarme llevando por unos derroteros demasiado derrotistas. Soy agnóstico. A fin de cuentas ser ateo, como me enseño mi amigo Luis López-Lago, también es cuestión de fe.

Desde este agnosticismo me preocupa bastante que puedan estar en lo cierto aquellas creencias que apuestan por la reencarnación. Y ya, metidos en harina, me preocupa mucho como a Cifra en que podría reencarnarme.

Le he dado muchas vueltas y hace años que se que no quiero reencarnarme ni en estrella de cine, ni escritor de éxito ni el multimillonario con glamour. Tampoco en revolucionario. Los de éxito acaban en camisetas. Los perdedores acaba de pagafantas sociales, alcoholizados, escribiendo en blogs sin lectores, viendo como le dan la razón los espejos, todas las anteriores o incluso cosas peores.

Estoy harto de vivir en la derrota y soy demasiado vago, viejo y cobarde para cambiarme de bando ahora e intentar hacerme un hueco. Hay demasiada competencia y no creo que mi conciencia sea barata de acallar. Acepto para los restos, sea que mañana me caiga un rayo, o llegue a los noventa años con buena salud, esta existencia de perdedor consciente. Pero ya. Otra vida así no la quiero. Principalmente, como dije antes, porque carezco de fe. Y sin fe, un anarquista, solo puede ser un triste y un cínico.

Quiero, y lo digo de todo corazón, reencarnarme en cabrón. Entiendaseme bien, no en un mamífero rumiante ovino, macho, de cuerpo esbelto, pelo fuerte y áspero. No es eso. Quiero reencarnarme en un mal nacido. Pero no un psicopatilla de medio pelo metido a carcelero o de encargado en unos grandes almacenes. No. Ni si quiera un narco con cientos de sicarios.

En mi próxima vida quiero ser un autentico hijo de Satanás. Uno de esos tíos que cuando entra en una habitación todo el mundo se caga de miedo. Que cuando llama a alguien por su nombre en una reunión, el interpelado, aunque sea ministro de defensa, trage saliva y le tiemble un poco la pierna. Sin ningún tipo de sentimiento ni de principio más allá del poder personal y absoluto. Y que encima, parte de la humanidad me admire y me quiera por ello. No lo negaré, quiero reencarnarme en un Palpatine o en un Stalin.

En cuanto a la segunda acepción de la palabra cabrón en el diccionario. Mi mujer y sus amantes que hagan lo que quieran. Les voy a fusilar de todas formas.


Tres esbirros ante mi, en mi próxima vida, preguntandose si será su último día de trabajo

2 comentarios:

Canichu, el espía del bar dijo...

De hecho el papel de Cifra así explicado me recuerda una especie de metáfora del individuo de la revolución ante el fracaso de la revolución y su aceptación de lo por venir y qué papel asumir.

Dexter Coughton dijo...

Yo le veo así. Con dato añadido que no mencione por no alargar el texto. Está enamorado, sin ser correspondido, de Trinity. Está muy solo