Mis
tribulaciones con Cifra
Esta mañana, en la ducha, me ha
venido a la cabeza una escena de la película de Matrix.
No se ha tratado de ninguna escena de
combates espectaculares, ni la de las pastillas roja y azul, ni las
favoritas entre los rojos en las que compara a los humanos con pilas;
tampoco cuando interrogan a Morfeo y se habla de las diferentes
formas de control social y la relación entre saber, conciencia y
libertad. No.
La escena, corta, que he visualizado
mientras me remojaba antes de empezar el día ha sido aquella en la
que Cifra, bien vestido y comiéndose toscamente un gran pedazo de
carne, en un elegante y elevado restaurante, pacta con el Sr Smith
los términos de su traición a la causa humana y accede a volver a
ser una batería más con una memoria reseteada. Tan solo a cambio de
no recodar nada y ser una persona rica y famosa tras el formateo.
Luego, dando vueltas al asunto, creo
saber por que me viene a la cabeza esta escena y no otras de esta, en
mi opinión, obra maestra de las hermanas
Wachowski. No se si ellas se lo plantearon así, como tantos otros
dobles sentidos de la película, pero para mi esta escena de un Cifra
convertido en un pos moderno Karel Curda pone sobre la mesa dos
aspectos fundamentales en la vida humana y que a mi, a mi manera, me
vienen rondando y con las que tengo fritas de manera redundante a las
personas más cercanas a mi. Se trata de la Ética y de la Fe.
Cifra es un hombre que después de
haber descubierto la verdad escondida tras el cartón piedra y haber
luchado por una causa durante años pierde la Fe y decide entregar a
su admirado y querido jefe a cambio de la salvación individual. Como
pago solo pide el poder olvidar ya que, a fin de cuentas, él mismo
sabe que la segunda parte del trato, la de renacer como estrella del
cine, no está en su mano.
La historia de la humanidad está
llena de personajes como Cifra. Algunos, pocos, los mejores de su
género, han colaborado en felonías épicas como el asesinato de
Viriato y menos aún, por no decir solo uno, han alcanzado la fama.
Es el caso de Judas Iscariote quien, a fin de cuentas, podemos
pensar que operaba por mandato divino.
El castigo para los traidores de
leyenda es el mismo que el reservado para los pérfidos cotidianos y
grises. El olvido. Supongo que es la forma en que la historia,
herramienta suprema casi siempre al servicio del poder, tiene de
garantizar cierta paz de espíritu en la eternidad a semejantes
criminales (los peores según Dante) ya que, en vida, no hay forma
cien por cien fiable de acallar los recuerdos y las conciencias de
los traidores, a los que solo se les pueden dar chucherías
materiales y, si lo desean, cierto anonimato. Al menos de momento.
Pero permitidme volver a centrar
parcialmente el asunto. Cifra es un hombre sin Fe y por eso me viene
a la mente.
Hace mucho tiempo que envidio a la
gente con fe. No necesariamente con una fe religiosa, que va. A fin
de cuentas el componente místico de los discursos socialistas
europeos, generosamente esparcidos por el mundo, de los siglos XIX y
XX es innegable y los sacrificios realizados por millones de hombres
y mujeres en pos de una sociedad comunista, del tipo que sea, son
inimaginables sin ese sustento irracional que da el saberse parte de
un proyecto superior. La confianza ciega de quien conoce el misterio
del final del camino. Ya sea este la salvación del alma o el fin de
la sociedad de clases.
Quien tiene fe, autentica y verdadera,
no una fe estética de procesión o mitin, acepta el sufrimiento como
parte de un proceso, un peaje inevitable en el camino de la historia.
Y no teme a la muerte porque tras la vida, plena de sentido, algo de
si permanecerá en este mundo, en el siguiente, o en ambos.
Sin llegar a extremos tan definitivos
quien de verdad cree en algo, terrenal o espiritual, lleva mejor el
día a día.
Yo carezco de fe. Perdí la fe
espiritual muy pronto, si es que alguna vez llegué a tenerla, y la
fe colectiva, en la revolución socialista, en mi caso libertaria,
hace mucho tiempo. Esta última no se esfumo de golpe, se erosiono
tras años de decepciones.
Cuando digo que carezco de fe lo digo
en profundidad. No tengo creencias religiosas pero no niego que
podría estar equivocado. En lo espiritual no me creo las grandes
religiones occidentales pero desconozco las otras sensibilidades
místicas que pueblan la tierra, con lo que no me atrevo a negarlas.
En lo social desconfío de las posibilidades de la humanidad para
revertir los problemas actuales, pero acepto que mi carácter
personal puede estarme llevando por unos derroteros demasiado
derrotistas. Soy agnóstico. A fin de cuentas ser ateo, como me
enseño mi amigo Luis López-Lago, también es cuestión de fe.
Desde este agnosticismo me preocupa
bastante que puedan estar en lo cierto aquellas creencias que
apuestan por la reencarnación. Y ya, metidos en harina, me preocupa
mucho como a Cifra en que podría reencarnarme.
Le he dado muchas vueltas y hace años
que se que no quiero reencarnarme ni en estrella de cine, ni escritor
de éxito ni el multimillonario con glamour. Tampoco en
revolucionario. Los de éxito acaban en camisetas. Los perdedores
acaba de pagafantas sociales, alcoholizados, escribiendo en blogs sin
lectores, viendo como le dan la razón los espejos, todas las
anteriores o incluso cosas peores.
Estoy harto de vivir en la derrota y
soy demasiado vago, viejo y cobarde para cambiarme de bando ahora e
intentar hacerme un hueco. Hay demasiada competencia y no creo que mi
conciencia sea barata de acallar. Acepto para los restos, sea que
mañana me caiga un rayo, o llegue a los noventa años con buena
salud, esta existencia de perdedor consciente. Pero ya. Otra vida así
no la quiero. Principalmente, como dije antes, porque carezco de fe.
Y sin fe, un anarquista, solo puede ser un triste y un cínico.
Quiero, y lo digo de todo corazón,
reencarnarme en cabrón. Entiendaseme bien, no en un mamífero
rumiante ovino, macho, de cuerpo esbelto, pelo fuerte y áspero. No
es eso. Quiero reencarnarme en un mal nacido. Pero no un psicopatilla
de medio pelo metido a carcelero o de encargado en unos grandes
almacenes. No. Ni si quiera un narco con cientos de sicarios.
En mi próxima vida quiero ser un
autentico hijo de Satanás. Uno de esos tíos que cuando entra en una
habitación todo el mundo se caga de miedo. Que cuando llama a
alguien por su nombre en una reunión, el interpelado, aunque sea
ministro de defensa, trage saliva y le tiemble un poco la pierna. Sin
ningún tipo de sentimiento ni de principio más allá del poder
personal y absoluto. Y que encima, parte de la humanidad me admire y
me quiera por ello. No lo negaré, quiero reencarnarme en un
Palpatine o en un Stalin.
En cuanto a la segunda acepción de la
palabra cabrón en el diccionario. Mi mujer y sus amantes que hagan
lo que quieran. Les voy a fusilar de todas formas.
Tres esbirros ante mi, en mi próxima vida, preguntandose si será su último día de trabajo |
2 comentarios:
De hecho el papel de Cifra así explicado me recuerda una especie de metáfora del individuo de la revolución ante el fracaso de la revolución y su aceptación de lo por venir y qué papel asumir.
Yo le veo así. Con dato añadido que no mencione por no alargar el texto. Está enamorado, sin ser correspondido, de Trinity. Está muy solo
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