lunes, 30 de septiembre de 2024

Un vagón lleno de skinheads

 

Supongo, quizás arriesgo demasiado al hacerlo, que la mayoría de la gente que, cómo yo, se acerca al medio siglo puede recordar alguna ocasión de esas en las que ha visto la sombra de la guadaña cerca. Si, además, ha militado en movimientos sociales de esos que nos consideramos revolucionarios es casi seguro que puede contar, con más o menos humor, una de esas historias personales que bien pueden acabar con un “pa habernos matao”.

Hoy os traigo, si, lo habéis adivinado, una historia de esas pa haberse matao que desde hace un tiempo me está volviendo una y otra vez a la cabeza y a las tripas, cómo el reflujo gástrico y las pesadillas cuando uno ha cenado demasiado. No será corta, pero espero que os llegue. De hecho, creo sinceramente que será la más personal de las cosas que os he compartido después de dos entradas del verano de 2019, “Primera despedida” (vomitada tras la muerte de mi abuela materna) y “Mis tribulaciones con Cifra” (fruto de mi último batacazo sentimental serio). Ambos en el lapso de dos meses, así se las gasta la vida.

Hace un par de años largos mi amigo Such, al que por motivos de la vida tengo abandonado, como a casi toda la buena gente de Móstoles, me pidió un favor. El típico favor marrón que consiste en que participes en un acto público, político, militante. Concretamente quería que formase parte de la mesa de presentación del libro “Antifascistas” de Miquél Ramos.

Casi siempre que me piden que haga un bolo militante -lo cierto es que dado que no soy cantante, ni escritor, ni artista de circo, mis únicos bolos son los militantes- mi ego enfermizo gana a mi yo derrotado y me veo preparando una charla durante una o dos semanas al más puro estilo Smeagol. Es decir, maldiciéndome a mi mismo por decir que si cuando siento que debería haber dicho que no. Este caso fue peor de lo normal.

Para poder presentar un libro, lo decente, es leerlo antes. Y yo intenté leer el libro de Miquél.

Digo que lo intenté porque, como expliqué en la propia presentación, se me hizo bola. Se me atragantó desde casi el principio un libro que narraba, entre otras, historias que yo había vivido. No como personaje principal sino más bien como miembro de esa inmensa obra coral que fue la lucha antifa en el Madrid de los noventa desde los movimientos autónomo y anarquista. El libro es bueno, necesario, pero no se trataba esta vez de opinar sobre las hazañas de Cipriano Mera o de la operación militar que acabó con la vida de Domingo Monterrosso sino de recordar cosas que, como pude sentir, no tenía del todo asimiladas.

Un par de meses después, en La Animosa, con diferencia el mejor centro social okupado de Madrid, participé de nuevo en una charla sobre la historia de los colectivos antifas de nuestro barrio/distrito a finales del siglo pasado. En apenas dos meses me tocó revivir años de juventud y lucha. De carreras nocturnas por calles casi sin video vigilancia, de cazar y evitar ser cazados, de mal trato mediático y policial. Tiempos de sudor frío y de miedo. Porque, quien diga que no teníamos miedo o miente, o estaba loco o, sencillamente, habla de lo que le han contado y no andaba por allí.

Desde esas dos charlas hasta ahora, y con más insistencia desde este verano, me ha venido a la cabeza bastante a menudo una de las historias que me tocó vivir, que tenía bastante archivada, y que sin duda, marcó mi vida.


Corría el año 1994. Yo tenía diecisiete años y estudiaba COU (el equivalente a segundo de bachillerato). Había ido al cine en la Gran Vía de Madrid a ver “Forrest Gump” con mi amigo y compañero de colegio Pablo Chozas. Era sábado 19 de noviembre, víspera del aniversario de la muerte del anarquista Durruti, el fascista José Antonio Primo de Rivera y el dictador Francisco Franco. Una fecha muy caliente en aquellos años convulsos.

Debían de ser cómo las doce de la noche y cogimos la linea uno de metro en dirección a Plaza de Castilla. Antes de ir a casa queríamos pasar por la acampada del 0,7% y despedirnos de la gente de allí ya que, debido a hechos que no atañen a esta entrada, la acampada tocaba a su fin.

Aquella protesta, puesta en marcha por una ONG, tenía cómo objetivo reclamar que el gobierno de España cumpliese su palabra de destinar el 0,7% del PIB para ayuda al desarrollo.

Pese a lo reformista de la propuesta mucha gente joven, punkis, hippies y sharperos incluidos, había acabado allí por diversos motivos que podría ir desde la buena fe y deseo sincero de que se cumpliera ese objetivo hasta el tener un sitio dónde tomarla y echar un casquete. En mi caso, que ya revoloteaba por el movimiento anarquista y consideraba el objetivo de la acampada bastante reformista e inaceptable, fue una apuesta con Pablo, a lo “sujetame el cubata”, la que dio con mi entonces adolescente cuerpo en aquél lugar. Se nos sumaron otros amigos del barrio.

En aquella acampada pillé dos faringitis, viví el primer momento en que un adulto interesado y miserable ajeno a mi familia quiso usarme para sus propios fines y que me comiese un marrón por la cara, y conocí a otro montón de gente de mi edad y otros barrios que, saben las diosas porqué, andaban por allí.

A algunos como “Celia” o “ el Gañan” les he perdido la vista hace tiempo. A otros, en cambio, como el Kortatu o la Heidi (estoy convencido de que yo le puse ese mote a la colega) siguen presentes y cercanos en mi vida aunque les vea poco.

Pero volvamos al metro. Estábamos enfrascados en una animada conversación cuando llegó el metro al anden. El llevaba una camiseta de los Doors y, creo, una cazadora marrón claro. Yo vestía una camiseta azul que ponía Tartessos y, sobre ella, una chupa vaquera con dos únicas chapas. Una de madera, artesanal, muy bonita, con una A circulada y otra del 0'7 que llevaba porque alguien de la campada me la había regalado. No iba más pintoso porque, antes del cine, había ido a un cumpleaños familiar y para esas cosas rebajaba el tono estético.

Pablo no se fijo pero yo si. El vagón en el que nos correspondía entrar iba lleno de skinheads. Por un momento pensé en no entrar o ir a otro vagón, cualquier gesto brusco estaba descartado. Finalmente me dije que estaba demasiado paranoico y que probablemente eran bakalas o, más improbable en aquellos años, sharperos.

No habíamos terminado de entrar cuando me di cuenta del error que había cometido. Dos terceras partes del jodido vagón estaban repletas de skinheads nazis y, la mayoría, se habían quedado callados al vernos entrar. Era una jauría de depredadores hambrientos a la que les acababan de caer un par de tiernas crías de gacela dentro de su madriguera. Pablo pudo oír como alguien comentaba, “Mira que chapas más feas lleva ese”.

Intenté hacer como si no pasase nada pero, evidentemente, no funciono.

Uno de ellos, más bajo que yo, con perilla, pelo negro, aspecto fortachón, rudo y con bomber se me acerco y, sin más, me arrancó la chapa roja del 0'7. Apenas un instante después, un segundo pelado, muy alto y espigado, peor uniformado, pero más agresivo me arranco la circulada al grito de “esta para mi”. Pablo parecía haberse vuelto invisible mientras que la mayoría de los pelados se reían y observaban, a la espera, de como se desarrollaría la segunda embestida de sus camaradas. No tenían prisa.

De nuevo empezó el bajito recio. Se me encaró, haciendo referencia a esa chapa que nunca volví a ver, me dijo iracundo:


    • ¿El 0´7 para quien es? ¿Para los putos negros?

No se que respuesta esperaba. Quizá quería que pidiese clemencia, me desdijese, les diera la razón o intentase salir corriendo en la siguiente parada pero mirándole fijamente a la cara le contesté algo así como,


    • Si, para los putos negros.

Y, a partir de ahí, comenzó la bronca. Pero contra todo pronóstico fue una bronca verbal. Lejos de caerme una mano de palos lo que me cayó fue todo el argumentario del “A por ellos”, la revista de Bases Autónomas.

El moreno fue el único que habló o, centrados todos mis sentido en él, mi cerebro no dio para captar el resto del escenario. Su tío estaba en paro, su prima de siete años dependía de el, vivían con ellos y los negros les quitaban el trabajo (en 1994!) mientras los rojos queríamos mandarles el dinero de los españoles a sus países en lugar de invertirlo en nosotros.

Una vez más respondí. Le pregunté que si pensaba que los migrantes venían por gusto y para joder. Que si viviesen bien en sus países de origen para que leches iban a venir aquí a pasarlo mal. Y que, además, el culpable no era el desgraciado que le quitaba el trabajo a su tío sino el empresario que le contrataba por menos. Mira, en eso – dijo - tienes razón.

Vinieron un par de intercambios similares con la misma coletilla final. En eso, también, tienes razón.

La discusión se acabó cuando un tercer pelado que debía pensar que se le enfriaba la cena se levantó de su asiento, me levantó la camiseta a ver si llevaba otra debajo y, frustrado al ver mi lacia y paliducha tripa donde esperaba ver alguna camiseta de Potencial Hardcore dijo,


    • Este tío es un SHARP y yo lo rajo, mientras empezaba a sacar un pincho del bolsillo.

En ese momento, el rapado con el que había hablado, le paró en seco haciendo un gesto con el brazo y, después de impedir que terminase de sacar nada, le dijo que me dejase en paz. Que al menos había tenido los huevos de defender mis puntos de vista. Luego zanjó el asunto conmigo.


    • Tu no me vas a convencer a mi, ni yo a ti tampoco, pero que sepas que esta noche has vuelto a nacer.

A partir de ahí fingieron ignorarnos pero su actuación seguía cargada de un sadismo miserable. Comenzaron a hablar de cine y de la que, evidentemente, era su película favorita. “La naranja mecánica”. Yo aún no la había visto pero la conocía. Se regodearon en ella, en las escenas de ultra violencia y de la paliza al mendigo, hasta que se bajaron, en dos tandas, en las estaciones de Alvarado y de Tetuan. Una de ellas, una chavala rubia, delgada y con el pelo largo, se quedó sola con nosotros hasta Valdeacederas.

Fue entonces cuando me di cuenta de que toda la situación, el ataque inicial, la discusión, la amenaza de muerte y el indulto antes de que nos dejasen de lado, había transcurrido en apenas tres estaciones de metro. Alrededor de seis minutos en ese tramo de linea. Uno más que la eternidad de la que hablaba Víctor Jara pero mucho más amarga.

Con las piernas temblando y más miedo que vergüenza llegamos a la ya fantasmagórica acampada dónde encontramos al grupo de seguridad de la misma, del que yo había formado parte, y les contamos lo sucedido.

Entre ellos el Kortatu, con su camiseta eterna que le valió el mote, sus pantalones escoceses rojos y una bomber negra nos pidió que se los describiésemos.

Según un consenso generalizado entre los miembros del retén de guardia aquella noche, el fulano alto que me había arrancado la chapa de madera podría ser Isra El loco. El tipo que había querido ensartarme tenía muchas papeletas, pese a estar lejos de casa, de ser Cristóbal El Mallorquín, de Moratalaz. En cuanto al nazi con el que había discutido, y que había decidido que me había ganado el derecho a no ser pinchado esa noche, no había casi dudas. Se trataba del nazi más conocido de Tetuan, El churrero.

Eran otros tiempos. La tecnología no nos permitía adquirir fotos del enemigo tan facilmente cómo ahora y era fácil confundir a algunas personas. La posibilidad de que Kortatu y su gente se equivocaran, en un mundo dónde las leyendas urbanas eran múltiples y los mismos nazis eran vistos el mismo día y a la misma hora en diferentes puntos de la ciudad, estaba ahí y yo tenía mis dudas.

Pero la verdad es que los nazis activos, chungos, dispuestos a pasar de las palizas a matar a sangre fría, si bien eran bastantes no eran miles. Y, unos meses después, vino la primera confirmación. La noche del 21 de mayo de 1995 Cristóbal Castejón, conocido cómo El Mallorquín, asesinaba a Ricardo Rodríguez en Alcorcón. Cuando por fin se publicó su foto en el periódico se me heló la sangre. Hoy, repasando fotos y material sobre aquél asesinato, viendo la foto en blanco y negro de ese tipo rapado y con perilla creo poder seguir confirmando que debía ser el.

Al churrero lo volví a a ver un par de años después. Otro día lo cuento. Pero una vez más escapé por los pelos de una desventaja numérica en la misma jodida linea de metro. Aunque ya había confirmado su identidad gracias a su aparición en el video de un desalojo en su barrio.

En cuanto al espigado rubio y un poco desarrapado nunca supe si era el tal Isra o cualquier otro cerdo del montón. Tampoco me quita el sueño.

Tres décadas después de aquello sigo sin saber porque reaccioné así. Ni de dónde saqué el valor. Dudo mucho que jamás en la vida pueda actuar igual y, al mismo tiempo, tengo la certeza de que cualquier otra opción hubiese sido peor y me hubiera mandado al hospital o al cementerio.

Lo que si se son las consecuencias que tuvo aquel episodio. Desde entonces hasta hoy ha habido dos constantes en mi vida.

Una es que no he dejado de militar con una perspectiva anarquista y un pie puesto, de un modo u otro, en el tema del antifascismo. Ahora en el aspecto educativo.

La otra es que, desde aquella noche, el miedo siempre me ha acompañado. En las manis, en los encontronazos con nazis, en los juzgados, en las caídas de compas durante los montajes policiales... pero, de momento, nunca me ha dominado.

Porque mientras seamos capaces de crear espacios colectivos horizontales, de no claudicar ante los valores individualistas y destructivos de un capitalismo enfermo, y poner un sólo grano de ternura, humor y solidaridad cuando nos lancen su miedo, no habrán ganado del todo.

Así que el próximo 19 de noviembre, cuando llegue la hora bruja y esté por empezar el día 20, dedicadme un pensamiento y, si podéis, tomaros un ron a mi salud que es mi 30 aniversario. Yo, por mi parte, estaré dándole las gracias al Churrero. No sólo por haberme perdonado la vida, también porque entre su gesto y mi terquedad me obligaron a seguir en la lucha y, con ello, me abrió la puerta para conoceros a la mayoría de vosotrxs.


viernes, 17 de mayo de 2024

“Café Combat. Laureano Cerrada, anarquista y falsificador” Por Miguel Sarró “Mutis”

 Hace unos años, poco después de lo peor de la pandemia, participe de la presentación de este libro. A raíz de la mentada presentación los redactores de la revista Germinal me pidieron que escribiese una reseña del mismo. Yo me comprometí, no sólo, a hacer la reseña sino que además prometí no publicarla en mi blog de multitudes hasta que la revista no saliese en papel.

Debido a dificultades que no vienen al caso la revista no ha podido salir hasta hace un par de meses y yo no lo he sabido hasta la semana pasada. Y hoy, cumplida mi palabra, la compartiré con vosotrxs.

Muchas cosas han pasado desde que escribí esta presentación literaria, incluía la triste desaparición de la librería y editorial La Malatesta arífice de la primera edición, pero otras buenas han ocurrido desde entonces. Entre ellas, en lo que a este libro se refiere, una traducción al francés, a cuatro manos, de Frank Mintz y Ramón Pino para Editions du Monde Libertaire y una segunda edición en castellano a cargo de la nueva editorial Acracia. 

Hechas estas aclaraciones y sin más preámbulos paso a la reseña de entonces. Espero que os anime a leer el libro.


El libro que reseñaré a continuación, de Miguel Sarró, merece una reseña fuera de lo habitual en este tipo de publicaciones. Necesita, más bien, una presentación al público pero por escrito. Así que, aunque puede que no se ajuste a lo esperado, trataré de decir lo que diría de Mutis y su libro si estuviésemos en una presentación cara a cara. Más que nada porque si no, Café Combat y su autor, no podrán ser valorados con justicia.

Lo primero que tenemos que saber es que Sarró no es historiador. Ni periodista. Su formación académica, inacabada, transcurrió por otros derroteros y, como tantas otras personas cercanas a los movimientos revolucionarios y al anarquismo es un autodidacta movido por la curiosidad y la pasión.

Son esta pasión y esta curiosidad las que hacen que Mutis, hace más de quince años, comenzase la investigación que culmina con la publicación del libro que ahora estamos reseñando. Como otros tantos trabajos la idea inicial no es Cerrada. En un principio el autor está seducido por los grupos de auto defensa confederal durante la República, las brigadas anarquistas de retaguardia en el Madrid sitiado, los grupos clandestinos que cruzan la frontera para golpear al franquismo y, también, las decepciones y las rupturas de las organizaciones libertarias, las caídas que huelen a traición interna, los atentados fallidos contra un Caudillo con demasiada suerte como para no sospechar.  Y así llega a Bayo. Porque, como el autor reconoce, sin Bayo y su libro sobre los atentados fallidos contra Franco su libro no existiría.

Laureano Cerrada aparece en otras obras ya leídas pero no igual. Es aquí donde Cerrada destaca entre los demás exiliados. Envuelto en un aura tan misteriosa como atractiva que lleva a Mutis a obsesionarse con el falsificador. Empieza una carrera frenética contra si mismo por averiguar más y más de este personaje. Y por escribir.

Se obsesiona. Se enamora. Se enferma. Hay muy poco escrito sobre el exilio libertario. Mucho menos aún sobre las actividades clandestinas del mismo. Y no es fácil investigar. La diáspora regó cuatro continentes de militantes y facciones pero la mayoría han muerto. Y, los que viven, no quieren hablar. Sarró insiste hasta lograr que, poco a poco, algunos de ellos bajen la guardia y le concedan audiencia. Más de lo que conseguirá de los archivos policiales franceses que siguen cerrados a día de hoy. Cosas de la democracia.

Combina sus trabajos precarios con viajes y entrevistas. Supera barreras y llega al círculo más personal del protagonista de su estudio, el familiar y el delictivo. En sus ratos libres escribe. Termina un primer manuscrito. Largo, denso, con un enfoque literario, casi teatral, pero que no funciona. No se rinde. Vuelve a empezar sin, error de principiante, dejar de investigar.

Finalmente presenta un segundo trabajo que es el que tenemos a nuestro alcance y que termina editando Lamalatesta de Madrid. Es un libro dividido en dos grandes bloques, notas y bibliografía a parte.

En las primeras cien páginas, de la mano de su protagonista, incursiona en algunos de los episodios más oscuros del exilio confederal y de la relación de algunos de sus miembros con el hampa y las autoridades francesas. En las siguientes cincuenta, en un capítulo titulado Retratos,  nos presenta a gran parte del elenco que participó en todos estos hechos, imprescindibles para no perdernos en este laberinto de siglas, escisiones y actos inconfesables.



El libro sobre Laureano Cerrada es, en realidad, un libro sobre un periodo aún por estudiar.

Aquellos que se acerquen a la obra buscando un trabajo académico, afirmaciones concluyentes o un extenso texto plagado de datos y citas, sin duda, quedarán decepcionados. Pero no es eso lo que buscaba el autor. Este trabajo viene a abrir una puerta a la parte más oscura de un pasado que, por doloroso, el entorno libertario aún no se había atrevido a abrir y que, por hermético, los historiadores ajenos y poco insistentes no habían logrado desbrozar.

Es un libro que abre más interrogantes de las que cierra, es verdad,y que a ratos nos deja con las ganas de saber más, pero no me cabe duda de que tanto el título como el autor y su material serán estación de paso obligado para quienes, en adelante, quieran estudiar ese periodo de las organizaciones y los militantes anarquistas españoles y su supervivencia durante el franquismo.



sábado, 23 de marzo de 2024

El madero del Molo

 Entre las cosas terribles que tienen las mudanzas, sobre todo después de años en un mismo lugar, es la bofetada que nos da a la memoria todo aquello que un día guardamos, ya fuese con cariño, prudencia o desgana y que, ya olvidado, reaparece de repente entre las cosas que debemos trasladar o archivar en la basura.

    Hace una semana, desmontando mi casa para poder hacer unas obras poco postergables, encontré entre parches de Lucha Autónoma, chapas anti reformistas, argamboys y carteles de cuando el Sub comediante Marcos acababa de saltar al número uno de los cuarenta principales, unos recortes de la última etapa del Molo.

El Molotov durante años, pero no siempre, emparejado con la agencia UPA de contra información fue, para el movimiento autónomo desde la segunda mitad de los años ochenta hasta principios del siglo veintiuno, una fuente de información vital. Un nexo de unión simbólico entre ese universo de colectivos aislados en pueblos y barrios antes de la llegada de Internet. El no periódico del movimiento incipiente, dónde todxs queríamos leer nuestras acciones y que esperábamos ansiosxs cada mes o cada quince días.

    El proyecto pasó por distintos formatos. Fanzine, boletín casi tipo telex, periódico mensual... En algunas de esas etapas tuvo una sección conocida por “El madero del Molo”.  La mentada sección consistía, casi siempre, en utilizar noticias reales encontradas en la prensa burguesa que dieran parte de pifias cometidas por las fuerzas de seguridad del estado (toneladas de cocaína que desaparecían mágicamente de dependencias policiales, casos de nepotismo, y “torrentadas” varias) y narrarlas con sentido del humor y sátira.

    En la última etapa del Molo colaboré activamente en esa sección siendo una de las personas que trataba de sacar de la chistera algo de humor de aquellas barrabasadas cotidianas. Los recortes del Molo que he encontrado se corresponden, de hecho, a dos de dichas colaboraciones. Por desgracia solo tengo estos dos en mi poder, el resto estarán dónde quiera que se guarden los archivos del Molotov, y no son los dos que mejor me quedaron. El que no pienso compartir es bastante flojo.

    A continuación transcribiré literalmente, erratas incluidas, el que, en su día, me consta que hizo reír por su mala baba a un par de amigos cercanos y a mi compañera de piso de entonces, militante del mentado colectivo.

    Pero antes de eso, consciente de que me lee gente que en aquellos años eran criaturas de Dios o ni habían nacido siquiera, haré alguna aclaración básica para ayudar a entender algunos de los chistes. En las referencias musicales ya no me meto que se me va la entrada del blog a la wikipedia directamente.

    El personaje principal del chascarrillo, Antonio Guirado, es un ex policía municipal de Olot (provincia de Gerona) que además de lo que se satiriza en esta entrada formó parte de una banda de secuestradores que mantuvo retenida durante más de un año a una farmacéutica de la localidad. Evidentemente estando en activo en la policía.

    También se hace referencia a la UCIFA, unidad de la Guardia Civil especializada en la lucha contra el narcotráfico, que fue desarticulada, y sus miembros encarcelados, por tráfico de drogas.

    “El Nani” era un atracador de joyerías más que presuntamente asesinado por miembros de la Policía Nacional allá por 1983. Se hizo una película en su momento y un documental más recientemente. Más datos sobre ambos en Filmaffinity o IMBD.

    Se hace mención al grupo anti atracos de Madrid cuyos miembros, durante los años de la transición, fueron sospechosos de estar demasiado implicados en su labor pero, digamos lo suavemente, como víctimas del síndrome de Estocolmo.

    Por último se menciona a “El Dioni”, un guardia de seguridad que se ganó el cariño y la admiración de todos los españoles cuando en 1989 se largó con el furgón de la empresa para la que trabajaba cargado con la nada desdeñable cantidad de trescientos millones de pesetas. Una pasta. Cómo la alegría dura poco en la casa del pobre, y menos aún si además se es calvo y estrábico, fue capturado en Brasil y traído de vuelta a España unos meses después. Supongo que para que todos dejásemos de soñar con ser seguratas y con robar a nuestros jefes. Hasta Sabina le dedicó una canción.

    Dicho esto paso a transcribir el artículo titulado “Munipa, coge el dinero y corre” pidiendo, eso si, que sean ustedes magnánimos. Yo no tenía aún un cuarto de siglo y, cómo decía Chaplin, es más difícil hacer reír que hacer llorar. Vamos allá:

    
    En este Madero del Molo vuelve  la carga un conocido Cop-Star que en esta ocasión se hace acompañar de teloneros para darle más gracia al que ya, desde sus primeros días, fue un clásico de las extravagancias y originalidades con las que los miembros de los cuerpos de seguridad del estado acostumbran a deleitarnos día si, día también, desde tiempos inmemoriales llenando de alegría las soporíferas páginas de los diarios que se pretenden serios.

    Cómo decía, el clásico de los noventa al que me refiero no es otro que Antoni Guirado, el policía municipal de Olot que saltó a la fama con su single Hago un secuestro pero si en mi puesto, con el que logró mantenerse en la portada de todos los periódicos y noticieros durante meses. Primero como autor anónimo y, tras el esclarecimiento de los hechos, como líder indiscutible de la mala imitación de la banda de Los Apandadores con la que se juntó. Así pues se ha asegurado el regreso a la palestra mediático-informativa con la edición de una con una obra que realizó mucho antes de saltar a la fama y que lleva por nombre Coge el dinero y corre, en la que Toni junto a otros dos agentes de la misma policía municipal termina de vaciar la caja registradora de un comercio recientemente atracado al que habían acudido para realizar las pertinentes diligencias.

    También desde Olot nos llega el caso de una joven promesa local (policía, se entiende) de nombre Manuel Busoms quien se ha atrevido con un maxi titulado Estafa a la compañía aseguradora en que es acusado por haber cometido supuestamente ese delito.
    
    Semejante explosión artística preconiza lo que podría ser una new age de cantautores protesta que van más allá del mero enriquecimiento personal y en sus obras tratan temas como la expropiación a la pequeña burguesía contra revolucionaria y la estafa a las grandes empresas oligopólicas por medio de la acción directa, recordándonos los viejos tiempos de la “transacción a la democrática” cuando surgieron grandes bandas de punk hoy olvidadas como la Brigada Anti-robo de Madrid.

    Solo falta ver que hará la crítica judicial, que al parecer ya ha emprendido acciones contra estos innovadores del abuso de poder, y las grandes casas discográficas como Producciones Beneméritas (que produjo entre otros el afamado hit La UCIFA se la esnifa) o Discos Nacionales (con su gran éxito ¿Dónde estará mi Nani?), que probablemente no se quedarán de brazos cruzados y contra atacarán con algún golpe comercial.

    En cualquier caso, es esperanzador ver como a pesar de las dificultades las nuevas generaciones van abriendo un hueco en la escena estatal y siguen la estela del que para mi es y será el mejor de los que se atrevieron a romper los moldes establecidos, El Dioni (a ver cuando te volvemos a ver por Tómbola, majete),  que estará siempre en nuestros corazones.

    Sin nada más que decir, hasta el próximo número.
    
        EL QUE VIGILA A LOS VIGILANTES

sábado, 17 de junio de 2023

Cerrando el circulo (y III) Y ahora ¿Qué hacemos?

Ahí va la quizá excesiva tercera entrega. Me ha costado y creo que se va a notar. Quizás abarco demasiado y debería haber hecho caso a quién me recomendó partirla en dos pero no quería alargar esto más. Ya me contareis.

Quiero agradecer a todos y todas las que en el propio blog, por guasap, por teléfono y en persona me habéis hecho críticas tanto positivas como de mejora a los dos textos anteriores. No paréis. 


 

 

Si bien no estamos en abril, no me paga el interrail el gobierno alemán y espero, sinceramente, no morir de sífilis vamos a seguir, mi ego y yo, hablando de este ciclo que se cierra a ver si podemos ayudar en como afrontar el futuro, no solo inmediato, sino también a medio plazo. Nada nuevo, pero nada malo tampoco. Algo con lo que debatir o al menos teneros entretenidos.


Menos de diez años después de haber nacido para comerse el mundo las alternativas electoralistas han mordido el polvo y han dejado tras de si un paisaje de tierra quemada regado de cadáveres políticos. Una parte bastante importante de la militancia político social de nuestro país vive angustiada por el irrefrenable avance del fascismo, el cambio climático, la extinción masiva y, muy probablemente, por la perdida de subvenciones públicas que dejarán de abonar algunos jardines cercanos  para ir a prados más azules, así como por la desmovilización popular. Casi, casi dan ganas de citar a Maquiavelo y decir aquello del caos, las estrellas y demás pero no  es el momento.

Esta sombra tiene tres causas principales. La inmediata, no cabe duda, es el triunfo de los partidos de la derecha sin complejos. El segundo, muy importante, es fruto de un esfuerzo estratégico por parte del sistema que dedica miles de millones de propaganda a hacer ver que este sórdido mundo es el único posible. En el caso de España, en los últimos meses, se han encargado de silenciar, entre otras, las huelgas francesas, no fuese que se nos pegase algo. Y, siempre, han lanzado paladas de mierda o silencio sobre nuestras nada desdeñables luchas locales. Solo informan de nuestras cagadas y derrotas. Normal.

La tercera pata del banco viene de nuestras propias filas. Cuando comenzaron las campañas electorales de la llamada nueva política una parte importante del discurso era el componente milenarísta. Era ahora o nunca.

Este discurso, uno de los problemas que tiene, es que cuando no se gana lo que queda es el miedo y la sensación de la derrota. Como derrotado pareció ya Pablo Iglesias Turrión el día que, asumido que no habría sorpasso, dijo que se había pasado de la guerra relámpago, aunque el pedante lo dijo en alemán, a la guerra de posiciones. Eso, en la  terminología militar con los símiles que le gustaba usar era aceptar que ya no ganaría nunca. Y como derrotado se mostraba Pablo Carmona que, la semana siguiente a tomar su acta de concejal en el ayuntamiento más grande de España, firmaba un artículo de prensa junto a Emmanuel Rodríguez y Almudena Sánchez en el que pedían paciencia a sus bases y comprensión ante las limitaciones de trabajo dentro de las instituciones municipales y su techo de cristal. Las mismas limitaciones que negaban hasta solo diez días antes cuando afirmaban, recorriendo para ello todos los barrios de Madrid y otros muchos del país, que iban a reventar el mundo desde el palacio de telecomunicaciones o dimitir. Ya sabemos lo que pasó y es lógico que, quienes confiaron en ellos, estén de capa caída.

Igual que la romantización en nuestras relaciones afectivas nos lleva con facilidad a expectativas inalcanzables y a aguantar situaciones inaceptables, esperando que nuestras buenas acciones conviertan en lo que queremos a personas que no lo son, generando mucho sufrimiento y estancando aspectos de nuestra vida, una gran parte de la militancia tendemos a idealizar en exceso las luchas sociales y sus devenires. Tanto las pasadas como las presentes.

En lugar de esperar un príncipe, o princesa, azul esperamos a un líder o a una organización mágica e impoluta que nos lleve al paraíso socialista. Hijos de un sistema que promete la satisfacción inmediata de nuestros caprichos y deseos, nos frustramos si después de haber ido a tres manifestaciones no cambian las cosas. Esperamos que una huelga de un día haga temblar al patrón. Queremos que nos den siempre la razón en la asamblea.

Pero los procesos sociales son un eco sistema, como los bosques, e igual que un bosque quemado no crece de nuevo en dos años, un movimiento social en una sociedad anestesiada por décadas de pensamiento simple, consumismo y conformismo, nuestras ideas y prácticas no van a impregnar a toda la sociedad de una sola tacada. Sin ir más lejos, desde que Fanelli llegó a España hasta que se fundo la CNT pasaron más de cuarenta años y otros veinte más hasta que casi se pudo intentar una revolución. Quererlo todo y ya, por desgracia, es la definición perfecta del capitalismo financiero y no debe ser, por tanto, parte de nuestra mentalidad.

Esta idea romántica del cambio, este deseo de querer ver todo resuelto en nuestra corta vida, nos lleva además a dos puntos inaceptables. El primero ya lo hemos visto, la depresión y el derrotismo cuando esa máxima aspiración es evidente que no se va a cumplir. Cuando nos sentimos defraudados. El segundo es aún peor. En nuestra frustración renegamos de todos nuestros éxitos. Nos parecen estériles ante la revolución con mayúsculas que no llega. Pero compañeras, la historia del socialismo, de la lucha contra las injusticias, está plagada de grandes derrotas pero de innumerables pequeñas victorias cotidianas. Cada vez que un barrio se moviliza para ayudar a una familia con riesgo de desahucio, en lugar de quedarse en su casa viendo la tele y creyéndose lo de los okupas, se ha ganado. Cada vez que una plantilla de trabajadores se organiza y exije sus derechos en lugar de tragar con lo que diga el jefe se ha ganado. Cada ocasión en la que se rompe el mandato capitalista de ir cada uno a lo suyo y somos solidarios se ha ganado. Ni se entra en Managua, ni se asalta el palacio de invierno sin décadas de luchas previas acumulando derrotas y aprendizajes.  

Por eso tenemos que poner en valor nuestros medios y usar los del enemigo lo imprescindible, aunque les falte glamour y sean más cansados. Y no solo en lo institucional.

No sabemos usar las nuevas tecnologías. Nos ahogamos en un hilo de twitter. Acabamos confuendiéndo, también nosotres, el metaverso con la realidad. Claro que son medios de difusión imprescindibles a día de hoy pero entrar a la batalla ideológica en esos espacios es abonar la estrategia del enemigo. No se puede vencer al pensamiento simple a base de pensamiento simple. Nuestra fuerza no es cuantos seguidores tenemos en redes sino cuantos vecinos pagarían una cuota por tener un local propio en el barrio, o para pagar abogados, cuantos dan su tiempo para organizar actividades... Y si, lo se, sus seguidores en redes son importantes pero es que su lucha es para generar pasividad y la nuestra debe ser para organizar actividad.

Por no hablar de lo mal que gestionamos nuestras diferencias en unos medios que nos privan del uso de gran parte de nuestros sentidos provocando grandes broncas que, de haber debatido sobrios y en espacios físicos compartidos, las más de las veces no se si se hubiesen producido pero no habrían acabado tan mal.

Los espacios de lucha que nos son propios son el territorio y el mundo laboral principalmente. Es ahí, en el día a día, donde nuestros discursos dejan de ser palabras para ser acciones. Donde podemos intentar combatir el racismo, el machismo, la homofobia, el individualismo y los egos... En la propaganda por el acto.  

Entonces ¿Qué podemos hacer? Bueno, lo primero, asumir que lo estábamos haciendo bien. Dejar de flagelarnos, al menos fuera de los espacios lúdicos designados para ello. Pese a todo sobrevivimos como movimiento a la derrota de la transición y fuimos capaces de estar ahí cuando en el año dos mil ocho hicimos falta. No para derrotar al capitalismo, pensar que eso podía haber estado en la agenda sería pueril, sino para acompañar y formar al pueblo.

Valorar que pese a ser uno de los países con menor nivel de sindicación y con unos sindicatos mayoritarios bastante blandos, aún así, se han conseguido parar total o parcialmente reformas laborales criminales. Que sigue habiendo huelgas, piquetes, conflictos y represaliados.

Recordar que, en lo peor de la pandemia, en muchos barrios de nuestro país fueron las asociaciones vecinales, e incluso espacios okupados, los primeros en paliar la situación de los más desfavorecidos económicamente por el cierre empresarial, abriendo sus bancos de alimentos y proporcionando comida a quien los necesitase. Poniendo el cuerpo, superando el miedo y arriesgándose a la represión de una policía que había recibido carta blanca por parte del gobierno más progresista de la historia de España.

En los grandes incendios, cuando los servicios de extinción son insuficientes y el estado se ve desbordado, sí, aquí, en el primer mundo, son los vecinos los que se auto organizan para  informar sobre el terreno que conocen a los trabajadores anti incendios y desarrollar toda la logística para cubrir las necesidades materiales de las personas evacuadas. Mientras, los diputados violetas y nacionalistas, miraban para otro lado cuando el PSOE aumentaba el gasto militar. Aunque, como dice un amigo mío que trabaja de bombero forestal, los Eurofighters no extinguen incendios.

Los ejemplos, como ya puse en la optimista y aplaudida entrada del pasado 26 de abril, son muchos. Muchos más que los logros de las leyes aprobadas y vacías de contenido.
 
Tanto la gente dispuesta a cambiar como la clase trabajadora en general estamos cansados, dolidas, defraudados. Por eso, lo que necesitamos ahora, es recuperar la confianza en nosotras mismas y nuestras herramientas de solidaridad y supervivencia. Y eso no puede hacerse anunciando constantemente el apocalípsis. Ni desde un plató, ni desde un escaño, ni desde un centro social okupado. Aunque se tenga razón. La expectativa del fin sin remedio solo nos lleva a la rendición y al suicidio. Y lo que necesitamos es,  que sea lo que sea que nos depara el futuro, por muy malo que sea, nos pille organizadas, dispuestas, confiadas, con toda la alegría posible y sin demasiadas fisuras.

Insisto, para recuperar la tan necesaria confianza necesitamos, primero, pequeñas victorias que nos den fuerza a través del sindicato y en las luchas de barrio. La mayoría de nosotros sabemos que hemos experimentado mucha más satisfacción, hemos aprendido más de como luchar y le hemos encontrado más sentido a nuestra lucha formando parte de un piquete que cierra una empresa, parando un desahucio o ayudando a alguien a superar la tela de araña burocrática para conseguir los papeles de residencia o recibir atención sanitaria que viendo una votación de una ley aprobada en el congreso. Máxime cuando su aplicación no llega nunca.

Pero no solo. El ciclo electoralista ha supuesto años de puñaladas traperas, en lo personal y en lo político, promesas incumplidas, mentiras constantes y cambiantes, sacrificios vanos. Puede que los que seguimos fieles a los planteamientos anarquistas no nos soprendiesemos demasiado pero eso no nos libra, como a quienes si creyeron en esos procesos, de haber sufrido por ello.

Para empezar a reconstruir esa confianza será necesario debate y asunción de responsabilidades por parte de todos quienes quisieron domar a la bestia y ahora pretendan deshacer el camino andado. No hablo de una disculpa a lo Aznar, al vuelo, en tres segundos, y con una chulesca justificación posterior,  ni una pantomima borbónica, en plano fijo y con mirada de perro apaleado mientras se dice aquello de “lo siento, me he equivocado, no volverá a suceder”.

Lo que es necesario a estas alturas, y en muchas capas diferentes, es un reconocimiento con quienes queremos que sean nuestras compañeras en la lucha. Ante lo que ya tenemos aquí, si no queremos ver a gran parte de la población racializada de segunda generación votar a la extrema derecha, como pasa en otros lugares de Europa, ya podemos remangarnos y dejar de decir chorradas panfletarias como “nativa o extranjera la misma clase obrera”, porque si bien es evidente que nos explota el mismo capital solo alguien cegado a la complejidad de este sistema puede plantear que nos explota de la misma manera.

Aunque nos escueza lo que nos digan creo que vamos con retraso en eso de sentarnos a escuchar, no oír, escuchar a las compas migras y ponernos un poco en disposición de ayudar en lo que nos pidan. Lo mismo aplica para los tíos en lo referente a las luchas feministas. Muy bien, o no, eso de ir de mani el día 8M pero sinceramente pienso que estamos a millones de años luz de habérnoslo ganado. En ambos casos la verdad está ahí fuera y nos vamos a llevar más de una sorpresa si al final dejamos de mirarnos el ombligo.

Otra fractura necesitada de ser reparada es la que existe entre la militancia “consciente”y el común de los mortales no activistas.

La brecha entre gran parte de la clase trabajadora y los movimientos sociales es enorme, es verdad. Y es cierto que una parte de esa clase trabajadora, migrantes incluidos, aspira a ser clase media y a vivir como creen que viven los ricos. Pero la solución, una vez descubierto el Mediterráneo, no pasa por cagarse en sus muertos, escribir sobre ellos como si fuesen especímenes de laboratorio  y, en última instancia, convertirnos en populistas que se deslizan al rojo pardismo con tal de ser aclamados por la masa y arañar unos votos. A fin de cuentas obreros fachas ha habido siempre.

El primer paso para romper ese abismo, y el segundo, y el tercero, lo tendremos que dar la militancia concienciada. Y lo tenemos que dar desde la humildad. Hay demasiada gente viviendo de  escribir libros sobre como viven los currantes. Hay demasiada gente viviendo de partidos políticos, sindicatos y cooperativas subvencionadas y de otro montón de cosas que antes formaban parte de la militancia más elemental y la solidaridad cotidiana, que, por muy precarios que estén en lo contractual, no tienen nada que ver con la vida real de una trabajadora doméstica, un camarero, una fontanera o un tele operador. Y eso, cuando vamos a hablarles de unicornios, se huele. No se puede disimular. En serio. Tenemos un problema con toda esa nueva clase media cultural, porque es verdad que dinero no da las cosas que hacen pero suple su carencia económica con un pago emocional en ego y sensación de superioridad intelectual. Supuramos elitismo en como hablamos, en dónde vivimos, en como miramos, en que comemos...

Hace años que esta brecha existe no solo entre la clase trabajadora en general y la izquierda divina, sino también entre la clase trabajadora militante concienciada y la izquierda divina que desdeña el trabajo manual porque su reino es el del precariado y la mentada élite intelectual.

Una vez más no se trata, para romper ese cerco, de que los doctores y las doctoras entren a competir con la clase obrera por trabajos no cualificados pero dejar de explicarles como viven y de tratarles como si fueran idiotas cuando, a estas alturas sospecho que por error, coinciden en un espacio sería un buen comienzo.

Por último, antes de que esta entrada se convierta en un folleto, hay otro aspecto en que el reconocimiento y la reparación serán necesarias para volver a confiar unas y otros.

Toda la gente que nos metió los perros en danza a unos movimientos que, colectivamente, no veíamos la necesidad de concurrir a las elecciones. Que forzó tiempos y espacios, que escribió libros y recorrieron ciudades y pueblos como predicadores evangélicos prometiendo la salvación a través de la vía estatal deberían escuchar a quienes nos quedamos, reflexionar en profundidad y, solo después de esa secuencia en ese orden, poner en común las conclusiones.

Por nuestro lado, quienes nos vimos envueltos en unos debates que ni queríamos ni nos interesaban. Que no sentimos utilizados y ninguneados. Que tuvimos que escuchar de labios y rostros antes cercanos que nuestras luchas no valían para nada y eran pueriles, que solo decíamos tonterías y eramos acusados de no entender ni la realidad ni el momento. Los que nos quedamos más solos que la una y, pese a no estar en el ajo, tuvimos que tragarnos sus sapos temo que aún deberemos darles una oportunidad. Aunque desde la víscera, al menos en mi caso, nos apetezca tanto como acudir a un homenaje a Lars Von Trier, o sea, nada.

No espero, ciertamente, que aquellos que aún tienen expectativas de exprimir el limón parlamentario me lean ni me hagan caso. Tampoco creo que los muertos vivientes que se niegan a aceptar que su tiempo se acabó porque ellos solitos dinamitaron el reloj lo hagan. Ahora bien. La gente que proveniente de los movimientos sociales de carácter autónomo y libertario que salieron apaleados, y muchos sin dignidad ninguna tras años de tragar en gobiernos y corporaciones municipales, deberían plantearse seriamente lo que dije un par de párrafos más arriba, por el bien de nuestro propio futuro.

Estamos en un momento histórico. Tan crucial como el de hace casi diez años.

 En los ciclos de lucha son tan importantes el comienzo, como el proceso y el final, que es dónde nos encontramos ahora. Un final que a su vez supone el comienzo del próximo ciclo.

En nuestras manos está trabajar para crecer o actuar cómo si nada hubiese pasado. En las de quienes se fueron y en las de los que nos quedamos. No se trata de hacer autos de fe ni juicios sumarios pero si de exigir responsabilidades y un verdadero debate colectivo. Si no de la misma intensidad al menos si con la misma perseverancia y expansión territorial.  O eso o todo lo que venga a partir de ahora será más débil y más falso.

La pelota sigue, como siempre, en el tejado.

viernes, 9 de junio de 2023

Cerrando el círculo (II) Un buen gobierno

Una de las máximas del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros era que una acción guerrillera que requiriese explicación era una acción mal planeada y/o mal ejecutada. Es más, durante mucho tiempo tuvieron una directriz en sus operativos que era la siguiente. Si, en cualquier momento previo a  la acción, se valoraba que esta podía no salir exactamente como se había planeado, y si esto podía poner en riesgo el mensaje político que se quería transmitir con la acción planeada, era preferible cancelarla, por mucho que hubiese costado su preparación, antes que mandar mensajes confusos que pudiesen confundir al pueblo. No se podía permitir que ningún aspecto del desarrollo de la acción dependiese de la voluntad del enemigo. Menos aún el impacto de la misma.

Además, para ser una organización clandestina y vertical que operaba en una dictadura militar, tenía unas bases muy amplias a las que consultaba lo más a menudo posible, y mantenía contacto con otras organizaciones como sindicatos y partidos a los que escuchaban para entender mejor el movimiento social del que, verdad o no, se sentían parte y vanguardia.



De un tiempo a esta parte se ha puesto de moda entre un sector de los profesionales del parlamentarismo, sobre todo entre quienes buscan el voto de izquierda, entonar un mea culpa muy curioso cuando se tuercen los resultados electorales. Es muy habitual escuchar, como auto crítica supina, que probablemente el problema esté en que no se han sabido explicar correctamente los grandes logros sociales y legislativos que se han acometido desde puestos de gobierno y despachos.

Durante la última campaña, además, cuando se veía venir a todas luces lo que pasó el 28 de mayo, se fue creando el relato de que la derecha pepera, el equipo de Ayuso y sus tentáculos en otras autonomías, manejan enormemente bien los medios digitales  y de que tienen una mayoría absoluta en las televisiones y las radios. Lejos quedan los tiempos de la soberbia y la exaltación en que fuimos los más ingeniosos, los mejor preparados de la historia de España e incluso algunos pensaban en hacer la revolución a golpe de meme.

En última instancia se llega a un clásico básico de los lunes con victoria electoral de los partidos abiertamente conservadores que es lanzar, desde el dolor de la derrota, mensajes rencorosos hacia un pueblo alienado, idiota, fascista y merecedor de todos los males que le sucedan. Afirmar, como Ramón Yarritu, que todo el mundo se ha vuelto tonto o moderno.

    Pero no siempre fue todo así. Antes de llegar a este punto se pasó por dos etapas previas en que a los que anunciábamos el escenario actual como probable se nos ignoraba o se nos vilipendiaba. La fase de los gobiernos municipales y la fase del deseado gobierno central.

    La primera fase, en la que Podemos no llega a lograr ni el famoso sorpasso ni tan siquiera formar gobierno, pero en la que algunas formaciones afines, compuestas por gentes que van desde avezados militantes de partido de toda la vida hasta ex libertarios y ex autónomos que, tras retorcer en demasía el concepto de municipalismo libertario, ganaron alcaldías de ciudades como Barcelona, A Coruña, Cádiz o Madrid. Esta primera etapa pudo haber servido para aprender de los errores cometidos a escala local desde el interior de la bestia. Pero es que hay algo más terco que la realidad, los egos de quienes se creen más listos y necesarios que el común de los mortales.

    En enero de 2020, recuperada la alcaldía de Madrid por el PP, y después de dos procesos electorales y seis meses en los que, pese a las campañas basadas en el discurso de de la unidad anti fascista, PSOE y Podemos no se habían llegado a un pacto para gobernar debido a un desacuerdo, ojo, no en las cuestiones de programa y política social sino en cuantos ministerios le correspondían a la formación morada, se formó el auto denominado gobierno más progresista en la historia de España. Una vez más parecía no haberse aprendido nada ni de las experiencias municipales ni de anteriores gobiernos de coalición autonómicos en los que el resabiado PSOE se la había dado con queso a sus socios de gobierno cambiando programa por sillones.

    A partir de su formación la tónica del ejecutivo no fue la de un gobierno que trabaja en equipo y que plantea debates a la ciudadanía sino la de dos bandas coaligadas que compiten por ver quien saca más leyes y puede aprovecharlas mejor mediaticamente. Una goza de la experiencia de los años y un aparato encastrado en los resortes del poder y se dedica a poner zancadillas a la más pequeña  que, incapaz de respetarse a si misma, menos aún puede hacerse respetar y se conforma con esquivar los dardos y contarle a quienes, cada vez menos, quieran escucharle decir que eso no era lo que se había pactado.

    Es probable que este gobierno pase a la historia por el que más leyes con título progresista ha redactado en menos tiempo pero una cosa es legislar y otra muy diferente gobernar y hacer valer esas leyes. El papel lo soporta todo pero es en el día a día, en la aplicación a pie de calle por parte de los y las interesadas, o en su defecto por el propio estado, donde el pueblo va a ver y sentir si esas leyes le son o no de utilidad real.

    Un ejemplo podría ser la modificación legislativa para que las trabajadoras domésticas puedan cobrar la prestación de desempleo. Sin duda es un avance y es de justicia, si obviamos el hecho de que la gran mayoría de éstas mujeres se encuentran en situación irregular en este país, por tanto no cotizan, y mucho menos van a ir a reclamar un subsidio de desempleo. Y la ley de extranjería amiguitas, atención spoiler, no va a ser derogada nunca.

    Otro ejemplo, más sangrante aún después de una pandemia que puso de manifiesto el precario estado de nuestro sistema sanitario, fue la anunciada derogación en el año 2022, de la nefasta ley 15/97. Sustituida por una ley prácticamente igual a la anterior. Una vez más el gobierno se comportaba como una banda, en esta caso concreto la de Stringer Bell en The Wire, que cuando ya no le queda  droga de calidad se dedicaba a ponerle nombres cada vez más rimbombantes a su mierda de mala calidad con el anhelo de no perder así a sus clientes.

    El último ejemplo que pongo, aunque queden decenas, el más sangrante para mi, es el de la ley del “solo si, es si”. Una ley sin duda necesaria en un país donde aumentan las denuncias por agresiones sexuales, individuales y en grupo. Una ley redactada por un partido que ha denunciado ya, públicamente, sufrir un menos precio por parte de la judicatura, cuando no directamente un ninguneo. Una ley que deja en manos de los enemigos de quienes la redactaron el cumplimiento de la misma. No se veía semejante astucia política en este país desde que ETA organizó una brutal masacre en el Hipercor de Barcelona y todo lo que argumentaron después fue que ellos habían avisado con tiempo suficiente para desalojar el edificio.

    Pero bueno no solo de leges interruptus vive el desanimo de la izquierda.


    El gobierno más progresista de la historia de España, y de esto las dos bandas que lo conforman son responsables, ha aumentado el gasto militar de manera desorbitada mientras la brecha entre ricos y pobres sigue aumentando. No solo continúa con la eficiente política fronteriza de la Unión Europea sino que además ha justificado sin fisuras la matanza de la valla de Melilla el verano pasado. Ha abandonado definitivamente a su suerte al pueblo saharahui. Y, como colofón, en una decisión que de haberla tomado un gobierno del PP hubiésemos salido a la calle sin dudarlo, nos ha metido en una guerra. Sin debate. Sin pasar por el parlamento. Sin dejarnos decidir al pueblo español si queremos participar de una guerra entre dos potencias imperialistas que utilizan Ucrania como campo de batalla y tienen a su pueblo como víctima colateral. Y, por supuesto, acusándonos a los que nos oponemos a todas las guerras de ser esbirros al servicio de Moscú. Suma y sigue...

    

    Un partido político, nacido en teoría de los rescoldos de la calle, que forma parte del gobierno central y que, en esas condiciones, pasa de más de tres millones de votos a casi desaparecer en menos de cuatro años ha hecho las cosas mal. Muy mal. Por mucho que los medios de comunicación le critiquen y Ana Rosa Quintana ya no quiera desayunar con Pablo Iglesias. Por muy bien que el PP maneje WhatsApp inventando bulos. Por muy conservador que sea este país y aunque hubiesen puesto a un tartamudo de portavoz del gobierno, Podemos lo ha hecho francamente mal. Y nos ha salpicado al resto.
    
    Si en cuatro años de gobierno, incluso con una pandemia, todos tus logros pueden ser olvidados por el pueblo a golpe de bulo y de twit. Si una mayoría de la población no ha visto su vida lo suficientemente mejorada como para decir, "que demonios, voy a votar a esta gente que me cae tan mal pero que me viene tan bien". Si tienes que pasarte el día llorando por las esquinas redactando las cuentas del Gran Capitán de las ayudas sociales y las geniales sutilezas de tus aportaciones legislativas, la has cagado. Porque, digan lo que digan los progres despechados, el pueblo no es idiota.
    
    Podemos, la CUP, las apuestas municipalistas, y el resto de marcas electorales que vinieron a cambiar el mundo desde las entrañas del estado no solo hicieron lo contrario del FMLN, como dije en la primera parte de este escrito, convirtiéndose en lo que el sistema les ofrecía y anhelaba sino que, además, en el proceso, obviaron por completo las máximas de los Tupamaros uruguayos.

    Priorizaron la cantidad de las acciones antes que la calidad de las mismas (muchas leyes vacías para dar titulares en lugar de apostar por una o dos bien redactadas y aplicadas con rigor y claridad). Liquidaron a sus bases en lugar de reforzarlas, cortando así su cordón umbilical con el pueblo,  renunciando a su capacidad de informarse de primera mano sobre el impacto real de sus medidas. Permitieron que la ejecución final de sus medidas dependiese de cuerpos profesionales que les son hostiles confiando en su capacidad mediática y en su pico de oro para revertir la situación o, quien sabe, mostrarse cómo mártires ante su público.

 Eso si, hay algo que si han hecho a la manera de la más espectacular de las acciones del grupo guerrillero uruguayo. Dejarnos claro a todos y todas que ell@s no son las personas adecuadas para dirigir nada. Que, pese a sus promesas y fanfarrias, han elegido, de manera terca y consciente, apostar por la derrota,
   

miércoles, 7 de junio de 2023

Cerrando el círculo (I) Vinieron para vencer

Estos textos que publico, no se si serán dos o tres entregas en los próximos días, no pretenden ser un análisis electoral al calor del 28M pasado si no más bien algo más amplio que trate de ver que ha pasado en los últimos catorce años desde que empezó la crisis económica en dos mil nueve hasta ahora. Intentaré no ser demasiado pesado y espero, sinceramente, contribuir a una reflexión más amplia y colectiva. Un abrazo.




El 10 de enero de 1981 el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional lanzaba su “Ofensiva Final” en El Salvador. La idea era combinar una serie de ataques guerrilleros junto a la sublevación de algunas unidades del ejercito y, que estos hechos, provocasen una insurrección popular que derrocase al gobierno criminal de la " Junta Revolucionaria de Gobierno". Las cosas, como suele ocurrir, no salieron según lo planeado y, apenas dos semanas después de ese 10 de enero el Frente dio por terminada, y perdida, la renombrada como “Ofensiva General”. Así comenzó, oficialmente, la guerra civil de El Salvador.

En la siguiente fase del conflicto el FMLN se convirtió en una fuerza militar de primer orden y, casi, casi, en un ejercito regular. Ganaban terreno, capturaban prisioneros y hasta llegaron a tener, fruto de sus victorias, unidades de artillería. Todo esto en un país más pequeño que Galicia y con un apoyo militar y económico constante por parte de los EEUU.

En este escenario favorable la Comandancia General del Frente tomó una polémica decisión. Decidieron reinventar su forma de lucha. Disolvieron gran parte de sus unidades, renunciaron al control efectivo de gran parte del territorio ganado a costa de vidas y esfuerzo y hasta enterraron los cañones tomados al enemigo, quedándose tan solo algunos morteros. Una gran parte de los combatientes no lo entendieron. Muchos fueron licenciados y enviados al exilio, otros retornados a los movimientos de masas, dónde estaban más expuestos y tenían menos capacidad de defensa, y los más contrarios a esta decisión fueron ejecutados. Así son las cosas en tiempos de guerra.

La comandancia general, a la que se puede acusar de muchas cosas pero nunca de no entender y prever los derroteros bélicos del conflicto, entendió que de seguir el camino de la guerra convencional, pese al espejismo que suponían esos éxitos iniciales, equivalía a la derrota total en el medio plazo. La suya era una guerra civil, tremendamente política, en la que solo podían ganar si se olvidaban del mapa y se centraban en conquistar el corazón del pueblo. No podían ganar al ejercito gubernamental actuando cómo, ni convirtiéndose en, un ejercito gubernamental.


El 15 de mayo del año 2011 las calles y plazas españolas se inundaron de vida, indignación y rabia. Emulando, pese a no reconocerlo nunca en nuestra blanquitud, las protestas que el año anterior habían convulsionado al mundo árabe y al magreb.

El primer 15M fue pura potencia. Gentes de todas las edades, de todos los orígenes e identidades, en barrios y pueblos. También en el extranjero. Cómo en  todo magma de esas características no había un solo alma ni un solo objetivo. Es cierto que había temas, como los feminismos, que despertaron ampollas y roces pero, sin duda, era el sueño erótico y público de tod@s aquell@s que habíamos luchado de manera honesta y radical, extra parlamentariamente, contra el capital y, la mayoría también, contra el estado. Durante dos años, hasta que empezó el cansancio, el reflujo y se alcanzaron los límites propios de toda movilización el espacio público se convirtió en escuela de lucha.

Y entonces, cuando más necesaria era la sabiduría acumulada desde la derrota de la transición, cuando llegó el momento para el que nos habíamos preparado durante décadas en el ámbito libertario y los espacios autónomos, el de recoger, acuerpar y preparar todo el poso humano que había quedado después de la crecida de cara a la siguiente oleada de recortes y descontento, entonces digo, sucedió lo contrario a lo que sucedió en El Salvador de 1983.

Una parte de “nuestra comandancia general”, por miedo, por egos, por agotamiento, por necesidades vitales personales, o por otros motivos, decidió dar un giro de ciento ochenta grados a nuestra estrategia política de base y anti autoritaria. Basándose en un discurso del miedo a la derrota y a volver a lo de antes, y usando como apoyo el carisma personal de determinadas personas, nacieron varias iniciativas que planteaban el asalto a los parlamentos y las instituciones del estado así como, de manera más o menos clara, el abandono de las calles.

La diferencia entre el giro estratégico decidido por la dirigencia del FMLN y la cabriola del grupo informal, pequeño pero influyente, que desde dentro de los movimientos de carácter libertario dejaron de serlo y quisieron arrastrarnos con ell@s es fundamental. Los primeros, quizá por que se jugaban la vida literal y no simbólicamente en ello, comprendieron que el tablero de lucha en el que estaban era el elegido por el enemigo y, a la larga, sería su muerte. Que en la guerra social, como en todas las guerras, no gana necesariamente quien tiene más medios, sino quien despliega más ganas e inteligencia. Es decir, quien lleva la iniciativa, elige los escenarios y marca los tiempos.

Nuestr@s ex compañeras, por contra, olvidaron todo lo aprendido en los últimos doscientos años de movimientos socialistas y derrotas de clase. Decidieron abandonar nuestros espacios y actuar como si el el estado fuese neutral, un tablero de ajedrez en el que ambas partes cuentan con las mismas piezas y las mismas posibilidades salvo el movimiento de salida. Como si el estado no fuese una súper estructura, creada para la defensa de los privilegios y la acumulación  de poder cada vez mayor. Cómo si los funcionarios no fuesen seleccionados cuidadosamente, y aleccionados cada día, para que esa maquinaria de maquinarias funcione para lo que quiere la clase dirigente. Como si milenios de historia de la humanidad y de evolución política pudiesen ser cambiados en dos legislaturas por un grupo de amigos que se creen los más listos de la clase.

Nos vendieron que el estado es el gusano de especia y, ell@s, el Kwisatz Haderach. Que la revolución se puede hacer, como una serie, en un par de temporadas. Que los cambios se hacen porque tenemos razón y que las resistencias del sistema se derrumban con magdalenas y buenas intenciones.

Decidieron ir a luchar al terreno elegido por el enemigo, con los tiempos que marca el capital, usando las herramientas creadas por el poder. Para ello se sacrificaron los movimientos de base. En parte por la des capitalización humana de los mismos con la diáspora de militantes reconvertidos en candidatos y, en parte, por el trabajo consciente y denodado para erradicar asambleas y círculos. Se sustituyeron los argumentos por las consignas y se promovió la pasividad y la ilusión frente a la organización y el trabajo cotidiano.

Así nacieron y se desarrollaron Podemos y sus hijes autonómicos y municipales. Decían venir a vencer, dinamitar el sistema desde dentro o a marcharse al sitio desde el que habían venido y ser uno más de nuevo.



domingo, 14 de mayo de 2023

Espurgos de domingo III

 Muy buenos días queridas, o no, lectoras del blog en lengua castellana con más faltas de ortografía a esta lado del océano Atlántico.

    Vuelve la sección más deseada y esperada de éste blog y que tenía abandonada desde hace casi tres años.  “Espurgos de domingo”. La sección en la que os aviso de que libros voy a tirar al contenedor de papel y os doy la oportunidad de quedároslos y que tengamos una excusa para vernos. Puede que penséis que esto tiene un punto de tirar de chorbo agenda en plena crisis de los cuarenta, que podría ser, pero si al final el libro no os gusta os lo vais a quitar de encima con bastante más facilidad que esas cándidas que pillasteis en vuestra juventud y que regresan de manera regular pese a que ya no recordéis ni quien tocaba en aquél concierto, ni la cara y el nombre de quien os las obsequió.
    
    Así que si te importan un pimiento los libros de los que me voy a deshacer o, más creíble aún, pasas una mierda de verme el jepeto aunque te mueras por esa edición única de las obras completas Agapito O' Hara Quintanilla editadas en rústico y con grabados, puedes dejar de leer aquí. Gracias por haberlo intentado.

    Hoy os traigo una selección interesante de libros. Puede que no desde el punto de vista del lector medio pero si desde el punto de vista del estudiante de psiquiatría que hace la tesis sobre mi.

    - Homicidio, de David Simon. Si, uno de los guionistas de The Wire y otras joyas televisivas. Tiene una descripción impagable de una calurosa noche de verano en una sala de descanso entre el personal de guardia de un servicio de emergencias. Solo por eso lo he guardado durante años pero ha llegado el momento de dejarle ser libre. Por lo demás, pues como ve un periodista joven, durante un año haciendo de rémora, el funcionamiento del departamento de homicidios de la ciudad de Baltimore.

            - La vida exagerada de Martín Romaña. Éste libro me lo recomendaron en menos de un mes, por parecerles fascinante, un fundador de Traficantes de Sueños, un fundador de Klinamen y uno de la Casika de Móstoles. Si no os parece suficiente sois como Jon Nieve y no sabéis nada. A mi no me pareció para tanto, aunque me reí.

            - Malta, gozo y comino. Hubo un tiempo en que yo no manejaba Internet con fluidez y preparaba viajes que nunca realizaba porque siempre acababa comiendo pupusas y hamburguesas del Wendys en El Salvador. No obstante yo seguía soñando y comprando guías como ésta para viajes que, como me daba miedo viajar solo, nuca realicé.

      - El nacimiento de nuestra fuerza. Víctor Serge es, para mi, uno de los autores que más perplejo me dejan. Cuando habla de política y la revolución, incluida su vida, parece que te metes en una novela que te atrapa de principio a fin. Cuando escribe novelas sobre revolucionarios es como si lo contara el ex presidente de la Generalitat José Montilla, el hombre que de haberse presentado a un concurso de gracia contra una losa de mármol hubiese salido derrotado. Está ambientada en la Barcelona de 1917.      

     - Petros Markaris. Si, es un autor y no un libro, lo se. Pero es que regalo seis novelas y una guía de Atenas escrita por el. Son casi todas sus novelas negras del comisario Jaritos. Generalmente se trata de historias en las que especuladores, políticos corruptos, inversores sin escrúpulos, empresarios, etc, mueren a manos de gente que les odia por como se ganan la vida. Al final siempre pillan a los buenos pero es que supongo que si no nadie le editaría las novelas.
No hace falta quedárselas en lote, solo las que queráis.

    - Fin de ciclo, de Emmanuel Rodríguez e Isidro López. Perteneciente a la colección Insomnios, perdón, Útiles, de Traficantes de Sueños es un libro que sacaron para analizar la crisis económica del 2009 y tal. Ésta el la versión larga porque, si no me equivoco, magnánimos ellos, sacaron una versión para mortales mucho más resumida, con recortables y páginas para colorear. Yo, soberbio que soy, me compré la edición para listillos y creo que la entendí.
Ahora que la crisis vuelve de nuevo es un clásico digno de releerse. Garantizo que mi ejemplar va sin manchas ni restos de comida.

    - El libro rojo de Yomango. Titulo de principios de siglo que explicaba como robar en supermercados y grandes superficies y que animó a muchos jóvenes a usar triquiñuelas para vivir sin trabajar. No es de extrañar que muchos de los fans de este libro hayan terminado de diputados o asesores en partidos políticos.... Ahora que lo pienso creo que debería prenderle fuego.

    - De la guerra. Clásico básico de la filosofía militar desde su publicación en el siglo XIX. Probablemente esté, junto a El Capital de Marx y La riqueza de las naciones de Adam Smith entre los libros más citados y, a la vez, menos leídos por quienes los citan. Se trata de una edición cubana de 1975 en un solo volumen que me traje de La Habana cuando el libro aquí era imposible de encontrar. Desde que el ministerio de defensa lo reedito hace unos años, en dos tomos y con letra para viejunos, no lo necesito. Solo una advertencia, sirve de poco para ganar más a juegos de estrategia de ordenador o tablero.

    - Spirit of 69. No, no es una oda a la postura más sobre valorada del Kama Sutra. Se trata de un libro en inglés sobre la cultura Skin Head. Se lo dejó en mi casa la única skineta con la que me conseguí liar en mis años en activo. Y no, mal pensados, no he montado todo este post para llegar hasta ella con este libro. Dejo de ser rapada, que no amiga, y ya no lo quiso.


    Termino diciendo dos cosas. La primera,se que no estoy demasiado gracioso hoy, pero entre que tengo anginas y estoy en vísperas de un mal aniversario, no doy más de si. Y la segunda es que dentro de tres semanas hacemos mercadillo de libros en el barrio, para sacar pasta para mi asociación de niños sin papeles, invertidas y de  género confuso, así que lo que no hayáis pedido para esa fecha lo venderemos para seguir financiando la decadencia de la cultura occidental. Dicho queda.